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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Anochecer (17 page)

BOOK: Anochecer
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—¿Qué?

Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de Beenay. Su mente empezaba a saltar a todo tipo de improbables e inquietantes conclusiones.

—Espera —dijo Siferra—. Hay más.

Abrió un cajón y extrajo un fajo de brillantes fotografías.

—Eso son fotos de las tablillas de Thombo. Mudrin 505 tiene los originales..., el paleógrafo, ya sabes. Está intentando descifrarlas. Están hechas de arcilla cocida. Estas tres las hallamos en el Nivel Tres, y esas otras en el Nivel Cinco. Ambas están llenas con una escritura extremadamente primitiva, y la escritura de las más viejas es tan antigua que Mudrin ni siquiera sabe por dónde empezar con ellas. Pero ha sido capaz, muy tentativamente, de desentrañar un par de docenas de palabras de las tablillas del Nivel Tres, que están escritas con una forma primitiva de la escritura de Beklimot. Por todo lo que puede decir en este punto, son un relato de la destrucción de una ciudad por el fuego..., la obra de unos dioses furiosos que periódicamente hallan necesario castigar a la Humanidad por su maldad.

—¿Periódicamente?

—Exacto. ¿Empieza a sonarte eso familiar?

—¡Los Apóstoles de la Llama! Dios mío, Siferra, ¿con qué te has tropezado aquí?

—Eso es lo que no he dejado de preguntarme desde que Mudrin me trajo las primeras traducciones tentativas. —La arqueóloga giró en redondo para mirar de frente a Beenay, y éste vio por primera vez lo hinchados que estaban sus ojos, lo tenso y cansado de su rostro. Parecía casi perturbada—. ¿Ves ahora por qué te pedí que vinieras? No puedo hablar de esto con nadie del departamento. Beenay, ¿qué voy a hacer? ¡Si algo de esto se hace público, Mondior 71 y su puñado de locos proclamarán desde los tejados que he descubierto firmes pruebas arqueológicas de sus absurdas teorías!

—¿Lo crees realmente?

—¿Qué otra cosa? —Siferra palmeó los mapas—. Aquí hay pruebas de repetidas destrucciones violentas a intervalos de dos mil años aproximadamente, a lo largo de un período de muchos miles de años. Y esas tablillas..., por el aspecto que tienen ahora, podrían ser realmente una especie de versión prehistórica del Libro de las Revelaciones. Tomadas en su conjunto, proporcionan, si no una auténtica confirmación a los desvaríos de los Apóstoles, sí al menos un sólido apuntalamiento racional a toda su mitología.

—Pero repetidos fuegos en un único emplazamiento no prueban que se produjera una devastación a escala mundial —objetó Beenay.

—Es la periodicidad lo que me preocupa —dijo Siferra—. Resulta demasiado clara, y demasiado próxima a lo que Mondior ha estado diciendo. He examinado el Libro de las Revelaciones. La península Sagikana es un lugar sagrado para los Apóstoles, ¿lo sabías? El emplazamiento sagrado donde los dioses se hicieron antiguamente visibles a la Humanidad, o eso dicen. En consecuencia, es razonable, escúchame bien, es razonable —y rió amargamente— que los dioses conservaran Sagikán como una advertencia para la Humanidad de la condenación que caería sobre ella una y otra vez si no renunciaban a su perversidad.

Beenay la miró, asombrado.

En realidad, sabía muy poco de los Apóstoles y sus enseñanzas. Esas fantasías patológicas no habían tenido nunca el menor interés para él, y había estado demasiado ocupado con su trabajo científico como para prestar atención a las ampulosas profecías apocalípticas de Mondior.

Pero ahora el recuerdo de la conversación que había tenido hacía algunas semanas con Theremon 762 en el Club de los Seis Soles estalló con un furioso impacto en su conciencia. "No será la primera vez que el mundo ha sido destruido... Los dioses han hecho deliberadamente imperfecta a la Humanidad, como una prueba, y nos han concedido un solo año, uno de sus años divinos, por supuesto, no uno de los pequeños nuestros, para modelarnos. A eso le llaman un Año de Gracia y corresponde exactamente a 2.049 de nuestros años."

No. No. No. No. ¡Idioteces! ¡Paparruchas! ¡Locura histérica!

Había más. "Una y otra vez, cuando termina el Año de Gracia, los dioses descubren que seguimos siendo perversos y pecadores, y así destruyen el mundo enviando las Llamas Celestiales desde los lugares santos en el cielo que son conocidos como Estrellas. Eso dicen los Apóstoles, al menos."

¡No! ¡No!

—¿Beenay? —dijo Siferra—. ¿Te encuentras bien?

—Sólo estaba pensando —dijo él—. ¡Por la Oscuridad, es cierto! ¡Les has dado a los Apóstoles una completa confirmación!

—No necesariamente. Aún es posible, para la gente capaz de pensar con claridad, rechazar las ideas de Mondior. La destrucción de Thombo por el fuego, incluso la repetida destrucción de Thombo a intervalos aparentemente regulares de aproximadamente dos mil años, no demuestra de ninguna manera que todo el mundo fuera destruido por el fuego. O que parte de este gran fuego tuviera que producirse de nuevo de una forma inevitable. ¿Por qué debería de ser recapitulado necesariamente el pasado en el futuro? Pero la gente capaz de pensar con claridad se halla en franca minoría, por supuesto. El resto se verá arrastrada por el uso que Mondior haga de estos hallazgos y suscitará un pánico inmediato. Supongo que sabes que los Apóstoles afirman que el próximo gran incendio que destruirá el mundo se producirá el año próximo.

—Sí —dijo Beenay con voz ronca—. Theremon me contó que incluso han señalado el día exacto. Se trata de un ciclo de 2.049 años, y éste es el 2.048, de modo que dentro de unos once o doce meses, si creemos a Mondior, el cielo se volverá negro y el fuego descenderá sobre nosotros. Creo que la fecha en que se supone que ocurrirá todo esto es el 19 de theptar.

—¿Theremon? ¿El periodista?

—Sí. Es amigo mío. Está interesado en todo eso de los Apóstoles, y ha estado entrevistando a uno de sus sumos sacerdotes o lo que sea. Theremon me dijo...

Siferra adelantó una mano y sujetó el brazo de Beenay, y sus dedos se clavaron en él con una fuerza sorprendente.

—Tienes que prometerme que no le dirás una palabra acerca de nada de todo esto, Beenay.

—¿A Theremon? ¡No, por supuesto que no! Todavía no has publicado tus hallazgos. ¡No sería correcto que dijera nada a nadie! Pero, además, es un hombre honorable.

La presa de acero sobre su brazo se relajó, pero sólo un poco.

—A veces se dicen cosas entre amigos, extraoficialmente..., pero, ¿sabes, Beenay?, no existe el "extraoficialmente" cuando se habla con alguien como Theremon. Si ve alguna razón para utilizarlo, lo utilizará, no importa lo que pueda haberte prometido. O lo "honorable" que tú creas que es.

—Bueno..., quizá...

—Créeme. Y si Theremon llegara a descubrir lo que tengo aquí, puedes apostar tus orejas a que estaría en el Crónica medio día más tarde. Eso me arruinaría profesionalmente, Beenay. Sería todo lo que necesito para convertirme en la científica que proporcionó a los Apóstoles las pruebas para sus absurdas afirmaciones. Los Apóstoles me resultan totalmente repugnantes, Beenay. No quiero ofrecerles ningún tipo de ayuda y consuelo, y ciertamente no deseo que parezca que comulgo públicamente con sus alocadas ideas.

—No te preocupes —dijo Beenay—. No soltaré ni una palabra.

—No debes hacerlo. Como he dicho, si lo hicieras me arruinarías. He vuelto a la universidad para conseguir una refinanciación de mis investigaciones. Mis hallazgos en Thombo ya están agitando controversias en el departamento, debido a que desafían el punto de vista establecido de que Beklimot es el centro urbano más antiguo de todo el planeta. Pero si Theremon consigue de algún modo enrollar a los Apóstoles de la Llama en torno a mi cuello, aparte todo lo demás...

Pero Beenay apenas la escuchaba. Comprendía y compartía el problema de Siferra, y ciertamente no haría nada que le causara dificultades. Theremon no oiría de su boca ni una palabra acerca de sus investigaciones.

Pero su mente había dado un salto hacia delante, hacia otras cosas enormemente turbadoras. Frases del relato de Theremon acerca de las enseñanzas de los Apóstoles seguían dando vueltas en su memoria.

"...dentro de catorce meses aproximadamente, todos los soles desaparecerán..."

"...las Estrellas lanzarán sus llamas desde el negro cielo..."

"...el momento exacto de la catástrofe puede ser calculado científicamente..."

"...un cielo negro..."

"...todos los soles desaparecerán..."

—¡La Oscuridad! —murmuró roncamente Beenay—. ¿Es posible?

Siferra había seguido hablando. Se detuvo a media frase ante su estallido.

—¿Me estás prestando atención, Beenay?

—Yo..., ¿qué? Oh. Oh. ¡Sí, por supuesto que te estoy prestando atención! Decías que no debo dejar que Theremon se entere de nada de esto, porque dañaría tu reputación, y..., y... Escucha, Siferra, ¿crees que podríamos seguir hablando de esto en algún otro momento? Esta tarde, o mañana por la mañana, o cuando quieras. Tengo que ir ahora mismo al observatorio.

—Está bien, no dejes que yo te detenga —dijo ella fríamente.

—No. No quiero decir eso. Lo que me has contado es del mayor interés para mí..., y de mucha importancia, de una tremenda importancia, más incluso de la que soy capaz de decir en este momento. Pero tengo que ir a comprobar algo. Algo que tiene una relación muy directa con todo lo que hemos estado hablando.

Ella le miró fijamente.

—Tienes el rostro enrojecido y los ojos extraviados, Beenay. Pareces tan extraño de pronto. Tu mente está a millones de kilómetros de distancia. ¿Qué ocurre?

—Te lo diré más tarde —dijo él, a medio camino de la puerta—. ¡Más tarde! ¡Te lo prometo!

16

A aquella hora el observatorio estaba prácticamente desierto. No había nadie allí excepto Faro y Thilanda. Por todo lo que sabía Beenay, Athor 77 no estaba visible en ninguna parte.

Bien, pensó. El viejo ya estaba bastante agotado por el esfuerzo que había dedicado a la elaboración del concepto de Kalgash Dos. No necesitaba más tensión sobre sus hombros esta tarde.

Y era estupendo también tener sólo a Faro y Thilanda allí. Faro poseía exactamente el tipo de mente rápida y no confinada que Beenay necesitaba en estos momentos. Y Thilanda, que había pasado tantos años escrutando los vacíos espacios del cielo con su telescopio y su cámara, podía llenar parte del material conceptual que necesitaba Beenay.

Thilanda dijo de inmediato:

—He estado revelando placas todo el día, Beenay. Pero no hay forma. Apostaría mi vida sobre ello: no hay nada ahí arriba en el cielo excepto los seis soles. ¿No crees que el gran hombre ha doblado finalmente la esquina, Beenay?

—Creo que su mente es tan aguda como siempre.

—Pero esas fotos... —dijo Thilanda—. Llevo varios días efectuando un rastreo de todos los cuadrantes del universo. El programa es exhaustivo. Foto, movimiento de un par de grados, foto, movimiento, foto. Barre metódicamente todo el cielo. Y mira lo que he obtenido, Beenay. ¡Un puñado de imágenes de nada en absoluto!

—Si el satélite desconocido es invisible, Thilanda, entonces no puede ser visto. Es algo tan simple como eso.

—Invisible a simple vista, quizá. Pero la cámara debería de poder...

—Escucha, eso no importa ahora. Necesito vuestra ayuda para un asunto puramente teórico. Relacionado con la nueva teoría de Athor.

—Pero si el satélite no es más que un guijarro en el cielo... —protestó Thilanda.

—Un guijarro invisible sigue siendo un guijarro real —cortó Beenay—. Y no nos gustará cuando aparezca a toda velocidad surgido de la nada y nos golpee en plena cara. ¿Me ayudaréis o no?

—Bueno...

—Estupendo. Lo que quiero que hagáis es preparar proyecciones de ordenador del movimiento de todos los seis soles que cubran un período de 4.200 años.

Thilanda jadeó, incrédula.

—¿Has dicho cuatro mil doscientos, Beenay?

—Sé que no tienes ni remotamente registro de los movimientos estelares de hace tanto tiempo. Pero he dicho proyecciones de ordenador, Thilanda. Tendrás al menos cien años de registros de confianza, ¿no?

—Más que eso.

—Mejor aún. Establece la pauta y proyéctalos hacia atrás y hacia delante en el tiempo. Haz que el ordenador te diga qué combinación diaria de los seis soles hubo durante los últimos veintiún siglos y durante los veintiún próximos. Si puedes hacerlo, estoy seguro de que Faro se alegrará de ayudarte a escribir el programa.

—Creo que puedo conseguirlo —dijo Thilanda con tono glacial—. Pero, ¿te importaría decirme de qué va todo esto? ¿Vamos a meternos en el negocio de los almanaques? Incluso los almanaques se contentan con establecer tan sólo unos pocos años de datos solares. Así que, ¿qué es lo que buscamos?

—Te lo diré más tarde —indicó Beenay—. Es una promesa.

La dejó echando humo en su escritorio y cruzó el observatorio en dirección a la zona de trabajo de Athor, donde se sentó frente a las tres pantallas de ordenador en las que Athor había calculado la teoría de Kalgash Dos. Durante largo rato Beenay miró pensativamente la pantalla central, que mostraba la órbita de Kalgash perturbada por el hipotético Kalgash Dos.

Luego pulsó una tecla, y la propuesta línea orbital de Kalgash Dos se hizo visible en un color verde brillante, una enorme elipse excéntrica desplegada a través de la más compacta y casi circular órbita de Kalgash. La estudió por un tiempo; luego pulsó las teclas que llevarían los soles a la pantalla, y los contempló pensativamente durante quizás una hora, llamándolos en todas sus distintas configuraciones, ahora Onos y Dovim en el cielo, ahora Onos con Tano y Sitha, Onos con Trey y Patru, Onos y Dovim con cada pareja de soles dobles, Dovim con Trey y Patru, Dovim con Tano y Sitha, Patru y Trey solos, Onos solo...

Las nueve configuraciones solares normales, sí.

Pero, ¿qué había de las configuraciones anormales?

¿Tano y Sitha solos? No, eso no podía ocurrir. La relación de la posición de este doble sistema de soles en el cielo con respecto a los demás soles más cercanos hacía que Tano y Sitha nunca pudieran aparecer en el cielo en este hemisferio a menos que Onos o Dovim, o ambos, fueran visibles al mismo tiempo. Quizás había sido posible hacia centenares de miles de años, pensó, aunque lo dudaba. Pero ciertamente no ahora.

¿Trey y Patru y Tano y Sitha?

Otro no. Los dos conjuntos de soles dobles se hallaban en lados opuestos de Kalgash; cuando una pareja estaba en el cielo, la otra tenía que estar oculta por la propia masa del planeta. Bajo ciertas condiciones muy raras los cuatro conseguían aparecer juntos, o eso al menos indicaban los mapas solares, pero esas condiciones eran tan raras que no se habían producido ni una sola vez en la vida de Beenay. Onos era siempre visible cuando se producía la conjunción de esas dos parejas. Eran los famosos días de cinco soles. Beenay no recordaba de memoria cuál era la frecuencia de esos acontecimientos, pero sospechaba que no era más a menudo de una vez cada cuarenta o cincuenta años.

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