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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Anochecer (27 page)

BOOK: Anochecer
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—¿Por qué? ¿Qué ocurrió?

Fue Yimot quien respondió:

—Nos encerramos ahí dentro y permitimos que nuestros ojos se acostumbraran a la oscuridad. Es una sensación extremadamente insidiosa, porque la total Oscuridad te hace sentir como si las paredes y el techo se derrumbaran sobre ti. Pero lo superamos y pulsamos el interruptor. Las caperuzas se apartaron a un lado, y el techo se llenó de pequeños puntos de luz.

— ¿Y?

—Y... nada. Ésa fue la parte más ilógica de todo. Por todo lo que comprendimos del Libro de las Revelaciones, estábamos experimentando el efecto de ver las Estrellas contra un fondo de Oscuridad. Pero no ocurrió nada. Era sólo un techo con agujeros en él, y puntos brillantes de luz atravesándolos, y eso era exactamente lo que parecía. Lo probamos una y otra vez, eso fue lo que nos retrasó..., pero no se produjo ningún efecto.

Hubo un silencio impresionado. Todos los ojos se volvieron hacia Sheerin, que permanecía inmóvil, con la boca abierta.

Theremon fue el primero en hablar.

—Sabe lo que esto le hace a la teoría que ha construido usted, ¿verdad, Sheerin? —Sonreía con alivio.

Pero Sheerin alzó la mano.

—No tan aprisa, Theremon. Sólo déjeme pensar un poco en esto. Las llamadas "Estrellas" que construyeron los muchachos..., el tiempo total de su exposición a la Oscuridad... —Guardó silencio. Todo el mundo le miraba. Y de pronto hizo chasquear los dedos y, cuando alzó la cabeza, no había ni sorpresa ni incertidumbre en su rostro—. Por supuesto...

No terminó su frase. Thilanda, que había permanecido arriba en la cúpula del observatorio exponiendo placas fotográficas del cielo a intervalos de diez segundos a medida que se acercaba el momento del eclipse, entró a la carrera, agitando los brazos en amplios círculos que no tenían nada que envidiar a los de Yimot en sus momentos de mayor excitación.

—¡Doctor Athor! ¡Doctor Athor!

Athor se volvió.

—¿Qué ocurre?

—Acabamos de descubrir..., simplemente entró andando en la cúpula..., no lo creerá usted, doctor Athor...

—Tranquila, chiquilla. ¿Qué ocurrió? ¿Quién entró andando?

Hubo un sonido de forcejeo en el pasillo, y un seco clang. Beenay saltó en pie, corrió hacia la puerta y se detuvo en seco.

—¿Qué demonios...? —exclamó.

Davnit e Hikkinan, que deberían estar arriba en la cúpula con Thilanda, estaban ahí fuera. Los dos astrónomos forcejeaban con una tercera figura, un hombre de aspecto ágil y atlético que rozaba la cuarentena, con un extraño pelo rojo rizado, un rostro de rasgos afilados y ojos azul hielo. Lo arrastraron al interior de la habitación y se detuvieron sosteniéndolo con los brazos firmemente sujetos a la espalda.

El desconocido llevaba el oscuro hábito de los Apóstoles de la Llama.

—¡Folimun 66! —exclamó Athor.

Y, casi simultáneamente, de Theremon:

—¡Folimun! En nombre de la Oscuridad, ¿qué está haciendo usted aquí?

Tranquilamente, en un frío tono autoritario, el Apóstol dijo:

—No es en nombre de la Oscuridad que he venido aquí esta tarde, sino en nombre de la luz.

Athor miró a Thilanda.

—¿Dónde encontrasteis a este hombre?

—Ya se lo he dicho, doctor. Estábamos atareados con las placas, y entonces le oímos. Había entrado directamente y estaba de pie detrás de nosotros. "¿Dónde está Athor? —preguntó—. Tengo que ver a Athor."

—Llamad a los guardias de seguridad —dijo Athor, mientras su rostro se iba oscureciendo con la furia—. Se supone que el observatorio está sellado esta tarde. Quiero saber cómo consiguió pasar este hombre.

—Evidentemente tienen ustedes uno o dos Apóstoles en su nómina —dijo Theremon con voz placentera—. Naturalmente, se sintieron encantados cuando el Apóstol Folimun apareció y les pidió que le abrieran la puerta.

Athor le lanzó una mirada ampollante. Pero la expresión de su rostro indicaba que el viejo astrónomo se daba cuenta de la probable exactitud de la suposición de Theremon.

Todo el mundo en la habitación había formado un anillo en torno a Folimun ahora. Todos le miraban sorprendidos: Siferra, Theremon, Beenay, Athor, los demás.

Calmadamente, Folimun dijo:

—Soy Folimun 66, ayudante especial de Su Serenidad Mondior 71. He venido esta tarde no como un criminal, como parecen ustedes pensar, sino como un enviado de Su Serenidad. ¿Cree usted que puede persuadir a esos dos fanáticos suyos de que me suelten, Athor?

Athor hizo un gesto irritado.

—Soltadle.

—Gracias —dijo Folimun. Se frotó los brazos y ajustó la caída de su hábito. Luego hizo una agradecida inclinación de cabeza, ¿o fue sólo burlona gratitud?, a Athor. El aire en torno al Apóstol parecía hormiguear con una clase especial de electricidad.

—Bien, ahora —dijo Athor—, ¿qué está haciendo usted aquí? ¿Qué es lo que quiere?

—Nada, supongo, que usted esté dispuesto a darme por su propia voluntad.

—Probablemente tenga razón acerca de eso.

—Cuando usted y yo nos reunimos hace unos meses, Athor —dijo Folimun—, fue, diría yo, una reunión más bien tensa, una reunión de dos hombres que muy bien podrían considerarse como príncipes de reinos hostiles. Para usted, yo era un peligroso fanático. Para mí, usted era el líder de una pandilla de pecadores sacrílegos. Y, sin embargo, conseguimos llegar a un cierto campo de entendimiento, que fue, recordará usted, que en la tarde del 19 de theptar la Oscuridad caería sobre Kalgash y permanecería ahí durante varias horas.

Athor frunció el ceño.

—Vaya al grano, si es que ha venido a decir algo, Folimun. La Oscuridad está a punto de caer, y no tenemos mucho tiempo.

—Para mí, la llegada de la Oscuridad era contemplada como algo que nos era enviado por la voluntad de los dioses. Para usted, no representaba más que el movimiento sin alma de cuerpos astronómicos. Muy bien: admitimos que estábamos en desacuerdo. Yo le proporcioné algunos datos que habían permanecido en posesión de los Apóstoles desde el anterior Año de Gracia, ciertas tablas de los movimientos de los soles en el cielo, y otros datos aún más abstrusos. A cambio, usted prometió demostrar la verdad esencial del credo de nuestra fe y hacer que esa prueba fuera conocida por la gente de Kalgash.

Athor miró su reloj y dijo:

—Y eso fue exactamente lo que hice. ¿Qué es lo que quiere su amo ahora? He cumplido con mi parte del trato.

Folimun sonrió débilmente pero no dijo nada. Hubo un inquieto agitar en la habitación.

—Le pedí unos datos astronómicos, si —dijo Athor, mirando a su alrededor—. Datos que sólo los Apóstoles poseían. Y me fueron entregados. Le estoy agradecido por ello. A cambio acepté, es un modo de hablar, hacer pública mi confirmación matemática del dogma básico de los Apóstoles de que la Oscuridad descendería sobre nosotros el 19 de theptar.

—En realidad para nosotros no había ninguna necesidad de hacer ese trato —fue la orgullosa respuesta—. Nuestro dogma básico, como usted lo llama, no necesita ninguna prueba. Está demostrado por sí mismo en el Libro de las Revelaciones.

—Para el puñado que forman su culto, sí —restalló Athor—. No pretenda confundir mi significado. Ofrecí presentar un respaldo científico a sus creencias. ¡Y lo hice!

Los ojos del cultista se entrecerraron amargamente.

—Sí, lo hizo..., con la sutileza de un zorro, porque su pretendida explicación respaldaba nuestras creencias, y al mismo tiempo extirpaba toda necesidad de ellas. Convirtió usted la Oscuridad y las Estrellas en un fenómeno natural, y retiró de ellas todo su auténtico significado. Eso fue blasfemo.

—Si es así, la culpa no es mía. Los hechos existen. ¿Qué podía hacer yo sino afirmarlos?

—Sus "hechos" son un fraude y una ilusión.

El rostro de Athor se encendió furioso.

—¿Cómo lo sabe usted?

Y la respuesta le vino con la seguridad de la absoluta fe:

—Lo sé.

El director se empurpuró aún más. Beenay avanzo hacia él, pero Athor le hizo un gesto con la mano de que se quedara atrás.

—¿Y qué desea que hagamos, Mondior 71? Supongo que aún piensa que, en nuestro intento de advertir al mundo para que tome medidas contra la amenaza de la locura, estamos interfiriendo de alguna manera con su intento de hacerse cargo del poder después del eclipse. Bueno, no hemos tenido demasiado éxito. Espero que esto le haga feliz.

—El intento en sí ya ha causado bastante daño. Y lo que pretende conseguir aquí esta tarde hará que las cosas sean aún peores.

—¿Qué sabe usted acerca de lo que pretendemos conseguir aquí esta tarde? —preguntó Athor.

Folimun dijo con voz muy suave:

—Sabemos que no ha abandonado usted nunca su esperanza de influenciar a la población. Después de fracasar en su intento de conseguirlo antes de la Oscuridad y las Llamas, ahora pretende hacerlo después, equipado con fotografías de la transición del día a la Oscuridad. Pretende ofrecer a los supervivientes una explicación racional de lo que ocurrió, y guardar en un lugar seguro las supuestas pruebas de sus creencias, a fin de que al final del próximo Año de Gracia sus sucesores en el reino de la ciencia puedan dar un paso adelante y guiar a la Humanidad de tal modo que la Oscuridad pueda ser resistida.

—Alguien ha estado hablando más de la cuenta —susurró Beenay. Folimun siguió:

—Todo esto va contra los intereses de Mondior 71, por supuesto. Y Mondior 71 es el profeta nombrado por los dioses, el que se supone que debe conducir a la Humanidad a través del período que se abre ante nosotros.

—Creo que ya es hora de que vaya al grano —dijo Athor con tono helado.

Folimun asintió.

—Es muy simple. Su imprudente y blasfemo intento de conseguir información por medio de sus malignos instrumentos debe ser detenido. Lo único que lamento es no poder destruir sus artilugios infernales con mis propias manos.

—¿Es eso lo que pretendía? No le hubiera servido de mucho. Todos nuestros datos, excepto las pruebas directas que pensamos reunir hoy, se hallan ya guardados a salvo y mucho más allá de la posibilidad de cualquier daño.

—Tráigalos. Destrúyalos.

—¿Qué?

—Destruya todo su trabajo. Destruya sus instrumentos. A cambio de eso, me ocuparé de que usted y su gente sean protegidos contra el caos que con toda seguridad se desatará cuando llegue el Anochecer.

Ahora hubo risas en la habitación.

—Está loco —dijo alguien—. Totalmente chiflado.

—En absoluto —dijo Folimun—. Devoto, sí. Dedicado a una Causa más allá de su comprensión, sí. Pero no loco. Estoy completamente cuerdo, se lo aseguro. Creo que este hombre de aquí —señaló a Theremon— puede atestiguarlo, y no es conocido precisamente por su credulidad. Pero sitúo mi Causa por encima de todas las demás cosas. Esta noche es crucial en la historia del mundo, y, cuando amanezca mañana, la Gracia triunfará. Le ofrezco un ultimátum. Su gente tiene que terminar con su blasfemo intento de proporcionar explicaciones racionales a la llegada de la Oscuridad esta tarde, y aceptar a Su Serenidad Mondior 71 como la auténtica voz de la voluntad de los dioses. Cuando llegue la mañana, saldrán a colaborar con la obra de Mondior entre la Humanidad, y no se oirá nada más de eclipses, ni de órbitas, ni de la Ley de la Gravitación Universal, ni del resto de sus locuras.

—¿Y si nos negamos? —dijo Athor, con aire casi divertido ante la presunción de Folimun.

—Entonces —dijo Folimun fríamente—, un grupo de gente furiosa encabezada por los Apóstoles de la Llama subirá a esta colina y destruirá su observatorio y todo lo que hay dentro de él.

—Ya basta —dijo Athor—. Llamen a seguridad. Que arrojen a este hombre fuera de aquí.

—Tienen exactamente una hora —dijo Folimun, imperturbable—. Luego, el Ejército de la Santidad atacará.

—Está faroleando —dijo Sheerin de pronto.

Athor, como si no le hubiera oído, dijo de nuevo:

—Llamen a seguridad. ¡Le quiero fuera de aquí!

—Maldita sea, Athor, ¿qué le pasa? —exclamó Sheerin—. Si le suelta, irá ahí fuera a aventar las llamas. ¿No ve que todos esos Apóstoles viven para el caos? ¿Y que esté hombre es un maestro en crearlo?

—¿Qué está sugiriendo?

—Enciérrelo —dijo Sheerin—. Métalo en un cuarto y cierre la puerta con llave, y manténgalo allí durante toda la duración de la Oscuridad. Es la peor cosa que podemos hacerle. Encerrado de ese modo, no verá la Oscuridad, no verá las Estrellas. No se necesita mucho conocimiento del credo de los Apóstoles para darse cuenta de que para él verse privado de las Estrellas, cuando aparezcan, significará la pérdida de su alma inmortal. Enciérrelo, Athor. No sólo es lo más seguro para nosotros, sino que es lo que se merece.

—Y después —jadeó Folimun ferozmente—, cuando todos hayan perdido la razón, no habrá nadie que pueda soltarme. Esto es una sentencia de muerte. Sé tan bien como ustedes lo que significará la llegada de las Estrellas..., lo sé mucho mejor que ustedes. Con sus mentes eliminadas, ninguno de ustedes pensará en liberarme. La asfixia o la inanición, ¿no es eso? Más o menos lo que cabe esperar de un grupo de... científicos. —Hizo que la palabra sonara obscena—. Pero no funcionará. He tomado la precaución de hacer saber a mis seguidores que deben atacar el observatorio exactamente dentro de una hora a menos que yo aparezca y les ordene que no lo hagan. Así pues, encerrarme no les será de ninguna utilidad. Dentro de una hora traerá la destrucción sobre ustedes, eso es todo. Y luego mi gente me liberará, y juntos, alegremente, extáticamente, contemplaremos la llegada de las Estrellas. —Una vena pulsó en la sien de Folimun—. Luego, mañana, cuando todos ustedes no sean más que locos farfullantes, condenados para siempre por sus actos, nos dedicaremos a la tarea de crear un maravilloso nuevo mundo.

Sheerin miró dubitativamente a Athor. Pero Athor parecía vacilar también.

Beenay, de pie al lado de Theremon, murmuró:

—¿Qué piensas? ¿Crees que es una bravata?

Pero el periodista no respondió. Incluso sus labios se habían vuelto pálidos.

—¡Miren eso! —exclamó. El dedo con el que señalaba la ventana temblaba, y su voz era seca y quebradiza.

Hubo un jadeo simultáneo cuando todos los ojos siguieron el dedo que señalaba y, por un momento, miraron helados. ¡Dovim tenía un apreciable mordisco en uno de sus lados!

25

La pequeña indentación de invasora oscuridad tenía quizá la anchura de una uña, pero para los observadores parecía crecer como la cuarteadura del destino.

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