Antártida: Estación Polar (45 page)

Read Antártida: Estación Polar Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Antártida: Estación Polar
13.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Schofield y Renshaw estaban rodeados por un paisaje completamente níveo. Las formaciones fantasmales de hielo, como picos de montañas vueltos del revés, se extendían hacia abajo durante casi ciento veinte metros.

Schofield frunció el ceño dentro de su máscara de buceo. Tendrían que bajar bastante antes de poder llegar al interior de la estación.

Schofield y Renshaw descendieron por la pared de una de las enormes formaciones de hielo. A través de su máscara, lo único que Schofield podía ver era una sólida pared de hielo blanco.

Tiempo después, llegaron a la base de la formación de hielo, al pico apuntado de la montaña invertida. Lentamente, Schofield comenzó a nadar bajo el pico y la pared desapareció de su vista…

… Y entonces la vio.

El corazón de Schofield comenzó a latir a gran velocidad.

Ahí estaba, en el agua, delante de él, suspendida por el cable del cabrestante, regresando lentamente a la estación.

La campana de inmersión.

Regresando a la estación.

Y entonces Schofield cayó en la cuenta de lo que aquello significaba.

Los británicos ya habían enviado un equipo a investigar la caverna.

Schofield deseó con todas sus fuerzas que sus marines estuvieran preparados para recibirlos en la caverna.

Respecto a Renshaw y a él, tenían que llegar hasta la campana de inmersión. Era un viaje gratis hasta la estación polar Wilkes que Schofield no quería perderse.

Schofield se volvió en el agua para hacerle una señal a Renshaw. Vio al científico tras él, nadando bajo el pico de la montaña invertida. Le indicó que incrementara el ritmo y los dos hombres se apresuraron hacia la campana de inmersión.

—¿Cuántos hombres hay abajo? —preguntó Barnaby en voz baja.

Libro
Riley no respondió.

Libro estaba de rodillas, con las manos esposadas en la espalda. Se encontraba en el nivel E, junto al tanque. La boca le sangraba. Tenía el ojo izquierdo prácticamente cerrado, hinchado e inflamado. Tras caer del aerodeslizador con Kirsty, Libro había sido llevado de vuelta a Wilkes. Tan pronto como habían regresado a la estación, lo habían llevado ante Barnaby.

—Señor Nero —dijo Barnaby.

El enorme hombre de las
SAS
llamado Nero golpeó a Libro con dureza en el rostro. Libro cayó al suelo.

—¿Cuántos? —dijo Barnaby. Tenía el Maghook de Libro en la mano.

—¡Ninguno! —gritó Libro con la boca ensangrentada—. No hay nadie abajo. No tuvimos tiempo de mandar a nadie allí.

—Oh, ¿de veras? —dijo Barnaby. Miró pensativo el Maghook que sostenía en sus manos—. Señor Riley, me resulta difícil de creer que alguien del calibre del Espantapájaros no enviara a un grupo de soldados a la caverna nada más llegar aquí.

—Entonces, ¿por qué no le pregunta a él?

—Dígame la verdad, señor Riley, o acabaré por perder la paciencia y lo echaré a los leones.

—No hay nadie allí abajo —dijo Libro.

—De acuerdo —dijo Barnaby. Se volvió hacia Serpiente—. Señor Kaplan —dijo—, ¿está diciendo la verdad el señor Riley?

Libro miró con dureza a Serpiente.

Barnaby le dijo a Serpiente:

—Señor Kaplan, si el señor Riley me está mintiendo, lo mataré. Si usted me miente, lo mataré a usted.

Libro miró a Serpiente con ojos suplicantes.

Serpiente habló.

—Está mintiendo. Hay cuatro personas allí abajo. Tres marines y un civil.

—¡Hijo de puta! —le dijo Libro a Serpiente.

—Señor Nero —dijo Barnaby mientras le pasaba el Maghook de Libro a Nero—. Átelo.

Schofield y Renshaw entraron a la vez en el interior de la campana de inmersión, que proseguía con su lenta ascensión.

Treparon hasta la plataforma de metal que rodeaba al pequeño tanque de agua de la base de la campana de inmersión esférica.

Renshaw se quitó la boquilla y respiró. Schofield estudió el interior de la campana de inmersión vacía en busca de armas o de cualquier cosa que les pudiera servir.

Vio un dispositivo digital, un medidor de profundidad en la pared más alejada. Los números disminuían conforme la campana de inmersión iba ascendiendo: ciento diez metros. Ciento nueve metros. Ciento ocho metros.

—Ajá —dijo Renshaw desde el otro lado de la campana de inmersión. Schofield se volvió. Renshaw estaba delante de un pequeño televisor situado en lo alto de una de las paredes, casi cerca del techo. Renshaw lo encendió.

—Me había olvidado de esto —dijo.

—¿De qué se trata? —preguntó Schofield.

—Es otro de los juguetes del viejo Carmine Yaeger. ¿Se acuerda del tipo del que le hablé antes, el que observaba todo el tiempo a las orcas? ¿Recuerda que le dije que en ocasiones las observaba desde el interior de la campana de inmersión? Bueno, este monitor también muestra las imágenes de la cámara que instaló en el tanque de la estación. Yaeger lo instaló para poder observar la superficie del tanque mientras estaba en la campana, bajo el agua.

Schofield miró al pequeño monitor en blanco y negro.

En la pantalla, vio la misma imagen del nivel E que había visto antes en la habitación de Renshaw. La imagen de la cámara situada en la cara inferior del puente retráctil del nivel C, la cámara que apuntaba al nivel E.

Schofield se quedó helado.

Vio a gente en la pantalla.

Soldados de las
SAS
armados. Serpiente esposado al poste. Y Trevor Barnaby caminando lentamente alrededor del nivel E.

Había otra persona más.

Allí, en la cubierta, a los pies de Barnaby, con los pies atados, se encontraba
Libro
Riley.

—De acuerdo, álcelo —dijo Barnaby una vez Nero hubo terminado de atar el cable del Maghook alrededor de los tobillos de Libro.

Alguien había desenrollado el cable del Maghook y había pasado el lanzador por encima del puente retráctil del nivel C, creando un mecanismo similar a una polea.

Nero cogió el lanzador, que uno de los soldados británicos había estado sosteniendo, y metió la empuñadura entre dos travesaños de la escalera situada entre el nivel E y el D. Seguidamente, apretó el botón negro del lanzador, el que enrollaba el cable.

El mecanismo de polea (el cable tensado por encima del puente del nivel C) levantó a Libro de la cubierta por los tobillos. Sus manos seguían esposadas a su espalda. Se balanceó por encima del tanque y quedó colgando boca abajo, encima del agua.

—¿Qué demonios están haciendo? —preguntó Renshaw mientras Schofield y él contemplaban el monitor en blanco y negro.

En el monitor se podía ver a Libro colgado de su propio Maghook sobre el tanque.

En ese momento, la campana de inmersión se movió levemente y Schofield se agarró a la pared para no caerse.

—¿Qué ha sido eso? —dijo rápidamente Renshaw.

Pero Schofield no tuvo que responderle.

La respuesta se hallaba en el exterior de las ventanas de la campana de inmersión.

Varias formas negras y alargadas se estaban desplazando por el agua alrededor de la campana de inmersión. Su contorno blanco y negro les era ya demasiado familiar.

Las orcas.

Se dirigían a la estación.

La primera aleta dorsal salió a la superficie de las aguas y se escuchó un murmullo entre los cerca de veinte soldados de las
SAS
congregados alrededor del tanque del nivel E.

Libro seguía suspendido boca abajo sobre el tanque. Él también la vio. Vio el enorme contorno negro de una orca desplazándose lentamente por las aguas bajo él. Libro comenzó a retorcerse, pero era inútil. Tenía las manos esposadas y los pies inmovilizados.

Sus placas de identificación se le fueron deslizando por la cabeza. Instantes después, se le cayeron de la barbilla, fueron a parar al agua y se hundieron con rapidez.

Barnaby observó a las orcas desde la cubierta.

—Esto se pone interesante.

En ese momento, uno de sus cabos se acercó a él. Era el mismo cabo que le había informado antes.

—Señor, las cargas de tritonal ya están colocadas.

El cabo le dio a Barnaby un pequeño dispositivo negro del tamaño de una calculadora gruesa. Tenía un teclado numérico.

—El dispositivo de detonación, señor.

Barnaby lo cogió.

—¿Qué nos dicen los marcadores exteriores?

—Tenemos a cinco hombres dispuestos a lo largo del perímetro rastreando el horizonte con telémetros láser. En la última comprobación, no había nadie en un radio de ochenta kilómetros.

—Bien —dijo Barnaby—. Bien.

Volvió a centrar su atención al tanque y al marine que pendía encima de él.

—Es hora de un poco de
rock and roll
—dijo Barnaby.

—Dios mío, ¿es que esto no puede subir más rápido? —dijo Schofield mientras contemplaba el medidor de profundidad. El número disminuía lentamente conforme subían a través del agua. Seguían estando a cincuenta y ocho metros. Al menos siete minutos más.

Schofield observó la imagen de Libro en la pantalla.

—¡Mierda! —dijo Schofield—. ¡Mierda!

Nero apretó el botón del lanzador del Maghook y, de repente, el Maghook comenzó a soltar el cable y Libro empezó a descender hacia el tanque.

El agua situada bajo él estaba picada. Las orcas se movían en todas direcciones. De repente, una de ellas salió a la superficie y soltó un chorro de agua por su orificio nasal.

La cabeza de Libro siguió descendiendo hacia el agua. Estaba a treinta centímetros de ella cuando se detuvo bruscamente.

—¡Señor Riley! —gritó Barnaby desde la cubierta.

—¿Qué?

—¡Rule Britannia,
[4]
señor Riley
!

Nero volvió a pulsar el botón, y la cabeza y la mitad superior del cuerpo de Libro se sumergieron en el agua.

Tan pronto como Libro se zambulló en el agua, una fila de blancos y afilados dientes pasaron rozándole el rostro.

A Libro casi se le salen los ojos de las órbitas.

¡Había tantas orcas! Montones de orcas; rodeándolo. Una procesión blanca y negra que avanzaba lentamente a su alrededor. Parecían merodear por las aguas.

De repente, Libro vio cómo una de ellas lo descubría, vio cómo se volvía en el agua y se dirigía hacia él a gran velocidad.

Libro estaba allí, colgado boca abajo, desprotegido, incapaz de moverse.

La orca cargó contra él.

Los soldados de las
SAS
aplaudieron cuando vieron la enorme aleta dorsal de la orca ir directa al marine sumergido.

En la campana de inmersión, Schofield permanecía pegado al monitor.

—Vamos, Libro —dijo—. Dígame que tiene un as guardado en la manga.

Libro intentó mover las manos. Las esposas no cedían.

La orca llegó hasta él.

A gran rapidez.

Abrió sus fauces, giró hasta colocarse de costado y…

… Pasó de largo, rozando levemente un lado del cuerpo de Libro.

Los soldados de las
SAS
comenzaron a lanzar abucheos.

En la campana de inmersión, Schofield suspiró aliviado.

Tras él, Renshaw dijo en voz baja.

—Se acabó.

—¿Qué quiere decir con «Se acabó»?

—Recuerde lo que le dije antes. Reclaman su presa pasando a su lado. A continuación la devoran.

Libro gritó de frustración bajo el agua.

No podía soltarse las manos.

No… podía… soltarse… las… manos…

Y entonces vio a la orca de nuevo.

Iba hacia él por segunda vez. La misma orca.

La orca avanzó rápidamente por las aguas, a mayor velocidad esta vez, moviéndose con determinación, mientras su aleta dorsal cortaba la superficie.

Libro vio cómo abría las fauces de nuevo y esta vez vio sus dientes blancos y su lengua rosa. Conforme fue acercándose más y más, su terror se tornó más extremo.

La orca no giró sobre su costado esa vez.

No lo pasó rozando esa vez.

No. Esa vez, la orca de siete toneladas de peso se estrelló contra Libro con una fuerza pulverizadora y antes de que Libro supiera qué lo había golpeado, las fauces de la enorme orca aprisionaron su cabeza.

En el interior de la campana de inmersión, Schofield contempló el monitor en silencio.

—¡Santo Dios! —musitó Renshaw tras él.

La imagen de la pantalla era horripilante.

Las aguas escupieron una fuente de sangre. La orca había tragado con un crujido el cuerpo suspendido de Libro y se había comido su mitad superior. Ahora estaba tirando del cuerpo con violencia, intentando liberarlo del cable, como un enorme tiburón blanco forcejeando con un trozo de carne que pende del lado de un barco.

Schofield no dijo nada.

Tragó saliva para reprimir el vómito que se agolpaba en su garganta.

En la caverna, Montana y Sarah Hensleigh seguían contemplando la pantalla situada encima del teclado. Gant los había dejado. Había vuelto a la fisura que había encontrado al otro extremo de la caverna.

Sarah Hensleigh observó la pantalla.

24157817______________________________

INTRODUZCA CÓDIGO DE ACCESO AUTORIZADO

—Es para entrar en la nave —dijo.

La pantalla ya mostraba ocho dígitos. 24157817. A continuación había dieciséis espacios en blanco que había que completar con el código de acceso.

—Dieciséis huecos que llenar —dijo Montana—. Pero ¿cuál es el código de acceso?

—Más números —dijo Hensleigh pensativa—. Tiene que ser una especie de código numérico, un código que siga de alguna manera la secuencia de ocho números que ya aparecen en la pantalla.

—Pero, incluso si averiguáramos el código, ¿cómo vamos a insertarlo en los espacios? —dijo Montana.

Sarah Hensleigh se inclinó hacia delante y apretó el primer botón negro del teclado.

El número «1» apareció al instante en la pantalla, en el primer espacio en blanco.

Montana frunció el ceño.

—¿Cómo sabía eso?

Hensleigh se encogió de hombros.

—Si esta cosa tiene las instrucciones en inglés, ha sido fabricado por hombres. Lo que significa que probablemente se trate de un teclado normal y corriente, con los números colocados de manera similar a la de una calculadora o teléfono. Quién sabe, quizá los tipos que lo construyeron no tuvieron tiempo de ponerle los números.

Hensleigh pulsó el segundo botón.

Un «2» apareció en el siguiente espacio en blanco. Hensleigh sonrió.

Other books

Alan Turing: The Enigma by Andrew Hodges
One Sweet Christmas (novella) by Fredette, Darlene
Bad Behavior by Cristina Grenier
Frontier Justice - 01 by Arthur Bradley
Banner of souls by Liz Williams
Homecoming by Janet Wellington
Dying to Have Her by Heather Graham
Pentecost by J.F. Penn