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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (28 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Kisten levantó la barbilla. Se apartó el rubio flequillo de los ojos con una expresión de resignación.

—Takata incluye una pista en su música que solo pueden oír los no muertos —afirmó, y me quedé helada, con la taza a medio camino hacia mis labios—. Ivy puede oírla porque es la sucesora de Piscary.

El rostro de Ivy palideció.

—¿Tú no la oyes? —preguntó—. Justo ahí —dijo mirando hacia el equipo de música cuando volvió a sonar el estribillo—. ¿No oyes la voz femenina junto a la de Takata?

Sacudí la cabeza, sintiéndome incómoda.

—Solo lo oigo a él.

—¿Y el tambor? —insistió—. ¿Puedes oírlo?

Kisten asintió y se reclinó con su café aparentemente malhumorado.

—Sí, pero tú estás oyendo mucho más de lo que oímos nosotros. —Dejó su taza sobre la mesita—. Maldita sea —espetó—. Ahora tendré que esperar hasta estar muerto y rezar por que haya una vieja copia por alguna parte. —Emitió un suspiro de decepción—. ¿Es bueno, Ivy? Su voz es lo más siniestro que he oído nunca. Está en todos los álbumes, pero su nombre nunca aparece en los créditos. —Se derrumbó sobre su asiento—. No sé por qué no graba su propio álbum.

—¿No puedes oírla? —repitió Ivy, separando las sílabas. Dejó la taza con tanta fuerza que derramó el café, y me quedé mirándola asombrada.

Kisten sacudió su cabeza con una expresión irónica.

—Felicidades —dijo amargamente—. Bienvenida al club. Ojalá yo siguiera en él.

Mi pulso se aceleró cuando los ojos de Ivy se encendieron de rabia.

—¡No! —gritó poniéndose en pie.

Kisten levantó su mirada con los ojos muy abiertos, comprendiendo ahora que Ivy no se sentía muy feliz.

Ivy sacudió su cabeza con tirantez.

—No —repitió rotundamente—. ¡No es lo que quiero!

Me incorporé de inmediato al comprenderlo. El hecho de que Ivy pudiera oírlo, significaba que el poder de Piscary sobre ella era más intenso. Miré a Kisten, y parecía estar preocupado.

—Ivy, espera —dijo para tranquilizarla cuando sus rasgos faciales, normalmente calmados, se dejaron llevar por la ira.

—¡Ya nada es solo mío! —exclamó; sus ojos se volvieron negros—. Lo que era hermoso, ahora es feo por su culpa. ¡Se lo está llevando todo, Kist! —chilló—. ¡Todo!

Kisten se levantó, y yo me quedé paralizada cuando rodeó la mesa hasta llegar a ella.

—Ivy…

—Esto tiene que terminar —afirmó mientras apartaba la mano de Kisten antes de que pudiera llegar a tocarla—. Ahora mismo.

Me quedé con la boca abierta cuando salió de la habitación a velocidad vampírica. Las velas parpadearon y volvieron a calmarse.

—¿Ivy? —Dejé el café sobre la mesa y me puse en pie, pero la habitación estaba vacía. Kisten había salido disparado detrás de ella. Me encontraba sola—. ¿Adónde te diriges? —susurré.

Oí ponerse en marcha, con un amortiguado rugido, el utilitario de Ivy, el cual le había cogido prestado a su madre para el invierno. En un instante, se había marchado. Acudí al vestíbulo; el tenue golpe de Kisten al cerrar la puerta y sus pasos sobre el suelo de madera sonaron con claridad en mitad del silencio.

—¿Adónde se dirige? —le pregunté cuando llegó hasta mí en un extremo del vestíbulo.

El puso una mano sobre mi hombro como una silenciosa sugerencia para que regresara al cuarto de estar. Con mis pies cubiertos tan solo por las medias, nuestra diferencia de altura era notable.

—A hablar con Piscary.

—¡Con Piscary! —La alarma me dejó paralizada. Me separé de él para quedarme inmóvil en mitad del vestíbulo—. ¡No puede ir sola a hablar con él!

Pero Kisten me miró con tristeza.

—Estará bien. Ha llegado el momento de que hable con él. En cuanto lo haga, se retirará. Ese es el motivo por el que la ha estado molestando. Es bueno que esto ocurra.

Sin estar convencida, regresé al cuarto de estar. Podía sentir claramente su presencia detrás de mí, silencioso, lo bastante cerca como para poder tocarme. Estábamos solos, si no contabas a los cincuenta y seis pixies que había en mi escritorio.

—Estará bien —me dijo en un susurro mientras me seguía; sus pasos eran silenciosos en la alfombra gris.

Yo deseaba que se marchara. Me sentía emocionalmente azotada, y deseaba que se marchara. Sintiendo sus ojos posarse sobre mí, soplé las velas. En la reciente oscuridad, dispuse las tazas de café sobre la bandeja, con la esperanza de que cogiera la indirecta. Pero al levantar la mirada hacia el pasillo, un pensamiento me detuvo en seco.

—¿Crees que Piscary podría hacer que ella me mordiese? Casi consiguió que mordiese a Quen.

Kisten se puso en movimiento; sus dedos rozaron los míos al coger la bandeja en medio de aquel aire con olor a humo.

—No —respondió, obviamente esperando que entrase en la cocina detrás de él.

—¿Por qué no? —Me adentré en la habitación iluminada.

Entornando los ojos por la nueva luz, Kisten deslizó la bandeja detrás del fregadero y tiró el café, el cual dejó charcos marrones en la superficie de porcelana blanca.

—Piscary ha sido capaz de ejercer esa influencia sobre ella esta tarde, porque le cogió desprevenida. Eso, y que no tenía patrones de conducta para combatirlo. Ha estado reprimiendo sus instintos de morderte desde que fuisteis compañeras en la SI. Decir que no se ha vuelto fácil. Piscary no puede hacer que te muerda, a no ser que ella se rinda antes, y no se rendirá. Te respeta demasiado.

Abrí el lavaplatos y Kisten colocó las tazas en el estante superior.

—¿Estás seguro? —le pregunté suavemente, queriendo creerle.

—Sí. —Su mirada de listillo volvió a convertirle en un chico malo con un traje caro—. Ivy se enorgullece de contenerse. Valora su independencia más de lo que yo lo hago, ese es el motivo por el que lucha contra él. Sería mucho más fácil si se rindiera. Entonces, él dejaría de imponer su dominio. No es humillante permitir que Piscary vea a través de tus ojos, que canalice tus emociones y deseos. Yo lo encuentro edificante.

—Edificante. —Me apoyé contra la encimera sin dar crédito a mis oídos—. ¿Es edificante que Piscary ejerza su voluntad sobre ella y la obligue a hacer cosas que no quiere?

—No, si lo expones de esa forma. —Abrió el armario bajo el fregadero y sacó el detergente para la vajilla. Durante un breve instante, me pregunté cómo sabía que estaba allí—. Pero Piscary está siendo un grano en el culo solo porque ella se le está resistiendo. Le gusta que se enfrente a él.

Cogí la botella de sus manos y llené con ella el pequeño orificio en la puerta del lavaplatos.

—Yo le insisto en que ser la sucesora de Piscary no es perjudicial para ella, sino todo lo contrario —afirmó—. No pierde nada de ella misma, y gana muchas cosas. Como el tema vampírico, y poseer casi la misma fuerza de un no muerto sin ninguno de sus inconvenientes.

—Como por ejemplo, un alma que te diga que está mal ver a los clientes de un bar como un aperitivo —dije con aspereza, y cerré la puerta de un golpe.

Kisten dejó escapar un suspiro; la delicada tela de su traje se arrugó a la altura de sus hombros al quitarme de las manos la botella de detergente y colocarla sobre la encimera.

—No es así —insistió—. Las ovejas son tratadas como ovejas, los adictos son utilizados y aquellos que merecen más, lo reciben todo.

—¿Y quién eres tú para tomar esa decisión? —repliqué con los brazos cruzados sobre mi pecho.

—Rachel —respondió con la voz cansada mientras abarcaba mis codos con sus manos—. Son ellos mismos quienes toman esa decisión.

—Eso no me lo creo. —Pero no me retiré ni le aparté sus manos—. E incluso si lo hacen, tú te aprovechas de ello.

La mirada de Kisten se distanció, sin poder sostener la mía, al tiempo que tiraba de mis brazos hacia una postura menos agresiva.

—La mayoría de la gente —comenzó a decir—, está desesperada por que la necesiten. Y si no se sienten bien con ellos mismos, o creen que no merecen el amor, algunos se aferrarán a la peor manera posible de satisfacer esa necesidad de castigarse a sí mismos. Son los adictos, las sombras, tanto queridas como rechazadas, marchitos como las serviles ovejas en las que se convierten al buscar un destello de algo que merezca la pena, a sabiendas de que es falso, incluso cuando lo imploran. Sí, es triste. Y sí, nos aprovechamos de los que nos lo permiten. Pero ¿qué es peor?, ¿aprovecharse de alguien que quiere que lo hagas, y saber en tu alma que eres un monstruo, o aprovecharte de una persona que no lo desea y demostrarlo?

Mi corazón latía con fuerza. Yo quería discutir con él, pero estaba de acuerdo con todo lo que había dicho.

—Y luego están aquellos que se relamen con el poder que tienen sobre nosotros. —Los labios de Kisten se apretaron por un una rabia pasada, y apartó sus manos de mí—. Los astutos que saben que nuestra necesidad de ser aceptados y comprendidos es tan profunda que puede llegar a ser abrumadora. Aquellos que juegan con eso, sabiendo que haremos casi cualquier cosa por esa invitación a tomar la sangre que tan desesperadamente anhelamos. Los que se regocijan en la dominación oculta que puede ejercer un amante, sintiendo que les eleva hasta casi convertirlos en dioses. Esos son los que desean ser como nosotros, creyendo que eso los hará poderosos. Y también los utilizamos, y los desechamos con menos pesar que a las ovejas, a no ser que lleguemos a odiarlos, y en ese caso los convertimos en uno de nosotros, en forma de cruel retribución.

Kisten cubrió mi mentón con su mano. Estaba caliente, y no se la quité.

—Y luego están los pocos que conocen el amor, que lo comprenden. Los que se entregan libremente y solo piden a cambio que les correspondan, los que confían. —Sus ojos perfectamente azules no pestañearon, y contuve mi respiración—. Puede ser hermoso, Rachel, cuando hay confianza y amor. No hay ataduras. Ninguno pierde su voluntad. Ninguno vale menos que el otro. Ambos se convierten en algo más de lo que valen por sí solos. Pero es tan escaso, tan hermoso cuando ocurre…

Sentí un escalofrío y me pregunté si me estaba mintiendo.

El suave roce de su mano en mi barbilla cuando se apartaba hizo que la sangre me hirviera. Pero él no se dio cuenta; su atención se dirigía hacia la llegada del amanecer, que ya era visible en la ventana.

—Me siento mal por Ivy —susurró—. No quiere aceptar su necesidad de pertenecer a alguien, ni siquiera cuando ello guía cada uno de sus movimientos. Ella desea ese amor perfecto pero no cree merecerlo.

—Ella no ama a Piscary —musité—. Has dicho que no había belleza sin confianza y amor.

Kisten me miró a los ojos.

—No me refería a Piscary.

Dirigió su mirada hacia el reloj que había sobre el fregadero y, en cuanto dio un paso hacia atrás, supe que se marchaba.

—Se está haciendo tarde —dijo; su voz distante me indicó que, mentalmente, ya se encontraba en algún otro lugar. Entonces se le aclararon sus ojos y regresó—. He disfrutado de nuestra cita —afirmó mientras se alejaba—. Pero la próxima vez, no habrá un límite en lo que puedo gastar.

—¿Estás dando por hecho que habrá una próxima vez? —pregunté, tratando de relajar el ambiente.

Correspondió a mi sonrisa con la suya propia; los mechones que le caían sobre la cara reflejaban la luz.

—Puede ser.

Kisten se dirigió hacia la puerta principal, y automáticamente le seguí para verle partir. Mis pies, embutidos en la medias, eran tan silenciosos como los suyos sobre el suelo de madera. El santuario estaba en silencio, no se oía ni un murmullo en mi escritorio. Kisten se puso su abrigo de lana sin decir una sola palabra.

—Gracias —le dije al darle el largo abrigo de cuero que me había prestado.

Sus dientes relucían en la oscuridad del vestíbulo.

—Ha sido un placer.

—Por la noche fuera, no por el abrigo —repliqué, sintiendo cómo se humedecían mis medias debido a la nieve derretida—. Bueno, gracias también por dejarme usar tu abrigo —balbuceé.

Se inclinó hacia mí.

—También ha sido un placer —respondió, con sus ojos brillantes bajo la tenue luz. Me quedé mirándolos para saber si sus ojos se habían vuelto negros por el deseo o por la oscuridad—. Voy a darte un beso —me dijo con una voz tenebrosa, y mis músculos se tensaron—. Nada de evasivas.

—Nada de mordiscos —respondí completamente seria. La impaciencia hervía en mi interior. Pero era por mí, no por la cicatriz demoníaca, y aceptar eso fue tanto un alivio como un temor; no podía fingir que era por la cicatriz. Esta vez no.

Sus manos envolvieron mi barbilla de una forma cálida y firme al mismo tiempo. Aspiré cuando se acercó hacia mí con los ojos cerrados. El aroma a cuero y seda era intenso; el matiz de algo más profundo, más primario, espoleaba mis instintos, haciendo que no supiera lo que sentir. Con los ojos bien abiertos, observé cómo se inclinaba sobre mí; mi corazón latía con impaciencia por sentir sus labios en los míos.

Sus pulgares se movieron, siguiendo la curva de mi mandíbula. Mis labios se separaron. Pero el ángulo no era el adecuado para un beso en condiciones, y mis hombros se relajaron al darme cuenta de que se disponía a besarme en la comisura de mi boca.

Me relajé, inclinándome hacia el encuentro, y casi me entró el pánico cuando sus dedos se movieron más atrás, enterrándose en mi pelo. La adrenalina bombeaba en mi interior en una gélida corriente al darme cuenta de que no se dirigía a mi boca en absoluto.

¡Iba a besarme en el cuello!, pensé quedándome helada.

Pero se detuvo con timidez, exhalando cuando sus labios encontraron el suave hueco entre mi oreja y la mandíbula. Los restos de adrenalina que corrían a través de mí, hicieron que mi pulso se acelerase. Sus labios eran delicados, pero sentía sus manos firmes en mi rostro, con un ansia contenida.

Una fresca calidez ocupó el sitio de sus labios cuando él se apartó, aunque se mantuvo allí durante un momento. Mi corazón latía salvajemente, y supe que él podía sentirlo casi como si fuera el suyo. Exhaló un largo y pausado aliento al mismo tiempo que yo.

Kisten retrocedió con el sonido del roce de la lana. Sus ojos encontraron los míos, y advertí que mis manos se habían elevado y se encontraban en su cintura. Bajaron de allí de mala gana y tragué saliva, sobrecogida. A pesar de que no había llegado a tocar mis labios o mi cuello, había sido uno de los besos más estimulantes que había experimentado jamás. La emoción de no saber lo que se disponía a hacer me había puesto en tal estado de ansiedad que un beso de verdad nunca habría podido ni acercarse.

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