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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (46 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—Súbete al espejo —dijo, con el rostro inexpresivo tras las gafas ahumadas.

Mi mirada salió disparada al que me esperaba en el suelo.

—No… no puedo —susurré.

Apretó los labios finos y yo hice rechinar los dientes para no decir nada cuando me cogió y me subió encima. Cogí una bocanada de aire y abrí mucho los ojos cuando sentí que me deslizaba cinco centímetros en el interior del espejo.

—Oh, Dios, oh, Dios —gemí, estaba deseando sujetarme a la encimera pero Al estaba en medio, con una gran sonrisa.

—Aparta tu aura —dijo.

—No puedo —jadeé, estaba empezando a hiperventilar.

Al se bajó las gafas por la nariz y me miró por encima de ellas.

—Da igual. Se está disolviendo como azúcar entre la lluvia.

—No —susurré. Empezaron a temblarme las rodillas y empeoraron las palpitaciones que sentía en la cabeza. Podía percibir cómo se me escapaba el aura y a Al apoderándose un poco más de mí.

—Estupendo, magnífico —dijo Al con los ojos de cabra clavados en el espejo.

Mi mirada siguió a la suya y me sujeté el estómago. Me podía ver en él. Tenía el rostro cubierto por el aura de Al, negro y vacío. Solo se me veían los ojos, un tenue fulgor parpadeaba a su alrededor. Era mi alma, que intentaba crear aura suficiente para ponerla entre la de Al y la mía. Pero no bastaba, el espejo la iba absorbiendo toda y yo empezaba a sentir la presencia de Al hundiéndose en mi cuerpo.

Me di cuenta de que estaba jadeando e imaginé lo que debía de haber sido para Ceri, con su alma desaparecida por completo y el aura de Al filtrándose así en ella sin cesar, foránea y malvada.

Me puse a temblar. Me tapé la boca con la mano y busqué como una loca algo en lo que vomitar. Contuve las arcadas y me aparté del espejo. Iba a vomitar. Ah, no, de eso nada.

—Maravilloso —dijo Al cuando me encorvé con los dientes apretados y la bilis en la boca—. Ya lo tienes todo. Trae. Ya lo echo yo en la tinaja por ti.

Su voz era alegre y brillante y mientras lo miraba entre el pelo que me cubría la cara, Al dejó caer el espejo en la poción. El brebaje destelló y se hizo transparente. Como yo sabía que ocurriría.

Ceri estaba sentada en el suelo, llorando con la cabeza en las rodillas. Levantó la cabeza y pensé que estaba mucho más hermosa todavía con todas aquellas lágrimas. Cuando yo lloraba, solo me ponía fea.

Me sobresalté cuando un grueso volumen amarillento golpeó la encimera a mi lado. La luz que atravesaba la ventana estaba empezando a hacerse más fuerte pero el reloj decía que solo eran las cinco. Casi tres horas para que saliese el sol y pusiese fin a aquella pesadilla, a menos que Al le pusiera fin antes.

—Léelo.

Bajé la cabeza y lo reconocí. Era el libro que yo había encontrado en mi ático, el que Ivy había afirmado que no estaba entre los que había dejado allí para mí, el mismo que yo le había dado a Nick para que me lo guardara después de que lo usara sin querer para convertirlo en mi familiar y el mismo libro que Al nos había quitado con engaños. El que Algaliarept había escrito para convertir a la gente en familiares de demonios.
Mierda
.

Tragué saliva. Tenía los dedos pálidos cuando los apoyé en el texto y lo recorrí para encontrar el encantamiento. Estaba en latín pero yo sabía la traducción.

—«Parte para ti, y para mí todo» —susurré—. «Unidos por un vínculo, ese es mi ruego».


Pars ubi, totum mihi
—dijo Al con una sonrisa—.
Vinctus vinculuis, prece fratis
.

Me empezaron a temblar los dedos.

—«Bajo la seguridad de la luna, la luz sana. Caos decretado, en vano sea nombrado».


Luna servata, lux sanata. Chaos statutum, pejus minutum
. Continúa. Termina.

Solo quedaba una línea. Una línea y el hechizo estaría completo. Nueve palabras y mi vida sería un infierno viviente ya estuviera en mi lado de las líneas o no. Respiré hondo. Y después otra vez.

—«Al abrigo de la mente» —susurré. Me temblaba la voz y cada vez me costaba más respirar—. «Portador del dolor. Cautivos hasta que los mundos mueran…».

La sonrisa de Al se abrió todavía más y en sus ojos hubo un destello negro.


Mentem tegens, malum ferens
—entonó—.
Semper servus. Dum duret… mundus
.

Con una impaciencia incontenible, Al se quitó los guantes y metió las manos en la tinaja. Yo di una sacudida. Una punzada reverberó por mi cuerpo, seguida por un mareo que me revolvió las tripas. Negro y asfixiante, el hechizo me envolvió el alma y me entumeció.

Con las manos chorreando y los nudillos rojos, Al se apoyó en la encimera. Un trémulo brillo carmesí cayó sobre él como una cascada y su imagen se desdibujó antes de resolverse. Parpadeó, parecía agitado.

Respiré hondo una vez, y luego otra. Estaba hecho. Al tenía mi aura para siempre, todo salvo lo que mi alma estaba intentando reponer con desesperación para que se interpusiera entre mi ser y el aura de Al que todavía me cubría. Quizá con el tiempo mejoraría, pero lo dudaba mucho.

—Bien —dijo mientras se bajaba las mangas y se limpiaba las manos con una toalla negra que había aparecido entre sus dedos. Se materializaron unos guantes negros que le ocultaron las manos—. Bien hecho. Estupendo.

Ceri lloraba en silencio pero yo estaba demasiado exhausta para mirarla siquiera.

Me sonó el móvil en el bolso, en la otra encimera, un sonido absurdo.

Las últimas dudas pasajeras de Al se desvanecieron.

—Oh, déjame contestar a mí —dijo, rompió el círculo y fue a responder el teléfono.

Me estremecí al sentir un ligero tirón en mi centro vacío, la energía regresaba a través de Al hacia la línea en la que se había originado. Al alzó las cejas, encantado, e hizo girar mi móvil entre las manos enguantadas.

—¿Me pregunto quién será? —dijo con una sonrisa afectada.

Incapaz de soportarlo más, me deslicé hasta el suelo con la espalda pegada a la encimera y me abracé las rodillas. El aire del agujero de ventilación era cálido en mis pies desnudos pero los vaqueros húmedos absorbían el frío. Era el familiar de Al. ¿Por qué me molestaba siquiera en seguir haciendo circular el aire por los pulmones?

—Para eso toman tu alma —susurró Ceri—. No puedes matarte si tienen tu voluntad.

Me la quedé mirando y empecé a entenderlo todo.

—¿Digaaaa? —ronroneó Al apoyado en el fregadero, el cilindro rosa tenía un aspecto extraño junto a su encanto del viejo mundo—. ¡Nicholas Gregory Sparagmos! ¡Qué gran placer!

Levanté la cabeza de repente.

—¿Nick? —dije sin aliento.

Al tapó con una larga manó el teléfono y habló con tono afectado.

—Es tu novio. Te lo voy a irradiar. Pareces cansada. —Arrugó la nariz y se volvió hacia el teléfono—. Lo has sentido, ¿no? —dijo con tono alegre—. ¿A que te falta algo? Ten cuidado con lo que deseas, pequeño mago.

—¿Dónde está Rachel? —dijo la voz de Nick, aflautada y minúscula. Parecía aterrado y se me cayó el alma a los pies. Estiré el brazo aunque sabía que Al no iba a darme el teléfono.

—Pues resulta que está a mis pies —dijo Al con una gran sonrisa—. Mía, toda mía. Cometió un error y ahora es mía. Envíale unas flores a la tumba. Es todo lo que puedes hacer.

El demonio escuchó un momento, las emociones revoloteaban sobre él.

—Oh, no hagas promesas que no puedes mantener. Es taaaan plebeyo. Resulta que ya no necesito ningún familiar, así que no voy a responder a tus pequeñas invocaciones; no me llames. La chica ha salvado tu alma, hombrecito. Una pena que nunca le dijeras lo mucho que la querías. Los humanos sois tan imbéciles…

Cortó la llamada de Nick en plena protesta de este. Cerró el móvil con un sonido seco y lo volvió a dejar caer en mi bolso. Empezó a sonar de inmediato y Al lo tocó una vez. Mi móvil hizo sonar su aborrecible canción de despedida y se apagó.

—Bueno. —Al dio una palmada—. ¿Dónde estábamos? Ah, sí. Vuelvo enseguida. Quiero verlo funcionar. —Con los ojos resplandeciendo de placer, el demonio se desvaneció con una pequeña corriente de aire.

—¡Rachel! —exclamó Ceri. Cayó sobre mí y me sacó a rastras del círculo roto. La empujé, demasiado deprimida para intentar apartarme. Allí estaba. Al iba a llenarme con su fuerza, me obligaría a sentir sus pensamientos, me convertiría en una simple batería capaz de hacerle el té y fregarle los platos. Comenzó a rodar la primera de mis lágrimas de impotencia pero no encontré la voluntad de odiarme por ellas. Sabía que debería estar llorando. Había apostado la vida para encerrar a Piscary y había perdido.

—¡Rachel! ¡Por favor! —me rogó Ceri, me agarraba con tal fuerza que me dolía cuando intentaba arrastrarme. Tenía los pies mojados y emitían un chirrido, la empujé para intentar hacerla parar.

Una burbuja roja de siempre jamás cobró vida con un estallido seco donde Al se había desvanecido. La presión de aire cambió de forma violenta y Ceri y yo nos tapamos los oídos con las manos.

—¡Maldito sea el cielo y todo lo que hay en él! —maldijo Al con la levita verde de terciopelo abierta y desaliñada. Estaba despeinado y ya no llevaba las gafas—. ¡Pero si lo hiciste todo bien! —gritó entre violentos gestos—. Tengo tu aura. Tú tienes la mía. ¿Por qué no puedo llegar a ti a través de las líneas?

Ceri se arrodilló a mi lado y me rodeó con un brazo con gesto protector.

—¿No ha funcionado? —dijo con voz trémula, mientras tiraba de mí un poco más. Su dedo húmedo trazó un rápido círculo a nuestro alrededor.

—Mírame, ¿te parece que ha funcionado? —exclamó Al—. ¿Te parece que estoy contento?

—No —dijo Ceri, sin aliento, y su círculo se expandió a nuestro alrededor, manchado de negro pero fuerte—. Rachel —dijo dándome un apretón—. Todo va a ir bien.

Al se quedó muy quieto. Se giró en medio de un silencio mortal y sus botas hicieron un ruido suave en el piso.

—No, de eso nada.

Abrí mucho los ojos al ver su cólera frustrada.
Oh, Dios. Otra vez no
.

Me puse rígida cuando invocó una línea y la mandó a toda velocidad contra mí. Con ella llegó un susurro de emoción demoníaca, una anticipación satisfecha. Me atravesó el fuego y chillé al tiempo que apartaba a Ceri de un empujón. Su burbuja estalló y tuve la sensación de que se convertía en agujas calientes que contribuyeron a mi agonía.

Encogida en posición fetal, busqué con frenesí la palabra en mis pensamientos, «
Tulpa
», y me derrumbé de alivio cuando me atravesó el torrente y se acomodó en la esfera de mi mente. Levanté poco a poco la cabeza, jadeando. La confusión y la frustración de Al me llenaron. Mi cólera fue creciendo hasta que ensombreció sus emociones.

Los pensamientos de Al que había en los míos se tornaron en pura sorpresa. Se me nubló la vista cuando lo que veía entró en conflicto con lo que mi cerebro decía que era verdad y me levanté con un tambaleo. La mayor parte de las velas se habían apagado, derribadas, convertidas en charcos de cera que aromatizaban el aire con humo. Al sintió el desafío a través del vínculo que nos unía y su rostro adquirió una expresión desagradable cuando se coló el orgullo que yo sentía por haber aprendido a almacenar energía.

—Ceri… —la amenazó, había entrecerrado los ojos de cabra.

—No funcionó —dije en voz muy baja, lo miraba entre el cabello mojado y desgreñado que me cubría la cara—. Sal ahora mismo de mi cocina.

—Voy a hacerte mía, Morgan —gruñó Al—. Sino puedo llevarte por derecho, por Dios que pienso golpearte hasta que te sometas y voy a arrastrarte, acabada y sangrando.

—¿Ah, sí? —le contesté. Le eché un vistazo a la olla que había contenido mi aura. Abrió mucho los ojos, sorprendido, al darse cuenta de lo que pensaba en cuanto lo pensé. El vínculo iba en ambas direcciones. Había cometido un error.

—¡Sal ahora mismo de mi cocina! —exclamé mientras soltaba la energía de la línea que me había obligado a contener a través del vínculo de servidumbre y se la tiraba a él. Me erguí con una sacudida cuando me atravesó entera y penetró en él, dejándome a mí vacía. Al dio un tropezón hacia atrás, conmocionado.

—Tú… tú… ¡
Canícula
! —exclamó, y su imagen se desdibujó.

Se tambaleó para no caerse e invocó una línea para añadir más fuerza.

Entrecerré los ojos y me prometí devolvérsela al instante. Fuera lo que fuera lo que me iba a enviar iba a terminar volviendo a aquella cosa.

Al se atragantó cuando percibió lo que iba a hacer yo. Sentí un tirón repentino en las tripas y vacilé, me sujeté contra la mesa cuando Al rompió la conexión directa que había entre los dos. Me lo quedé mirando desde el otro lado de la cocina, me costaba respirar. Aquello se iba a acabar allí mismo, sin esperar más, y uno de los dos iba a perder. Y no iba a ser yo. En mi cocina, no. No esa noche.

Al dio un pequeño paso atrás y adoptó una postura relajada y engañosa. Se pasó una mano por el pelo y se lo alisó. Aparecieron de repente las gafas redondas ahumadas y se abrochó la levita.

—Esto no funciona —dijo, tajante.

—No —contesté con voz ronca—. No funciona.

A salvo en su círculo, Ceri lanzó una risita.

—No puedes hacerte con ella, Algaliarept, gran estúpido —se burló, lo que me hizo preguntarme por qué habría elegido aquellas palabras—. Hiciste que la puerta de la servidumbre girara en ambos sentidos cuando la obligaste a darte su aura. Ahora eres su familiar tanto como ella la tuya.

La momentánea expresión de placidez de Al se convirtió en cólera en un instante.

—He utilizado este hechizo mil veces para extraer auras y jamás ha pasado esto. No soy su familiar.

Observé, tensa y un poco mareada, el taburete de tres patas que apareció detrás de Al. Parecía algo más propio de Atila el Huno, con un cojín de terciopelo rojo y unos flecos de pelo de caballo que llegaban al suelo. Sin molestarse en mirar si lo tenía detrás, Al se sentó con expresión desconcertada.

—Por eso llamó Nick —dije y Al me lanzó una mirada condescendiente. Al coger mi aura, había roto el vínculo que tenía con Nick y este lo había sentido.
Ah, mierda. ¿Al era mi familiar
?

Ceri me hizo un gesto para que me uniera a ella en el círculo pero no podía arriesgarme a que Al pudiera hacerle daño durante el instante que le llevaría reformarlo. Aunque Al estaba muy ocupado con sus propios pensamientos.

—Hay algo que no marcha bien —murmuró—. Lo he hecho con cientos de brujas que tenían alma y jamás se ha forjado un vínculo tan fuerte. ¿Qué fue lo que cambió…?

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