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Authors: Chuck Palahnouk

Asfixia (12 page)

BOOK: Asfixia
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Sin mirarme, Denny dice:

—Tío, ¿sabes cuánto me costaría una modelo de verdad?

Yo le contesto:

—Tío, no te olvides de dibujarle los pelos enquistados.

Le pregunto a la paciente si ha notado algún cambio en el ciclo de sus movimientos intestinales.

Arrodillada delante de nosotros, con las uñas pintadas de negro extendidas a ambos lados de su cuerpo e inclinada hacia atrás, mirándonos por encima de su propio cuerpo arqueado, dice:

—¿Qué?

El cáncer de piel, le grito, es el cáncer más común entre las mujeres de entre veintinueve y treinta y cuatro años.

Le grito:

—Necesito palparte los nódulos linfáticos.

Y Denny dice:

—Tío, ¿quieres saber lo que me dijo tu madre o no?

Yo grito:

—Déjame palparte aunque sea el bazo.

Y haciendo un boceto rápido con el corcho quemado, Denny dice:

—¿Noto tal vez un ciclo de vergüenza?

La rubia se pasa los codos por detrás de las rodillas y se acuesta de espaldas, pellizcándose los pezones con los dedos índice y pulgar de cada mano. Abre mucho la boca, nos saca la lengua y la retuerce. Luego dice:

—Daiquiri —dice—. Me llamo Cherry Daiquiri. No podéis tocarme —dice—, ¿Pero dónde está ese lunar que me dices?

La frase «Mamá es acróbata en dos circos» sirve para recordar las ramas colaterales de la arteria axilar.

«Mamá» se refiere a la mamaria externa.

«Es» se refiere a la escapular inferior.

«Acróbata» es por la acromiotorácica con sus dos ramas, acromial y torácica superior.

Los «dos circos» son por las dos circunflejas, anterior y posterior.

Las ramas colaterales de la arteria humeral son: rama deltoidea, arteria nutricia del húmero, arteria humeral profunda, arteria colateral cubital superior y arteria colateral cubital inferior. La ayuda mnemotécnica para aprender esto es «Adelmo se nutre profundamente con dos cubitos».

La única forma de aprobar medicina son las ayudas mnemotécnicas.

La chica anterior a esta, otra rubia pero con la clase de implante duro en las tetas de aquellos de los de antes, de los que podías colgarte para hacer flexiones de brazos, se estaba fumando un cigarrillo como parte de su actuación, así que le pregunté si tenía algún dolor persistente en el abdomen o en la espalda. ¿Había notado alguna pérdida de apetito, algún malestar general? Si era así como se ganaba la vida, era mejor que se hiciera frotis vaginales con regularidad.

—Si fumas más de un paquete al día —le digo—. Quiero decir, si te lo fumas así.

Una conización no sería mala idea, le digo, o por lo menos una dilatación y un raspado.

Ella se pone a cuatro patas, haciendo girar a cámara lenta sus nalgas abiertas y su portezuela rosácea y arrugada, nos mira por encima del hombro y dice:

—¿Qué es ese rollo de la «conización»?

Y dice:

—¿Qué es, algo nuevo que os metéis? —Y me sopla el humo en la cara.

Bueno, sopla es un decir.

Es cuando raspas una muestra del cuello uterino en forma de cono, le digo yo.

Y ella se pone pálida, incluso a través del maquillaje, incluso bajo la mezcla de luz roja y negra, y cierra las piernas. Apaga el cigarrillo en mi cerveza y dice:

—Lleváis un rollo enfermo con las tías. —Y se larga con el lío que tenemos al lado a pie de escenario.

Yo le grito:

—Cada mujer es un problema básicamente distinto.

Con el tapón todavía en la mano, Denny coge mi cerveza y me dice:

—Tío, no hay que desperdiciar nada. —Luego lo derrama lodo excepto la colilla apagada en su vaso. Me dice—: Tu madre habla mucho de un tal doctor Marshall. Dice que le ha prometido volverla joven otra vez —me dice Denny—, Pero solamente si cooperas.

Y yo le digo:

—Doctora. La doctora Paige Marshall. Es una mujer.

Se presenta otra paciente, una morena con el pelo rizado de unos veinticinco años, exhibiendo una posible deficiencia de ácido fólico, con la lengua roja y de aspecto glaseado, el abdomen ligeramente distendido y los ojos vidriosos. Le pregunto si le puedo escuchar el corazón. En busca de palpitaciones. De arritmias. ¿Ha tenido alguna náusea o diarrea?

Denny me dice:

—¿Tío?

El perfil del líquido cefalorraquídeo normal puede recordarse por la regla mnemotécnica de «los cincos»: la presión de apertura debe estar entre cinco y quince mmHg; las células deben de medir como máximo 5 mm³; la proteinorraquia no debe exceder los cincuenta miligramos por decilitro, y la glucorraquia no debe bajar de los cincuenta miligramos por decilitro.

—¿Tío? —dice Denny.

Las enfermedades que una madre puede pasar al bebé son TORCH: Toxoplasmosis, Otras (o sea, Sífilis y VIH), Rubéola, Citomegalovirus y Herpes. Va bien imaginarse a una madre
pasándole la antorcha
al bebé.

Los niños salen a las madres.

Denny me chasquea los dedos en la cara:

—¿Qué pasa contigo? ¿Por qué te pones en este plan?

Porque es la verdad. Es el mundo en el que vivimos. He estado allí, he hecho el examen de ingreso en la facultad de medicina. Estuve el tiempo suficiente en la facultad de medicina de la USC como para saber que un lunar nunca es un lunar. Que un simple dolor de cabeza quiere decir tumores cerebrales, quiere decir visión doble, aturdimiento, vómitos seguidos de ataques nerviosos, somnolencia y la muerte.

Una pequeña contracción muscular quiere decir la rabia, quiere decir calambres musculares, sed, confusión y babeo, seguidos de ataques nerviosos, coma y muerte. El acné quiere decir quistes de ovario. Sentirse un poco cansado quiere decir tuberculosis. Los ojos inyectados en sangre quieren decir meningitis. La somnolencia es la primera señal de la fiebre tifoidea. Esas cosas flotantes que atraviesan tu campo de visión en los días soleados quieren decir que se te está desprendiendo la retina. Que te estás quedando ciego.

—Fíjate en sus uñas —le digo a Denny—, Son una señal segura de cáncer de pulmón.

Si te sientes confuso, quiere decir colapso renal, o sea, un fallo grave del riñón.

Uno aprende todo esto en Reconocimiento Físico, en el segundo año de medicina. Uno aprende todo esto y no hay vuelta atrás.

Ojos que no veían, corazón que no sentía.

Un hematoma quiere decir cirrosis hepática. Un eructo quiere decir cáncer colorrectal o cáncer de esófago o por lo menos una úlcera péptica.

La brisa al soplar parece que susurra carcinoma escamoso.

Los pájaros en los árboles parece que pían histoplasmosis.

A toda la gente que ves desnuda los ves como pacientes. Una bailarina puede tener unos ojos claros preciosos y unos pezones oscuros y duros, pero si le huele el aliento tiene leucemia. Una bailarina puede tener un pelo tupido, largo y limpio, pero si se rasca el cuero cabelludo es que tiene linfoma de Hodgkin.

Página a página, Denny llena su bloc de estudios del natural, de mujeres hermosas y sonrientes, mujeres esbeltas que le lanzan besos, mujeres con la cara inclinada hacia abajo y los ojos mirando hacia arriba en dirección a él a través de una cascada de cabello.

—Perder el sentido del gusto —le digo a Denny— quiere decir cánceres orales.

Y sin mirarme, observando alternativamente su dibujo y a la nueva bailarina, Denny dice:

—Tío, entonces tú hace tiempo que tienes los cánceres esos.

Aunque mi madre se muriera no estoy seguro de querer volver y ser readmitido antes de que empiecen a caducar mis créditos. A estas alturas ya sé más de lo que me apetece.

Después de descubrir la cantidad de cosas que pueden salir mal, tu vida ya no se basa tanto en vivir como en esperar. El cáncer. La demencia. Cada vez que te miras en el espejo buscas el sarpullido rojo que indica la aparición de un herpes. Véase también: tiña.

Véase también: sarna.

Véase también: enfermedad de Lyme, meningitis, fiebre reumática, sífilis.

La siguiente paciente en aparecer es otra rubia, delgada, tal vez demasiado. Probablemente un tumor espinal. Si le duele la cabeza, tiene un poco de fiebre y le duele la garganta, tiene la polio.

—Haz esto —le grita Denny, y se tapa las gafas con las manos abiertas.

La paciente lo hace.

—Tío —dice—, las modelos de escuela nunca están tan potentes.

Lo único que veo es que la paciente no baila muy bien y está claro que su falta de coordinación quiere decir esclerosis amiotrópica lateral.

Véase también: enfermedad de Lou Gehrig.

Véase también: parálisis total. Véase también: dificultades respiratorias. Véase también: calambres, cansancio, llanto.

Con el borde de la mano, Denny difumina las líneas trazadas con el corcho para darles profundidad y sombra. Está dibujando a la mujer del escenario tapándose los ojos con las manos y con la boca entreabierta y la esboza deprisa, mirando fugazmente de vez en cuando en busca de los detalles, el ombligo, la curva de las caderas. Mi única queja es que Denny nunca dibuja a las mujeres tal como son. En la versión de Denny, los muslos flácidos de una mujer parecen duros como la roca. Las bolsas de debajo de los ojos se aclaran y se tonifican.

—¿Te queda algo en metálico, tío? —dice Denny—. No quiero que se vaya todavía.

Pero yo estoy sin blanca y la chica se va con el siguiente tío a pie de escenario.

—A ver, Picasso —le digo.

Denny se rasca debajo del ojo y se deja un manchón de carbonilla. Luego le da la vuelta al bloc de impresos lo bastante como para mostrarme a una mujer desnuda tapándose los ojos, esbelta y con todos los músculos en tensión, sin ninguna de las alteraciones físicas provocadas por la gravedad, la luz ultravioleta o la mala nutrición. Es delgada pero suave. Está flexionada pero relajada. Es una imposibilidad física total.

—Tío —le digo—, la has hecho demasiado joven.

La siguiente paciente vuelve a ser Cherry Daiquiri, que regresa, esta vez sin sonreír, mordiéndose el interior de una mejilla, y me pregunta:

—¿Estás seguro de que este lunar que tengo es canceroso? O sea, no sé, pero ¿cómo de grave crees que es...?

Levanto un dedo sin mirarla. En el lenguaje internacional de signos, eso quiere decir
Por favor, espere. El doctor la vera enseguida.

—No tiene los tobillos tan finos ni de coña —le digo a Denny—. Y tiene el culo mucho más grande que el que has dibujado.

Me inclino para ver qué está haciendo Denny y luego miro a la parte del escenario donde se ha ido la paciente de antes:

—Tienes que hacerle las rodillas más abultadas —le digo.

La bailarina de antes me fulmina con la mirada.

Denny sigue dibujando. Le hace unos ojos enormes. Le arregla el pelo estropeado. Lo hace todo fatal.

—Tío —le digo—, ¿sabes que no eres muy buen artista?

Le digo:

—En serio, tío. Yo no la veo así para nada.

Denny dice:

—Si te sigues cagando en todo lo que ves te va a hacer falta llamar a tu tutor, de veras —dice—. Y en caso de que te importe una mierda, tu madre dice que tienes que leer lo que pone en su diccionario.

Le digo a Cherry, que está agachada delante de nosotros:

—Si de verdad quieres salvar tu vida, voy a tener que hablar contigo en algún sitio privado.

—No, diccionario no —dice Denny—. Diario. En caso de que te preguntes de dónde vienes, está todo en su diario.

Y Cherry deja colgar una pierna por el borde del escenario y empieza a bajarse.

Le pregunto qué hay en el diario de mi madre.

Y sin dejar sus dibujitos, viendo lo que no existe, Denny dice:

—Sí, eso, diario. Nada de diccionario. El rollo ese de la verdad sobre tu padre está en su diario.

17

La chica del mostrador de entrada de Saint Anthony se tapa la boca para bostezar y cuando le pregunto si quiere ir a tomar una taza de café me mira de reojo y dice:

—Con usted, no.

De verdad, no estoy intentando ligar con ella. Yo le vigilo el mostrador mientras ella se va a buscar un café. No estoy tirándole los tejos.

De verdad.

Le digo:

—Tiene cara de estar cansada.

Lo único que hace en todo el día es admitir a unas cuantas personas y dejar salir a otras tantas. Mirar el monitor de vídeo que muestra el interior de Saint Anthony, todos los pasillos, la sala de estar común, el comedor, el jardín. La pantalla cambia de un escenario a otro cada diez segundos. La imagen es borrosa y en blanco y negro. En la pantalla se ve el comedor durante diez segundos, vacío y con todas las sillas del revés encima de las mesas, las patas de acerocromo al aire. Durante los diez segundos siguientes se ve un pasillo largo con alguien encorvado en un banco pegado a la pared.

Durante los diez segundos siguientes, la imagen borrosa en blanco y negro muestra a Paige Marshall empujando la silla de ruedas de mi madre por otro pasillo largo.

La chica del mostrador de entrada dice:

—Solamente tardo un minuto.

Al lado del monitor de vídeo hay un viejo altavoz. Se trata de una especie de altavoz antiguo con un dial rodeado de números y forrado de tela de mohair con bultitos como la de los sofás. Cada número corresponde a una sala de Saint Anthony. Sobre el mostrador hay un micrófono que sirve para emitir mensajes por megafonía. Ajustando el dial al; número correspondiente se puede escuchar lo que pasa en cualquier sala del edificio.

Y durante un momento, del altavoz sale la voz de mi madre diciendo:

—Me he definido a mí misma, toda mi vida, por aquello a lo que me enfrentaba...

La chica pone el dial del intercomunicador en el nueve y se oye una radio en español y el ruido metálico de ollas en la cocina, donde está el café.

Le digo a la chica:

—Tómese su tiempo. —Y le digo—: No soy el monstruo— que le pueden haber dicho que soy algunas amargadas que hay por aquí.

A pesar de que yo he sido tan amable, mete su bolso en un cajón y lo cierra con llave. Me dice:

—No tardaré más de un par de minutos, ¿de acuerdo?

De acuerdo.

Luego desaparece por las puertas de seguridad y yo me quedo sentado detrás del mostrador. Mirando el monitor: la sala de estar común, el jardín, un pasillo, cada sitio durante diez segundos. Buscando a Paige Marshall. Con una mano muevo el dial de un número a otro, escuchando lo que pasa en todas las habitaciones en busca de la doctora Marshall. De mi madre. En blanco y negro y casi en directo.

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