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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Fantástico, #Drama

Baila, baila, baila (59 page)

BOOK: Baila, baila, baila
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Yumiyoshi se presentó a las tres de la madrugada. A las tres alguien llamó a la puerta. Yo encendí la lámpara de la mesilla y miré la hora. Luego me puse el albornoz, caminé hasta la puerta y la abrí sin pensar. Tenía un sueño tremendo y no estaba como para ponerme a pensar. Al abrirla, allí estaba ella. Vestía la chaqueta azul claro del uniforme. Como siempre, se coló en la habitación por el resquicio de la puerta entreabierta. Yo la cerré.

Se quedó de pie en medio de la habitación y soltó un gran suspiro. Luego se quitó la chaqueta sin hacer ruido y la colgó del respaldo de la silla de forma que no se arrugase. Igual que siempre.

—¿Qué? ¿A que no he desaparecido? —me dijo.

—No, no has desaparecido —contesté, confuso. Todavía no era capaz de delimitar la frontera entre lo real y lo irreal. Ni siquiera fui capaz de sorprenderme.

—La gente no desaparece así como así —dijo ella pronunciando lentamente cada palabra.

—Tú no lo entiendes. En este mundo puede pasar cualquier cosa. Cualquier cosa.

—Pues, como ves, estoy aquí. No he desaparecido.

Miré a mi alrededor, suspiré hondo y miré a Yumiyoshi a los ojos. Era real.

—Sí, lo veo —reconocí yo—. Parece que no has desaparecido. Pero ¿por qué has venido a las tres de la madrugada?

—No podía dormir —me dijo—. Después de hablar contigo, dormí un poco pero me desperté una hora más tarde y ya no pude volver a dormirme. Le daba vueltas a lo que me dijiste. ¿Y si desapareciese así de repente? Así que decidí llamar a un taxi y venir hasta aquí.

—¿Y no le ha extrañado a nadie que hayas llegado al trabajo a las tres de la madrugada?

—No pasa nada, no me han visto. A esta hora están todos durmiendo. Aunque sea servicio de veinticuatro horas, a las tres no hay nada que hacer. Los únicos que están en pie por si algo sucediera son los encargados de recepción y del servicio de habitaciones. Si se sube utilizando la puerta de empleados que hay en el aparcamiento subterráneo, nadie se entera. Además, aunque me vieran, hay tantos empleados que nadie sabría que no es mi turno; y aunque lo supieran, con decirles que he venido a dormir a la sala de descanso para empleados, asunto arreglado. Lo he hecho otras veces.

—¿En serio?

—Sí, cuando no puedo dormir me cuelo en el hotel de noche, doy unas vueltas y echo una cabezada. Me gusta. Te parecerá una estupidez, pero a mí me gusta. Me siento bien en el hotel. Nunca me han pillado. Quédate tranquilo. No me van a descubrir y, aunque lo hicieran, no dirían nada. Pero sí me metería en problemas si se supiera que he entrado en esta habitación, pero eso no va a pasar. Me quedaré hasta la mañana y saldré cuando sea hora de trabajar. ¿De acuerdo?

—Por mí estupendo. ¿A qué hora empiezas?

—A las ocho. —Consultó su reloj—. Dentro de cinco horas.

Con gestos nerviosos se quitó el reloj y lo dejó sobre la mesa con un golpecito. Luego se sentó en el sofá, se alisó la falda tirando de los bajos, alzó la cara y me miró. Yo me senté en una esquina de la cama y poco a poco volví en mí.

—Entonces… —dijo Yumiyoshi—. ¿Dices que me deseas?

—Muy intensamente —contesté—. Muchas cosas han cambiado. He cerrado un círculo. Y te deseo.

—Intensamente —repitió. Y volvió a estirarse la falda.

—Sí, muy intensamente.

—¿Y ese círculo del que hablas?

—Me ha devuelto a la realidad —respondí—. Aunque me ha llevado bastante tiempo, he regresado a la realidad. He pasado por situaciones peculiares. Varias personas han muerto. Otras han desaparecido. Todo ha sido muy confuso, lo que no quiere decir que esa confusión se haya desvanecido. Imagino que seguirá ahí durante mucho tiempo. Pero he cerrado un círculo. Y ésta es la realidad. Mientras cerraba ese círculo, estaba agotado. Aun así, no he dejado de bailar. No me he equivocado al dar los pasos y por eso he podido regresar aquí.

Me miró a los ojos.

—Me resulta complicado explicártelo en detalle. Pero quiero que confíes en mí. Te deseo, y para mí es algo muy importante. Igual de importante que para ti. No te miento.

—¿Y qué quieres que haga yo? —dijo Yumiyoshi sin cambiar de expresión—. ¿Emocionarme y acostarme contigo? En plan: ¡fantástico! ¡Qué maravilla que me desees!

—No, no es eso —le dije. Busqué las palabras adecuadas, pero, naturalmente, no existían—. ¿Cómo puedo explicártelo? Siempre lo he sabido. Yo nunca he dudado de ello. Tenía claro desde un principio que nos íbamos a acostar juntos. Pero al principio no podíamos. No era el momento. Por eso he esperado hasta dar una vuelta completa. He dado una vuelta. Ahora ya es el momento.

—¿Quieres decir que ahora debería acostarme contigo?

—Supongo que, desde un punto de vista lógico, es un poco precipitado. Y supongo que es la peor forma de convencerte. Lo admito. Pero, si te soy franco, así es como debe ser. Es la única forma de expresarlo. ¿Sabes? En otras circunstancias, intentaría seguir el orden natural de las cosas y seducirte. Sé cómo hacerlo. No tengo ningún problema en ligar, dé o no fruto. Pero esto es diferente. Es más simple. Está claro. Por eso no puedo expresarlo de otra forma. El asunto no es que lo hagamos bien o mal. Tú y yo nos vamos a acostar juntos. Siempre lo he sabido. Es un hecho, algo que ya estaba decidido. Y si lo eludimos, destrozaríamos algo importante que hay en ello. No te miento.

Yumiyoshi observó el reloj que había dejado sobre la mesa.

—No me parece que tenga mucho sentido —dijo. Después lanzó un suspiro y empezó a desabotonarse la blusa—. No mires.

Me eché en la cama y dirigí la mirada hacia una esquina del techo.

Ahí hay otro mundo, pensé. Pero yo estoy aquí.

Ella se desnudó despacio. Se oyeron algunos frufrús. Cada vez que se quitaba una prenda, debía de doblarla y colocarla ordenadamente en alguna parte. Se oyó un golpecito, como si hubiera dejado las gafas sobre la mesa. Un ruido muy sexy. Luego se acercó a mí. Apagó la luz de la cabecera y se metió en la cama. Se deslizó a mi lado en silencio. Igual que cuando entró en la habitación por el hueco de la puerta.

Yo estiré las manos y abracé su cuerpo. Nuestras pieles se rozaron. La suya era muy suave. Su cuerpo tenía consistencia. Era real. No como el de Mei. El cuerpo de Mei era de ensueño, pero ella vivía un espejismo, una ilusión. Una doble ilusión: su propia ilusión y la ilusión que la contenía.
¡Cucú!
El cuerpo de Yumiyoshi, en cambio, pertenecía al mundo real. Su tibieza, su peso, sus temblores eran reales. En eso pensaba mientras la acariciaba. En cambio, los dedos de Gotanda que acariciaban a Kiki no eran sino una ilusión. Eran sólo una actuación, eran el movimiento de la luz sobre la pantalla, eran una sombra que se deslizaba de un mundo a otro. Esto, en cambio, era diferente. Real.
Cucú!
Mis dedos reales acarician la piel real de Yumiyoshi.

—Es real —dije.

Yumiyoshi hundió su cara en mi cuello. Sentí su nariz. A oscuras, inspeccioné cada rincón de su cuerpo. Desde los hombros, los codos, las muñecas y las palmas de las manos hasta las puntas de sus diez dedos. No me salté ni el menor recoveco. Los recorrí con mis dedos para luego sellarlos con un beso. Seguí con los pechos, el vientre, los costados, la espalda y los pies, y también los sellé. Era necesario. No podía dejar de hacerlo. A continuación acaricié su tierno pubis con la palma de la mano y le di un beso.
¡Cucú!
Luego, su sexo.

Es real
, pensé.

Ninguno de los dos hablaba. Ella sólo respiraba sosegadamente. Pero también me deseaba. Podía sentirlo. Ella sabía lo que yo deseaba y entonces cambiaba de postura. Después de inspeccionar todo su cuerpo, volví a estrecharla con fuerza contra mi pecho. Sus brazos también sujetaban con fuerza mi cuerpo. Su aliento era cálido y húmedo. En él flotaban palabras que no llegaban a convertirse en palabras. Entonces la penetré. Mi pene estaba durísimo, caliente. Yo la deseaba intensamente.

Cerca del clímax, Yumiyoshi me mordió el brazo con tanta fuerza que sangré. No me importó. Era real. Dolor y sangre. Abrazado a sus caderas, me corrí despacio. Muy despacio, para no perder el paso.

—Ha sido maravilloso —dijo Yumiyoshi poco después.

—Sí. Ya lo sabía —respondí.

Se quedó dormida contra mi pecho. Dormía muy plácidamente. Yo no dormí. No tenía sueño y, además, era estupendo abrazarla mientras dormía. Poco después, rayó el alba y la luz iluminó poco a poco la habitación. Sobre la mesa estaban su reloj y sus gafas. La contemplé. Sin gafas también estaba muy guapa. La besé suavemente en la frente. Yo todavía la deseaba. Quería penetrarla una vez más, pero dormía tan plácidamente que no quise interrumpir su sueño. Abrazado a ella, contemplé cómo el cuadrado de luz se extendía por las cuatro esquinas de la habitación y la oscuridad retrocedía hasta desaparecer.

Su ropa estaba doblada y colocada sobre la silla: la falda, la blusa, las medias, la ropa interior. A los pies de la silla había dejado los zapatos negros. Eran reales. La ropa estaba doblada para que no quedasen arrugas: todo era real.

A las siete la desperté.

—Yumiyoshi, es hora de levantarse —le dije.

Abrió los ojos y me miró. Luego volvió a pegar la nariz contra mi cuello. «Fue maravilloso», me dijo. Después salió disparada de la cama y se irguió desnuda en medio de la luz de la mañana. Como si estuviera cargando energías. Observé su cuerpo con un codo apoyado en la almohada. Aquel cuerpo que horas antes había inspeccionado y sellado.

Yumiyoshi se dio una ducha, se peinó con mi cepillo para el pelo y se lavó los dientes con movimientos rápidos y precisos. Luego se vistió con esmero. La contemplé mientras se vestía. Se abrochó cada botón de la blusa blanca, uno por uno, con sumo cuidado, se puso la chaqueta y, frente al espejo, comprobó que no había ninguna arruga o mota de polvo. Se tomaba todas esas cosas muy en serio. Observar sus gestos era maravilloso. Le decían a uno que ya era de día.

—Tengo el maquillaje en la taquilla de la sala de descanso —me dijo.

—Estás guapa así —le dije.

—Gracias, pero si no me maquillo me llamarán la atención. Maquillarse forma parte del trabajo.

Volví a abrazarla de pie, en medio de la habitación. Abrazarla con el uniforme azul claro y las gafas puestas también era maravilloso.

—¿Ahora que ha amanecido también me deseas? —me preguntó.

—Mucho —respondí—. Más que ayer.

—Es la primera vez que me desean con tanta intensidad —dijo Yumiyoshi—. Lo noto.
Me noto deseada
. Es la primera vez que siento algo así.

—¿Nadie te había deseado nunca?

—No tanto como tú.

—¿Y cómo te sientes?

—Muy relajada —contestó—. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajada. Es como estar en una habitación cálida y confortable.

—Puedes quedarte para siempre —le dije—. Nadie sale ni entra.
Sólo estamos tú y yo
.

—¿Nos
asentaremos
? ¿Habremos encontrado
nuestro lugar
?

—Claro que sí.

Yumiyoshi apartó un poco la cara y me miró a los ojos.

—Dime, ¿puedo dormir contigo otra vez esta noche?

—Por mí no hay ningún problema. Pero ¿no es demasiado arriesgado para ti? Como se descubra, podrían despedirte. ¿No será mejor que durmamos en tu piso o en otro hotel? Sería más seguro, ¿no crees?

Yumiyoshi negó con la cabeza.

—No, aquí está bien. Me gusta este sitio. Éste es tu lugar y, al mismo tiempo, el mío. Quiero que me hagas el amor aquí. Si a ti te parece bien.

—A mí no me importa, con tal de que tú estés a gusto…

—Entonces hasta esta noche. Aquí —me dijo.

Luego entreabrió la puerta, escudriñó el pasillo y desapareció escurriéndose por el hueco.

Después de afeitarme y ducharme, salí a la calle, di un paseo y volví a tomarme dos cafés y un bollo en Dunkin’ Donuts.

La calle estaba llena de gente que iba a trabajar. Al ver aquella escena, sentí que debía retomar el trabajo. Tenía que ponerme a trabajar igual que Yuki había empezado a estudiar. Volver a la realidad. ¿Encontraría trabajo en Sapporo?

No estaría mal, pensé. Así podré vivir con Yumiyoshi. Ella iría al hotel y mientras yo haría mi trabajo.

¿Qué clase de trabajo haría? No lo sabía, pero algo saldría. Y, si no encontraba nada, me quedaban ahorros para unos meses.

Tampoco estaría mal escribir algo, pensé. No me disgustaba escribir. Después de tres años de trabajo ininterrumpido como quitanieves, me apetecía escribir mis propios textos.

Sí, eso era lo que deseaba.

Mis textos.
Mis propios textos
, simplemente. No hacía falta que fueran poesías, ni novelas, ni autobiografías, ni cartas. Lo importante era que esos textos no serían de encargo y no tendrían fechas de entrega. Textos para mí.

No era mala idea.

Luego recordé el cuerpo de Yumiyoshi. Recordé cada rincón de aquel cuerpo que había inspeccionado y sellado. Y después paseé de buen humor por aquellas calles en las que se respiraba el principio del verano; tomé un buen almuerzo acompañado de una cerveza, me senté en el vestíbulo del hotel y, a la sombra de una planta, durante un rato observé trabajar a Yumiyoshi.

44

Yumiyoshi vino a las seis y media de la tarde. Iba vestida de uniforme, cómo no, pero la blusa era diferente. Y esta vez traía una muda, y algunos objetos de aseo y de maquillaje en un bolsito de plástico.

—Te van a pillar —le dije.

—Tranquilo, que soy precavida —contestó con una sonrisa.

Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de la silla. Luego nos abrazamos en el sofá.

—¿Sabes? Hoy he estado pensando en ti todo el día —confesó—. Y se me ha ocurrido que sería estupendo trabajar cada día en el hotel y de noche venir a esta habitación a escondidas, acostarnos juntos, dormir y a la mañana siguiente salir otra vez a trabajar.

—Sería como trabajar en casa —dije yo sonriendo—. Pero, lamentándolo mucho, no tengo suficiente dinero para alojarme aquí para siempre. Además, si lo hiciéramos cada día, en algún momento acabarían pillándote.

Yumiyoshi, descontenta, chasqueó varias veces con los dedos.

—¡Qué mal funciona el mundo!

—Efectivamente —convine.

—Pero ¿te quedarás unos días más?

—Sí, creo que sí.

—Entonces vivamos juntos en el hotel mientras estés aquí.

Acto seguido se desnudó y volvió a doblar con cuidado cada prenda. Era una manía. Se quitó el reloj y las gafas y los dejó sobre la mesa. Luego hicimos el amor durante una hora. Aunque los dos acabamos agotados, era un cansancio muy placentero.

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