Boneshaker (25 page)

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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

BOOK: Boneshaker
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Apartó con la mano la jarra de cerveza, ya casi vacía, y tamborileó con los dedos en el mostrador.

—Digamos que Zeke no puede encontrar la casa porque nadie sabe dónde está. Pero sabe lo que pasó con la Boneshaker. No le costaría trabajo encontrar el distrito financiero porque, como habéis dicho, todo el mundo sabe dónde está. Y si pudiera bajar con una luz por el agujero… seguramente pensaría que es un modo sencillo de llegar a la casa.

Lucy alzó la otra ceja, y después bajó ambas con un gesto preocupado.

—Pero cielo, esos túneles no siguen en pie, no después de tanto tiempo. Los cavó una máquina, y están llenos de escombros. A estas alturas ya están derruidos en su mayor parte. Diablos, si subes colina arriba podrás ver los lugares en los que los túneles se han derrumbado, arrastrando árboles, y muros, y pedazos de edificios, a veces. Y además está el terremoto de anoche. No, no habría llegado muy lejos por esos túneles.

—Es cierto —dijo rápidamente Briar—. Pero no sé si a Zeke se le habrá ocurrido pensar en eso. Estoy segura de que lo intentará. Lo intentará, y se creerá muy listo por ello. Hmmm.

—¿Hmmm? —repitió Varney.

—Creo que tiene mapas —le dijo Briar.

Después le dijo a Lucy, y por tanto a todos los presentes:

—Encontré muchos papeles en su cuarto, y creo que tiene uno o dos mapas. No sé si le servirán de algo, y no sé si indicaban dónde estaban los bancos, o el distrito financiero, o cosas así. Dime, ¿hay alguien por allí, en esa parte de la ciudad, a quien Zeke podría haber pedido ayuda? Dijiste que Maynard’s no es el único lugar sellado dentro de los muros, ¿verdad? Habéis cavado estos lugares de aquí abajo.

Miró a su alrededor y añadió:

—Es decir, fijaos en este sitio. Habéis hecho algo increíble. Este local es estupendo, y no tiene nada que envidiar a ningún sitio que haya en las Afueras. Cuando supe que había gente viviendo aquí, no supe por qué. Pero ahora lo sé. Habéis convertido un lugar peligroso en un lugar donde la gente puede vivir en paz.

Y en ese momento, un zumbido profundo resonó, una especie de alarma, y todos los presentes se transformaron en perfecta sincronización.

Swakhammer sacó un par de enormes pistolas de sus fundas, y giró los tambores para asegurarse de que estaban cargadas. Lucy se agachó y sacó de detrás de la barra una ballesta modificada. Giró una palanca y el arma se desplegó; la colocó bocabajo en el mostrador y puso su brazo mecánico encima; el arma se pegó al brazo con un clic mecánico. Incluso el canoso Varney, con sus miembros de aspecto frágil, parecía preparado para lo peor. Levantó la tapa del piano y sacó un par de armas, que sostuvo de inmediato, una bajo cada brazo.

—¿Está cargada esa cosa? —preguntó Lucy, mirando de reojo el rifle de Briar.

Briar aún lo llevaba a la espalda, pero lo cogió y lo sostuvo, lista para disparar.

—Sí —dijo, aunque no recordaba cuánta munición le quedaba. ¿Cuántas veces había disparado desde el alfeizar? ¿Había recargado después? Al menos debían de quedarle un par de tiros.

Briar le preguntó a Swakhammer, dado que era el que estaba más cerca de ella:

—¿Qué pasa? ¿Qué significa ese ruido?

—Significa que tenemos problemas. No estoy seguro de qué tipo. Puede que sean malas noticias, o puede que no sea nada.

Squiddy levantó una lata de bronce que parecía una especie de cañón montado al hombro y dijo:

—Pero es mejor prepararse para lo peor.

Lucy añadió:

—Está conectada a la entrada del oeste. La puerta principal, vamos. La puerta por la que entraste. Jeremiah te guió junto a la alarma; probablemente no la viste.

A continuación, al zumbido se sumó un lastimero quejido que todos reconocieron enseguida, puesto que provenía de la estancia más allá del espacio sellado del bar.

—¿Dónde está tu máscara, cielo? —preguntó Lucy. No apartó la vista de la puerta principal.

—En la bolsa. ¿Por qué?

—Por si nos obligan a salir, y no hay otro sitio adonde ir más que arriba. —Quizá iba a decir algo más, pero una pesada colisión golpeó la puerta, y casi la derribó. Del otro lado llegaron más lamentos, que parecían aumentar en intensidad y agitación. Briar se puso la máscara.

Lucy le dijo a Swakhammer:

—¿Cómo está el túnel del este?

El otro ya estaba allí, inspeccionando la entrada del túnel, tras una puerta rectangular situada tras el piano.

—Dudoso —respondió.

—¿Y por arriba? ¿Es seguro? —preguntó Allen.

Sobre sus cabezas se oyó un sonoro estallido, y después multitud de pisadas de pies en descomposición recorriendo los suelos de lo que quiera que hubiera escaleras arriba. Nadie volvió a preguntar si era un camino seguro.

Varney apuntó sus armas a la puerta principal y dijo:

—Tenemos que bajar.

—Espera —le dijo Lucy.

Swakhammer regresó a la entrada del túnel del oeste, arrastrando un madero de vía férrea con una mano y poniéndose la máscara al mismo tiempo con la otra. Squiddy corrió junto a él y cogió el extremo del madero, y entre ambos lo levantaron y lo colocaron contra la puerta, en una serie de ranuras que lo mantuvieron fijo a cierta altura. Casi inmediatamente, un crujido resonó por todo el local, acompañado por el sonido de madera astillándose y partiéndose. La nueva barrera estaba sufriendo un duro castigo: los adornos de bronce y acero que sostenían el madero comenzaban a salirse de sus monturas.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —preguntó Briar.

—Tienes un arma —dijo Lucy.

—Y sabe dispararla —añadió Swakhammer mientras se dirigía a la parte trasera del local, donde cogió una barra metálica que usó como palanca para levantar una sección cuadrada del suelo. Varney fue a ayudarlo y puso la cadera de modo que el otro pudiera apoyar la compuerta sobre ella. Swakhammer regresó junto a Lucy, colocándose espalda con espalda con ella, con sus armas apuntando a la puerta del túnel del oeste.

—Ahí lo tienes —le dijo Lucy a Briar—. Puedes tomar una posición defensiva y disparar a la cabeza de cualquier cosa que entre por esa puerta. Nada más logrará frenarlos.

—El túnel del este ya no es dudoso —declaró Frank mientras cerraba la puerta de un golpe y giraba una barra metálica para echar el cerrojo. La puerta se cerró con un sonoro estallido perfectamente sincronizado con otro golpe al otro lado de la entrada principal.

—¡El subsótano está intacto! —dijo Swakhammer—. ¿Defendemos el fuerte o nos retiramos? Tú decides, Lucy.

—Siempre soy yo la que tiene que decidir —gruñó la otra.

—Es tu puto bar.

La mujer vaciló, y la puerta principal se partió en dos a cámara lenta, comenzando por la viga central, que fue la primera en ceder, hacia fuera.

—Frank, has dicho que…

—El camino del este está bloqueado.

—Y este también —dijo la mujer cuando una de las tablas de la puerta se partió y un ojo ulceroso apareció tras ella—. Es inútil, ¿verdad?

Briar levantó el rifle, entrecerró los ojos y disparó. El ojo desapareció, pero enseguida otro ocupó su puesto.

—Buen disparo —dijo Lucy—. Pero solo Dios sabe cuántos más hay detrás de ese. Tenemos que marcharnos. Mierda. Odio limpiar los restos de esas cosas. Vale. Bien. Todos fuera. Varney, tú sujeta la compuerta. Swakhammer, ve delante. Los demás, a la escotilla bajo la barra. Tú también, Wilkes.

—No. Me quedo contigo.

—Nadie va a quedarse. Nos marchamos todos. —Sin mirar por encima de su hombro, Lucy dijo—: Los demás, más os vale tener un pie en el túnel y otro en una puta piel de plátano. Cuando me dé la vuelta, no quiero ver a nadie más que a Varney sosteniendo la compuerta.

Briar echó un vistazo a su espalda. Frank, Ed, Allen y Willard ya se habían marchado, y Varney empujaba a patadas a Hank, que seguía medio grogui, hacia la compuerta.

—Todo despejado —anunció Varney cuando Hank cayó por la compuerta con un sonoro lamento.

—Bien —dijo Lucy. Pero entonces un enorme pedazo de madera saltó del marco de la puerta, hacia la barra, y tres oscilantes y apestosas manos salieron por el hueco, tirando de los otros maderos, que se interponían entre ellos y el local—. Después de ti, señorita Briar.

Swakhammer blasfemó en voz alta y centró su atención en la puerta tras el piano.

—¡Detrás de ti! —advirtió.

—Creo que ya tengo bastantes problemas delante de mí, señor Swakhammer —respondió Briar, y disparó de nuevo.

Swakhammer corrió hacia la entrada del túnel del este y se apoyó contra la puerta, haciendo fuerza con la espalda y clavando los pies en el suelo de madera gastada. La entrada del este estaba desmoronándose con tanta velocidad como su contrapartida del oeste.

—¡No podemos seguir así! —gritó, y se apartó en el mismo instante en que los primeros dedos huesudos trataban de aferrar su armadura. Giró sobre sí mismo, desenvainó sus pistolas y las disparó hacia la puerta con algo menos de puntería que Briar. Los disparos golpearon a partes iguales madera y podridos, y por tanto debilitaron la barrera aún más. Un pie apareció a través de una grieta en la viga inferior, dando frenéticas patadas, como si buscara algo con el tacto.

—¡Fuera! —gritó Briar, preparando el rifle de nuevo y disparando a cualquier cosa que se moviera tras los maderos rotos.

—¡Tú primero! —ordenó Lucy.

—¡Tú estás más cerca!

—¡Vale! —Lucy se lanzó tras la barra y bajó a toda prisa por la compuerta.

Cuando Briar oyó claramente a la mujer de un solo brazo caer al piso inferior, se giró justo a tiempo para ver el rostro enmascarado de Swakhammer a tan solo unos metros de ella, y acercándose a toda prisa.

Cogió el brazo de Briar, con tanta violencia y tan rápidamente que Briar estuvo a punto de dispararlo por accidente; sin embargo, alzó el rifle con la mano que tenía libre y la arrastró tras de sí como una cometa, mientras Swakhammer la guiaba hacia la compuerta en el suelo.

Las puertas se rompieron secuencialmente; la entrada del túnel del oeste y la del túnel del este se colapsaron hacia dentro, y una marea de cuerpos rotos y enfermizos entró a borbotones al local.

Briar los vio apenas, cuando acertó a mirar hacia atrás. No bajó el ritmo, y no vaciló, pero aun así podía echar un vistazo, ¿no? Los podridos acudían con una velocidad que parecía impropia de cuerpos que apenas mantenían unida la carne a los huesos. Uno de ellos llevaba media camisa. Otro solo llevaba botas, y las partes de su cuerpo que normalmente habrían quedado cubiertas comenzaban a desprenderse de sus huesos, que eran de un color entre negro y gris.

—Abajo —insistió Swakhammer. Le colocó la mano en la coronilla, y Briar se agachó para seguir el movimiento.

Casi cayó, imitando el tambaleante avance de Hank; sin embargo, en el último momento su mano aferró el primer escalón, y se deslizó hacia abajo, golpeando con las rodillas los muros y los costados de la escalera. Se detuvo al llegar abajo, y se tropezó, pero recuperó el equilibrio. Su mano desnuda se apoyó en el suelo, y rezó por que sus guantes estuvieran en los bolsillos de su abrigo. Si no era así, no tenía ni idea de adónde habían ido a parar.

Una mano la levantó del codo, y en la oscuridad vio el rostro preocupado de Frank por encima del suyo.

—Señorita —dijo—, ¿está bien?

—Si —le dijo ella, poniéndose en pie y echando a andar justo a tiempo para evitar que Swakhammer, que bajó la escalera de un pesado salto, le cayera encima.

Swakhammer extendió las manos y rodeó con ellas las asas de la escalera.

—Lucy —dijo, y no hizo falta que dijera nada más.

Ella ya estaba allí, con su puño mecánico rodeando un trío de barras de acero cuyo uso no resultaba evidente a primera vista. Lucy se las entregó a Swakhammer de una en una, y él las recogió con una mano mientras pasaba las barras por los pasadores con la otra.

Desde lo alto, dedos sin carne trataban de atravesar las rendijas del suelo, pero no había manera de entrar ya, y Swakhammer había traído la palanqueta consigo. Como una especie de último gesto de desafío, insertó el artefacto en una de las ranuras para que hiciera las veces de refuerzo extra.

Mientras las manos y los pies de los no muertos golpeaban y arañaban la compuerta, Briar trató de inspeccionar el túnel y averiguar dónde estaba. Sin duda era el punto a mayor profundidad en el que había estado nunca, por debajo de un sótano, en las entrañas de algo más, algo más profundo y más húmedo. Este lugar no era como los túneles de ladrillos por los que Swakhammer la había llevado; era un agujero cavado en un lugar sólido, y la ponía nerviosa. Le hacía pensar en otro lugar parecido, por debajo de su antigua casa, donde había comenzado su rastro de destrucción una catastrófica máquina.

Olía igual, a barro y musgo, y a serrín en descomposición. Apestaba como algo sin terminar; como algo que aún no había nacido.

Briar se estremeció y aferró con fuerza su rifle Spencer, pero la calidez del rifle, aún caliente tras ser disparado, no le hizo sentirse mejor. A su alrededor, los otros se amontonaban. La incomodidad que sentían hacía que la suya aumentase, hasta que estuvo tan nerviosa que le chasqueaban los dientes.

Finalmente, la compuerta estuvo tan cerrada como podía estarlo, y la gigantesca sombra de Swakhammer dejó de trabajar bajo el escandaloso techo.

—Lucy, ¿dónde están las linternas? —preguntó—. ¿Aún nos queda alguna aquí abajo?

—Queda una —dijo Lucy. A Briar no le gustó cómo sonó su voz al pronunciar la última palabra, como si no fuera del todo exacta.

—¿Qué pasa? —preguntó Briar.

—Apenas le queda aceite —dijo Lucy—. No sé cuánto durará. Cógela, Jeremiah. Tienes el pedernal, ¿verdad?

—Sí.

El objeto en la mano de Jeremiah era del tamaño aproximado de una manzana. Lo sostenía a duras penas, pues sus manos enguantadas no eran capaces de moverlo con facilidad.

—Dámelo —dijo Briar. Se quitó la máscara y la guardó en la bolsa. Después, cogió aquella cosa de manos de Jeremiah—. Dime cómo usarlo.

El otro se lo entregó y dijo:

—No te quites la máscara aún. Vamos a tener que volver a subir antes de bajar. —Después, señaló hacia un interruptor del tamaño de un pulgar—. Púlsalo hacia abajo. No, más fuerte. Empújalo con los dedos.

Briar trató de seguir sus instrucciones, y, tras cinco o seis intentos, unas chispas saltaron a la mecha chamuscada y la llama iluminó a la diminuta congregación.

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