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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

Caminos cruzados (15 page)

BOOK: Caminos cruzados
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—¿Crees que algunos de los labradores pasaron la noche aquí cuando escaparon? —pregunta Eli.

—No lo sé —respondo—. Es probable. Parece que utilizaban la cueva a menudo. —Hay círculos negros de antiguas fogatas en el suelo, pisadas borrosas en la tierra y algunos huesos de animales que cocinaron y se comieron.

Eli se duerme enseguida, como de costumbre. Está ovillado bajo los pies de un grabado que representa una figura con los brazos alzados.

—¿Qué has traído? —pregunto a Vick mientras saco la bolsa donde he guardado lo que he cogido de la biblioteca de la cueva. En nuestra prisa por abandonar el caserío, los tres hemos elegido libros y escritos sin tener apenas tiempo de echarles un vistazo.

Vick se echa a reír.

—¿Qué pasa?

—Espero que hayas elegido mejor que yo —dice mientras me enseña lo que tiene. Con las prisas, ha cogido un fajo de pequeños panfletos marrones—. Se parecían a una cosa que vi una vez en Tana. Resulta que son todos iguales.

—¿Qué son? —pregunto.

—Algo histórico —responde.

—Aun así, puede que sean valiosos —digo—. Si no, puedo darte parte de lo mío. —Yo lo he hecho un poco mejor. Tengo algunos poemas y dos libros de cuentos que no están incluidos en los Cien. Miro la mochila de Eli—. Tendremos que preguntar a Eli qué ha cogido cuando se despierte.

Vick vuelve algunas páginas.

—Espera. Esto es interesante. —Me da uno de los panfletos, abierto por la primera página.

El papel es rugoso. Barato. Fabricado en serie en alguna provincia fronteriza con maquinaria antigua, probablemente robada de alguna imprenta en proceso de reconversión. Cojo el panfleto y lo alumbro con la linterna para leerlo:

El Alzamiento

Breve historia de nuestra rebelión contra la Sociedad

El Alzamiento comenzó en firme en la época de los comités seleccionadores.

En el año previo al inicio de las cien selecciones, la tasa de erradicación del cáncer se estancó en un 85,1 por 100. Era la primera vez que no se producía una mejora desde la entrada en vigor de la iniciativa para la erradicación del cáncer. La Sociedad no se tomó aquello a la ligera. Pese a saber que era imposible alcanzar la perfección total en todos los ámbitos, decidió que era de suma importancia aproximarse a una tasa del ciento por ciento en algunos de ellos. Sabía que eso exigiría toda su concentración y dedicación.

Decidió centrar todos sus esfuerzos en aumentar la productividad y la salud física. Los funcionarios que ocupaban las esferas más altas del poder votaron por eliminar distracciones tales como el exceso de poesía y música, que habría que reducir a la cantidad óptima para promover la cultura y satisfacer el deseo de experimentar el arte. Los comités seleccionadores, uno por cada sector artístico, se crearon para supervisar la selección.

Aquel fue el primer abuso de poder de la Sociedad, que también abolió el derecho de cada nueva generación a decidir en votación si quería ser gobernada por ella. La Sociedad comenzó a separar a los anómalos y a los aberrantes del resto de la población y a aislar o eliminar a los que causaban más problemas.

Uno de los poemas que la Sociedad no seleccionó para los Cien Poemas fue «Cruzando la barrera» de Tennyson. Este poema se ha convertido en una contraseña extraoficial entre los miembros de nuestra rebelión. El poema alude a dos importantes aspectos del Alzamiento:

1. Un líder llamado Piloto encabeza el Alzamiento y

2. Los miembros del Alzamiento creen que es posible retornar a los buenos tiempos de la Sociedad, la época previa a las Cien Selecciones.

Algunos de los anómalos que abandonaron la Sociedad en sus inicios se han unido al Alzamiento. Aunque este ya se ha extendido a todos los rincones de la Sociedad, continúa teniendo más fuerza en las provincias fronterizas y exteriores, sobre todo en los lugares a los que cada vez envían más aberrantes desde que se llevaron a cabo las Cien Selecciones.

—¿Ya lo sabías todo? —pregunta Vick.

—Solo parte —respondo—. Sabía lo del Piloto y el Alzamiento. Y, por supuesto, lo de los comités seleccionadores.

—Y que eliminan a los aberrantes y a los anómalos —dice.

—Sí —confirmo. Mi voz es amarga.

—Cuando te oí decir el poema por el primer chico del río —continúa—, creí que a lo mejor me estabas dando a entender que formabas parte del Alzamiento.

—No —aclaro.

—¿Ni cuando tu padre estaba al mando?

—No. —Me quedo callado. No estoy de acuerdo con lo que hizo mi padre, pero tampoco reniego de él. Esa es otra línea sutil que espero no cruzar nunca.

—Ninguno de los otros señuelos reconoció las palabras —dice—. Pensaba que habría más aberrantes al corriente del Alzamiento y que se lo habrían contado a sus hijos.

—Puede que todos los que lo hicieron encontraran una forma de escapar antes de que la Sociedad comenzara a mandarnos a los pueblos —aventuro.

—Y los labradores no están con el Alzamiento —añade—. Creía que a lo mejor nos llevabas con ellos por eso, para que nos uniéramos a la rebelión.

—Yo nos os llevo a ninguna parte —digo—. Los labradores saben lo del Alzamiento. Pero no creo que estén con los rebeldes.

—No sabes mucho —observa, con una sonrisa.

Tengo que reírme.

—No —digo—. Es cierto.

—Pensaba que te guiaba un propósito más noble —añade, pensativo—. Engrosar las filas del Alzamiento. Pero has escapado a la Talla para salvarte y reunirte con la chica de la que estás enamorado. Eso es todo.

—Eso es todo. —Es la verdad. Puede pensar lo que quiera de mí.

—Es suficiente —dice—. Que duermas bien.

Cuando rayo la piedra con mi trozo de ágata, este deja claras marcas blancas. Naturalmente, esta brújula no funcionará. No se puede abrir. La flecha jamás girará, pero eso no me detiene. Tengo que encontrar otro trozo de ágata. Este ya está casi desgastado de utilizarlo para labrar en vez de para matar.

Mientras Vick y Eli duermen, termino la brújula. Después, la giro en mi mano para que la flecha señale hacia dónde creo que está el norte y me echo a descansar. ¿Tiene todavía Cassia la verdadera brújula, la que mis tíos me regalaron?

Ella vuelve a estar en la cima de la Loma. Con un redondel de oro en las manos: la brújula. Un disco de oro más brillante en el horizonte: el sol naciente.

Abre la brújula y mira la flecha.

Lágrimas en su rostro, viento en sus cabellos.

Lleva un vestido verde.

Su falda roza la hierba cuando se agacha para dejar la brújula en el suelo. Cuando se endereza, tiene las manos vacías.

Xander aguarda detrás de ella. Le ofrece su mano.

—Él no está —dice—. Pero yo sí. —Su voz parece triste. Esperanzada.

No, protesto, pero Xander dice la verdad. Yo no estoy, no realmente. Solo soy una sombra que observa desde el cielo. Ellos son reales. Yo ya no.

—Ky —dice Eli mientras me zarandea—. Ky, despierta. ¿Qué pasa?

Vick enciende la linterna y me alumbra los ojos.

—Tenías una pesadilla —dice—. ¿Sobre qué era?

Niego con la cabeza.

—Sobre nada —respondo después de mirar la piedra que tengo en la mano.

La flecha de mi brújula está fija. No gira. No varía. Como yo con Cassia. Fijo en una sola idea, una sola cosa en el cielo. Una sola verdad a la que aferrarme cuando todo lo demás se convierta en polvo alrededor de mí.

Capítulo 16

Cassia

En mi sueño, él está de pie delante del sol, lo que lo envuelve en sombras aunque yo sé que pertenece a la luz.

—Cassia —dice, y la ternura de su voz me llena los ojos de lágrimas—. Cassia, soy yo.

Soy incapaz de hablar. Alargo las manos. Sonrío, lloro, contenta de no estar sola.

—Ahora voy a apartarme —dice—. Habrá mucha luz. Pero tienes que abrir los ojos.

—Los tengo abiertos —digo, confusa. ¿Cómo si no podría verlo?

—No —insiste—. Estás dormida. Tienes que despertar. Es la hora.

—No vas a irte, ¿verdad? —Es lo único en lo que puedo pensar. En que podría irse.

—Sí —responde.

—No te vayas —digo—. Por favor.

—Tienes que abrir los ojos —repite, y cuando lo hago, despierto a un cielo que rebosa luz.

Pero Xander no está.

«Llorar es malgastar agua», me digo, pero no parece que sea capaz de parar. Las lágrimas me corren por la cara y abren caminos en el polvo. Trato de no sollozar; no quiero despertar a Indie, que sigue durmiendo pese al sol. Ayer, después de ver los cadáveres marcados de azul, caminamos durante todo el día por el cauce seco de este segundo cañón. No vimos nada ni a nadie.

Me tapo la cara con las manos y percibo el calor de mis lágrimas.

«Tengo tanto miedo... —pienso—. Por mí, por Ky. Creía que nos habíamos equivocado de cañón porque no he visto ningún rastro de él. Pero, si lo hubieran convertido en ceniza, jamás sabría por dónde había pasado.»

Nunca he perdido la esperanza de encontrarlo, ni siquiera en los meses que estuve plantando semillas, ni cuando atravesé la noche en aquella aeronave sin ventanillas, ni tampoco en la larga carrera hasta la Talla.

«Pero es posible que ya no quede nada de él —me insiste una voz interior—. Ky puede haber desaparecido, y también el Alzamiento. ¿Y si el Piloto ha muerto y nadie ha ocupado su lugar?»

Miro a Indie y me asalta la duda de si es realmente mi amiga. «A lo mejor es una espía —pienso—, enviada por mi funcionaria para que vea cómo fracaso y muero en la Talla y mi funcionaria sepa cómo concluye su experimento.

»¿Por qué se me ocurren estas cosas? —me pregunto, y entonces lo comprendo—. Estoy enferma.»

Las enfermedades son muy poco frecuentes en la Sociedad, pero, por supuesto, no estoy en la Sociedad. Barajo todas las variables en juego: agotamiento, deshidratación, sobreesfuerzo mental, comida insuficiente. Esto tenía que ocurrir.

Me siento mejor ahora que sé qué me sucede. Si estoy enferma, no soy yo misma. En realidad, no me creo lo que acabo de pensar sobre Ky, Indie y el Alzamiento. Y estoy tan confusa que olvido que mi funcionaria no fue la que inició este experimento. Recuerdo cómo vaciló su mirada cuando me mintió fuera del museo de Oria. No sabía quién incluyó a Ky como una de mis posibles parejas.

Respiro hondo. Por un momento, vuelvo a tener la misma sensación que me ha dejado mi sueño sobre Xander y eso me reconforta. «Abre los ojos» me decía. ¿Qué esperaba que viera? Paseo la mirada por la cueva donde hemos pasado la noche. Veo a Indie, las piedras, mi mochila con las pastillas dentro.

Las azules, al menos en cierto modo, no me las ha dado la Sociedad, sino Xander, en quien confío. Ya he esperado suficiente.

Tardo mucho rato en sacar una pastilla porque no parezco dueña de mis dedos. Cuando por fin lo hago, me la meto en la boca y me la trago. Es la primera vez que tomo una pastilla, que yo sepa. Por un instante, imagino el rostro de mi abuelo: parece decepcionado.

Vuelvo a mirar el hueco que ocupaba la pastilla. Espero verlo vacío, pero hay algo, una tira de papel.

Papel de terminal. Lo desenrollo, con las manos aún temblorosas. En su envoltorio hermético, el papel ha estado protegido, pero no tardará en desintegrarse ahora que ha entrado en contacto con el aire.

«Profesión: médico. Probabilidad de un puesto de trabajo permanente y un ascenso a doctor: 97,3 por 100.»

—Oh, Xander —susurro.

Es parte de la información oficial de Xander para su emparejamiento. La información de la microficha que nunca llegué a ver; todas las cosas que ya creía saber. Miro las pastillas envasadas al vacío que tengo en la mano. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo introdujo el papelito? ¿Hay más?

Lo imagino imprimiendo una copia de la información extraída del terminal, separando los renglones en finas tiras y hallando un modo de introducirlas en los compartimientos de las pastillas. Debía de suponer que nunca vi su microficha; sabía que preferí ver la de Ky en vez de la suya.

Es como Ky y los papeles que me dio en el distrito. Dos chicos, dos historias escritas para mí en retazos. Noto lágrimas en los ojos porque la historia de Xander ya debería conocerla.

«Vuelve a mirarme», parece decirme.

Saco otra pastilla. En el siguiente papelito, leo: «Nombre completo: Xander Thomas Carrow».

Me asalta un recuerdo: yo, de niña, en el distrito, esperando a que Xander saliera a jugar conmigo.

«¡Xander Thomas Carrow!», grité mientras saltaba de una piedra de su camino a otra. Era pequeña y a menudo olvidaba bajar la voz cuando me acercaba a una casa ajena. Pensé que era agradable, decir su nombre completo. Me pareció perfecto para la ocasión. Cada palabra tenía dos sílabas, un ritmo ideal para marcar el paso.

«No hace falta que grites», dijo él. Abrió la puerta y me sonrió.

Echo de menos a Xander y parece que no pueda dejar de sacar más pastillas, no para tomarme otra, sino para ver qué pone en los papelitos:

«Vive en el distrito de los Arces desde que nació.

»Actividad de ocio preferida: natación.

»Actividad lúdica preferida: juegos.

»El 87,6 % de sus compañeros mencionaron a Xander Carrow como el alumno que más admiraban.

»Color preferido: rojo.»

Eso me sorprende. Siempre había pensado que su color preferido era el verde. ¿Qué otras cosas no sé de él?

Sonrío y ya me siento más fuerte. Cuando miro a Indie, veo que sigue dormida. Me entran unas ganas irrefrenables de moverme, de modo que decido salir para ver mejor este lugar al que llegamos de noche.

A primera vista, solo parece un tramo más del cañón, muy amplio y abierto, como muchos otros, acribillado de cuevas, sembrado de rocas caídas, y bordeado de ondulantes paredes lisas. Pero, cuando vuelvo a mirar alrededor, advierto algo extraño en una de las paredes.

Cruzo el cauce seco y pongo la mano en la roca. La noto rugosa bajo la palma. Pero tiene algo extraño. Es demasiado perfecta.

Por eso sé que es obra de la Sociedad.

En su perfección veo la trampa. Me acuerdo de la respiración acompasada de la intérprete de una de las Cien Canciones y de que Ky me dijo que la Sociedad sabe que nos gusta oírles respirar. Nos gusta saber que son humanos, pero incluso la humanidad que nos ofrece está medida y calculada.

Se me encoge el corazón. Si la Sociedad está aquí, es imposible que lo esté el Alzamiento.

Camino a lo largo de la pared y paso la mano por ella en busca de la grieta que conecta la Sociedad con la Talla. Cuando me acerco a una oscura maraña de arbustos, veo un bulto en el suelo.

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