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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (26 page)

BOOK: Carolina se enamora
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—¡Te lo juro!

—Bien, en ese caso, vamos.

—¿Adónde?

—¿Cómo que adónde? Has tenido una idea magnifica… ¡a Ikea!

No tardamos en llegar, y os prometo que jamás me he divertido tanto en mi vida. Veamos, en primer lugar comimos y, de alguna manera, fue como viajar a Suecia. Quiero decir, en realidad, no he viajado nunca allí, pero el restaurante es una especie de autoservicio en que los nombres de la comida son suecos, y también los platos y todo el diseño. Exceptuando los empleados de la caja, que deben de ser de Tufello o de esa zona, dado que hablan un dialecto romano que, quitando algún amigo camillero de papá del policlínico, jamás había oído. En cualquier caso, cogimos una porción de salmón delicioso con unas patatas al horno riquísimas y, después, un extraño pan negro, también sueco, con la miga tan compacta que hace que pienses que no engorda demasiado, cosa que en el fondo me consuela, ¡Ha sido estupendo! ¡Ikea es una auténtica ciudad! Llena de muebles de todas clases, dormitorios para grandes y pequeños, cristaleras, ventanas y cortinas, salones, todo ya montado para que puedas hacerte una idea. Y también platos, vasos, lámparas, toallas y velas. En pocas palabras, ¡que encuentras todo lo que buscas! Dimos una vuelta acompañados de un dependiente, un tal Severo —vaya nombre, ¿eh?—, que además era de todo menos severo, al contrario… Rusty James y yo simulábamos ser una pareja y yo podía decidir siempre, como a veces sucede en realidad entre ellas. Al final es siempre la mujer la que elige, sobre todo si se trata de cosas para la casa. Y el hombre…, bueno, ¡el hombre paga!

—¿Ves, Rusty?, me gustaría comprar esas cortinas, con esa mesilla de noche y esa alfombra para el dormitorio, y también esa mesa, y eso…, y eso otro…

Y Rusty se echa a reír y asiente y me deja elegirlo todo. Sólo me hace reflexionar a veces.

—¿No sería mejor que lo comprásemos un poco más claro? La cocina es blanca, ¿recuerdas?

—Sí, es cierto, tienes razón.

Severo sigue mirando los códigos de todos los objetos que elegimos. Al final compramos una infinidad de cosas.

—Ya está, eso es todo, ¿no?

Severo le pasa la hoja a Rusty, que comprueba la lista.

—Sí, todo en orden.

Después se encaminan juntos hacia la caja. Severo le explica que, si paga un poco más, en un par de días le llevan las cosas a la barcaza y, si paga una cantidad suplementaria, también se lo montan.

—No, de eso ya me ocuparé yo, pero no estaría mal que me lo llevaran con una furgoneta hasta allí.

De manera que Rusty James firma y nos dirigimos contentos hacia la salida.

—Esperad, esperad…

Severo corre a nuestras espaldas.

—Olvidabais esto… —Y nos entrega una fotocopia con todo lo que hemos elegido y, además, un catálogo de Ikea—. Si os dais cuenta de que os falta algo, podéis buscarlo aquí…

Y nos da también el catálogo. Acto seguido, se queda allí de pie, delante de nosotros, y esboza una sonrisa.

—¿Puedo deciros algo? —Ni siquiera espera a que le respondamos que sí—. Sois una pareja encantadora. Jamás he visto a ninguna otra que se llevara tan bien.

Y nos dedica una sonrisa de satisfacción. ¡Vaya tipo, ese Severo! No le pega nada el nombre, yo lo habría llamado Dulce o Simpático o Alegre o también, eso es, ¡Sereno! ¡Severo, desde luego que no!

Rusty James me abraza y le sonríe.

—El mérito de que nos llevemos tan bien es todo suyo —dice.

Y estrecha su abrazo y se aleja conmigo como si de verdad fuese su novia. Y en ese momento os juro que me siento como si tuviese, al menos, quince o dieciséis años, en fin, que me siento una mujer. Pero, sobre todo, la mujer más feliz del mundo.

Simple Plan,
When I'm gone
. La escucho en el iPod y pienso en cómo sería si yo, de repente, me marchase también. No, no me refiero a morir, sino a marcharme, como ha hecho Rusty James. Pero irme a vivir, por ejemplo, a Londres. Y dejarlos a todos en casa. Sólo escribiría a mi madre y a mi hermano. En cualquier caso, salvo eso, que no deja de ser un sueño, en el mundo real esta mañana Cudini ha tratado de batir su propio récord para volver a situarse en la clasificación de los mejores de www.scuolazoo.com. Creo que le corroe que un tal Ricciardi de un colegio de Talenti lo supere. Nos ha enseñado la fotografía que aparece en la página durante la clase de inglés, en el aula de idiomas equipada con ordenadores, que, en realidad, deberían servir para otras cosas, pero bueno, al fin y al cabo así también se aprende, ¿no?

—Mira…, mira…, ¡¿cómo puede ir en primer lugar alguien con esa cara?! Ese Ricciardi me está ganando. ¿Os dais cuenta?

El tal Ricciardi, que a mí me parece que no está nada mal, es guapo de cara, pero, sobre todo, ¡la broma que le gastó a su profe es genial! ¡Entró vestido de cura con zapatos de plataforma, bendijo a la clase y a continuación salió inclinándose por la puerta sin caerse!

—Bueno, es divertido.

—¡Sí, pero el tal Ricciardi es de la Roma!

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Bueno, en mi opinión, tiene mucho que ver.

Como si esa competición tuviese fronteras, como si no valiera todo. Quiero decir que Cudini está cabreado a más no poder, porque la cosa no le convence en absoluto.

—Bueno, yo lo veo así. Sea como sea, se me ha ocurrido una idea. Ven aquí, Bettoni. —Los dos se ponen a charlar en un rincón. Y Cudini se lo cuenta todo al oído, apartándose de vez en cuando—. ¿Me has entendido? —Se aproxima de nuevo a Bettoni—. Genial, ¿no crees?

Bettoni se ríe a carcajadas.

—Muy bien, genial… Seguro que ganarás a ese capullo de Ricciardi.

En fin, que ahora todo el mundo le tiene ojeriza al chico. Si al menos hubiese una razón. ¡Bah!

Solidaridad Farnesina. La llamaré así, con el nombre de nuestro colegio.

Volvemos al aula porque ya falta poco para la clase de italiano. Charlamos todos como de costumbre mientras esperamos al profe, excepto Bettoni, que en ese momento trata de ajustar lo mejor posible su móvil, como si se hubiese pasado la vida dedicado al cine en cuerpo y alma.

—¿Cómo lo quieres?, ¿con el zoom o en panorámica?

Cudini lo mira perplejo.

—¿Me estás tomando el pelo? ¡Como te parezca! Es suficiente con que no te equivoques, con que lo grabes bien. ¡Sólo puedo hacerlo una vez, luego todos se habrán dado cuenta y entonces ya no valdrá!

Lo más absurdo es que hoy en día se puede hacer de todo con esos teléfonos. Antes sólo servían para llamar. Ahora son iPod, videocámaras, ordenadores con acceso a internet y a saber cuántas otras cosas que yo, desde luego, desconozco. Por eso cuestan un riñón. ¡Y también por eso me birlaron el mío! ¡Que, además, en ese caso, valía más aún por el número de Massi! Pero prefiero no pensar en ello. Justo en ese momento llega el profe Leone.

—Buenos días, chicos. ¡Vamos, cada uno a su sitio!

El profe se dirige hacia su mesa y se sienta. Coloca la bolsa sobre ella, la abre y saca su agenda de clase.

—Veamos, hoy toca examen oral, tal como quedamos el último día.

Coge la lista y comprueba los nombres que ha marcado. Cudini mira a Bettoni y le hace un gesto con la cabeza como si quisiese decirle: «¿Todo en orden?». «¡Todo en orden, estoy grabando!». Bettoni hace el consabido gesto con el pulgar. «Tranquilo, tranquilo, todo bien».

Porque en Bettoni se puede confiar, según dice él. En cambio, a mí Cudini me parece extremadamente tenso.

El profe Leone sigue la lista con el índice.

—Veamos, el primero al que quiero preguntar es… es… ¡Cudini!

El profe alza la cabeza hacia él. Cudini mira por un instante a Bettoni, que ya está grabando al profe con el móvil y asiente con la cabeza. Luego Bettoni desvía repentinamente el aparato hacia Cudini, que traga saliva y empieza a hablar.

—Profe, hoy no me preguntará, ¿y sabe por qué? ¡Porque pienso salir huyendo!

Y, tras decir esto, toma impulso, salta sobre el pupitre de Raffaelli, la más empollona de la clase, y se arroja por la ventana.

—¡Aaaahhhh!

A continuación, ¡bum!, se oye un golpe increíble. El profe Leone, todos nosotros y también Bettoni nos precipitamos hacia la ventana. Cudini está en medio del patio, tumbado en el suelo, con una pierna torcida.

—¡Dios mío, está loco! ¡Se ha roto la pierna! ¡Se ha hecho daño! —grita el profe Leone.

Bettoni sigue filmando con el móvil. Yo sacudo la cabeza.

—¡Oh, Cudini está como una cabra! ¡Ha saltado desde el segundo piso! Quizá pensaba que iba todavía a II-B, cuando nuestra aula estaba en el primer piso…

Bettoni cierra el móvil.

—Bueno, basta, ¡Basta de grabaciones! Qué primero o segundo piso ni qué ocho cuartos. ¡Cudini pensaba que debajo de la ventana había una terraza!

Bettoni mira a Raffaelli, que limpia su pupitre en el punto donde Cudini ha apoyado los pies antes de saltar.

—Siempre he dicho que esa tía trae mala suerte.

De manera que se han llevado a Cudini al hospital. Conclusión: le han enyesado la pierna y deberá llevar la escayola durante un mes. El profe Leone, para protegerlo del lío que se habría organizado con la dirección, ha dicho que, mientras bromeaba, había resbalado, y que, aún así, le había puesto una nota por mal comportamiento. Pero lo más importante es que el vídeo, donde aparece también el golpetazo final perfectamente grabado por Bettoni, ahora encabeza clasificación de www.scuolazoo.com, ¡va en primera posición! Por encima de Ricciardi, el «romanista», como él lo llama.

—¡Fabuloso!

Se ha hecho filmar también en el hospital para que figurara en el vídeo.

—Quiero que todos vean que no es un montaje, como hacen muchos… ¡Lo mío ha sido de verdad!

Cudini está realmente chiflado. En cualquier caso, todos hemos ido a verlo por turnos.

—¡Eh, no dejéis que venga Raffaelli! ¡Si no, seguro que acabo rompiéndome también la otra pierna!

—Venga, no digas eso. Es terrible que tenga esa fama de gafe…

—Gafe, ¿eh? ¡Por si acaso, tú no dejes que venga! No le diremos nada a nadie, ¿de acuerdo?

Cudini sonríe y abre la caja de bombones que le ha llevado Alis, ¡secundado, como no podía ser de otro modo, por Clod! ¡Es incorregible! ¡Y, a su manera, Cudini también! Pero ahora me cae bien. No sé si porque se ha hecho daño. Quizá porque con la historia de la escayola se ha visto obligado a tranquilizarse un poco. Antes estaba siempre alborotando. Filo suele decir que está poseído por el demonio, que antes de invitarlo a casa hay que llamar a un exorcista. Sea como sea, el día del hospital estaba de buen humor, amable, casi educado.

—¿Me pones algo bonito en la escayola? Esmérate, Caro…, que lo tuyo me interesa… ¡Quiero decir que, si lo haces tú, seguro que quedará precioso! Dibujas genial.

La verdad es que me lo habían dicho ya Silvia Capriolo y Paoletta Tondi, que, además, dibujan realmente bien, es decir, que comprenden las perspectivas, las dimensiones, las sombras y los claroscuros. Digamos que yo me las arreglo mejor con los cómics. Y, de hecho…

—Eh, ¿me lo vas a hacer así?

—Oh, Cudini, me he traído adrede los rotuladores de casa. ¡No seas plasta!

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, me concentro en la escayola. Y celeste y azul oscuro, y luego naranja para el pico y el contorno en negro, ¡e incluso le pinto unos zapatos! Al final, después de casi media hora, cuando me incorporo, Cudini está en ascuas.

—Venga, apártate, que quiero verlo… —Es demasiado curioso—. Joder…

Se queda boquiabierto.

—¿Te gusta?

—¡Me encanta!

Lo contempla satisfecho. Y vuelvo a aproximarme a él con el rotulador negro.

—Eh, ¿qué haces? Me lo vas a estropear, no hagas nada más, que te ha quedado perfecto.

—¡Pero quiero firmarlo!

Y escribo «Caro» mientras Cudini me sonríe.

—Eh, Caro, me encanta el aguilucho que me has dibujado. Es blanquiazul, como mi corazón, como el cielo y como las bragas de la chica de mis sueños…

—¡Anda ya!

En ese preciso momento entra la madre de Cudini.

—Francesco, ¿cómo estás? ¿Cómo va la pierna? —Y empieza a besarlo en la mejilla—. ¡Hijo mío, no sabes cuán preocupada estoy por ti! No duermo por las noches —añade sin dejar de besuquearlo.

—Vamos, mamá, que hay gente.

Alis, Clod y yo nos miramos risueñas.

—No se preocupe, señora —dice Alis, que tiene siempre la palabra justa.

Pero Cudini se revuelve en la cama.

—Sí, pero la pierna es mía. Te has sentado encima, mamá.

—Perdona, perdona. Mira lo que te he traído. Ha venido también la tía, con Giorgia y Michele.

Y entra una señora que sería muy elegante si no fuese porque se ha pasado con el perfume y lleva un abrigo de pieles exagerado, voluminoso… En mi vida he visto nada parecido; ni siquiera en los documentales he visto un animal así. Por si fuera poco, va toda maquillada y luce unos pendientes y un collar enormes, hasta el punto de que, como tropiece y se caiga, a ver quién es el guapo que la levanta.

—Francesco…, pero ¿qué has hecho?

Y también la tía, digna hermana de su madre, se abalanza sobre Cudini y lo cubre de besos.

—¡Ay, tía!

—No será para tanto…

—¿Cómo que no?… Te has abalanzado sobre la escayola con ese bolso.

—Ah, disculpa.

—Sí, claro…

A continuación, Cudini saluda a sus primos.

—Hola, Giorgia, ¿cómo estás?

—¡Cómo estás tú!

La chica sonríe. Es más moderada que la madre-tía huracán de fuerza cuatro, un poco tímida y muy mona, maquillada apenas, el pelo liso y castaño claro, unos vaqueros y una camiseta naranja. El hermano, en cambio, va vestido con un chándal. Lleva un bonito Adidas negro y una bolsa en bandolera con dos raquetas dentro.

—Eh, tío, pareces Nadal —Cudini lo señala riéndose.

Michele esboza una sonrisa.

—En todo caso, Federer. Mi estilo de juego es más parecido, y no soy tan macarra.

—Sí, sí, ¡pero siempre gana Nadal!

—En tierra batida, sí.

Michele parece completamente distinto de Cudini. Es más bajo, tiene el pelo un poco pelirrojo y corto. Es perfecto, delgado sin exagerar, en pocas palabras, robusto. Es agradable y parece educado. Por eso es el polo opuesto de Cudini. Clod se limpia los dedos todavía impregnados de chocolate y tiene una de sus salidas.

—Así que juegas al tenis…

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