Read Carolina se enamora Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (28 page)

BOOK: Carolina se enamora
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Lele me sonríe.

—Por descontado.

Me apeo del coche y me alejo de él. Tengo la impresión, de haber dicho lo justo y necesario. Apenas entro en casa, mi madre me echa la bronca.

—¿Se puede saber dónde has estado? Tu móvil estaba desconectado. Te lo regalamos para estar más tranquilos…

Uf, me pone un poco nerviosa. ¿Cómo iba a saber yo que allí no había cobertura? No me he dado cuenta, de verdad. No puedo pasarme la vida comprobando si mi móvil tiene cobertura, ¿no? ¡No me siento libre! Pero es que no lo soy, y eso me saca de mis casillas. Me gustaría decirle que es el que me regaló Alis, pero me contengo.

—Perdona, mamá, no me he dado cuenta. Hemos ido al hospital a ver a Cudini, el chico que se rompió la pierna.

—Sé quién es…, ¿cómo olvidarlo? Preferiría que no frecuentases a esa clase de gente…

—Pero, mamá, han ido todas.

—¿Quiénes son todas?

—Alis, Clod… —Y añado tres o cuatro más de la clase para que comprenda que yo no podía faltar—. Me parecía feo no ir.

Mi madre se acerca, parece un poco más tranquila. Me da un beso.

—Pero… —Pone una cara extraña, ligeramente sorprendida—. ¿Has fumado, Caro?

Me quedo sin saber qué decir. ¡No se me había ocurrido! ¡Huelo! ¿Y ahora quién le explica que no he fumado o, mejor dicho, que he fumado con el narguile? Aunque la verdad es que sólo he aspirado el humo, sin tragármelo. Se quedaría pasmada. Un narguile. Me imagino ya camino de uno de esos centros de rehabilitación… En fin, que he estado a punto de decírselo, pero después he cambiado de idea.

—No, claro que no. ¿Estás loca? Lo qué pasó es que todas querían fumar, en el hospital sólo se podía hacer en los servicios, de modo que fueron allí y yo las acompañé. ¿Qué iba a hacer sola en el pasillo? ¡Pero únicamente les hice compañía!

Pone una cara extraña. Duda entre creerme o no, pero al final, de una manera u otra, decide pasarlo por alto.

—Está bien, vete a tu dormitorio o al salón, te llamaré cuando esté lista la cena… —Hago ademán de marcharme, pero sabía que la cosa no iba a acabar ahí—. Y lávate las manos…

—¡Sí, mamá!

Tarde tranquila, al final. Le he mandado un sms a Rusty James: «Cuéntame, ¿cómo va “nuestra” barcaza? ¿Han llegado los muebles?». Me ha respondido al cabo de un segundo: «¡Todavía no! Estabas preocupada, ¿eh? ¡Por eso habías apagado el móvil!».

Caramba, ¿también me ha buscado él? Compruebo el registro de llamadas. Es cierto. Ahí está. Bueno, mejor que todavía no hayan llegado los muebles. Me divertiré echándole una mano cuando los monte.

Cena fabulosa con hamburguesa y ración doble de patatas fritas. De esas que te tumban, Como en ese anuncio que he visto en la calle. Me gusta a rabiar: «Lo resisto todo salvo las tentaciones. Oscar Wilde». Ese tipo debía de ser un genio. Sabía alguna más, me las dijo Alis, que a su vez las había leído en un blog: «De moda está lo que yo llevo; pasado de moda, lo que llevan los demás». Superguay. De todas formas, lo que más nos cuesta es resistir cuando algo nos gusta, y no en los demás casos. Cuando nos enfrentamos a la tentación, las patatas fritas, sin ir más lejos. No sé cómo las hace mi madre, pero cuando las corta ella y las fríe de ese modo, crujientitas…, bueno, no pararía nunca de comer. Con otras tentaciones es diferente. Por ejemplo: ¿me gusta Lele? Por ahora no. Es decir, es divertido, fue muy amable, renunció al torneo por mí, para dar una vuelta conmigo. Un encanto. Todo fue como debía ser. Pero para que me guste hace falta algo más. Por ejemplo, Massi me pirra porque todo fue extraño desde el principio, el modo en que nos conocimos, lo que sucedió, el paseo que dimos. Y, además, el mero hecho de que apareciese así de repente, en aquella librería, por pura casualidad… ¡Fue el destino! Además, el mismo estúpido destino me hizo perder el móvil con todos los números. Recuerdo que cuando Rusty James estaba en bachillerato escribió en su mochila: «la atracción, más excitante es la que ejercen dos opuestos que nunca se encontrarán». Era de un tal Andy no sé qué, un pintor extraño que, para hacerse famoso, se inventó unas imágenes de Marilyn Monroe y de Coca-Cola con muchos colores. En cambio, conocer a una persona en un hospital, ¿qué tipo de atracción es ésa? Quiero decir, a Lele lo vi por primera vez en la habitación de Cudini, que tiene la pierna rota. Como mucho es una atracción normal, y un poco rígida por la escayola, claro. Ja, ja. Una cosa es cierta: si por casualidad pierdo la tarjeta, a Lele lo encontraré sin problemas. Por si acaso, grabo también su número en el móvil. Y lo anoto en la agenda. Y guardo la tarjeta en el primer cajón del escritorio. En fin, querido Lele, pero yo… ¿quiero llamarte en realidad? ¡Y por si no bastase con mi dilema personal en cuanto entro en el Messenger aparecen ellas! Como dos pavas aleteando o, peor, como dos buitres atraídos por el olor de la carne, o como dos urracas abalanzándose sobre una reluciente pieza de oro. ¡¿Querrán decir algo todas esas comparaciones con aves?! ¡Socorro, estoy desvariando! Sea como sea, aquí están Alis y Clod, ¡las dos rapaces del chismorreo!

«¿Y bien? ¿Lo has besado? ¿Cómo es? ¿Simpático? ¿Qué habéis hecho? ¿Salís juntos?».

Pero bueno, ¿esto qué es? Son peores que dos ametralladoras cibernéticas. ¡Que, por otro lado, no sé si existen! Ni mi madre se comporta así cuando está preocupada. Las tranquilizo de inmediato: «Nada, chicas, no ha ocurrido nada».

Como no podía ser de otro modo, no me creen. No sé qué pasa, pero cuando uno dice la verdad jamás lo creen. Es fácil colar una mentira. No obstante, sobre algunas cosas no se puede mentir. No, En ciertos casos, de ninguna manera. La verdad acaba saliendo a la luz. Aunque, al día siguiente, de luz nada. ¡Tenía el examen de matemáticas! Y lo había olvidado por completo. Mejor dicho, me acordé cuando estaba a punto de quedarme dormida. Pero entonces era ya demasiado tarde. Me parecía oír la voz de mi abuela Luci: «No te resistas cuando se acerque Morfeo…» ¿Y quién si no yo se resiste a dejarse vencer de inmediato? El verdadero problema lo tuve en el colegio con mis apoyos de siempre. Ese día las cosas no salieron como esperaba. Mis asistencias escolares me traicionaron, mejor dicho, ¡un asistente llamado Gibbo!

—Eh, ¿qué haces? ¿Me pasas el mío o no? ¡Vamos!

Gibbo se vuelve hacia mi pupitre.

—Chsss, voy con retraso, ni siquiera lo consigo con el mío —me dice—. No me distraigas… ¡Todavía tenemos tiempo!

De manera que he intentado formular el primer ejercicio, a continuación el segundo, después el tercero y, al final, también el cuarto, en la última página. Formular es sencillo, lo que cuesta es resolver el problema, en el verdadero sentido de la palabra. Oh, he intentado cada ejercicio una infinidad de veces, pero en ninguna ocasión he obtenido un resultado igual que el anterior. ¡Soy un auténtico genio rebelde! Quiero decir que la otra noche vi otra vez esa película en la televisión, la grabé incluso, y me encantó. Sale Matt Damon, un actor que le gusta mucho a Clod y que interpreta a Will Hunting, y Ben Affleck, que nos pirra a Alis y a mí. Se lo hemos dicho a Clod.

—Perdona, ¿cómo es posible que te guste un tío como Matt Damon cuando en la misma película sale Ben Affleck?

—Porque yo soy más realista —nos ha respondido ella—, ¡Yo tengo una posibilidad de que Matt Damon se fije en mí, en cambio, vosotras no tenéis nada que hacer con Ben!

Está loca. Pero, puestos a soñar, ella lo hace a lo grande, ¿no? Además, el personaje de Matt Damon es, en mi opinión, más mediocre que el que interpreta Ben. Recuerdo un discurso que el profesor Sean, que en realidad es Robin Williams, le suelta a Will (Matt Damon). He hecho retroceder lentamente la cinta para entender bien sus palabras y las he copiado en mi diario: «No sabes lo que es la verdadera pérdida, porque ésta sólo se produce cuando amas algo mucho más de lo que te amas a ti mismo. Dudo que tú te hayas atrevido alguna vez a amar a alguien hasta ese punto. Cuando te miro no veo a un hombre inteligente, seguro de sí mismo; veo a un chulo que se caga de miedo. Pero eres un genio, Will, ¿quién puede negarlo? Nadie es capaz de comprender lo que tienes en lo más hondo, pero tú pretendes saberlo todo sobre mí porque has visto uno de mis cuadros, y has despedazado mi asquerosa vida». Pues bien, si un profesor me dijese algo parecido a mí, rompería a llorar. Aunque tal vez ya no existen maestros tan pasionales como ése…

Sea como sea, esta mañana es de pesadilla.

—Gibbo…, ¿ya?

—¿Qué pasa ahí atrás? Silencio, chicos.

La profe se ha dado cuenta de que estábamos hablando. ¡Menuda lata! Siempre está distraída, lee el periódico u hojea alguna revista a la vez que se chupa continuamente el dedo índice, pero, cuando por fin necesito que esté de verdad un poco distraída, va y pone los cinco sentidos en lo que está haciendo. No se puede confiar en ella. Vuelvo a intentarlo. Me inclino por encima del pupitre.

—Gibbo, ¿ya? —le digo en voz baja—. Venga, está a punto de sonar el timbre.

—También voy retrasado con los míos…

—Vale, ¡pero tú tienes una media de matrícula de honor! ¡Yo soy un desastre! Venga, hazme al menos uno…

Ojalá no lo hubiese dicho, me ha tomado la palabra. Lo ha resuelto en un abrir y cerrar de ojos, pero sólo me ha entregado uno, disculpándose, eso sí.

—¿Sólo he podido hacer ése? —me ha dicho agitando el folio sobre el pupitre.

—Pero bueno, ¿sólo me haces uno?

Aunque la verdad es que no se lo digo en serio. No puedes cabrearte con alguien que te hace un favor. Bueno…, ¿qué leches? Si todo va bien, conseguiré una media de suficiente. En fin, ¿qué le vamos a hacer? Al final he tratado de añadir algo de mi propia cosecha, quedaban diez minutos y he logrado inventarme algo. Por otra parte, siempre es mejor hacer algo o al menos intentarlo que entregar el examen en blanco, porque en ese caso sólo tienes una certeza: ¡el suspenso! Y he de decir que mis hipótesis superaron con mucho lo previsto.

Dos días después, la profe entra con los exámenes.

—Cada uno a su sitio, vamos. ¿Por qué tenéis que armar siempre este jaleo? ¿Tantas cosas tenéis que deciros? Venga, a vuestros pupitres, vamos, que quiero comprobar a ver quién sigue teniendo ganas de bromear después.

Y no se equivoca. Aquí están los exámenes.

—Muy deficiente, insuficiente, muy deficiente…

Es una auténtica catástrofe. En una especie de procesión, todos se van aproximando a su mesa, recogen el examen, lo comprueban para cerciorarse de que han recibido verdaderamente esa nota y después regresan a sus pupitres. Si a primera hora, la de italiano, reían y bromeaban, ahora la tristeza es generalizada, Incluso los mejores, los más empollones, se hunden. Hasta Raffaelli, el genio de las matemáticas, lo ha hecho mal, insuficiente. Una catástrofe.

—Bolla —me llama. Me toca a mí, ha llegado mi momento, mi final—. Veamos, contigo iniciamos hoy un extraño capítulo… Ven, ven aquí, que te lo explique mejor.

Me acerco a su mesa.

—Bueno, el primer ejercicio es sin lugar a dudas correcto. —Mi mirada se cruza con la de Gibbo, que me sonríe y asiente con la cabeza, como si dijese: «Eh… ¿has visto? ¿Qué esperabas?»—. Con respecto a los otros tres, en cambio, me has dado varias opciones. —Despliega el folio y me lo muestra—. Quiero decir…, me has dado tres resultados distintos para cada ejercicio. Pero, Carolina, en realidad sólo uno es correcto…

—Sí, pero de alguna manera es exacto, ¿me equivoco?

—Sí, pero tú haces un cálculo de probabilidades. ¿Se puede entregar un examen con tres resultados diferentes?, ¿dos equivocados y uno correcto por ejercicio?

—Profesora, mi abuela Luci dice que hay personas que siempre ven el vaso medio lleno y que, en cambio, otras lo ven medio vacío. Depende del modo en que uno se tome la vida.

Pues bien, después de eso, no me vais a creer, pero la profe me ha puesto un suficiente. ¡Claro que por los pelos, pero ahí está el suficiente! Genial, ¿no? Para que luego digan que no soy un auténtico genio. Matt Damon sabía hacer realmente esos cálculos en esa película, yo soy una absoluta nulidad, pero eso no me impide sacar un suficiente. ¿Soy o no un genio rebelde?

No me lo creo. No me lo puedo creer. Al volver a casa me he encontrado con un regalo acompañado de una tarjeta. Mi madre y Ale me escrutan en la sala.

—¿Te lo esperabas? ¿Quién te lo manda? ¿De quién es?

Imaginaos. Ale está en ascuas.

—Si todavía no he abierto la tarjeta, ¿quieres decirme cómo voy a saber de quién es?

Empiezo a darle vueltas. Gibbo. ¿Gibbo, que se disculpa porque sólo me ha hecho un ejercicio de matemáticas? No, un detalle tan encantador como éste no es propio de él. ¿Filo, que me pide perdón por haberme robado un beso? No, ha pasado mucho tiempo. ¿Acaso alguien puede tardar tanto en cambiar de parecer? ¿Alis y Clod? No, en este momento son ellas las que lo esperarían de mí… Como si tuviese que disculparme por haber ganado demasiados puntos últimamente. De manera que reflexiono un poco. Me vienen a la mente las personas más variadas. Matt, que ha roto con su novia y que quiere enseñarme otra vista de Roma. Categoría: quizá, pero no. ¡Lorenzo! Sufre de alguna forma porque todavía queda mucho para el verano. Pero si no nos hemos llamado durante todo el año… ¡En mi opinión, ni siquiera debe de saber dónde vivo! Y, de improviso, se me ocurre la hipótesis más absurda. ¿Y si fuese Ricky, que ha superado la vergüenza de aquella noche y ahora quiere recuperar el tiempo perdido? Pero han pasado ya muchos años. Como mucho habrá vuelto a subir la persiana. Luego la fulguración, el milagro, una especie de juicio… universal-sentimental. ¿Y si Massi hubiese encontrado mi dirección? ¿Si ese día, mientras hablábamos, le hubiese dado alguna indicación, le hubiese dicho algo, un indicio, un detalle y él, después de buscar por todas partes, por fin me hubiese encontrado? Cojo el paquete y lo sopeso por un instante. Lo lanzo hacia arriba. Es muy ligero. ¡Si es el zapato de Cenicienta, debe de ser una chancla de corcho!

—¿Qué haces? ¿Lo abres o no?

—Sí, venga, nos morimos de curiosidad.

Ahora se suma incluso mi madre. Las miro y esbozo una sonrisa.

—Pero si lo abro ahora, se acaba la sorpresa.

Veo que se quedan perplejas. Bueno, yo lo veo así. En tanto que un regalo sigue envuelto o no se abre un sobre puede suceder de todo, ¡La verdadera felicidad la constituyen todas las posibilidades que se barajan antes! ¡Ahí dentro está Massi, su declaración, las gafas que tanto me gustan o el iPod Touch envuelto de manera que no pueda imaginar lo que es o cualquier otro sueño!

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