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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (35 page)

BOOK: Carolina se enamora
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Si hay algo que me divierte y, al mismo tiempo, me preocupa un poco en diciembre es la proximidad de la Navidad. Me divierte mucho hacer regalos. Me preocupa que no tengo dinero. Si he de ser más precisa y sincera, me preocupa aún más no recibir los regalos que me gustaría. Bueno, todos saben que me encantaría tener un perro. Es decir, que se lo he dicho a todo el mundo, incluso al quiosquero y al del bar donde desayuno de vez en cuando, las pocas veces que llego al colegio con antelación. Algo a decir poco inusual, lo admito… No obstante, creo que este año les he confundido las ideas a todos cambiando de parecer con respecto al regalo. Hasta Franco, el pizzero de la calle del Farnesina, me lo hizo notar el otro día. Acababa de comprarme un buen trozo de pizza con salchichas y patatas por encima, ¡una supercomida completa! Él es el inventor de esa pizza. ¡Yo la llamo pizza Bola! Con eso quiero decir que antes incluso de que te la hayas acabado ya te has hinchado como una bola. En cualquier caso, le comuniqué mi nuevo deseo en materia de regalos, dado que mi madre va a menudo a comprar pizza a su local cuando se le hace tarde, y yo me dije: se lo cuento también a él y así, cuando mi madre pase por aquí, quizá se lo suelte. Franco me miró asombrado.

—Pero, Caro, ¿no querías un perro? ¿Ahora quieres un microcoche? ¡No hay quien te entienda!

—¿Por qué? A mí no me parece tan difícil de entender…

Y me marché mientras me comía un pedazo de superpizza Bola. ¡Microcoche y perro, las dos cosas! ¿No es posible? ¿Quién lo ha dicho? Sea como sea, todavía me gustaría que me regalasen un perro quizá porque cuando sea mayor tendré tantas cosas que hacer que ya no me quedará tiempo. Bueno, al menos eso creo. Prefiero no pensarlo. En cualquier caso, si me lo regalan, lo aceptaré. Y si me regalan el coche, también. El otro día buscaba una nueva cita para escribir en el diario, porque he constatado que si las uso con comedimiento al profe Leo le gusta, y encontré ésta: «La libertad no consiste en elegir entre el blanco y el negro, sino en sustraerse a esa obligada disyuntiva». Lo dijo un tal Adorno, y yo estoy absolutamente de acuerdo con él. Así que entre el perro y el microcoche…, ¡me quedo con los dos!

Otro regalo que me encantaría es… ¡Massi! Tú y yo. Unidos para siempre a pesar de que no lo sabes. Más allá del tiempo. Cómplices perfectos. Diferentes porque, de lo contrario, ¿dónde está la gracia? ¿Te das cuenta? ¿Me ves? He visto un vídeo precioso de los Rooney,
Tell Me Soon
: ¡en él aparece una niña en un dormitorio todo rosa, el grupo entra y le canta una canción! Luego llegan todas las amigas de la protagonista. A mí nunca me suceden esas cosas, ¿eh? Y, por si fuera poco, el cantante está cañón, ¡En mi colegio no hay nadie así! Filo se parece un poco a él, ¡pero mejor no se lo digo o, de lo contrario, montará un concierto con un grupo de versiones y luego me pedirá otro beso con la excusa de que sería como besar al cantante de verdad!

He de decir que este año lo estoy haciendo mejor. He sacado unas fotografías con el móvil a las personas que más quiero y las he descargado en el ordenador. En cuanto acabe de organizar el blog que Gibbo me ha «regalado» abriéndolo en Splinder, las colgaré todas, quizá tipo
slide
, porque es precioso ver cómo se deslizan en fila. Tal vez incluso les añada algún efecto especial… Mientras tanto, trabajo. Quiero hacer unas tarjetas de Navidad muy coloridas, con muchas fotografías y frases de autores famosos abajo. He encontrado algunas increíbles. Por ejemplo, para el profe Leone: «Enseñar es aprender dos veces, de Joseph Joubert». Nada mal, ¿no? Y también una para la profe Boi, la de matemáticas. Fotografía y frase. Como una que he encontrado en internet: «Sin duda alguna, es posible enseñar a un pavo a subir a un árbol. Ahora bien, ¿no sería mejor contratar directamente a una ardilla?» ¡Al parecer, procede de un manual de técnicas de selección y gestión de personal! Con la de matemáticas no puedo meter la pata, dado que es la materia en que voy peor. Una cartulina roja. He sacado una fotografía donde, por suerte, ha salido realmente bien, y no era fácil porque es un poco rolliza, pero lo peor es que tiene cara de luna llena rodeada por una cabellera abundante y encrespada, recuerdo remoto de sus antiguos rizos. Como frase he pensado la siguiente: «Se debe enseñar a los hombres —en la medida de lo posible, a todos los hombres— que el saber no se adquiere en los libros, sino observando el cielo y la tierra», Comenio. No sé si suena bien, pero a mí me parece bastante positiva. Creo que cuando la reciba podría cerrar los ojos de vez en cuando ante mis carencias, y pensar que no saco lo suficiente de los libros porque aprendo directamente de la vida. O, en el caso de las matemáticas… ¡de Gibbo!

A quien no me quedará más remedio que regalar algo es a mi familia y a Gibbo, a Filo, a Clod y a Alis. Por ejemplo, a mis amigas me gustaría hacerles un regalo personalizado. Las dos tienen ya coche, de manera que me gustaría… ¡llenarles el depósito! Pues sí, dado que la gasolina cuesta una pasta, quizá compre dos bonos en la gasolinera y se los regale. ¡Uno a Alis y otro a Clod! A Clod, que acaba de mandarme un sms a decir poco estúpido: «¿Sabes quién es el patrón de la Navidad? San Turrón», quizá le regale también una recopilación de mensajes más decentes. Ah, me olvidaba de Lele. Claro que me encantaría poder hacerle también un regalo a Massi, pero ¿por qué no me hace él uno precioso y así da señales de vida? Al respecto me viene a la mente una frase de Heráclito: «Quien no espera lo inesperado no lo descubrirá». La elegí para la tarjeta con la fotografía de la profe de inglés.

Tampoco en esta materia me luzco, que digamos, ¡pero gracias a eso quizá suceda de verdad lo «inesperado»! Me ha gustado tanto que al final la he pegado en el escritorio. Y el hecho de que se esté acercando la Navidad me hace pensar que podría producirse un milagro. En serio. Me parece posible volver a ver a Massi. Con esa esperanza en el corazón, regreso a Feltrinelli. Pero nada, ni rastro de él. No hay nada que hacer. Como la noche de las estrellas fugaces en la playa. Cuando ves una debes tener listo el deseo y no dudar ni un instante. ¡Puede que no vuelva a pasar ninguna en mucho tiempo! Ya me ha ocurrido algunas veces. ¡Pasaba la estrella y a mí no me daba tiempo a expresar el deseo porque tenía demasiados en la cabeza y me sentía confundida! En el fondo es como decía Hugo: «El alma está llena de estrellas fugaces.» ¿Querrá decir que dentro de nosotros tenemos ya las estrellas y que no es necesario mirar al cielo? A saber.

Quiero apostar sobre los regalos. ¿Qué me regalarán? ¿Otro CD de Finley o de Giovanni Allevi? ¿Un neceser, que, a buen seguro, usará después mi hermana? ¿Un libro? ¿Una bufanda y unos guantes de mi madre? ¿Una memoria USB para el ordenador? ¿Un abono para el cine de Rusty James? ¿O tal vez el cofrecito de «Smallville»? Lo que más me gustaría es encontrar una tarjeta de felicitación en el buzón de correos, introducida personalmente… y firmada por cierta persona. Mientras tanto, aquí, en Feltrinelli, me doy la vuelta de siempre y…

—¡Buenos días, Carolina!

—Hola.

Bueno, por lo menos Sandro se acuerda de mi nombre. Aunque también es verdad que lo he agotado con la historia de Massi.

—¡Tengo un libro para ti, ven!

Lo sigo entre las estanterías.

—Aquí tienes…
A tres metros sobre el cielo
, ¿qué te parece?

—¡Bah, no lo sé! Una amiga mía lo ha leído y le ha gustado mucho…, ¡pero al final lo dejan!

—Entiendo…, sólo que después, en el segundo libro, titulado
Tengo ganas de ti
, se comprende que uno no puede quedarse anclado en las historias que ha vivido…

Lo miro. Arqueo las cejas. ¿Se estará refiriendo a mí? ¡Quizá! Pero yo con Massi no he vivido nada. Nuestra relación ni se ha terminado ni ha salido mal. Ni siquiera ha empezado. Estoy segura.

—No, gracias… En estos momentos sólo quiero reírme un poco.

—Bien, en ese caso, éste es muy divertido…
El diario de Bridget Jones
. Es la historia de una chica de treinta años cuyas amigas o se han casado ya o tienen a alguien, un novio, vaya, y ella, en cambio, es la única que sigue soltera. ¡Te partes de la risa!

Pero bueno, ¿a qué viene eso? Quizá sea una forma de exorcizar la mala suerte de semejante eventualidad. Aún faltan dieciséis años y dos meses para que yo cumpla los treinta. ¡Espero que no me vaya como a ésa! O tal vez sea mejor saber ya lo que puede ocurrir…, ¡para evitarlo!

—Vale, me lo llevo. Pero en realidad he venido a buscar unos regalos para mis dos amigas. Y para mis dos amigos…

La verdad es que ni siquiera sé si a Lele le gusta leer, no lo conozco lo suficiente.

—Bien, cuéntame un poco cómo son ellos y así veré qué puedo encontrar.

Y empiezo a hablarle de Clod, de Alis, de Gibbo y de Filo. He de decir que como grupo no está nada mal. Cada uno de ellos tiene su carácter, sus peculiaridades, pero son muy enrollados. Y, no sé por qué, me siento el nexo de unión de todos ellos. Además, es cierto que cuando estás con un desconocido te resulta más fácil decirle la verdad sobre tus amigos, quiero decir que no finges y no los pones por las nubes porque no tienes miedo de que los juzguen y después te digan, por ejemplo, «pero ¿por qué sales con ella?», como, en cambio, diría mi madre si se lo contase todo sobre Alis. O «¿qué hace Gibbo?». Al final, no sé cómo, le hablo también largo y tendido de Rusty James, o eso me parece, porque no hay quien me haga callar. Y Sandro se ríe al oír lo que le cuento.

—¡Veo que estás perdidamente enamorada de tu hermano!

—¡Oh, sí! No sé lo que daría por encontrar a un chico como él…, aunque quizá no exista otro igual. —Me gustaría añadir «Massi», pero no quiero que me considere una plasta, de forma que me contengo—. Y, además, tengo una hermana, Ale. Ella, en cambio, no ha leído un libro en su vida.

—¡No me lo puedo creer!

—Como lo oyes. Sólo ve «Gran hermano» y alguna que otra vez «La isla»…, ¡eso es todo!

Sandro sonríe.

—Eres demasiado destructiva, no te creo… ¿Por qué le tienes ojeriza a tu hermana?

—Es ella la que me odia a mí.

Sandro suelta una carcajada.

—Entiendo. Necesitáis un buen regalo… Un buen libro que os ayude a hacer las paces.

—No, lo que pasa es que somos muy diferentes. A mí me parece bien todo lo que hace, ¡pero ella, en cambio, me toma siempre el pelo y no deja de criticarme!

En ese momento pasa Chiara, la dependienta por la que Sandro se derrite. Se ve a la legua que le gusta por el modo en que la mira. Esta vez lleva el pelo suelto.

—Eh, veo que ya sois pareja… ¡Estoy empezando a sentir celos!

Y se aleja riéndose con una sonrisa preciosa en los labios. Es una persona alegre, lo digo en serio, exuda felicidad por todos sus poros. Aunque quizá no sea verdad, tal vez tenga una vida corriente y no sea especialmente afortunada, yo qué sé, y hasta puede que tenga muchos problemas. Lo que importa, sin embargo, es que muestra a los demás su mejor lado: la sonrisa. Quizá sea ésa su manera de reaccionar a las cosas. Eso creo. O, al menos, es lo que me parece percibir cuando pasa por nuestro lado, la veo hablar o en compañía de los demás. Y supongo que no se debe al mero hecho de que sea una dependienta, una mujer que debe mostrarse amable en su trabajo. Algunas cosas se tienen o no se tienen y, al final, bueno, supongo que se notan. Parece buena y generosa. Y puede que demasiado perfecta para llevarse bien con Sandro. Aunque, en el fondo, ¿yo qué sé? En cualquier caso, no se lo digo. Se ha alejado ya. En lugar de eso me ha venido a la mente otra cosa.

—Pero ¿por qué no se lo has dicho?

Sandro me mira sorprendido.

—¿A qué te refieres?

—Yo qué sé, cuando ha hecho ese comentario, podrías haberle respondido algo así como: «¡Si estás celosa, la pareja podríamos formarla tú y yo!».

Sandro se ruboriza. Lo entiendo, y me pregunto si no habría sido mejor no decirle nada, desentenderse como hace la mayoría de la gente, pero así al menos se espabila. Además, es bonito interesarse sinceramente por los demás. A mí me gusta. No lo hago por ser cotilla, al contrario, quiero que los demás sean felices, y creo que si pretendes que lo sean ellos… ¡al final tú también lo eres! Lo decía Ligabue: «Creo a ese tipo que va diciendo por ahí que el amor genera amor…».

De manera que insisto.

—Las mujeres apreciamos que nos digan ciertas cosas, ¿sabes?… Puede que incluso le resultes simpático…, pero si no te lanzas nunca lo sabrás.

—¿Entonces?

—Entonces también tenemos que encontrar un libro para ti. ¡Es imprescindible que te declares!

Sandro sacude la cabeza y se echa a reír.

—Vamos a buscar los libros para tus amigos, venga…

De manera que, media hora después, salgo de la librería con noventa y nueve euros menos y un montón de regalos más. En concreto:
Reencuentro
, de Ulhman, para mi hermana Ale, a ver si así nos reencontramos de verdad… Después
Rebeldes
, para Rusty James, dado que lo llamamos así a raíz de esa película que él cita siempre pero que nunca ve porque no la tiene. Para Gibbo, una funda de tela para el móvil en la que figura escrito «Genio rebelde» y un cuaderno de matemáticas con test. Para Filo, una entrada de teatro para ver el musical
Notte prima degli esami
. Para Clod, el DVD de
Chocolat
y una cajita de tartufos de chocolate de Alba. Para Alis, el DVD de
El diablo viste de Prada
. Para Lele, en cambio, no he encontrado nada. Quiero decir que no he encontrado nada que acabase de convencerme. Por otra parte, apenas nos conocemos y no nos hemos visto tanto, exceptuando los partidos de tenis y la noche del Zodiaco. ¡Esa única noche! Pienso que los regalos no se deben hacer al azar, y que tampoco hay que elegir lo que nos gustaría recibir a nosotros.

A Lele, no sé, me gustaría regalarle una sudadera, sí, una bonita sudadera de color azul claro. ¡Mejor aún! Se me ha ocurrido una idea superguay. ¡Quiero comprobar si logro hacerlo!

Deambulo un poco por el centro y encuentro un regalo para mis padres, es mono, creo que les servirá y, además, cuesta poco. Lo compro y sigo paseando. Es curioso, en diciembre las calles cambian por completo de aspecto. Veo todas esas estrellitas luminosas colgadas en lo alto, y los dibujos de Papá Noel, y el algodón en rama que simula la nieve en los escaparates de todas las tiendas. Chicos y chicas que caminan risueños, algunos cogidos de la mano, otros más apresurados de lo habitual, persiguiendo a saber qué extraño pensamiento. Dos amigas, algo mayores que yo y también que Alis y Clod, caminan abrazadas. Una de ellas lleva metida la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros de su compañera. Entonces, con la de delante coge algo del bolso de su amiga, creo que una nota, y echa a correr, la otra se precipita detrás de ella.

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