Chamán (72 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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En cuanto lo vio, Rachel cogió un trozo de jabón y empezó a restregarse las manos.

—La comida va a tener sabor a pescado -dijo en tono alegre.

—No me molestaría -dijo, y era verdad.

Tenían huevos sazonados, pepinos encurtidos, limonada y galletas de melaza. Después de la comida Hattie anunció solemnemente que era la hora de dormir, y ella y su hermano se acostaron en una manta que había cerca de allí y durmieron la siesta.

Cuando terminaron de comer, Rachel limpió y guardó todo en la bolsa.

—Si te apetece, puedes coger una de las cañas y pescar un poco.

—No -respondió Chamán, que prefería mirar lo que decía Rachel en lugar de ocuparse del sedal.

Ella miró en dirección al río. Corriente arriba, una enorme bandada de golondrinas que probablemente llegaban del norte planeó como si fueran un solo pájaro, rozando el agua antes de alejarse otra vez a toda velocidad.

—¿No es fantástico, Chamán? ¿No es maravilloso estar en casa?

—Sí, si lo es, Rachel.

Durante un rato hablaron de la vida en las ciudades. El le habló de Cincinnati y respondió a sus preguntas sobre la facultad de medicina y el hospital.

—¿Y tú? ¿Te gustaba Chicago?

—Me encantaba tener cerca los teatros y los conciertos. Todos los jueves tocaba el violín en un cuarteto. Joe no era aficionado a la música, pero me complacía. Era un hombre muy amable -comentó-. Fue muy cuidadoso conmigo cuando perdí al bebé, el mismo año que nos casamos.

Chamán asintió.

—Bueno, pero después llegó Hattie, y la guerra. La guerra me ocupaba todo el tiempo que mi familia me dejaba libre. En Chicago éramos menos de mil judíos. Ochenta y cuatro hombres jóvenes se alistaron en una compañía judía, y recaudamos fondos y los equipamos todos. Formaron la compañía C del 82 de infantería de Illinois. Han servido con distinciones en Gettysburg y en otros frentes, y yo fui parte de eso.

—¡Pero tú eres prima de Judah P. Benjamín, y tu padre es un ferviente sudista!

—Lo sé. Pero Joe no lo era, y yo tampoco. El día que llegó la carta de mi madre en la que me decía que mi padre se había unido a los confederados, yo tenía la cocina llena de Damas Hebreas de la Asociación de Ayuda al Soldado que preparaban vendas para los soldados de la Unión. -Se encogió de hombros-. Y luego llegó Sam. Y después murió Joe. Y ésa es mi historia.

—Hasta ahora -puntualizó Chamán, y ella lo miró. El había olvidado la vulnerable curva de su suave mejilla debajo de los pómulos altos, la suave carnosidad de su labio inferior, y las luces y sombras que contenían sus profundos ojos pardos. No quiso hacerle la pregunta, pero algo la arrancó de sus labios-. ¿Entonces eras feliz en tu matrimonio?

Ella contempló el río. Durante un instante él creyó que había pasado por alto su respuesta, pero en ese momento ella volvió a mirarlo.

—Me gustaría decir que estaba satisfecha. La verdad es que estaba resignada.

—Yo nunca me sentí satisfecho ni resignado -dijo él mirándola con expresión perpleja.

—Tú no te rindes, sigues luchando, y por eso eres Chamán. Tienes que prometerme que jamás te permitirás mostrarte resignado.

Hattie se levantó y dejó a su hermano durmiendo solo en la manta.

Se acercó a su madre y se acurrucó en su regazo.

—Prométemelo -dijo Rachel.

Chamán sonrió.

—Lo prometo.

—¿Por qué hablas raro? -le preguntó Hattie.

—¿Yo hablo raro? -preguntó él, dirigiendo la pregunta a Rachel más que a la niña.

—¡Si!-dijo Hattie.

—Tu voz suena más gutural que antes de que yo me marchara -aclaró Rachel con cautela-. Y parece que no la dominas tanto.

El asintió y le habló de la dificultad que había tenido al intentar susurrar en el teatro, durante la representación.

—¿Has seguido haciendo los ejercicios? -preguntó ella.

Pareció sorprendida cuando él admitió que no había pensado demasiado en su pronunciación desde que dejara Holden's Crossing para ir a la facultad de medicina.

—No tenía tiempo para ejercicios. Estaba demasiado ocupado intentando convertirme en médico.

—¡Pero ahora no debes abandonarte! Tienes que volver a hacer tus ejercicios. Si no los haces, olvidarás cómo debes hablar. Yo trabajaré contigo en los ejercicios, si quieres, como solíamos hacer.

Lo miró con expresión seria; la brisa del río le enredaba el pelo suelto, y la pequeña, que tenía sus mismos ojos y su sonrisa, seguía reclinada contra su pecho. Ella tenía la cabeza erguida, y su cuello tenso y atractivo le recordó a Chamán el dibujo que había visto de una leona.

"Sé que puedo hacerlo, señorita Burnnam." Recordó a la niña que se había ofrecido espontáneamente a ayudar a un chico sordo a hablar, y recordó cuánto la había amado.

—Te lo agradecería, Rachel -respondió con firmeza, cuidando de acentuar la última silaba de "agradeceria" y de bajar levemente la voz al final de la frase.

Habían decidido encontrarse en un punto del Camino Largo equidistante de ambas casas. El estaba seguro de que Rachel no le había dicho a Lillian que volvería a trabajar con él en los ejercicios, y consideró que no había razón alguna para comentárselo a su madre. El primer día Rachel apareció a la hora convenida, las tres en punto, acompañada por los dos niños, a los que envió a recoger avellanas en el sendero.

Rachel se sentó en una pequeña manta que había llevado, con la espalda apoyada en un roble, y él se sentó obedientemente frente a ella.

El ejercicio que escogió Rachel consistía en pronunciar una frase que Chamán leería en sus labios y repetiría con la entonación y el énfasis adecuados. Para ayudarlo, ella le cogió los dedos y los apretó para indicarle en qué silaba debía acentuarse cada palabra. La mano de ella era cálida y seca, y tan formal como si sostuviera una plancha o la ropa para lavar. Chamán sentía que su propia mano estaba caliente y sudorosa, pero cuando dedicó su atención a la tarea que ella le imponía perdió toda la timidez. Su pronunciación había empeorado más de lo que él imaginaba, y luchar con ello no le producía ningún placer. Se sintió aliviado cuando por fin llegaron los niños, cargando laboriosamente con un cubo medio lleno de avellanas. Rachel les dijo que en cuanto llegaran a casa las abrirían con un martillo, quitarían el fruto del interior y luego amasarían un pan de avellanas para compartirlo con Chamán.

El tenía que encontrarse con ella al día siguiente para hacer más ejercicios, pero por la mañana, después de atender el dispensario y de salir a hacer sus visitas, descubrió que Jack Damon estaba sucumbiendo finalmente a la tuberculosis. Se quedó junto al hombre agonizante, intentando aliviarlo. Cuando todo concluyó, era demasiado tarde para reunirse con Rachel, y regresó a su casa de mal humor.

El día siguiente era sábado. En casa de los Geiger se respetaba estrictamente el Sabbath y no podría encontrarse con Rachel, pero cuando concluyó el horario del dispensario se puso a hacer los ejercicios él solo.

Se sintió desarraigado, y en cierto modo, en un aspecto que no tenía nada que ver con su trabajo, estaba insatisfecho con su vida.

Esa tarde volvió a coger los libros de Cliburne y siguió leyendo sobre el pacifismo y el movimiento cuáquero, y el domingo por la mañana se levantó temprano y se fue a Rock Island. Cuando llegó a casa de Cliburne, el hombre estaba terminando de desayunar. Aceptó los libros que Chamán le devolvió, y le sirvió una taza de café; asintió sorprendido cuando Chamán le preguntó si podía asistir a una reunión cuáquera.

George Cliburne era viudo. tenía un ama de llaves, pero el domingo era su día libre, y él era un hombre muy pulcro. Lavó los platos del desayuno y le permitió a Chamán secarlos. Dejaron a Boss en el establo y subieron a la calesa de Cliburne, y en el camino le explicó algunas cosas sobre la Reunión

—Entramos en la Casa de Reuniones sin hablar y nos sentamos, los hombres a un lado y las mujeres a otro. Supongo que eso es para que haya menos distracciones. La gente guarda silencio hasta que el Señor deja caer en alguien la carga del sufrimiento humano, y esa persona se pone de pie y habla.

Cliburne le advirtió a Chamán que se sentara en medio o en la parte de atrás de la Casa de Reuniones. No se sentarían juntos.

—Es costumbre que los Mayores, que han hecho el trabajo de la Sociedad durante muchos, muchos años, se sienten delante. -Se acercó a él y sonriendo le dijo en tono confidencial-: Algunos cuáqueros nos llaman los Amigos de Peso.

La Casa de Reuniones era pequeña y sencilla, una casa de madera blanca sin campanario. Las paredes estaban pintadas de blanco y el suelo de gris. Contra tres de las cuatro paredes había unos bancos oscuros dispuestos de tal manera que formaban una U cuadrada y plana que permitía que pudieran verse unos a otros. Cuando entraron ya había cuatro hombres sentados. Chamán se acomodó en el último banco, cerca de la puerta, como quien antes de meterse en las aguas profundas prueba la temperatura metiendo la punta del pie en la parte menos profunda. Al otro lado había media docena de mujeres, y ocho niños. Y los Mayores eran ancianos; George y cinco de sus Amigos de Peso estaban sentados en un banco colocado encima de una plataforma de unos treinta centímetros de altura, en el frente de la sala.

El sosiego del lugar armonizaba con el silencio del mundo de Chamán.

De vez en cuando entraba alguien y se sentaba sin decir una sola palabra. Finalmente estuvieron todos reunidos: once hombres, catorce mujeres y doce niños, según el cálculo de Chamán.

En silencio.

Reinaba la calma.

Pensó en su padre y abrigó la esperanza de que descansara en paz.

Pensó en Alex.

Por favor, dijo en el silencio perfecto que ahora compartía con los demás. De los cientos de miles de muertos, por favor, salva a mi hermano. Por favor, haz que mi loco, adorable y fugitivo hermano regrese a casa.

Pensó en Rachel, pero no se atrevió a rezar.

Pensó en Hattie, que tenía la sonrisa y los ojos de su madre, y que hablaba sin parar.

Pensó en Joshua, que hablaba poco pero parecía estar mirándolo siempre.

Una mujer de mediana edad que ocupaba un banco cercano se puso de pie. Era delgada y frágil, y empezó a hablar.

—Esta guerra terrible por fin está empezando a declinar. está ocurriendo muy lentamente, pero ahora nos damos cuenta de que no puede seguir para siempre. Muchos de nuestros periódicos están pidiendo que se elija al general Fremont como presidente. Dicen que el presidente Lincoln será muy tolerante con el Sur cuando llegue la paz.

Dicen que no es momento de perdonar sino de vengarse de la gente de los estados sureños.

“Jesús dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Y Jesús dijo: "Dad de comer al hambriento, dad de beber al sediento".

“Debemos perdonar los pecados cometidos por ambas partes en esta terrible guerra, y rezar para que las palabras del salmo se hagan realidad pronto, para que la misericordia y la verdad se unan, para que la justicia y la paz se den la mano.

“Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados.”

“Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia.”

“Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados los hijos de Dios.”

Se quedó quieto, y el silencio se prolongó.

Una mujer se puso de pie exactamente delante de Chamán. Dijo que estaba intentando conceder el perdón a una persona que le había hecho un gran daño a su familia. Deseaba que su corazón quedara libre de odio y quería mostrar tolerancia y amor misericordioso, pero estaba enzarzada en una lucha consigo misma, porque no deseaba perdonar. Les pedía a sus amigos que rezaran para darle fuerzas.

Cuando se sentó, enseguida se levantó otra mujer; estaba en el otro extremo de la sala, de modo que Chamán no pudo verle la boca lo suficiente para enterarse de lo que decía. Unos minutos después volvió a sentarse y todos guardaron silencio hasta que un hombre que ocupaba un asiento junto a la ventana se puso de pie. Era un joven de veintitantos años, de rostro sincero. Dijo que tenía que tomar una decisión importante que afectaría el resto de su vida.

—Necesito la ayuda del Señor, y vuestras oraciones -anunció, y se sentó.

Después nadie más habló. Pasaron los minutos, y entonces Chamán vio que George Cliburne se volvía hacia el hombre que estaba a su lado y le estrechaba la mano. Era la señal para concluir la reunión. Varias personas que estaban cerca de Chamán le estrecharon la mano, y todos se dirigieron a la puerta.

Era el servicio religioso más extraño que Chamán había visto jamás.

En el camino de regreso a casa de Cliburne, permaneció pensativo.

—¿Entonces se espera que un cuáquero exprese su perdón por todos los crímenes? ¿Y la satisfacción que se siente cuando la justicia triunfa sobre el mal?

—Nosotros creemos en la justicia -afirmó Cliburne-. Lo que no creemos es en la venganza ni en la violencia.

Chamán sabía que su padre había deseado vengar la muerte de Makwa, y sin duda él también deseaba hacerlo.

—¿No sería violento si viera que alguien está a punto de matar a su madre? -preguntó, y se sintió molesto al ver que George Cliburne sonreía irónicamente.

—Todos los que reflexionan sobre el pacifismo, tarde o temprano plantean la misma pregunta. Mi madre murió hace tiempo, pero si alguna vez me encontrara en una situación semejante, estoy seguro de que el Señor me indicaría qué debo hacer. Verás, Chamán. Tú no vas a rechazar la violencia porque yo te lo diga. No es algo que saldrá de aquí -dijo tocándole los labios-. Y tampoco saldrá de aquí.

Tocó la frente de Chamán.

—Si ocurre, debe salir de aquí. -Le dio unos golpecitos en el pecho-.

Hasta entonces, debes seguir sujetando tu espada -añadió, como si Chamán fuera un romano o un visigodo en lugar de un joven sordo al que no habían aceptado para el servicio militar-. Cuando desenvaines la espada, si es que lo haces, será porque no tienes otra alternativa -concluyó Cliburne, y mientras volvía a coger las riendas hizo chascar la lengua para que el caballo fuera más rápido.

63

El final del diario

—Esta tarde estamos invitados a tomar el té en casa de los Geiger -le informó Sarah a Chamán-. Rachel dice que debemos ir. Parece que tiene algo que ver con los niños y unas avellanas.

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