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Authors: Laura Esquivel

Tags: #Drama, romántico

Como agua para chocolate (18 page)

BOOK: Como agua para chocolate
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—¡Pues eso es lo que hago! ¿O no tuvo usted una hija ilícitamente?

—¡Te vas a condenar por hablarme así!

—¡No más de lo que usted está!

—¡Cállate la boca! ¿Pues qué te crees que eres?

—¡Me creo lo que soy! Una persona que tiene todo el derecho a vivir la vida como mejor me plazca. Déjeme de una vez por todas, ¡ya no la soporto! Es más, ¡la odio, siempre la odié!

Tita pronunció las palabras mágicas para hacer desaparecer a Mamá Elena para siempre. La imponente imagen de su madre empezó a empequeñecer hasta convertirse en una diminuta luz. Conforme el fantasma se desvanecía, el alivio crecía dentro del cuerpo de Tita. La inflamación del vientre y el dolor de los senos empezaron a ceder. Los músculos del centro de su cuerpo se relajaron, dando paso a la impetuosa salida de su menstruación. Esta descarga tantos días contenida mitigó sus penas. Respiró profunda y tranquilamente. No estaba embarazada. Pero no con esto terminaban sus problemas. La pequeña luz a que fue reducida la imagen de Mamá Elena empezó a girar rápidamente Atravesó el cristal de la ventana y salió disparada hacia el patio, como un buscapiés enloquecido. Pedro, en su borrachera, no se dio cuenta del peligro. Cantaba muy contento
Estrellita
, de Manuel M. Ponce, bajo la ventana de Tita, rodeado de revolucionarios igual de tomados que él. Gertrudis y Juan tampoco olieron la desgracia. Bailaban como dos adolescentes recién enamorados a la luz de uno de los tantos quinqués de petróleo que estaban diseminados por todo el patio para alumbrar la fiesta. De pronto, el buscapiés se acercó a Pedro girando vertiginosamente, y con una furia hizo que el quinqué más cercano a él estallara en mil pedazos. El petróleo esparció las llamas con rapidez sobre la cara y el cuerpo de Pedro.

Tita, que estaba terminando de tomar las medidas adecuadas para recibir su menstruación, escuchó el alboroto que el accidente de Pedro provocaba. Precipitadamente llegó hasta la ventana, la abrió y vio a Pedro corriendo por todo el patio, convertido en una antorcha humana. Entonces Gertrudis lo alcanzó, se arrancó de un tirón la falda de su vestido y con ella cubrió a Pedro, derribándolo sobre el piso.

Tita no supo cómo bajó las escaleras pero llegó al lado de Pedro en sólo 20 segundos. Gertrudis le quitaba en ese momento la ropa humeante. Pedro aullaba de dolor. Tenía quemaduras por todo el cuerpo. Entre varios hombres lo cargaron cuidadosamente para llevarlo a su recámara. Tita tomó a Pedro de la única mano que tenía libre de quemaduras y no se separó de él. Cuando iban subiendo las escaleras, Rosaura abrió la puerta de su recámara. Percibió de inmediato un fuerte olor a plumas quemadas. Se acercó a la escalera con la intención de bajar a ver qué sucedía y ahí se topó con el grupo que cargaba a Pedro envuelto en humo. Tita, a su lado, lloraba desconsolada. El primer intento de Rosaura fue correr a ayudar a su marido. Tita trató de soltarle la mano a Pedro para permitir que Rosaura se acercara a él, pero Pedro, entre quejidos y hablándole por primera vez de tú, clamó:

—Tita, no te vayas. No me dejes.

—No, Pedro, no lo haré.

Tita tomó nuevamente la mano de Pedro, Rosaura y Tita se miraron un momento retadoramente. Entonces Rosaura comprendió que ella no tenía nada que hacer ahí, se metió en su recámara y se cerró con llave. De ahí no salió en una semana. Como Tita no podía ni quería desprenderse del lado de Pedro ordenó a Chencha que trajera claras de huevo batidas con aceite y bastantes papas crudas bien machacadas. Estos eran los mejores métodos que conocía contra las quemaduras. Las claras de huevo se ponen con una pluma fina sobre la parte dañada, renovando la aplicación cada vez que el linimento se seque. Después hay que poner emplastos de papas crudas machacadas para reducir la inflamación y calmar el dolor.

Tita se pasó toda la noche aplicándole estos remedios caseros. Mientras le ponía el emplasto de papas, observaba el amado rostro de Pedro. Ni señas quedaban de sus pobladas cejas y sus grandes pestañas. El cuadrado mentón ahora tenía forma oval por la hinchazón. A Tita no le importaba que fuera a quedar con alguna marca, pero tal vez a Pedro sí. ¿Qué ponerle para evitar que le quedaran cicatrices? Nacha le dio la respuesta, que a su vez «Luz del amanecer» le había dado a ella: lo mejor en estos casos era ponerle a Pedro corteza del árbol de tepezcohuite. Tita salió corriendo al patio y sin importarle que la noche estaba muy avanzada levantó a Nicolás y lo mandó a conseguir esa corteza, con el mejor brujo de la región. Ya casi al amanecer logró calmar un poco el dolor de Pedro y que éste se quedara dormido por un momento. Aprovechó para salir a despedirse de Gertrudis, pues desde hacía rato oía los pasos y las voces de las gentes de su tropa mientras alistaban a los caballos para retirarse.

Gertrudis habló con Tita por largo rato, lamentaba no poderse quedar a ayudarla en el infortunio, pero le habían llegado órdenes de atacar Zacatecas. Gertrudis le agradeció los momentos tan felices que había pasado a su lado, le aconsejó que no dejara de luchar por Pedro y antes de despedirse le dio una receta que las soldaderas usaban para no embarazarse: después de cada relación íntima se hacían un lavado con agua hervida y unas gotas de vinagre. Juan se acercó a ellas e interrumpió la conversación, para informarle a Gertrudis que era hora de partir. Juan le dio un fuerte abrazo a Tita y le envió a Pedro, por su conducto, los mejores deseos para su restablecimiento. Tita y Gertrudis se abrazaron emocionadas. Gertrudis subió a su caballo y se fue. No iba cabalgando sola, llevaba a su lado, en la alforja, su niñez encerrada en un frasco de torrejas de natas.

Tita los vio irse con lágrimas en los ojos. Chencha también, pero al contrario de las de Tita las de ella eran de felicidad. ¡Por fin podría descansar!

Cuando Tita iba a entrar nuevamente a la casa escuchó un grito de Chencha:

—¡No puede ser! Ya vienen de regreso.

Efectivamente, tal parecía que alguien de la tropa regresaba al rancho, pero no podían ver bien de quién se trataba por la polvareda que los caballos habían levantado en su retirada.

Forzando la vista, con gusto reconocieron que se trataba de la carretela de John. Ya estaba de regreso. Al verlo, Tita se sintió completamente confundida. No sabía qué iba a hacer ni qué le iba a decir. Por una parte le daba un gusto enorme verlo pero, por otra, se sentía muy mal, de tener que cancelar su compromiso matrimonial con él. John llegó hasta ella con un gran ramo de flores. La abrazó emocionado y al besarla se dio cuenta de que algo había cambiado dentro de Tita.

Continuará

Siguiente receta
:

Frijoles gordos con chile a la Tezcucana

Frijoles gordos con chile a la Tezcucana

XI. Noviembre

INGREDIENTES:

Fríjoles gordos

Carne de puerco

Chicharrón

Chile ancho

Cebolla

Queso rallado

Lechuga

Aguacate

Rábanos

Chiles tomachiles

Aceitunas

Manera de hacerse
:

A los frijoles primero se les tiene que dar un cocimiento con tequesquite, y, después de lavados, se ponen nuevamente a cocer junto con pedacitos de carne de puerco y chicharrón.

Poner los frijoles a cocer fue lo primero que hizo Tita en cuanto se levantó a las cinco de la mañana.

Hoy estaban invitados a comer John y su tía Mary, que había venido desde Pennsylvania sólo para asistir a la boda de Tita y John. La tía Mary estaba ansiosa por conocer a la prometida de su sobrino preferido y no había podido hacerlo por lo inoportuno que esto sería, dadas las condiciones de salud de Pedro. Esperaron una semana a que se restableciera para hacer una visita oficial. A Tita le angustiaba mucho no poder cancelar esta presentación debido a que la tía de John ya tenía ochenta años y había venido desde tan lejos sólo con la esperanza de conocerla. Darle una buena comida a la tía Mary era lo menos que Tita podía hacer por la dulce anciana y por John, pero no tenía nada que ofrecerles aparte de la noticia de que no se casaría con John. Se sentía completamente vacía, como un platón al que sólo le quedan las migajas de lo que fue un excelente pastel. Buscó alimentos en la despensa pero éstos brillaban por su ausencia, verdaderamente no tenía nada. La visita de Gertrudis al rancho había arrasado con todas las reservas. Lo único que le quedaba en el granero, aparte de maíz para hacer unas ricas tortillas, eran arroz y frijoles. Pero con buena voluntad e imaginación podría preparar una comida digna. Un menú de arroz con plátanos machos y frijoles a la Tezcucana no la haría quedar mal.

Como los frijoles no estaban tan frescos como en otras ocasiones y previendo que se tomaran más tiempo del acostumbrado en cocerse, los puso desde temprano y, mientras éstos lo hacían, se ocupó en desvenar los chiles anchos.

Después de desvenados los chiles, se ponen a remojar en agua caliente y por último se muelen.

Inmediatamente después de haber dejado los chiles remojando, Tita preparó el desayuno de Pedro y se lo llevó a su recámara. Ya se encontraba bastante restablecido de sus quemaduras. Tita en ningún momento había dejado de aplicarle la corteza del tepezcohuite, y con esto había evitado que a Pedro le quedaran cicatrices. John había aprobado por completo el tratamiento. Él mismo, curiosamente, continuaba desde hacía tiempo los experimentos con esta corteza que su abuela «Luz del amanecer» había iniciado. Pedro esperaba a Tita ansiosamente. Aparte de las deliciosas comidas que ésta le llevaba a diario, otro aspecto relevante influyó en su asombroso restablecimiento: las pláticas que tenía con ella después de tomar sus alimentos. Pero esta mañana Tita no tenía tiempo para dedicarle, quería preparar la comida para John lo mejor posible. Pedro, estallando en celos, le dijo:

—Lo que deberías hacer en vez de invitarlo a comer, es decirle de una vez por todas que no te vas a casar con él, porque estás esperando un hijo mío.

—No puedo decirle eso, Pedro.

—¿Qué? ¿Tienes miedo de lastimar al doctorcito?

—No es que tenga miedo, sino que sería muy injusto tratar a John de esa manera, él se merece todo mi respeto y tengo que esperar al mejor momento para hablarle.

—Si no lo haces tú, lo voy a hacer yo mismo.

—No, no le vas a decir nada; en primera, porque no te lo permito y, en segunda, porque no estoy embarazada.

—¿Qué? ¿Qué dices?

—Lo que confundí con un embarazo fue sólo un desarreglo, pero ya me normalicé.

—Entonces ¿es eso? Ahora entiendo perfectamente lo que te pasa. No quieres hablar con John porque tal vez estás dudando entre quedarte a mi lado o casarte con él ¿verdad? Ahora ya no estás atada a mí, un pobre enfermo.

Tita no entendía esta actitud de Pedro: parecía un niño chiquito emberrinchado. Hablaba como si fuera a estar enfermo por el resto de sus días y no era para tanto, en poco tiempo estaría restablecido por completo. Sin duda el accidente que sufrió le había alterado la mente. Tal vez tenía la cabeza llena del humo que su cuerpo había despedido al quemarse y así como un pan achicharrado altera el olor de toda una casa convirtiéndolo en desagradable, así su cerebro ahumado lanzaba estos negros pensamientos transmutando sus usualmente gratas palabras en insoportables. No era posible que dudara de ella, ni tampoco que tuviera la intención de actuar contrariamente a lo que siempre había sido una característica de su conducta para con los demás: la decencia.

Salió de la recámara muy molesta, y Pedro, antes de que cerrara la puerta, le gritó que no quería que volviera a llevarle la comida, que mandara a Chencha, para que pudiera tener tiempo suficiente de ver a John sin ningún problema.

Tita entró enojada a la cocina y se dispuso a desayunar, no lo había hecho antes pues para ella su primer interés era atender a Pedro y después su trabajo diario, y todo ¿para qué? Para que Pedro en lugar de tomárselo en cuenta reaccionara como lo hizo, ofendiéndola con sus palabras y actitudes. Definitivamente Pedro estaba convertido en un monstruo de egoísmo y celos.

Se preparó unos chilaquiles y se sentó a comerlos en la mesa de la cocina. No le gustaba hacerlo sola y últimamente no le había quedado otra, pues Pedro no se podía mover de la cama, Rosaura no quería salir de su recámara y permanecía encerrada a piedra y lodo sin recibir alimentos, y Chencha, después de tener su primer hijo, se había tomado unos días de reposo. Por tanto, los chilaquiles no le supieron como en otras ocasiones: les faltaba la compañía de alguien. De pronto escuchó unos pasos. La puerta de la cocina se abrió y apareció Rosaura.

Tita se sorprendió al verla. Estaba igual de delgada que cuando era soltera. ¡Con sólo una semana de no comer! Parecía imposible que hubiera perdido 30 kilos en sólo siete días, pero así era. Lo mismo le había pasado cuando se habían ido a vivir a San Antonio: adelgazó rápidamente, pero no hacía más que regresar al rancho y ¡a engordar!

Rosaura entró altivamente y se sentó frente a Tita. La hora de enfrentarse con su hermana había llegado, pero no sería Tita quien iniciara la disputa. Retiró el plato, le dio un sorbo a su café y empezó cuidadosamente a partir en trozos pequeños las orillas de la tortillas que había utilizado para hacer sus chilaquiles.

Acostumbraban a quitarle la orilla a todas las tortillas que comían para echárselas a las gallinas. También desmenuzaban el migajón del bolillo con la misma intención. Rosaura y Tita se miraron fijamente a los ojos y permanecieron en esta actitud hasta que Rosaura abrió la discusión.

—Creo que tenemos pendiente una conversación, ¿no lo crees?

—Sí, sí lo creo. Y creo que fue desde que te casaste con mi novio.

—Está bien, si lo quieres, empecemos por ahí. Tú tuviste un novio indebidamente. No te correspondía tenerlo.

—¿Según quién? ¿Según mamá o según tú?

—Según la tradición de la familia, que tú rompiste.

—Y que voy a romper cuantas veces sea necesario, mientras esa maldita tradición no me tome en cuenta. Yo tenía el mismo derecho a casarme que tú, y tú eras la que no tenía derecho a meterse en medio de dos personas que se querían profundamente.

—Pues ni tan profundamente. Ya ves cómo Pedro te cambió por mí a la menor oportunidad. Yo me casé con él, porque él así lo quiso. Y si tuvieras tantito orgullo lo deberías de haber olvidado para siempre.

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