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Authors: Laura Esquivel

Tags: #Drama, romántico

Como agua para chocolate (16 page)

BOOK: Como agua para chocolate
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Cuando la masa dobla su tamaño por tercera vez, se decora con las frutas cubiertas, se barniza con huevo batido y se le pone el azúcar. Se mete al horno por veinte minutos y después se deja enfriar.

Cuando la rosca estuvo lista, Tita le pidió a Pedro que la ayudara a llevarla a la mesa. Le hubiera podido pedir ayuda a quien fuera, pero necesitaba hablar con él en privado.

—Pedro, necesito hablarle a solas.

—Es muy fácil, ¿por qué no va al cuarto oscuro? Ahí lo podemos hacer sin que nadie nos moleste. Llevo muchos días esperando que vaya.

—Lo que tengo que decirle es precisamente sobre esas visitas.

La entrada de Chencha interrumpió la conversación, para informar que los Lobo acababan de llegar a la fiesta y sólo estaban esperando por ellos para partir la rosca. Entonces a Tita y a Pedro no les quedó otra que suspender la conversación y llevar la rosca al comedor, donde era esperada con ansiedad. Cuando iban atravesando el pasillo, Tita vio a su madre parada junto a la puerta del comedor, lanzándole una mirada de furia. Tita se paralizó.
El Pulque
empezó a ladrarle a Mamá Elena, que caminaba amenazadoramente hacia Tita. El perro tenía el pelo del lomo erizado por el miedo y caminaba defensivamente, hacia atrás. Su aturdimiento hizo que metiera una pata trasera dentro de la escupidera de latón que se encontraba al final del pasillo, junto al helecho, y que al tratar de salir corriendo la azotara contra el piso, dejando regado por todos lados el contenido de ésta.

El escándalo que provocó, llamó la atención de los doce invitados, que ya se encontraban reunidos en la sala. Se asomaron al pasillo muy alarmados y Pedro les tuvo que explicar que el
Pulque
, tal vez por la vejez, últimamente hacía este tipo de cosas inexplicables, pero que todo estaba bajo control. Sin embargo, Paquita Lobo se dio cuenta de que Tita estaba a punto del desmayo. Pidió que alguien más le ayudara a Pedro a llevar la rosca al comedor, pues ella veía a Tita muy indispuesta, la tomó del brazo y la llevó a la sala. Le dieron a oler sales y después de un momento se recuperó por completo. Entonces decidieron pasar al comedor. Antes de salir, Paquita detuvo a Tita un segundo y le preguntó:

—¿Ya te sientes bien? Aún te noto medio mareada, ¡y tienes una mirada! Que de no ser porque yo sé perfectamente que eres una muchacha decente juraría que estás embarazada.

Tita, riendo y tratando de no darle importancia, le respondió:

—¿Embarazada? ¡Sólo a usted se le ocurre! ¿Y qué tiene que ver la mirada con eso?

—Yo puedo ver en los ojos de una mujer inmediatamente cuándo está embarazada.

Tita agradeció que el
Pulque
la salvara nuevamente de una situación difícil, pues el escándalo de los mil demonios que estaba armando en el patio le evitó tener que seguir conversando con Paquita. Además de los ladridos del
Pulque
se escuchaba el sonido provocado por el galope de varios caballos. Todos los invitados ya estaban en casa. ¿Quién podría ser a estas horas? Tita se dirigió rápidamente a la puerta, la abrió y vio cómo el
Pulque
le hacía fiestas a la persona que venía al frente de una compañía de revolucionarios. Hasta que se acercaron lo suficiente no pudo apreciar que quien venía al mando de la tropa era nada menos que su hermana Gertrudis. A su lado cabalgaba el ahora general Juan Alejandrez, el mismo que la había robado tiempo atrás. Gertrudis se bajó del caballo y como si el tiempo no hubiera pasado, dijo con desparpajo que sabiendo que era día de partir la rosca de Reyes, había venido por una buena taza de chocolate recién batido. Tita, abrazándola emocionada, la llevó de inmediato a la mesa para cumplirle el deseo. En la casa lo hacían como nadie, pues ponían mucho esmero en todos los pasos a seguir para hacerlo, desde su fabricación hasta la batida del chocolate, que es otro capítulo importantísimo. La impericia al batirlo puede ocasionar que un chocolate de excelente calidad se convierta en detestable o por su falta de cocimiento o por estar pasado de punto, o muy espeso o aun quemado.

El método para evitar todas las fallas anteriores es muy sencillo: se pone en la lumbre una tablilla de chocolate con agua. La cantidad de agua debe ser un poco mayor que la que se necesite para llenar el pocillo en que se ha de hervir. Cuando da el primer hervor, se aparta del fuego y se deshace la tablilla perfectamente, se bate con el molinillo hasta que esté bien incorporada con el agua. Se vuelve a la hornilla. Cuando dé otro hervor y quiera subir, se aparta de la lumbre. En seguida se vuelve a poner y así hasta que dé el tercer hervor. Entonces se aparta por última ocasión y se bate. Se sirve la mitad en el pozuelo y se vuelve a batir el restante. Entonces se sirve todo, dejando la superficie cubierta de espuma. Se puede hacer también con leche en lugar de agua, pero en este caso sólo se le da un hervor, la segunda ocasión que se pone al fuego se bate para que no quede muy espeso. El chocolate hecho con agua es de mejor digestión que el de leche.

Gertrudis cerraba los ojos cada vez que daba un sorbo a la taza de chocolate que tenía frente a ella. La vida sería mucho más agradable si uno pudiera llevarse a dónde quiera que fuera los sabores y los olores de la casa materna. Bueno, ésta ya no era su casa materna. Su madre había muerto sin qué ella se enterara. Sintió mucha pena cuando Tita se lo informó. Ella había regresado con la intención de mostrarle a Mamá Elena que había triunfado en la vida. Era
generala
del ejército revolucionario. Este nombramiento se lo había ganado a pulso, luchando como nadie en el campo de batalla. En la sangre traía el don de mando; así que en cuanto ingresó al ejército, rápidamente empezó a escalar puestos en el poder hasta alcanzar el mejor puesto, y no sólo eso, regresaba felizmente casada con Juan. Se habían encontrado después de haberse dejado de ver por más de un año y entre ellos había renacido la misma pasión que la del día en que se conocieron. ¡Qué más podía pedir una persona! Cómo le gustaría que su madre la hubiera visto y cómo le gustaría volverla a ver, aunque sólo fuera para que le indicara con la mirada que era necesario que utilizara la servilleta para limpiarse los restos de chocolate en los labios. Este chocolate estaba preparado como en los viejos tiempos.

Gertrudis lanzó una plegaria en silencio y con los ojos cerrados, pidiendo que Tita viviera muchos años más cocinando las recetas de la familia. Ni ella ni Rosaura tenían los conocimientos para hacerlo, por lo tanto el día que Tita muriera moriría junto con ella el pasado de su familia. Cuando todos terminaron de cenar pasaron a la sala, donde dio comienzo el baile. El salón estaba perfectamente iluminado por una colosal cantidad de velas. Juan impresionó a los invitados tocando de maravilla la guitarra, la armónica y el acordeón. Gertrudis llevaba el ritmo de las piezas que Juan interpretaba golpeando el piso con la punta de su bota. Lo miraba orgullosamente desde el fondo del salón, donde una corte de admiradores la tenía rodeada, asediándola con preguntas sobre su participación en la revolución. Gertrudis, con gran soltura, mientras fumaba, les narraba fantásticas historias de las batallas en las que había participado. En ese momento los tenía con la boca abierta contándoles cómo había sido el primer fusilamiento que ordenó, pero sin poderse contener, interrumpió el relato y se lanzó al centro del salón donde empezó a bailar con donaire la polka
Jesusita en Chihuahua
, que Juan interpretaba magistralmente en el acordeón norteño. Con liviandad, se levantaba la falda hasta la rodilla, mostrando gran desenfado. Esta actitud, provocaba comentarios escandalosos de las mujeres ahí reunidas.

Rosaura le dijo en el oído a Tita:

—Yo no sé de dónde sacó ese ritmo Gertrudis. A mamá no le gustaba bailar y dicen que papá lo hacía muy mal.

Tita levantó los hombros en señal de respuesta, aunque ella sabía perfectamente de quién había heredado Gertrudis el ritmo y otras cosas. Este secreto pensaba llevárselo a la tumba, pero no lo pudo hacer. Un año más tarde Gertrudis dio a luz a un niño mulato. Juan enfureció y amenazó con dejarla. No le perdonaba a Gertrudis que hubiera vuelto a las andadas. Entonces Tita, para salvar ese matrimonio, confesó todo. Por fortuna no se había atrevido a quemar las cartas, ahora sí que con el «negro pasado» de su madre, pues éstas le sirvieron perfectamente de prueba para demostrar la inocencia de Gertrudis. Dé cualquier manera fue un golpe difícil de asimilar, pero al menos no se separaron, sino que vivieron para siempre juntos y pasando más tiempo felices que enojados.

Así como sabía la razón del ritmo de Gertrudis, sabía la razón del fracaso del matrimonio de su hermana y de su propio embarazo. Ahora le gustaría saber cuál era la mejor solución. Eso es lo importante. Lo bueno es que ya tenía alguien a quien confiar sus penas. Esperaba que Gertrudis se quedara en el rancho lo suficiente como para que la escuchara y la aconsejara. En cambio Chencha deseaba todo lo contrario. Estaba furiosa con Gertrudis, bueno, no precisamente con ella, sino con el trabajo que representaba el atender a su tropa. En lugar de gozar de la fiesta, a esas horas de la noche había tenido que poner una gran mesa en el patio y elaborar chocolate para los cincuenta de su tropa.

Continuará

Siguiente receta
:

Torrejas de natas

Torrejas de natas

X. Octubre

INGREDIENTES:

1 taza de natas

6 huevos

Canela

Almíbar

Manera de hacerse
:

Se toman los huevos, se parten y se les separan las claras. Las seis yemas se revuelven con la taza de natas. Se baten estos ingredientes hasta que se torne ralo el batido. Entonces se vierten sobre una cazuela previamente untada con manteca. Esta mezcla, dentro de la tartera, no debe sobrepasar un dedo de altura. Se pone sobre la horquilla, a fuego muy bajo, y se deja cuajar.

Tita estaba preparando estas torrejas a petición expresa de Gertrudis, pues era su postre favorito. Tenía mucho tiempo de no comerlo y quería hacerlo antes de dejar el rancho, al día siguiente. Había pasado en casa sólo una semana, pero esto era mucho más de lo que había planeado. Mientras Gertrudis untaba la cazuela donde Tita vaciaría las natas batidas, no paraba de hablar. Tenía tantas cosas que contarle que ni con un mes hablando día y noche podría agotar su conversación. Tita la escuchaba con gran interés. Es más, le daba temor que dejara de hacerlo, pues entonces le tocaría el turno a ella. Sabía que sólo le quedaba el día de hoy para contarle a Gertrudis su problema y, aunque se moría de ganas de desahogarse con su hermana, tenía resquemores en cuanto a la actitud que ésta tomaría con ella.

La estancia de Gertrudis y su tropa en la casa, en lugar de agobiar de trabajo a Tita, le había proporcionado una enorme paz. Con tanta gente por toda la casa y los patios, era imposible conversar con Pedro, ya no se diga encontrarse con él en el cuarto oscuro. Esto tranquilizaba a Tita, pues aún no estaba preparada para hablar con él. Antes de hacerlo quería analizar bien las posibles soluciones que tenía el problema de su embarazo, y tomar una determinación. Por un lado estaban ella y Pedro y, por otro, estaba su hermana en total desventaja. Rosaura no tenía carácter, le importaba mucho aparentar en la sociedad, seguía gorda y pestilente, pues ni con el remedio que Tita le dio pudo aminorar su intenso problema. ¿Qué pasaría si Pedro la abandonaba por ella? ¿Qué tanto le afectaría a Rosaura? ¿Qué sería de Esperanza?

—Ya te aburrí con mi plática, ¿verdad?

—Claro que no Gertrudis, ¿por qué dices eso?

—Nada más porque te veo con la mirada perdida desde hace un rato. Dime, ¿qué es lo que te pasa? Se trata de Pedro, ¿verdad?

—Sí.

—Si lo sigues queriendo, ¿cómo es entonces que te vas a casar con John?

—Ya no me voy a casar con él, no puedo hacerlo.

Tita se abrazó a Gertrudis y lloró en su hombro, en silencio. Gertrudis le acariciaba el pelo con ternura, pero sin descuidar el dulce de torrejas que estaba sobre la lumbre. Sería una pena que no pudiera comerlo. Cuando estaba a punto de empezar a quemarse, separó a Tita de su lado y con dulzura le dijo:

—Nada más déjame quitar esto de la lumbre y ahorita sigues llorando, ¿sí?

A Tita no pudo menos que causarle risa que en estos momentos Gertrudis estuviera más preocupada por el futuro de las torrejas que por el de ella. Claro que esta actitud era comprensible, pues por un lado Gertrudis ignoraba la gravedad del problema de su hermana y por el otro, tenía un gran antojo de comer torrejas. Secándose las lágrimas, Tita misma retiró del fuego la cazuela, pues Gertrudis se quemó la mano al tratar de hacerlo.

Cuando están frías las natas, se cortan en pequeños cuadros, de un tamaño que no los haga quebradizos. Por su parte se baten las claras, para rebozar en ellas los cuadros de natas y después freírlos en aceite. Por último se echan en almíbar y se polvorean con canela molida.

Mientras dejaban enfriar las natas para poder capearlas después, Tita le confió a Gertrudis todos sus problemas. Primero le mostró lo inflamado que tenía el vientre, y cómo sus vestidos y faldas ya no le cerraban. Luego le contó cómo por las mañanas al levantarse sentía mareos y náuseas. Cómo el busto le dolía tanto que nadie se lo podía tocar. Y al último, así como quien no quiere la cosa, le dijo que esto tal vez, quién sabe, a lo mejor, lo más posible, era porque estaba un poquito embarazada. Gertrudis la escuchó con calma y sin impresionarse en ningún momento. En la revolución ella había visto y oído cosas mucho peores que éstas.

—¿Y dime, ya lo sabe Rosaura?

—No, no sé qué es lo que haría si se entera de la verdad.

—¡La verdad! ¡La verdad! Mira Tita, la mera verdad es que la verdad no existe, depende del punto de vista de cada quien. Por ejemplo, en tu caso la verdad podría ser que Rosaura se casó con Pedro, a la mala, sin importarle un comino que ustedes verdaderamente se querían, ¿verdad que no miento?

—Pues sí, pero el caso es que ahora ella es la esposa, no yo.

—¡Eso qué importa! ¿Esa boda cambió en algo lo que Pedro y tú sienten de verdad?

—No.

—¿Verdad que no? ¡Pues claro! Porque ese amor es uno de los más verdaderamente verdaderos que yo he visto en mi vida. Y tanto Pedro como tú cometieron el error de callar la verdad, pero aún están a tiempo. Mira, Mamá ya murió, y verdad de Dios que ella sí que no entendía razones, pero con Rosaura es distinto, ella bien que sabe la verdad y la tiene que entender, es más, creo que en el fondo siempre la ha entendido. Así que a ustedes no les queda otra que hacer valer su verdad y punto.

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