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Authors: Kou Nakamura

Tags: #Novela

cosas por las que llorar cien veces (4 page)

BOOK: cosas por las que llorar cien veces
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Quité el caballete.

—Con permiso. —Di la espalda al maestro y empujé la moto.

Gracias a que había hinchado las ruedas, pude empujarla con más facilidad que a la ida. Avancé un trecho, me volví y comprobé que el maestro todavía me miraba. El discípulo saludó levemente y él levantó el brazo derecho.

Miré al cielo pero la luna ya no estaba. «Ha sido un día largo», me dije. Me dolían los brazos y la espalda. Mientras pensaba qué título podía ponerle a la jornada, la moto y yo nos abrimos paso en la noche:
Espérame, Book; La moto resucitará; De leche a mantequilla; De soja a salsa de soja; Llave jija y toro mecánico; El encuentro con el Maestro del Carburador; Encantado de haberlo conocido; Del sol de la mañana a la noche con luna...

«Mañana desmontaré el carburador —pensé—. Y pasado mañana vendrá también ella.»

Un camión nos adelantó con un zumbido: «Gooon.» Adaptamos nuestro ritmo a la noche de junio y avanzarnos, paso a paso, en el camino hacia mi apartamento.

Cinco

Por la mañana temprano saqué la moto del parking.

Quité el tornillo, solté la manguera y separé el tubo y el cable. Para no equivocarme luego, hice una marca con rotulador en las partes que iban juntas.

El carburador estaba al desnudo, aunque permanecía montado en su lugar. Le apliqué fuerza, como si quisiera hacerlo temblar, y se separó de golpe, desprendiéndose.

Devolví la moto a su lugar y llevé el carburador al apartamento. Me lavé las manos y me duché. No tenía tiempo de hacer nada más. Por eso, aunque era un poco pronto, me fui al trabajo.

Por el camino compré una botella de litro y medio de té de trigo y tomé el tren. Quizá porque era más temprano que otros días, en el vagón había poca gente. Bajé dos estaciones después y, desde ahí, caminé durante quince minutos. Al llegar, salude al guardia de la puerta y recorrí el recinto de la empresa.

La fábrica estaba todavía inactiva. Dicen que, antes, la línea de producción funcionaba las veinticuatro horas del día, pero las operaciones principales se trasladaron a otras regiones y al extranjero. En la actualidad sólo quedan ahí una parte de la producción de las impresoras y las secciones de diseño y técnica.

Subí al segundo piso del edificio contiguo a la fábrica y me puse el uniforme. Encendí la luz de la oficina y arranqué el programa de diseño en el ordenador.

Quizá porque me había despertado temprano, o porque tenía la ligera sensación de haber logrado algo, notaba que mi mente estaba lúcida. Mientras bebía té de trigo a menudo, fui terminando unos planos.

Durante la mañana completé algunos que tenía que acabar para esa semana y redacté la lista de construcción. Por la tarde, hice la corrección de un par de planos y comencé unos nuevos. Hablé con un proveedor por teléfono y le mandé un fax con las especificaciones. Ya eran más de las cuatro.

Justo cuando terminé de hacer el informe de la semana, sonó el timbre que indicaba el fin de la jornada. Me bebí todo el té que quedaba y me levanté. Lavé la botella de plástico bajo el chorro del grifo, fui directamente a la nave que ocupaba la fábrica y luego me dirigí al taller.

Éste se encontraba al fondo de un bloque prefabricado donde no daba el sol; en una esquina abandonada de esa fábrica que siempre nos decían que arregláramos y ordenáramos, y que tenía luz en todos sus rincones.

Al asomarme a través del cristal de la puerta de aluminio, pude ver la espalda del señor Ishiyama, el jefe del taller. Parecía estar anotando algo en el escritorio que había al fondo.

Abrí la puerta despacio.

«Tintintintín...», sonó la campanilla, y el hombre se volvió hacia mí.

—Hola —saludé—. ¿Podría prestarme un poco de disolvente? Es para mí, pero...

—Claro —dijo Ishiyama de inmediato.

Le di forma de cono a un papel, haciendo un embudo con él, y lo metí en la boca de la botella de plástico limpia. Levanté el barril de disolvente, lo incliné y, un instante después, ascendió un fuerte olor.

—¿Para qué lo vas a usar? —me preguntó Ishiyama.

—Para limpiar un carburador —le contesté yo continuando con mi tarea.

—¿Un carburador?

—Sí. El carburador de la moto.

—Ah —dijo él—. Manéjalo con cuidado. Se supone que es un producto peligroso.

—De acuerdo.

Cuando salí del taller sonó la campanilla de nuevo.

Regresé al apartamento y nada más llegar me quité los zapatos.

En un rincón de la habitación, encima de un periódico extendido en el suelo, estaba el carburador. Tenía el tamaño justo para caber en la palma de una mano.

Aquella masa de acero podría haber sido muy bien el corazón de un antiguo robot con forma humana. El tubo, que, como las venas, lleva la gasolina y el aire adentro, y la aorta, que los mezcla y los envía al motor. En los agujeros donde éstos se insertaban se veían las marcas de rotulador que había hecho por la mañana temprano.

Dejé las cosas que llevaba, y me lavé las manos y la cara. Preparé el bloc de dibujo, un lápiz 4B y un destornillador, y me dispuse a desmontar el artilugio.

Retiré todos los tornillos que pude y fui dibujando un sencillo plano en el bloc. Para no equivocarme después, en el momento de montarlo, tomé notas de algunos detalles. Cuando salió una pieza parecida a una válvula puntiaguda, le puse el nombre de Válvula Puntiaguda. A una pieza en forma de barbilla la nombré Barbilla. Para ver los lugares de donde las había sacado, anoté el nombre de las piezas e hice el dibujo de cada parte, y así fui adelantando el trabajo poco a poco.

Cuando saqué la Trompeta, sonó el teléfono.

«Saco la Trompeta de la Barbilla.» Añadí la nota apresuradamente y fui a atender el teléfono. Era mi novia.

—Hola —dijo con voz alegre—. He acabado el trabajo pronto. ¿Puedo ir ya para allá?

—Sí, claro.

—¿Compro algo?

—Eh..., pues
gyudon
.

—¿
Gyudon
?

—Arreglar la moto es sinónimo de
gyudon
—dije yo—. Ni
soba
[8]
ni
katsudon
[9]
—insistí.

—De acuerdo —se oyó después de un instante.

—Dentro de una hora y media estoy ahí, ¿vale? —dijo ella.

Una hora y media. Su previsión horaria era siempre increíblemente precisa. Miré el reloj. Cuando las manecillas den una vuelta y media, serán las ocho y diecisiete. A esa hora llegará.

«Poner la Derecha del Casco en el Flotador. Cerrarlo con un tornillo de Chamba.» Añadí la nota y reanudé el trabajo. Saqué cuatro tornillos y extraje el
Shuriken
[10]
con cuidado. «¡Tener cuidado de que no se rompa el Telón Negro que está fuera del
Shuriken
»

Quité la cubierta del lado y saqué la Agalla, la Anilla Cerrada y el Muelle, y me pareció que las perspectivas eran buenas. Arranqué el Bulto Dorado y la Válvula en Forma de Barril y saqué la Arandela. El dibujo de la Válvula en Forma de Barril me quedó bastante bien. Ya faltaba poco.

No sabía exactamente cómo extraer el Garrote pero, al empujarlo con el Bulto Dorado desde el otro lado, salió bien. Tomé nota de ese detalle. Después, giré el Piloto de Jet con precaución.

Entonces sonó el teléfono de nuevo.

Esta vez era mi madre. Era para avisarme de que
Book
estaba mejor.

Me dijo que la perra, que se pasaba todo el tiempo en la cama, se había levantado de repente el día anterior. La había llevado a hacerle unas pruebas y habían encontrado que tenía el BUN estable. Dijo que, en ese momento,
Book
estaba cerca del teléfono, levantando la vista hacia ella.

Me lo contaba con voz alegre. Su explicación fue larga, y yo la escuchaba asintiendo con la cabeza.

«En el Bulto Dorado, poner Arandela y fijarlo a Boca de Pulpo», añadí a mis notas.

«Al tiempo que la moto resucita,
Book
se está curando.» Recordé sus ojos al levantar la vista hacia mi madre y dibujé el Bulto Dorado.

A las ocho y quince, mi novia llegó al apartamento.

Asomó la cabeza en la entrada, dijo «hola» y me tendió el paquete de
gyudon
. Llevaba unos vaqueros viejos y una camiseta azul oscuro. Como le había dicho, había venido con ropa que pudiera ensuciarse.

—Tengo una buena noticia —dije mientras cogía el paquete—. Acabo de enterarme de que
Book
se está recuperando.

—¡Vaya! —dijo ella, animada—. Entonces, ¿ya está curada?

—Bueno, no. La suya no es una enfermedad que se cure.

Fui a la cocina y serví té de trigo en unas tazas. Las llevé a la mesa y me senté delante de ella.

—Me ha dicho que...

Y entonces le referí todo lo que me había contado mi madre. Al parecer,
Book
había estado todo el tiempo en la cama, con los ojos cerrados, y ella le hablaba constantemente mientras le acariciaba el lomo: «Tu hermano va a venir. Tú aguanta hasta entonces.»

Ella no sabía si la perra la oía o no, ya que seguía con los ojos cerrados y de su boca sólo salía el sonido de su respiración. «Ya falta poco. Tu hermano volverá pronto. El hermano que te recogió.»

Y entonces, de improviso, el día anterior por la noche
Book
se levantó como si nada y, delante de los ojos de mis asombrados padres, se puso a comer.

«Aquello nos sorprendió mucho —había dicho mi madre—. Me parece que pensó que tenía que ponerse bien porque venías tú... En serio.» Mi madre hablaba con un acento de
Gifu
[11]
muy marcado.


Book
... —dijo mi novia como tragándose la respiración—. ¡Muy bien,
Book
!

—Sí, es genial.

Nos quedamos callados unos segundos.

—¿Puedo llorar un poco? —dijo ella entonces, y se le saltaron las lágrimas de verdad.

Cogí un pañuelo de papel y se lo tendí.

—Parece que
Book
todavía estará bien por algún tiempo, así que... —dije yo, y ella asintió con la cabeza mientras se secaba los ojos con el pañuelo—. Esta semana me dedicaré a arreglar la moto. Puedo ir a casa de mis padres la semana que viene.

—Vale —asintió ella—. Pero saca fotos, ¿de acuerdo?

—Claro.

Cogí otro pañuelo y se lo pasé. Ella se sonó haciendo ruido.

—Vamos a cenar.

—Vale.

Volvió a sonarse, aunque esta vez no hizo tanto ruido. Sentados frente a frente, nos comimos el
gyudon
.

—¿Quieres café? —le pregunté.

—Sí.

Fui a la cocina y puse el cazo al fuego. En una bandeja coloqué las tazas y el embudo para el filtro.

—Tal vez suene raro, pero el café pega con el
gyudon
, ¿no crees?

—Oye... —dijo ella por toda respuesta—. ¿Qué es esto?

Estaba en un rincón de la habitación y me mostraba una botella de plástico.

—Alcohol Isopropílico. La fórmula científica es «(CH3)2CHOH».

—¿Cómooo?

—Voy a usarlo para limpiar las piezas. Lo he traído de la fábrica.

—¿Ah, sí?

Como el agua ya hervía, comencé a verterla en las tazas que había colocado en la bandeja. Luego eché también agua en abundancia sobre el embudo de cerámica. Se levantó una nube de vapor que el extractor se tragó.

Una vez vi un programa en la televisión que explicaba la forma correcta de servir el té chino. El presentador decía que había que echar mucha agua, y lo demostraba vertiendo una gran cantidad de ella al tiempo que movía el cazo en círculos sobre un servicio de té que parecía de miniatura. La imagen me impactó. Antes no tenía ni idea de que aquélla era la forma correcta de hacerlo.

Desde entonces, siempre que preparo café, vierto una gran cantidad de agua caliente. Éste es un país insular de Extremo Oriente. Aquí se funden los usos del este y del oeste. Como en ese caso.

Después de verter el agua puse dos cucharadas de café en el filtro de papel. Eché un chorrito más de agua y lo dejé reposar para que el café se hidratara. Dentro del filtro, la espuma compuesta de pequeñas burbujas se fue convirtiendo en un círculo de líquido color marrón.

El aroma del café tostado se extendió por toda la cocina. Sin que yo me diera cuenta, mi novia se había situado detrás de mí y me estaba mirando.

—Mmm. Qué bien huele —exclamó.

Llevamos el café listo a la mesa.

—¡Qué rico! —añadió ella después de dar un sorbo.

—¿Verdad que pega con el
gyudon
?

Sin responder, dio otro sorbo y repitió «Qué rico». Bueno, pues si estaba rico, ya era suficiente.

—La reparación de la moto está ahí, ahí.

Le expliqué la situación: que en la parte de fuera no había ningún problema; que había sustituido todas las piezas que se podían sustituir pero el motor no había arrancado; que sólo quedaba limpiar el carburador, y que, si eso no funcionaba, significaba que yo no podía hacerlo.

Ella asentía con cara seria. Yo seguí con mi explicación: que ya había terminado de desmontar el carburador, y que había traído de la fábrica el disolvente orgánico para limpiar las partes.

—Bueno, hoy en día, los coches y los demás vehículos funcionan con motores de inyección —añadí—. Aunque, claro, la parte más interesante de la reparación está en el carburador.

Ella dejó el café y se me quedó mirando.

—¡Qué pasada, ¿eh?, el carburador! Su delicado trabajo consiste en mandar la mezcla al cilindro mediante el efecto Venturi.

Lo que el maestro le ha enseñado, el discípulo debe explicárselo a su pareja.

—Bueno, es una pasada, ¿no te parece? —dije con énfasis.

—Creo que más o menos lo he entendido —respondió ella con cara seria.

—Luego limpiaremos ese carburador.

—Vale.

Y cada uno se terminó el café de su taza.

Eran las nueve. Acabada la comida y acabado también el café, había pasado ya la mitad de la noche del viernes. La otra mitad empezaba entonces.

Seis

Cogimos un cepillo de dientes, un cubo y una linterna y salimos al balcón.

Del apartamento de al lado escapaba una tenue luz. Miré hacia arriba y vi que la luna ya había salido. Vertí disolvente orgánico en el cubo y luego sumergí el carburador.

Cogí una pieza y me quedé observándola. Mi novia sostenía la linterna iluminando mis manos.

La suciedad estaba adherida por todas partes como si de una alga se tratara. Era como si se hubiera producido una unión a nivel molecular.

BOOK: cosas por las que llorar cien veces
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