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Authors: Gore Vidal

Tags: #Historico, relato

Creación (93 page)

BOOK: Creación
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—A menos que los atenienses estén completamente locos, lo cual, según mi experiencia personal, no es imposible —sonrió—, jamás atacarán el continente del África o del Asia. ¿Qué sentido tendría? Nunca podrían vencer. No son bastantes.

Repetí esta conversación a Pericles, que murmuró:

—Sí, sí. Tenía razón. En eso de que no somos bastantes. Sigue, por favor.

Le conté el resto de lo que recordaba. El diálogo con Temístocles continuó aproximadamente así:

—Estoy igualmente seguro de que Atenas tampoco tiene nada que temer del Gran Rey —dijo él, mirándome de soslayo para ver hasta qué punto yo tomaba en serio semejante afirmación de un protegido de los persas.

Me mantuve neutral.

—Ya no gozo de la confianza del Gran Rey. Pero estoy de acuerdo contigo. El Gran Rey sólo desea conservar lo que posee. Si mis plegarías son escuchadas, algún día avanzaremos hacia el este…

—Y si mis plegarias son escuchadas, los atenienses avanzarán hacia el oeste.

—¿Dijo hacia dónde? —Pericles estaba tan cerca que alcancé a sentir en mi mejilla el calor de su rostro.

—Sí. Habló de Sicilia, de Italia. «Europa debe ser griega», dijo. «Debemos mirar hacia el oeste.»

—¡Así es! ¿Y qué dijo de mí?

Me divirtió constatar que Pericles tiene la vanidad habitual en el hombre público. Afortunada o infortunadamente, el hombre público casi siempre termina por confundirse con el pueblo al que conduce. Cuando el general Pericles piensa en Atenas, piensa en él. Cuando se ayuda, ayuda a Atenas. Como Pericles es capaz e inteligente, además de astuto, Atenas debería ser afortunada.

Aunque no logré recordar si Temístocles había mencionado a su heredero político, inventé libremente. Nunca se está bajo juramento cuando se habla con un gobernante.

—Temístocles opinaba que eras el sucesor natural de su sucesor Efialtes. Me dijo que no tomaba seriamente el hecho de que una maldición pesara sobre ti por descender de los alcmeónidas…

Sentía curiosidad por conocer la reacción de Pericles: muchos griegos estiman que él y su familia padecen una maldición divina porque, dos siglos antes, uno de sus antepasados mató a un enemigo en un templo.

—Como se sabe, la maldición cesó cuando nuestra familia reconstruyó el templo de Apolo en Delfos.

Esa frase hecha no me reveló si Pericles creía o no en el imperio de la maldición. Si es así, Atenas sufrirá, porque Pericles es Atenas, o al menos eso es lo que él cree. A medida que envejezco, tiendo a creer más en la longevidad de las maldiciones. Jerjes esperaba ser asesinado; y estoy seguro de que en el final no debe de haber demostrado sorpresa, suponiendo que le hayan concedido un instante de reflexión antes de que la terrible gloria real se alejara de él, en un torrente de sangre.

Desempeñé el papel del cortesano.

—Temístocles hablaba de ti con respeto. No así de Cimón, a quien odiaba. —Esto último era verdad.

—Cimón era un hombre peligroso —respondió Pericles—. Jamás debí permitir que regresara. Pero Elpinice fue más inteligente que yo. Sí, esa vieja perversa me confundió. Aún no sé cómo lo consiguió. Dicen que es bruja. Quizá sea cierto. Se presentó ante mí vestida como una novia. Yo estaba escandalizado. «Eres demasiado vieja —le dije— para vestirte y perfumarte de ese modo.» Pero discutió conmigo como un hombre, y logró convencerme. Cimón regresó. Y ahora está muerto, mientras Tucídides… La ciudad es demasiado pequeña para los dos. Uno debe retirarse. Pronto.

Pericles se irguió. Nuevamente el robusto brazo me ayudó a ponerme de pie.

—Volvamos a reunirnos con los invitados, y a celebrar la paz con Esparta y la paz con Persia.

—Celebremos, general, la paz de Pericles. —Dije eso con absoluta sinceridad.

Pericles respondió con lo que también me pareció absoluta sinceridad:

—Querría que las generaciones futuras dijeran de mí que ningún ateniense ha vestido de luto por mi causa.

Yo, Demócrito de Abdera, hijo de Atenócrito, he ordenado estas memorias de Ciro Espitama en nueve libros. He pagado por su transcripción, y ahora pueden ser leídas por los griegos.

Una semana después de la recepción en casa de Aspasia, Ciro Espitama murió, rápidamente y sin dolor, mientras me oía leer a Herodoto. Esto sucedió hace casi cuarenta años.

Durante este tiempo he viajado por muchos países. He vivido en Babilonia y en Bactra. He ido hasta la fuente del Nilo y hasta las costas del río indo, por el este. He escrito muchos libros. Sin embargo, cuando este año regresé a Atenas, nadie me conocía, ni siquiera el gárrulo Sócrates.

Creo que Ciro Espitama estaba en lo cierto cuando decía que la maldición de los alcmeónidas continuaba. Pericles era un gran hombre con un destino aciago. En el momento de su muerte, hace veinte años, Atenas sufría el embate exterior del ejército espartano y el interior de una plaga asesina.

Ahora, después de veintiocho años de constante y debilitadora guerra, Atenas se ha rendido a Esparta. Esta primavera, las largas murallas han sido derribadas. En el momento en que escribo estas líneas, hay una guarnición espartana en la Acrópolis.

Merced, en gran medida, a la educación que recibí de Ciro Espitama, he logrado, en el curso de una larga vida, descubrir las causas de los fenómenos celestiales y de la creación misma.

Los primeros principios del universo son los átomos y el espacio vacío; todo el resto es, meramente, pensamiento humano. Los mundos como éste son ilimitados en número. Nacen y perecen. Pero nada puede nacer de lo que no existe, ni retornar a lo que no existe. Además, los átomos esenciales no tienen límite de número ni cantidad, y hacen del universo un vértice en que se generan todas las cosas compuestas: el fuego, el agua, el aire, la tierra.

La causa de que todas las cosas nazcan es el incesante torbellino al que llamo necesidad: todo ocurre conforme a la necesidad. De este modo, la creación es constantemente creada y recreada.

Como Ciro Espitama empezaba a sospechar, o tal vez a creer, no hay principio ni fin en una creación que fluye en un tiempo verdaderamente infinito. Aunque en ninguna parte he podido ver una huella del Sabio Señor de Zoroastro, el concepto del Sabio Señor bien podría ser traducido por el círculo que simboliza el cosmos, la unidad original, la creación.

Pero he escrito acerca de estos temas en otra parte, y los menciono únicamente para expresar mi gratitud al anciano cuya historia me es grato dedicar a la única sobreviviente de una época de brillo: Aspasia, esposa de Lysicles, el mercader de ovejas.

Eugene Luther Gore Vidal
(3 de octubre de 1925, West Point, Nueva York - 31 de julio de 2012, Hollywood Hills, Estados Unidos), más conocido como
Gore Vidal
, es un escritor, ensayista y guionista estadounidense.

Hijo de un instructor aeronáutico en la academia militar de West Point, estudió en la Phillips Exeter Academy y en 1943 se alistó en el Ejército, donde permaneció hasta 1946. De esa fecha es su primera novela,
Williwaw
, el nombre de un violento viento ártico, con la que queda adherido a la tradición realista de la narrativa norteamericana.

Su segunda novela, In a
Yellow Wood
(En un bosque amarillo, 1947) relata las dificultades de un combatiente veterano para reinsertarse en la sociedad civil.
The City an the Pillar
(1948) es su tercer relato y el comienzo de su distanciamiento con el gran público, con una historia de homosexualidad que produjo un desproporcionado escándalo. Siguen aún algunos títulos como
The Season of Confort
(1949),
A Search for the King
(1950),
Dark Green, Bright Red
(1950),
The Judge of Paris
(1952) y
Messiah
(1954), tras lo cual se produce un paréntesis de diez años en que el autor dedica su talento a los medios televisivo y cinematográfico.

En 1964 recomenzó su carrera literaria con
Julian
(Juliano el Apóstata), biografía novelada del emperador romano que es, para algunos críticos, su libro más logrado. Pero la obra de G. Vidal, amplia, diversa y fuertemente crítica en todos sus aspectos, tiene también piezas teatrales y ensayos. Con el seudónimo de Edgar Box escribió asimismo una serie de relatos detectivescos. Entre sus últimas novelas publicadas están
Myra Breckinridge
(1968),
Two Sisters
(1970),
Burr
(1972) —que es la biografía de Aaron Burr, vicepresidente de Estados Unidos con el gobierno de Alexander Hamilton—,
Kalki
(1978),
Creation
(1981),
Lincoln
(1984),
Empire
(1987) y
Hollywood
(1989).

Fuente:
www.edukativos.com

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