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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Credo (13 page)

BOOK: Credo
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¿Cuál es entonces el núcleo real, válido para entonces y para ahora? Respuesta: el Jesús de la historia se encuentra también en un
cruce de coordenadas intrajudío
de distintas opciones que siguen teniendo importancia hoy: si Jesús no quiso adherirse al
establishment
, pero tampoco al radicalismo político de una
revolución
violenta, si, finalmente, no deseó tampoco el radicalismo apolítico de la
emigración
piadosa, ¿no le correspondía entonces una cuarta opción intrajudía: la opción del pacto moral, la
armonización
entre las exigencias de la ley y las exigencias de la vida diaria? Tal fue, en aquella época, la forma de concebir la vida que tenían los fariseos. La pregunta reza, pues: ¿fue Jesús una especie de fariseo?

5. ¿Un piadoso fariseo?

Pero ya estoy oyendo al hombre de nuestro tiempo, y desde luego no sólo al de fe judía: «Sabemos hoy que, en muchos aspectos, los evangelios no dan una imagen objetiva de los fariseos. Esa imagen está deformada desde un principio por el conflicto existente entre ellos y la joven comunidad cristiana. Ellos eran, en realidad, los únicos representantes que aún quedaban del judaísmo oficial, tras la destrucción del templo y de toda la ciudad de Jerusalén. Eran también los principales adversarios de las incipientes comunidades cristianas, y ellos cargaban con la culpa de casi todo». Es cierto. Incluso en documentos oficiales de la Iglesia se pide hoy un cambio de mentalidad frente a los fariseos: lo que fundamentalmente pretendían los fariseos era actualizar la Tora como palabra de Dios que obliga también en la actualidad; eran hombres que tomaban muy en serio la causa de Dios y cuya actitud básica era la de «sentir alegría ante la ley».

El nombre de fariseo significa «
separados
». Y esos «separados» querían concretamente dos cosas:
tomar radicalmente en serio los mandamientos de Dios
y observarlos con escrupulosa exactitud. Más aún, en la convicción de que Israel es un «reino de sacerdotes y un pueblo santo» (Ex 19,6) querían observar estrictamente y de manera voluntaria las prescripciones sobre la purificación ritual (y también, en especial, el diezmo), que la ley sólo hacía obligatorias a los sacerdotes. Pero, al mismo tiempo, siendo hombres (las mujeres tampoco desempeñaban papel alguno en el movimiento fariseo) que tenían una cercanía al pueblo muy diferente a la de los sacerdotes recluidos en el templo, querían
adaptar sensatamente la ley
a la actualidad y así
hacerla practicable
. Querían descargar la conciencia de los hombres, darles seguridad; querían determinar exactamente hastá dónde se podía llegar sin cometer pecado.

¿Y Jesús? ¿No tenía él mucho en común con los fariseos? Habría que discutir detalladamente la relación de Jesús con el fariseísmo; lo he hecho en el libro sobre el judaísmo. Muchos, demasiados intérpretes de la figura de Jesús han pasado tendenciosamente por alto o tratado con negligencia, y eso a costa del judaísmo,
los puntos en que Jesús coincidía con los fariseos
. Y, sin embargo, Jesús vivía, como los fariseos, en medio del pueblo; su campo de acción, donde hablaba y enseñaba, como ellos, eran las sinagogas. Jesús tenía trato con los fariseos y, según Lucas, se sentaba con ellos a la mesa. Más aún, según autores judíos y cristianos, para casi todos los versículos del Sermón del Monte se pueden hallar paralelos y analogías rabínicas. No es, pues, de extrañar que la mayoría de los intérpretes judíos vean a Jesús en la inmediata proximidad de los fariseos. Y, en efecto, lo mismo que para los fariseos, para Jesús la autoridad de Moisés estaba fuera de toda discusión. Nunca se debería haber puesto en duda que él tampoco quiso abolir la Tora: no quiso derogarla sino «darle cumplimiento» (Mt 5,17).

Pero hay que tener en cuenta lo siguiente: «dar cumplimiento» —esto se deduce de los pasajes del Sermón del Monte que siguen a esta frase— significa para
Jesús profundizar, concentrar y radicalizar la ley de Dios
: desde su más íntima dimensión, es decir, desde la intención primigenia de Dios. Jesús estaba convencido de que a esa ley no se le debía quitar ni poner nada que estuviese en contradicción con esa intención primigenia, con la voluntad de Dios, que tiende al bien del hombre. Esto se refiere sobre todo, lógicamente, a la
halaká
de la Tora, que con sus palabras, mandamientos y preceptos constituye aproximadamente una quinta parte del Pentateuco. «Dar cumplimiento» significa concretamente:

  • ahondar en la ley tomando decididamente en serio la voluntad de Dios contenida en ella;
  • concentrar la ley uniendo el amor a Dios y el amor al prójimo; el amor es el núcleo y la medida de la ley;
  • radicalizar la ley entendiendo el amor al prójimo, más allá del propio pueblo, como amor también a los enemigos.

¿Y cómo? Perdonando sin poner límites, renunciando al poder y al derecho sin esperar nada a cambio, sirviendo sin que haya superiores ni inferiores.

En cuanto a los paralelismos y analogías con el Sermón del Monte (y con el conjunto de la doctrina de Jesucristo), seguramente tiene razón el sabio judío Pinchas Lapide cuando afirma: entre el Sermón del Monte y los pasajes paralelos judíos existe la misma diferencia que entre un edificio y los bloques de piedra con que éste fue construido. Solamente así se explica la inmensa fuerza de ese mensaje, que muchas veces hace avergonzarse a los propios cristianos y que pudo dar impulsos a personas procedentes de culturas totalmente distintas, como al Mahatma Gandhi. No se puede negar que es muy distinto que tres docenas de sentencias pronunciadas por tres docenas de rabinos se hallen documentadas en tres docenas de pasajes del Talmud y que todas ellas estén concentradas en un solo rabino. Es decir, lo inconfundible no son las frases sueltas de Jesús sino el conjunto de su mensaje. Y la cuestión no es si el amor a Dios y al prójimo se encuentran ya en la Biblia hebrea (se encuentran, en efecto), sino qué valor les atribuye la predicación del Rabbí de Nazaret, qué orden de importancia les corresponde y qué consecuencias se deducen de ello. Dicho de otro modo: nada hay que objetar contra los fariseos «como tales» y sus auténticas virtudes: ese fariseo que pone Jesús como ejemplo en la célebre parábola (Lc 18,9 - 14) no es en absoluto un hipócrita. Es un hombre perfectamente honrado y piadoso que dice la pura verdad. Pues estaba convencido de haber hecho todo lo que la ley exigía de él. Los fariseos eran personas de ejemplar moralidad y gozaban de la correspondiente buena fama entre los que no se lo tomaban tan en serio. ¿Qué vamos a reprocharles entonces?

Pero digámoslo una vez más: ¿era Jesús simplemente un fariseo piadoso y «liberal»? Respuesta: en los detalles de la vida cotidiana hay semejanzas innegables, pero
en el conjunto de su actitud básica religiosa
Jesús era distinto. No estaba orgulloso de sus méritos, de su condición de hombre justo, no sentía desprecio por el pueblo llano que no conocía la ley (
Am-ha-arez
). No se apartaba de los impuros, de los pecadores, ni predicaba una doctrina estrictamente retributiva.

¿Qué predicaba entonces? La confianza exclusiva en la gracia y misericordia de Dios: «Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador» (Lc 18,13). El mísero publicano, que no puede presentar a Dios mérito alguno, es alabado por su fe y su confianza; el fariseo, no. Justificación del pecador por la fe.

No cabe duda: si nos atenemos a las fuentes auténticas, sólo cabe constatar que Jesús no fue en absoluto el típico fariseo, que «sentía alegría ante el mandamiento» y la interpretación casuística. No se deben comparar frases sueltas, aisladas de su contexto; hay que leer los textos en el contexto. Entonces se puede comprobar, como lo testifican todos los evangelios con absoluta unanimidad, lo siguiente: los 613 mandamientos y prohibiciones de la ley, tan importantes para los fariseos, no eran lo que Jesús quería inculcar. En ningún momento exhorta a sus discípulos a estudiar la Tora. En ningún momento quiere, como los fariseos, dar reglas precisas para la aplicación de la ley y así «edificar una cerca en torno a la ley», un muro de protección, para garantizar el cumplimiento de los mandamientos. En ningún momento quiere, como ellos, hacer extensivo a los laicos y a la vida práctica de éstos los ideales de pureza legal y de santidad de los sacerdotes encargados del servicio del templo.

En resumen, la actitud básica, la tendencia general, es distinta: en comparación con el conjunto de los fariseos, Jesús es de una asombrosa despreocupación e indulgencia. ¿No tenía que socavar totalmente la moral el hecho de solidarizarse, peor aún, de sentarse a la mesa con los impuros y pecadores, el hecho de que el hijo perdido, descarriado, al final quede en mejor situación frente al padre que el hijo bueno que permaneció en casa, y, lo que aún es peor, el hecho de que ese publicano desaprensivo reciba mejor trato por parte de Dios que el piadoso fariseo, quien, realmente, no es como otros hombres, como los estafadores, como los adúlteros? Pese a todas mis simpatías por el judaísmo rabínico: en este punto no se deben decir las cosas a medias, sino que, con toda imparcialidad, hay que tomar nota de la diferencia.

6. No las habituales discusiones de escuela, sino confrontación y conflicto

La mayor parte de los estudiosos de Jesús, judíos y cristianos, están hoy de acuerdo en que para Jesús, «el mayor observador y crítico de la espiritualidad farisea»
[29]
, no tenía importancia el cumplimiento en sí de la Tora, sino
el bien del hombre concreto
. Su libre actitud frente a la ley y su trato con personas que desconocían o incumplían la ley le acarreó, por tanto, serios conflictos. El cuadro general, inequívoco, que nos ofrecen las fuentes auténticas, es el siguiente: no sólo por su crítica del templo causó escándalo Jesús, sino por su diferente interpretación de la ley y por su posición de principio, por su actitud general, sobre todo en lo relativo a tres grupos de problemas, que tienen importancia hasta el día de hoy en el judaísmo:

  • los preceptos sobre la pureza legal,
  • los preceptos sobre el ayuno,
  • el sábado.

¿Ayuda una tal distinción al diálogo judeo-cristiano? Yo creo que lo que más ayuda es una actitud de simpatía, la investigación seria y la honradez intelectual. Pues, en mi calidad de ecumenista cristiano, me niego vehementemente a aislar a Jesús de sus raíces judías. Pero, a la inversa, cabe esperar que los ecumenistas judíos desaprueben la nivelación intrajudía del mensaje —tanto tiempo rechazado en el seno del judaísmo— de Jesús. ¿Es de verdad suficiente, desde el punto de vista histórico, considerar a Jesús como un gran fariseo que tenía su «acervo específico», como otros grandes fariseos? ¿Se puede, en aras de la amistad judeo-cristiana, rebajar el conflicto de Jesús, un conflicto que terminó en muerte, al nivel de las habituales discusiones entre las escuelas farisaicas? ¿Que Jesús de Nazaret murió por diferencias de escuela? En cualquier caso fue el Nazareno, y no cualquiera de los otros rabinos «liberales», quien se vio arrastrado a un conflicto que terminó en muerte.

«Sin embargo», preguntan, llegados a este punto, muchos contemporáneos, «¿no se trata siempre, en el marco de este cruce de coordenadas, del plano horizontal? ¿Dónde queda el vertical? ¿Dónde interviene Dios en toda esa historia de Jesús de Nazaret?». Pues bien, si nos atenemos a las fuentes, esos conflictos siempre hacían surgir esta pregunta: «Pero tú, ¿con qué derecho, con qué poderes estás hablando y haciendo todo eso?». No hay que soslayar esta pregunta sobre los poderes, sino tratarla como un tema explícito. Es y sigue siendo una pregunta apremiante:

7. ¿En nombre de quién?

¿Qué pensáis de él? ¿Quién es? ¿
Uno de los profetas
? ¿O más? Esa pregunta recorre los evangelios de un cabo a otro como pregunta clave. Pero hasta los teólogos conservadores cristianos lo admiten hoy: Jesús no se anunciaba a sí mismo, anunciaba el
reino de Dios
: «Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,10). Nunca puso en el centro de su predicación su propio papel, su persona, su dignidad.

Esto vale especialmente para el
título de Mesías
. Según los evangelios sinópticos, Jesús nunca se dio a sí mismo el nombre de Mesías ni se atribuyó ningún título mesiánico (salvo, quizás, el nombre, de múltiples significados, de «Hijo del hombre»). En este punto coinciden hoy ampliamente intérpretes cristianos y judíos. El evangelista más antiguo, Marcos, todavía trata el mesianismo de Jesús como un secreto que no sale a la luz pública, hasta que por fin es reconocido al pie de la cruz y proclamado después de la resurrección. ¿Por qué? Sólo desde la perspectiva de la experiencia pascual se podía ver la totalidad de la tradición relativa a Jesús en un horizonte mesiánico e introducir entonces en el relato de la historia de Jesús la confesión explícita de éste sobre su condición de Mesías. Pero, por otra parte, las palabras y obras de Jesús no respondían a las múltiples, contradictorias y generalmente teopolíticas esperanzas mesiánicas judías; también la mayoría de los rabinos esperaban la llegada de un Mesías triunfante.

Precisamente porque Jesús no puede ser «entendido» adecuadamente con ninguno de los títulos usuales, precisamente porque no se trata de
un sí o un no a un título determinado
, a una dignidad ni tampoco a un dogma, rito o ley precisos, se hace más apremiante la pregunta que ya se plantearon los primeros discípulos: ¿quién habrá sido en realidad? Esta gran pregunta sobre el secreto de su persona sigue siendo válida hoy. Y justamente el hecho de que él evitara todos los «títulos» hace más denso el enigma.

Ese enigma cobra especial importancia si se tiene en cuenta la muerte violenta de Jesús. Y es que
la muerte de Jesús no se puede desglosar de la pregunta por su mensaje y su persona
. Había aparecido allí un hombre que, haciendo caso omiso de la jerarquía y de sus expertos, se había saltado de palabra y obra los tabúes cultuales, la costumbre del ayuno, y sobre todo las exigencias que comportaba el mandamiento del sábado, que en la práctica ya se solía considerar entonces como el «principal mandamiento». Y aunque también nieguen esto ciertos intérpretes judíos, ese Jesús, si nos atenemos a los evangelios, tomó posición, con pleno poder y plena libertad, contra la doctrina y la práctica dominantes, que eran la doctrina y la práctica de los que dominaban, y eso haciendo uso de una autoridad que hace preguntar a los escribas: «¿Cómo puede hablar así este hombre? Está blasfemando contra Dios» (Mc 2,7). ¿Pero blasfemaba realmente contra Dios?

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