Crítica de la Religión y del Estado (22 page)

BOOK: Crítica de la Religión y del Estado
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Pero no, estos grandes hombres ya no viven; ya no se ven estas almas nobles y generosas que se exponían a la muerte por la salvación de su patria, y que preferían tener la gloria de morir generosamente a tener la vergüenza y el hastío de vivir cobardemente. Y hay que decir para vergüenza de nuestro siglo y de nuestros últimos siglos, que ahora en el mundo sólo se ven cobardes y miserables esclavos de la grandeza y el poder exorbitante de los tiranos. Ahora, entre aquellos que son de un rango o de un carácter más elevado que el de los demás, sólo se ven cobardes aduladores de sus personas; sólo se ven cobardes aprobadores de sus injustos proyectos, y cobardes y crueles ejecutores de sus malas voluntades, y de sus injustas órdenes. Tales son en nuestra Francia los más grandes del reino, todos los gobernadores de las ciudades, los intendentes de provincias, todos los jueces, todos los magistrados, e incluso aquellos de todas las ciudades del reino más grandes y considerables que no intervienen para nada en el gobierno del Estado y que ahora sólo sirven para juzgar las causas de los particulares, y para subscribirse a todas las ordenanzas de sus reyes, a las cuales no osarían contradecir por injustas y odiosas que puedan ser. Tales son también, como he dicho, todos los intendentes de provincias y todos los gobernadores de ciudades y castillos, que sólo sirven para hacer ejecutar en todas partes las mismas ordenanzas. Tales son los comandantes de los ejércitos, todos los oficiales y todos los soldados, que sólo sirven para mantener la autoridad del tirano y para ejecutar o hacer ejecutar rigurosamente sus órdenes sobre los pobres pueblos, que incluso prenderían fuego a su propia patria y la devastarían si por fantasía o con algunos vanos pretextos el tirano les ordenase hacerlo; y que por otra parte están tan locos y tan cegados por tener a honra entregarse por entero a su servicio, como miserables esclavos que en tiempo de guerra están obligados a exponer su vida todos los días y casi a toda hora por ellos, mediando un vil precio de cuatro o cinco soles que haría dar a cada uno de ellos por día; sin hablar aún de infinidad de otros canallas de funcionarios, controla-dores, exactores, alguaciles, guardias, sargentos, escribanos y agentes de policía, que todos como lobos hambrientos sólo persiguen devorar la presa, y sólo les gusta robar y tiranizar a los pobres pueblos bajo el nombre y la autoridad de sus reyes, ejecutando rigurosamente sobre ellos las ordenanzas más injustas, ya sea mediante secuestros de sus bienes, ya sea mediante ejecuciones, y ya sea mediante confiscaciones de sus bienes, y lo que todavía es más odioso, a menudo mediante encarcelamientos de sus personas, y mediante todo tipo de violencias y malos tratos, y, finalmente, con el látigo, y mediante las penas de las galeras, y algunas veces también, lo que es detestable, mediante las penas de una muerte vergonzosa que les hacen padecer.

He aquí, amigos míos, he aquí como los que os gobiernan establecen con fuerza y poder, sobre vosotros y sobre todos vuestros semejantes, un detestable misterio de iniquidad. Es a través de todos estos errores y de todos estos abusos de que he hablado, como establecen tan poderosamente en todas partes el misterio de iniquidad; la religión y la política se unen de concierto para mantenernos siempre cautivos bajo sus tiránicas leyes. Seréis miserables y desdichados, vosotros y vuestros descendientes, mientras soportéis la dominación de los príncipes y de los reyes de la tierra; seréis miserables y desdichados mientras sigáis los errores de la religión y os sometáis a sus locas supersticiones. Rechazad, pues, por completo todas estas vanas y supersticiosas prácticas religiosas; barred de vuestros espíritus esta loca y ciega creencia en sus falsos misterios; no pongáis ninguna fe en ellos, burlaros de todo lo que os dicen al respecto vuestros interesados sacerdotes. Ellos mismos, en su mayor parte, no creen nada de esto. ¿Querríais creer más de lo que ellos mismos creen? Dejad reposar a vuestros espíritus y a vuestros corazones por este lado, y abolid incluso entre vosotros todos estos vanos y supersticiosos servicios de sacerdotes y de sacrificadores, y reducidlos a todos cuantos son a vivir y a trabajar útilmente como vosotros, o al menos a dedicarse a alguna cosa buena y útil. Pero no es suficiente. Procurad uniros todos cuantos sois, vosotros y vuestros semejantes, para sacudir completamente el yugo de la tiránica dominación de vuestros reyes y de vuestros príncipes; derribad por todas partes estos tronos de injusticias e impiedades; derrocad todas estas cabezas coronadas, confundid en todas partes el orgullo y la soberbia de todos estos tiranos altivos y orgullosos, y no soportéis nunca más que reinen de ningún modo sobre vosotros.

Incumbe a los más sabios conducir y gobernar a los demás, a ellos les incumbe establecer buenas leyes, y a impartir ordenanzas que tiendan siempre, al menos según la exigencia de los tiempos, y de los lugares y otras circunstancias, al progreso y a la conservación del bien público: Malditos, dice uno de nuestros pretendidos santos profetas, malditos: aquellos que hacen leyes injustas.
«Vae qui condunt leges inicuas"
(Isaías, 10.1). Pero malditos también j quienes se someten cobardemente a leyes injustas; malditos los pueblos que por cobardía se hacen esclavos de los tiranos, y que se hacen ciegamente esclavos de los errores y de las supersticiones de la religión". Las únicas luces naturales de la razón son capaces de conducir a los hombres a la perfección de la ciencia y de la sabiduría humana, así como a la perfección de las artes; y éstas no sólo son capaces de llevarlos a la práctica de todas las virtudes morales, sino también a la práctica de todas las acciones de la vida más bellas y más generosas; testimonios de ello, lo que antaño hicieron todos estos grandes personajes de la Antigüedad (como los Catones, los Agesilaos, los Epaminondas, los Phociones, los Escipiones, los Regulus y varios otros parecidos, todos ellos personajes muy grandes y muy dignos), que sobresalían en todo tipo de virtudes y de los que un autor dice que iban mucho más lejos en las virtudes de lo que nunca hacen los más piadosos o los más beatos del siglo.
Magnanimi heroes nati melioribus annis.
En efecto, no es la beatería de las religiones la que perfecciona a los hombres en las ciencias y en las artes. No es ella la que hace descubrir los secretos de la naturaleza ni la que inspira grandes proyectos a los hombres. Sino que es el espíritu, la sabiduría, la probidad y la grandeza de alma lo que hace a los grandes hombres y les hace emprender grandes cosas; y así los hombres no tienen necesidad de las beaterías, ni de las supersticiones de la religión, para perfeccionarse en las ciencias, ni en las buenas costumbres.

[...]

Persuadiros, pues, queridos pueblos, de que los errores y las supersticiones de vuestra religión, así como la tiranía de vuestros reyes y de todos los que os gobiernan bajo su autoridad, son la causa funesta y detestable de todos vuestros males, de todas vuestras penas, de todas vuestras inquietudes, y de todas vuestras miserias. Seríais dichosos si os librarais de estos dos detestables e insoportables yugos de las supersticiones y de la tiranía, y si fuerais gobernados únicamente por buenos y sabios magistrados. Por ello, si tenéis corazón, y deseáis liberaros de vuestros males, sacudid por entero el yugo de quienes os gobiernan y os oprimen, sacudid de común acuerdo y común consentimiento el yugo de la tiranía y de las supersticiones; rechazad con el consentimiento común a todos vuestros sacerdotes, a todos vuestros monjes y a todos vuestros tiranos, para establecer entre vosotros magistrados buenos, sabios y prudentes que os gobiernen pacíficamente, que os rindan fielmente justicia tanto a unos como a otros, y velen atentamente para la conservación del bien y de la paz pública, y a los cuales debierais por vuestra parte una obediencia diligente y fiel. Vuestra salvación está en vuestras manos, vuestra redención sólo dependería de vosotros si supierais entenderos todos; tenéis todos los medios y todas las fuerzas necesarias para poneros en libertad y para esclavizar a vuestros propios tiranos; pues vuestros tiranos, por más poderosos y formidables que puedan ser, no tendrían ningún poder sobre vosotros sin vosotros mismos; toda su grandeza, todas sus riquezas, todas sus fuerzas, y todo su poder, sólo proceden de vosotros. Son vuestros hijos, vuestros parientes, vuestros aliados, vuestros amigos y vuestros allegados quienes los sirven tanto en la guerra como en todos los empleos a que los someten; éstos no podrían hacer nada sin ellos y sin vosotros. Se sirven de vuestras propias fuerzas contra vosotros mismos, y para reduciros a vosotros mismos todos cuantos sois bajo su esclavitud, y se servirían de ella incluso también para perderos y para destruiros a todos, unos tras otros, en cuanto algunas ciudades o algunas de sus provincias se atrevieran a querer resistirles y a querer sacudir su yugo. Pero no sería así si todos los pueblos, si todas las provincias, si todas las ciudades se entendieran bien, y si todos los pueblos conspirasen juntos para liberarse de una esclavitud común en la que están; en tal ocasión todos los tiranos serían muy pronto confundidos y aniquilados.

Uniros pues, pueblos, si sois inteligentes, uniros todos, si tenéis corazón, para liberaros de todas vuestras miserias comunes, excitaros e impulsaros unos a otros para una empresa tan noble, tan generosa, tan importante y tan gloriosa como ésta. Primero empezad por comunicaros secretamente vuestros pensamientos y vuestros deseos, difundid por doquier, y cuanto más hábilmente sea posible, escritos semejantes a éste, que den a conocer a todo el mundo la vanidad de los errores y de las supersticiones de la religión, y que hagan odioso en todas partes el gobierno tiránico de los príncipes y de los reyes de la tierra. Socorreros unos a otros en una causa tan justa, y tan necesaria, y donde se trata del interés común de todos los pueblos. Lo que os pierde en este tipo de encuentros y ocasiones donde se trataría de luchar por la libertad pública, es que os destruís unos a otros, luchando unos contra otros en estas ocasiones, por designación de los tiranos o para el mantenimiento de su causa y autoridad, mientras que debierais uniros todos juntos para destruirlos y aniquilarlos.

[...]

¿Quiénes son los príncipes orgullosos y soberbios de que hablan los pretendidos Libros santos y divinos? Son vuestros soberanos, vuestros duques, vuestros príncipes, vuestros reyes, vuestros monarcas, vuestros potentados, etc. Haced ver en nuestros días el cumplimiento de estas pretendidas palabras divinas, derribad como dicen a todos estos tiranos orgullosos de sus tronos, y reemplazadlos por magistrados buenos, pacíficos, sabios y prudentes, que os gobiernen con suavidad y os mantengan felizmente en paz. ¿Cuáles son estas naciones orgullosas de las que se dice en los mismos Libros que Dios hará secar las raíces? No son otras que todas estas altivas y orgullosas noblezas que se encuentran entre vosotros, que os aplastan y os oprimen; no son otros que todos estos altivos oficiales de vuestros príncipes y de vuestros reyes, todos estos altivos intendentes y gobernadores de ciudades y provincias; todos estos recaudadores de tallas e impuestos, todos estos altivos exactores y funcionarios, y finalmente todos estos prelados soberbios, obispos, abates, monjes, grandes beneficiarios, y todos estos otros señores y señoras o señoritas que no hacen otra cosa en el mundo que hacerse los grandes y los altivos, que no hacen otra cosa que divertirse y permitirse toda clase de caprichos, mientras que es preciso, vosotros otros pueblos, que os entreguéis día y noche a toda clase de trabajos penosos y que llevéis durante toda vuestra vida todo el peso del día y del calor, para aportar con el sudor de vuestras frentes todas las cosas necesarias o útiles a la vida.

[...]

No tenéis ninguna necesidad de todas estas gentes, fácilmente prescindiríais de ellos, pero ellos no podrían prescindir de vosotros. [...] Si sois inteligentes, suprimid todos los odios, todas las envidias y todas las animosidades particulares entre vosotros, y dirigid todo vuestro odio y toda vuestra indignación contra vuestros enemigos comunes, contra todos estos detestables tiranos, y contra todas estas razas altivas y orgullosas de personas que os oprimen, que os hacen tan miserables, y que os arrebatan y arrancan de vuestras manos todos los mejores frutos de vuestros penosos trabajos. Uniros en los mismos sentimientos de liberaros de este yugo odioso e insoportable de sus tiránicas dominaciones, así como de las prácticas vanas y supersticiosas de sus falsas religiones. Y así no habrá entre vosotros otra religión que la de la verdadera sabiduría y la probidad de las costumbres, ninguna otra que la del honor y la decencia, ninguna otra que la de la franqueza y la generosidad del corazón, ninguna otra que la de abolir por completo la tiranía y el culto supersticioso de los dioses y de los ídolos, ninguna otra que la de mantener la justicia y la equidad en todas partes; ninguna otra que la de barrer por completo los errores y las imposturas y hacer reinar en todas partes la verdad, la justicia y la paz; ninguna otra que la de dedicarse todos a algunos ejercicios honestos y útiles, y vivir regularmente todos en común; ninguna otra que la de mantener siempre la libertad pública; y finalmente, ninguna otra que la de amaros todos unos a otros, y guardar inviolablemente la paz y la buena unión entre vosotros.

[...]

Si las personas de carácter y de sentido común, y las personas íntegras encuentran que tengo razón para increpar y condenar como he hecho los vicios, los errores, los abusos y las injusticias que he increpado y he condenado, si encuentran que he dicho la verdad, y que mis pruebas y razonamientos son verdaderamente demostrativos, como pretendo, les incumbe sostener el partido de la verdad, sobre todo cuando se trata de la causa común y del bien común de todos los pueblos; les incumbe increpar y condenar los vicios, los errores, los abusos y las injusticias que he increpado y condenado, y que increpo y condeno; pues sería una cosa indigna de personas de carácter y personas íntegras querer favorecer siempre mediante su silencio errores tan detestables e injusticias tan lamentables. Si al igual que yo no se atreven a increparlos y a condenarlos abiertamente en vida, que al menos los increpen pues y los condenen abiertamente en sus últimos días, que rindan al menos en sus últimos días este testimonio de justicia a la verdad que conocen, y que al menos una vez antes de morir den este placer a su patria, a sus parientes, a sus aliados, a sus allegados, a sus amigos y a sus descendientes, de decirles la verdad y de contribuir al menos en ello a su redención.

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