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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (19 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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—¿Pensabais escapar?

—Algo más que eso. —Katinka von Bak sonrió y se secó los labios—. Un día, el príncipe Lobkowitz se enteró de mis excentricidades. Recuerdo sus carcajadas cuando llegó al patio situado frente al dormitorio de las chicas. El soldado que me había adoptado como su protegida especial me dio una espada y nos batimos un rato, para demostrar al príncipe el arte encantador con el cual yo atacaba y paraba. Fue muy divertido y el príncipe Lobkowitz, que tenía invitados aquella noche, pensó en mí para entretenerles; sería una novedad, en lugar de los acostumbrados juglares. A mí me pareció bien. Agité las pestañas, sonreí con timidez y fingí que tan gran honor me complacía; fingí no darme cuenta de que todos se reían de mí.

Hawkmoon intentó imaginarse a Katinka van Bak pestañeando y haciéndose la ingenua, pero su imaginación fue incapaz de concretar el esfuerzo.

—¿Qué pasó?

Sentía verdadera curiosidad. Por primera vez en meses, algo le distraía de sus problemas. Apoyó la barbilla sin afeitar sobre una mano mugrienta, mientras Katinka van Bak continuaba.

—Bien, aquella noche fui presentada a los complacidos invitados, que me vieron combatir con varios guerreros del príncipe Lobkowitz. Comieron mucho mientras miraban, pero aún bebieron más. Varios de los invitados, tanto hombres como mujeres, quisieron comprarme por grandes sumas, lo cual, por supuesto, aumentó el orgullo de amo del príncipe Lobkowitz. Naturalmente, se negó a vender. Recuerdo que me dijo:

«"Y bien, pequeña Katinka, ¿dominas otras artes marciales? ¿Qué nos vas a enseñar ahora?"

»Juzgué que había llegado el momento oportuno. Hice una educada reverencia y, con ingenua audacia, dije:

»"Me han dicho que sois un gran espadachín, alteza. El mejor de la provincia de Berlín."

»"Eso dicen", replicó Lobkowitz.

»"¿Me concederíais el honor de medir vuestra espada con la mía, mi señor, para que pueda probar mi habilidad contra la mano más diestra de la sala?"

»El príncipe Lobkowitz se quedó sorprendido, pero después lanzó una carcajada. Como bien sabía yo, no podía negarse delante de sus invitados. Decidió aceptar, pero dijo con gravedad:

»"En
Berlín
existen diferentes objetivos para diferentes formas de duelo. Nos batimos por un primer rasguño en el cuerpo, por un primer rasguño en la mejilla izquierda, por un primer rasguño en la mejilla derecha, y así sucesivamente…, hasta batirnos a muerte. No me gustaría estropear tu belleza, pequeña Katinka."

»"Entonces batámonos a muerte, alteza", dije, como enardecida por la recepción recibida.

»Las carcajadas estremecieron el salón, pero vi más de un ojo ansioso que desviaba la mirada de mí al príncipe. Nadie dudaba de que el príncipe podía ganar cualquier duelo, por supuesto, pero tenían ganas de ver mi sangre derramada. Lobkowitz estaba perplejo, demasiado borracho para pensar con claridad, para comprender las implicaciones de mi sugerencia, pero tampoco deseaba quedar mal delante de sus invitados.

»"No mataré a una esclava dotada de tantos talentos. Creo que deberíamos pensar en otro objetivo, pequeña Katinka."

»"¿Mi libertad, por ejemplo?", insinué.

»"No me gustaría perder a una muchacha tan brillante", empezó, pero la multitud empezó a gritar que adoptara una actitud más deportiva. Al fin y al cabo, todo el mundo sabía que jugaría conmigo un rato, antes de herirme con su espada o desarmarme.

»"¡Muy bien!"

»Sonrió, se encogió de hombros y aceptó la espada que le tendió uno de los guardias. Salió al centro de la sala y se puso en guardia.

»"Empecemos."

»Me di cuenta de que su intención era prolongar el duelo. Lancé torpes estocadas y él las paró como si tal cosa. Los invitados me jalearon y algunos empezaron a cruzar apuestas sobre cuánto duraría el duelo… aunque nadie apostó a mi favor, por supuesto».

Katinka van Bak se sirvió una copa de zumo de manzana y lo bebió antes de continuar su relato.

—Como ya habréis adivinado, duque Dorian, me había convertido en una espadachina bastante hábil. Empecé a revelar mi talento poco a poco, y el príncipe Lobkowitz comprendió por fin que necesitaba dar lo mejor de sí para defenderse, que tal vez combatía contra un rival que estaba a su altura. La idea de ser derrotado por un esclavo, y encima de sexo femenino, le disgustaba. Empezó a luchar en serio. Me hirió dos veces, una en el hombro izquierdo y la otra en el muslo, pero yo no me rendí. Ahora recuerdo que se hizo un silencio absoluto en el salón, sólo roto por el entrechocar de nuestras espadas y la agitada respiración del príncipe. Nos batimos durante una hora. De haber podido, el príncipe me habría matado.

—Recuerdo que oí algo cuando gobernaba Colonia —dijo Hawkmoon—. ¿De modo que vos sois la mujer que…?

—¿Que mató al príncipe de Berlín? Sí, le maté en su propio salón, ante sus invitados, en presencia de sus guardaespaldas. Le atravesé el corazón de una sola estocada. Era el primer hombre que mataba. Y antes de que pudieran creer lo que habían visto, levanté mi espada y les recordé el trato que había hecho con el príncipe: que si ganaba el duelo obtendría mi libertad. Dudo que los fieles al príncipe hubieran respetado el trato. Me habrían matado en el acto de no ser por los amigos de Lobkowitz y aquellos que ambicionaban sus territorios. Varios de ellos se congregaron a mi alrededor y me ofrecieron cargos en sus dominios, más por la novedad que por mi habilidad con la espada. Acepté un puesto en la guardia de Guy O'Pointte, archiduque de Baviera. Sin dudarlo un instante. La guardia del archiduque era la más numerosa, pues era el noble más poderoso de los allí reunidos. A continuación, los hombres del príncipe decidieron respetar el trato.

—¿Y así os convertisteis en soldado?

—Sí. De hecho, llegué a ser general en jefe de Guy O'Pointte. Cuando el archiduque fue asesinado por la familia de su tío, abandoné Baviera y fui en busca de una nueva posición. Así conocí al conde Brass. Servimos juntos como mercenarios en la mitad de los ejércitos de Europa… ¡y muchas veces en el mismo bando! Hacia la época en que el conde se estableció en la Kamarg, viajé hacia el este y me puse al servicio exclusivo del príncipe de Ukrainia, a quien aconsejé sobre la reconstrucción de su ejército. Dispusimos una buena defensa contra las legiones del Imperio Oscuro.

—¿Fuisteis capturada por los Señores de las Bestias?

Katinka van Bak meneó la cabeza.

—Escapé hacia las Montañas Búlgaras, donde permanecí hasta que vos y vuestros compañeros les derrotásteis en la batalla de Londra. Me tocó reconstruir Ukrainia, pues el único superviviente de la familia fue la sobrina más joven del príncipe. Fui nombrada regente de Ukrainia, bien a pesar mío.

—¿Habéis renunciado, pues, a ese cargo, o habéis venido de incógnito?

—No he renunciado al cargo ni he venido de incógnito —dijo Katinka van Bak con firmeza, como si reprendiera a Hawkmoon por apremiarla—. Ukrainia fue invadida.

—¿Cómo? ¿Por quién? ¡Pensaba que el mundo gozaba de una paz relativa!

—Y así es, o lo era hasta hace poco, cuando la gente que habita al este de las Montañas Búlgaras empezó a oír rumores sobre un ejército que se había reunido en aquellas montañas.

—¡Los restos del Imperio Oscuro!

Katinka van Bak alzó una mano para acallarle.

—Era un ejército compuesto por chusma —prosiguió—, sin duda alguna, pero no creo que fueran los restos del Imperio Oscuro. Aunque era numeroso y contaba con armas poderosas a su disposición, ningún individuo se parecía a otro. Vestían de manera distinta, llevaban armas diferentes, eran de distintas razas… Algunos ni siquiera eran humanos, ¿me entendéis? ¡Daba la impresión de que cada uno pertenecía a un ejército diferente!

—¿Una banda compuesta por soldados que sobrevivieron a las conquistas del Imperio Oscuro?

—Pienso que no. Ignoro de dónde procedían aquellos individuos. Sólo sé que cada vez que salían de sus montañas, de las que se habían apoderado y convertido en una fortaleza casi inexpugnable, ninguna expedición enviada contra aquel ejército alcanzaba el triunfo. Cada expedición era aniquilada. Mataban a poblaciones enteras, hasta el último recién nacido, y saqueaban pueblos, ciudades, incluso naciones. En ese aspecto son como bandidos, antes que un ejército organizado con un objetivo concreto. Por lo visto, atacaban países sólo por el botín. Como resultado, fueron extendiendo su campo de acción, y siempre regresaban con el botín, la comida robada y, en muy raras ocasiones, mujeres a su fortaleza de la montaña.

—¿Quién es su caudillo?

—No lo sé, aunque he luchado contra ellos cuando atacaron Ukrainia. O tienen varios líderes, o ninguno. Para empezar, no es necesario. Parece que sólo actúan movidos por la codicia y las ansias de matar. Son como langostas. Es la descripción que mejor les cuadra. Hasta el Imperio Oscuro concedía cuartel, porque proyectaba conquistar el mundo y necesitaba esclavos. Pero éstos…, éstos son mucho peores.

—Cuesta concebir un agresor peor que el Imperio Oscuro, pero —se apresuró a añadir Hawkmoon— os creo, Katinka van Bak.

—Sí, creedme, porque soy la única superviviente. Puedo dar gracias a la vida que he llevado. Me ha dado la experiencia necesaria para saber cuando una situación está perdida y cómo escapar a las consecuencias. Nadie más ha sobrevivido en Ukrainia o en las tierras que se extienden al otro lado de las Montañas Búlgaras.

—¿Huisteis para advertir a los países del otro lado? ¿Para levantar un ejército contra esos canallas?

—Huí. Eso es todo. He contado mi historia a todos los que han querido escucharme, pero no espero grandes resultados. A casi nadie le importa lo acaecido a pueblos que viven tan alejados, aunque me creyeran. Por lo tanto, tratar de levantar un ejército sería en vano. Además debo añadir que cualquier ejército humano que fuera a luchar contra los actuales ocupantes de las Montañas Búlgaras sería destruido por completo.

—¿Iréis a Londra? El conde Brass ya habrá llegado.

Katinka van Bak suspiró y se estiró.

—No de inmediato. Estoy cansada. He cabalgado casi sin pausa desde que abandoné Ukrainia. Si no ponéis objeción, me quedaré en el castillo de Brass hasta que mi viejo amigo regrese, a menos que de repente me entren ganas de viajar a Londra. De momento, sin embargo, no tengo el menor deseo de moverme.

—Sois bienvenida, por supuesto dijo Hawkmoon de todo corazón—. Es un honor para mí. Debéis contarme más cosas de los viejos tiempos, así como explicarme vuestras teorías acerca de ese ejército despreciable… De dónde procede y todo eso.

—No tengo la menor idea. No existe una explicación lógica. Apareció de la noche a la mañana, y ahí sigue. Negociar con esa gente es imposible. Es como intentar razonar con un huracán. Da la impresión de que estén desesperados, de que desprecien su vida tanto como la de los demás. Y la indumentaria y aspecto de los soldados, como ya os he dicho es de lo más dispar. Ni uno igual. Y sin embargo, creí reconocer una o dos caras cuando se lanzaron sobre nosotros. Soldados que yo había conocido, muertos muchos años atrás. Y juraría que vi a Bowgentle, el viejo amigo del conde Brass, cabalgando con ellos. Pero me habían dicho que Bowgentle murió en Londra…

—En efecto. Vi sus despojos.

Hawkmoon, cuyo interés hasta el momento era relativamente escaso, aguardaba con ansia más revelaciones de Katinka van Bak. Tuvo la impresión de que estaba a punto de solucionar el problema que le había ocupado durante tanto tiempo. Tal vez no había estado tan loco, a fin de cuentas.

—Habéis dicho Bowgentle… Y otros que os eran familiares… ¿También muertos?

—Sí.

—¿Había mujeres en ese ejército?

—Sí, varias.

—¿Reconocisteis a alguna?

Hawkmoon se inclinó sobre la mesa y dirigió una mirada penetrante a Katinka van Bak.

Ella frunció el ceño, intentando recordar; después, meneó la cabeza y sus trenzas grises se agitaron.

—No.

—¿Visteis acaso a Yisselda? ¿Yisselda de Brass?

—También murió en Londra, ¿no?

—Eso dicen.

—No. Además, no la habría reconocido. La vi por última vez cuando era niña.

—Ah. —Hawkmoon se reclinó eri su silla—. Sí, lo he olvidado.

—Pero podría estar con ellos. Había muchas. No vi ni la mitad del ejército que nos conquistó.

—Bien, si reconocisteis a Bowgentle, tal vez estaban también los demás… Todos los que murieron en Londra.

—He dicho que vi a un hombre parecido a Bowgentle. ¿Por qué iba a luchar Bowgentle, u otro amigo vuestro, en ese ejército?

—Tenéis razón.

Hawkmoon se abismó en sus pensamientos. La vida había vuelto a sus ojos. Sus movimientos eran más enérgicos.

—Supongamos que él y los demás estuvieran hechizados, por ejemplo. En trance. Obligados a obedecer la voluntad de un enemigo. El Imperio Oscuro poseía poderes de ese calibre.

—Es inverosímil, duque Dorian…

—Como la historia del Bastón Rúnico, pero sabemos que es verdadera.

—Estoy de acuerdo, pero…

—Desde hace mucho tiempo intuyo que Yisselda no murió en Londra, aunque hubo muchos testigos de su muerte y entierro. También es posible que ninguno de nuestros amigos muriera en Londra, que todos fueran víctima de algún artero complot del Imperio Oscuro. Tal vez dejaron falsos cadáveres de Yisselda y los otros, y se llevaron a las personas reales a las Montañas Búlgaras… Tal vez luchasteis contra esclavos del Imperio Oscuro, controlados por aquellos que escaparon a nuestra venganza.

—Pero escaparon muy pocos. Y ninguno de los señores sobrevivió a la batalla de Londra. Nadie pudo tramar tales argucias, aunque estuviera en sus manos. Cosa que es imposible, duque Dorian. —Katinka van Bak se humedeció los labios—. Creía que erais un hombre sensato. Un soldado práctico, como yo.

—Yo también lo pensaba hace tiempo, hasta que me vino a la cabeza la idea de que Yisselda aún vivía. En algún lugar.

—Me habían dicho que habíais cambiado bastante…

—Que estaba loco, queréis decir. Bien, señora, creo que estoy loco. Quizá en los últimos tiempos me he permitido locas fantasías, pero sólo porque la idea fundamental contiene un germen de verdad.

—Acepto lo que decís, pero necesitaría pruebas tangibles de esa teoría. Mi instinto niega que los muertos vivan…

—Creo que el conde Brass abona esa teoría, aunque no lo admita. Creo que se niega a aceptarla por temor a volverse tan loco como la gente piensa que estoy.

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