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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (27 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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Esperó a que el último de sus compañeros hubiera desaparecido y procedió a desenroscar los extremos de las restantes lanzas flamígeras. Cuando estaba rompiendo con el hacha la última, escuchó un grito y un gran alboroto. Miró por la grieta de la contraventana.

Algunos hombres estaban señalando el tejado del edificio. Ilian buscó con la mirada su lanza flamígera y comprendió que sus compañeros se la habían llevado. Sólo le quedaba la espada. Corrió escaleras arriba, llegó al desván y salió por el agujero.

La habían visto.

Entonces, un flecha rozó su hombro. Se agachó involuntariamente, perdió pie y resbaló hacia el suelo, al otro lado de la casa. Los hombres se precipitaron hacia ella. Consiguió aferrarse a un gablete antes de caer por el borde, con tal fuerza que estuvo a punto de descoyuntarse los brazos. Dos o tres flechas golpearon su yelmo y la cota de mallas, pero no la penetraron. Trepó de nuevo al tejado y se agachó tras el gablete mientras corría, en busca de una rama baja a la que poder saltar, pero no había tal rama. Nuevas siluetas aparecieron sobre ella. Habían descubierto la ausencia de sus armas y por donde había entrado. Oyó sus gritos encolerizados y se alegró de haber destruido todas las lanzas. Si las hubieran empleado, ya estaría muerta. Llegó al extremo del tejado y se preparó para saltar al siguiente. Era su única vía de escape.

Se lanzó al vacío y se agarró al gablete de la casa. La madera tallada cedió algo bajo su peso. Pensó que iba a caer, pero el gablete resistió y pudo izarse. Sus perseguidores la habían seguido y más flechas silbaron a su alrededor. Saltó de aquel tejado a otro más cercano, y comprendió con desesperación que se estaba adentrando cada vez más en la ciudad. Rezó para encontrar una rama que rozara los tejados. En los árboles le resultaría mucho más fácil escapar. Su único consuelo era que sus compañeros habían escapado en dirección contraria.

Tres tejados más y les distanció momentáneamente. Lanzó un suspiro de alivio, pero era cuestión de minutos que la capturaran.

Si podía introducirse en una de las casas y ocultarse, darían por sentado que había huido. Cuando la persecución terminara, no sería tan difícil abandonar la ciudad.

Vio bajo sus pies una casa a oscuras.

Ideal.

Cruzó la distancia que separaba ambos tejados, aterrizó, saltó por encima del tejado y apoyó los pies sobre el saliente de una ventana. Se acurrucó en el saliente, forzó las contraventanas y se deslizó en el interior de la estancia, cerrando los postigos a continuación.

Estaba cansada. Le pesaba la cota de mallas. Ojalá tuviera tiempo de quitársela. Sin ella podría saltar más alto y correr con mayor rapidez, pero era demasiado tarde para preocuparse por esas cosas.

La habitación olía a moho, como si hiciera mucho tiempo que no se abrían las ventanas. Avanzó y se golpeó la rodilla con algo. ¿Una cómoda? ¿Una cama?

Y entonces oyó un quejido ahogado.

Ilian escudriñó la oscuridad.

Una figura yacía sobre una cama revuelta. Era una figura de mujer.

Y estaba atada.

¿Se trataba de un ciudadana a la que algún invasor mantenía prisionera? Ilian se inclinó para quitar la mordaza que tapaba la boca de la muchacha.

—¿Quién eres? —susurró Ilian—. No tengas miedo. Te salvaré si es posible, aunque yo también corro un gran peligro.

Y entonces, Ilian jadeó cuando quitó la mordaza.

Había reconocido la cara.

Era la cara de un fantasma.

Ilian sintió que un escalofrío de terror recorría todo su cuerpo. Era un terror indecible. Un terror que jamás había experimentado, porque si bien reconocía el rostro, no podía adjudicarle un nombre.

Ni tampoco podía recordar dónde lo había visto antes.

Trató de reprimir el impulso de salir huyendo.

—¿Quién sois? —preguntó la mujer.

6. El otro Campeón

Ilian se controló. Encontró una lámpara, pedernal y yesca, y encendió la lámpara mientras respiraba hondo e intentaba analizar lo que le estaba ocurriendo. El sobresalto había sido mayúsculo, aunque podía jurar que nunca había visto a la mujer.

Ilian se volvió. La mujer vestía una sucia bata blanca. Era obvio que llevaba prisionera bastante tiempo. Trató de incorporarse en la cama. Tenía las manos atadas delante de ella, con un complicado arnés de cuero que sujetaba asimismo su garganta, piernas y pies.

Ilian se preguntó si sería una loca. Quizá había sido una imprudencia sacarle la mordaza sin pensar. Los ojos de la mujer poseían un brillo salvaje, pero podía deberse a su largo cautiverio.

—¿Sois de Garathorm? —preguntó Ilian, sosteniendo la lámpara en alto para examinar las pálidas facciones de la mujer.

—¿De Garathorm? ¿De este lugar? No.

—Me resultáis familiar…

—Sí, lo sé, nunca me habíais visto.

—Me llamo Yisselda de Brass. Soy la prisionera del barón Kalan desde que llegué aquí.

—¿Por qué sois su prisionera?

—Teme que escape y me vean. Me quiere para él sólo. Por lo visto, me considera una especie de talismán. No me ha hecho mucho daño. ¿Creéis que podéis cortar este arnés?

Tranquilizada por el tono sereno de Yisselda de Brass, Ilian se inclinó y cortó las correas. Yisselda lanzó un suspiro cuando sintió correr de nuevo la sangre por sus miembros.

—Gracias.

—Soy Ilian de Garathorm. La reina Ilian.

—¡La hija del rey Pyran! —se asombró Yisselda—. Pero Kalan os robó el alma, ¿no es cierto?

—Eso creo, pero ahora tengo un nueva.

—¿De veras?

Ilian sonrió.

—No me pidáis que os lo explique. Así que no todos los que han llegado a nuestro mundo de repente son malvados.

—La mayoría lo son. La mayoría sirven al Caos, según me ha contado Kalan, y creen que nadie les puede matar, pero él no asume esta teoría, al parecer.

Ilian temblaba y se preguntaba por qué experimentaba el impulso de abrazar a esta mujer, con algo más que camaradería. Jamás había sentido impulsos semejantes. Sus rodillas flaquearon. Se sentó en la cama.

—El sino —murmuró—. Dicen que sirvo a un sino. ¿Sabéis algo de eso, Yisselda de Brass? Conozco bien vuestro nombre… y el del barón Kalan. Tengo la impresión de que os he estado buscando, toda la vida, pero no era yo quien os buscaba. O… —Estaba a punto de desmayarse. Se llevó la mano a la frente—. Esto es horroroso.

—Os comprendo. Kalan opina que sus experimentos en la distorsión del tiempo han creado esta situación. Nuestras vidas se entremezclan. Una posibilidad colisiona con otra. En esta situación, hasta es posible encontrarse con uno mismo.

—¿Kalan fue el responsable de que Ymryl y los demás entraran?

—Eso cree. Pasa todo el tiempo tratando de rehacer el equilibrio que estropeó. Y yo soy muy importante para sus experimentos. No tiene el menor deseo de encontrarse mañana con Ymryl.

—¿Mañana? ¿Adónde irá Ymryl?

—Hacia el oeste, para atacar a alguien llamado Arnald de Grovent, según tengo entendido.

—¡De modo que por fin van a enfrentarse!

Ilian olvidó todo lo demás. Bullía de alegría. Su oportunidad se presentaba antes de lo esperado.

—El barón Kalan es la mascota de Ymryl —dijo Yisselda. Había encontrado un peine y trataba de arreglar su cabello enredado—. Al igual que yo soy la de Kalan. ¡Estoy viva gracias a una cadena de supersticiones!

—¿Dónde está Kalan ahora?

—Sin duda en el palacio de Ymryl… El palacio de vuestro padre, ¿verdad?

—En efecto. ¿Qué hace allí?

—Algunos experimentos. Ymryl le ha proporcionado un laboratorio aunque Kalan prefiere trabajar aquí. Me obliga a acompañarle cuando trabaja. Me siento y habla conmigo como si fuera un perro faldero. Es la máxima atención que me presta. No entiendo casi nada de lo que dice, por supuesto. Sin embargo, estaba presente cuando os robó el alma. Fue horrible. ¿Cómo os recobrasteis?

Ilian no contestó.

—¿Cómo…? ¿Cómo robó mi alma?

—Con una joya, parecida a la que amenazaba con devorar el cerebro de Hawkmoon cuando la injertó en su cráneo. Una joya de propiedades similares, en cualquier caso…

—¿Hawkmoon? Ese nombre…

—¿Conocéis a Hawkmoon? ¿Cómo le va? No estará en este mundo…

—No… No. No le conozco. No tengo por qué. Con todo, me ha resultado familiar.

—¿Os encontráis indispuesta, Ilian de Garathorm?

—Sí, sí, es posible.

Ilian creyó que iba a desmayarse. Los esfuerzos que había realizado para huir de los soldados de Ymryl la habían agotado más de lo que pensaba, sin duda. Hizo lo posible para recuperarse.

—¿Esa joya se encuentra en poder de Kalan? —preguntó—. ¿Cree que encierra mi alma?

—Sí, pero está muy equivocado. De alguna manera, vuestra alma quedó libre de la joya.

—Claro. —Ilian dibujó una triste sonrisa—. Bien, hemos de pensar en una forma de escapar. No parece que estéis en condiciones de trepar a tejados y saltar de árbol en árbol conmigo.

—Puedo probarlo. Estoy más fuerte de lo que aparento.

—Pues lo intentaremos. ¿Cuándo pensáis que Kalan regresará?

—Acaba de marcharse.

—Aún nos queda algo de tiempo. Lo aprovecharé para descansar. —Ilian se tendió en la cama—. Me duele mucho la cabeza.

Yisselda hizo además de acariciar la frente de Ilian, pero ésta se apartó con un gemido.

—¡No! —Se humedeció los labios resecos—. No. Os agradezco el detalle.

Yisselda se acercó a la ventana y la entreabrió. Aspiró el aire fresco de la noche.

—Kalan está empeñado en que Ymryl se ponga en contacto con esa oscura deidad suya, Arioco.

—¿A la que Ymryl considera responsable de mi presencia aquí?

—Sí. Ymryl soplará su Cuerno Amarillo y Kalan intentará pergeñar algún hechizo. Kalan contempla con cinismo sus posibilidades de invocar al demonio.

—Ymryl tiene en gran aprecio a su cuerno. ¿Nunca se lo quita?

—Kalan dice que nunca. El único que podría obligar a Ymryl a desprenderse de su cuerno es el mismísimo Arioco.

El tiempo transcurrió con dolorosa lentitud. Mientras Ilian intentaba descansar, Yisselda apagó la lámpara y contempló las calles, advirtiendo que patrullas de soldados iban en busca de Ilian. Algunas registraban incluso los tejados. Por fin, dio la impresión de que abandonaban la búsqueda. Yisselda se dispuso a despertar a Ilian, que se había dormido por completo.

Yisselda agitó el hombro de Ilian y ésta se estremeció. Despertó sobresaltada.

—Se han ido —dijo Yisselda—. Creo que ha llegado el momento de marcharnos. ¿Nos iremos por la calle?

—No. Necesitamos un rollo de cuerda. ¿Hay alguno en la casa?

—Lo buscaré.

Yisselda regresó a los pocos minutos con un rollo de cuerda.

—Es el más largo que he podido encontrar. ¿Os parece lo bastante resistente?

—Tendrá que serlo.

Ilian sonrió. Abrió la ventana de par en par y levantó la vista. La rama más cercana se encontraba a unos tres metros sobre sus cabezas. Ilian cogió la cuerda, practicó un lazo en un extremo y enrolló la cuerda para que adoptara la misma circunferencia que el lazo. Después, empezó a balancear la cuerda y la lanzó de repente.

El lazo pasó por una rama. Ilian afianzó el nudo.

—Tendréis que subiros en mi espalda —explicó a Yisselda—, rodear mi cintura con vuestras piernas y sujetaros con todas vuestras fuerzas. ¿Creéis que podréis hacerlo?

—Debo hacerlo —replicó Yisselda.

Siguió las instrucciones. Ilian subió al antepecho de la ventana, sujetó con firmeza la cuerda, le dio una o dos vueltas alrededor de la mano y se lanzó sobre los tejados, esquivando por poco la aguja de un antiguo mercado. Sus pies golpearon contra una rama y clavó en ella los tacones, procurando agarrarse a la rama superior. Estaba a punto de soltar su presa cuando Yisselda se izó a la rama. Se inclinó para ayudar a Ilian. Se tendieron jadeantes sobre la enorme rama.

Ilian se incorporó de un brinco.

—Seguidme —dijo—. Extended los brazos para mantener el equilibrio, y no dejéis de avanzar.

Se puso a correr sobre el tronco.

Y Yisselda, algo vacilante, la siguió.

Llegaron al campamento por la mañana y todos expresaron alegría. Katinka van Bak salió de la cabaña que había improvisado con tablones y se alegró al ver a Ilian.

—Temíamos por vos —dijo—. Incluso aquellos que afirmaban odiaros. Los demás volvieron con las lanzas flamígeras. Buen botín.

—Excelente. Y traigo más información.

—Bien, bien. Querréis desayunar… y también descansar, supongo. ¿Quién es ésta?

Katinka van Bak pareció fijarse por primera vez en la mujer ataviada con la sucia bata blanca.

—Se llama Yisselda de Brass. Al igual que vos, no es de Garanthorm…

Ilian observó la expresión de asombro que apareció en el rostro de Katinka van Bak.

—¿Yisselda? ¿La hija del conde Brass?

—Sí —contestó Yisselda, complacida—, aunque el conde Brass murió… Le mataron en la batalla de Londra.

—¡No es cierto! ¡No es cierto! ¡Vive todavía en el castillo de Brass! Así que Hawkmoon tenía razón… ¡Aún estáis viva! Es la experiencia más extraña de mi vida…, y la más agradable, sin duda alguna.

—¿Habéis visto a Dorian? ¿Cómo está?

—Ah… —Katinka van Bak se refugió en evasivas—. Está bien, está bien. Ha padecido una grave enfermedad, pero todas las posibilidades apuntan a una completa recuperación.

—Ojalá pudiera verle de nuevo. ¿Está en este plano?

—Es imposible, por desgracia.

—¿Cómo llegasteis aquí? ¿De la misma forma que yo?

—Más o menos, sí.

Katinka van Bak se volvió y observó que Jhary-a-Conel había salido de una de las casas negras que aún se tenían en pie. Se estaba frotando los ojos, como si aún estuviera medio dormido.

—Jhary, te presento a Yisselda de Brass. Hawkmoon estaba en lo cierto.

—¡Está viva!

Jhary dio una palmada sobre su muslo y paseó una mirada irónica de Ilian a Yisselda, y viceversa.

—¡Ja! ¡Es lo mejor que he visto en mi vida! ¡Oh, querida!

Y estalló en carcajadas, cosa que tanto Ilian como Yisselda juzgaron inexplicable.

Una oleada de cólera invadió a Ilian.

—¡Estoy harta de vuestros misterios e insinuaciones, sir Jhary! ¡Estoy hasta la coronilla de ellos!

—¡Sí! —Jhary continuó desternillándose—. ¡Creo que es la reacción más normal, señora!

Libro tercero.
Una despedida
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