Cronicas del castillo de Brass (29 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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Ilian se estremeció. Apenas había escuchado las palabras de Jhary pero su significado la había turbado.

Katinka van Bak se encogió de hombros y dio media vuelta.

—Muy bien, Jhary. Vos sabéis más de estos asuntos que yo. Y de no ser por vuestros conocimientos, Ilian no estaría aquí ahora para luchar contra Ymryl.

Se adentró en las sombras invadidas por el humo.

Jhary se quedó un rato al lado de Ilian. Después, la dejó sola, mirando las ruinas carbonizadas de su antiguo hogar.

Los gritos se extinguieron y el hedor de la carne quemada dio paso al olor más suave de la madera. Ilian tenía la sensación de que le habían arrancado la vida. Cuando el incendio remitió, se acercó más a los restos, como si quisiera calentarse, porque un frío helado paralizaba sus huesos, aunque la temperatura era agradable.

Seguía viendo las facciones severas de Ymryl cuando formuló su pregunta. Seguía escuchando su voz cuando contestó.

Jhary la encontró cuando faltaba poco para el amanecer. Ilian deambulaba entre los huesos ennegrecidos, las cenizas y las ascuas humeantes. De vez en cuando, propinaba una patada a un cráneo carbonizado o a una caja torácica destrozada.

—Noticias —dijo Jhary.

Ella le miró con ojos inexpresivos.

—Noticias de Ymryl. Ha ganado la batalla. Ha matado a Arnald y se ha enterado de lo ocurrido aquí. Se apresta a regresar.

Ilian respiró una profunda bocanada de aire acre.

—En ese caso, debemos prepararnos —dijo.

—Nos queda la mitad de nuestras fuerzas y será difícil resistir al ejército de Ymryl. Ahora, cuenta también con los efectivos de Arnald, mejor dicho, los que han sobrevivido. ¡Dos mil guerreros, como mínimo, vienen hacia aquí! Tal vez sería mejor volver a los árboles, emboscarles de vez en cuando…

—Continuaremos con el plan original.

Jhary-a-Conel se encogió de hombros.

—Muy bien.

—¿Han encontrado el cañón flamígero de Ymryl?

—Sí, escondido en las bodegas de un lagar, al oeste de la ciudad. Katinka van Bak se ha encargado durante la noche de que se montara un anillo defensivo. Se han montado otros para cubrir las principales arterias que conducen al centro de la ciudad. Hemos actuado con rapidez, por suerte. No esperaba que Ymryl regresara tan pronto.

Ilian paseó entre las cenizas.

—Katinka van Bak es un general experimentado.

—Una suerte para nosotros —dijo Jhary.

Poco después de mediodía, los espías volvieron con la noticia de que Ymryl estaba empleando la misma táctica que Ilian para acercarse a la ciudad: rodearla por todos lados. Ilian rezó para que los espías de Ymryl no hubieran visto el cañón flamígero, apresuradamente ocultado. Había ordenado a la mitad de sus fuerzas que se encargara de las armas energéticas. Los otros se habían escondido en diversos lugares.

Una hora más tarde, la primera fuerza de caballería, con sus brillantes armaduras y las banderas al viento, entró como una tromba por las cuatro amplias avenidas que conducían a la plaza de la ciudad.

La plaza estaba desierta en apariencia, a excepción de los cadáveres abandonados en ella.

La velocidad de la cabalgada disminuyó cuando los primeros Jinetes vieron el espectáculo y se quedaron confusos.

Sobre sus cabezas sonó la nota suave de un cuerno.

Y un cañón flamígero rugió.

Y de la caballería sólo quedó polvo calcinado y cenizas que flotaron en el aire hasta posarse sobre las calles.

Ilian, escondida en los árboles, sonrió cuando recordó que su gente había perecido por obra de aquella misma arma.

Las probabilidades en su contra habían aumentado en gran número pero no podía utilizarse de nuevo el cañón flamígero, pues debía llenarse otra vez con la sustancia que le servía de combustible, y esta sustancia tenía que manipularse con mucho cuidado. Además, se tardaba mucho tiempo en introducirla, gota a gota, en los depósitos. Los encargados del cañón volvieron a toda prisa a la plaza y desaparecieron en los edificios.

Un espeso silencio descendió sobre Virithorm.

Luego, hacia el oeste, se escuchó el batir de unos cascos. El sol que se filtraba entre las hojas se reflejó en máscaras enjoyadas y en brillantes armaduras.

—Es Kalan y un destacamento del Imperio Oscuro —gritó Katinka van Bak desde un árbol situado a unos cien metros—. También tienen cañones flamígeros.

La máscara de serpiente del barón Kalan centelleo cuando se internó a gran velocidad por la amplia avenida. De las casas surgieron rayos de luz roja, disparados por las lanzas flamígeras que aún quedaban. Dio la impresión de que varios rayos atravesaban el cuerpo de Kalan sin hacerle el menor daño. Ilian pensó que sus ojos la engañaban. Ni siquiera un hechicero podía ser inmune a los rayos mortíferos.

No obstante, otros cayeron antes de que sus compañeros tuvieran tiempo de responder al fuego. Dispararon al azar sus armas contra las casas y una red de rayos rubí se dibujó en el aire.

Kalan continuó avanzando sin vacilación hacia la plaza. Espoleó a su caballo hasta que brotó sangre de sus flancos.

Kalan reía. Era una risa que Ilian conocía muy bien. Al principio, no consiguió localizarla, pero luego recordó que no se diferenciaba en mucho de las carcajadas que ella había lanzado durante la batalla del día anterior.

Kalan entró en la plaza. Sus carcajadas se convirtieron en un aullido de rabia cuando vio los restos de la gran mansión.

—¡Mis laboratorios!

Desmontó del caballo y se acercó a las ruinas. Miró a su alrededor indiferente a los peligros que pudieran acecharle, mientras detrás de él sus hombres libraban una encarnizada batalla contra los guerreros de Ilian, que habían salido de las casas y luchaban cuerpo a cuerpo.

Ilian le miró. Estaba fascinada. ¿Qué buscaba?

Dos guerreros de Ilian se separaron del grueso del grupo y cargaron contra Kalan. Este se volvió al oírles, volvió a reír y desenvainó la espada. Las risas despertaban ecos ominosos en el yelmo de serpiente.

—Dejadme en paz —conminó a los guerreros—. No podéis hacerme daño.

Ilian contuvo la respiración. Vio que un guerrero atravesaba a Kalan con la espada. Vio que la punta salía por la espalda del hechicero. Vio que Kalan retrocedía y respondía a su atacante con una profunda herida en el hombro. Kalan estaba ileso. El guerrero gimió. Kalan, impaciente, hundió la espada en el cuello de su enemigo, que se derrumbó sobre las cenizas de la mansión. El otro guerrero vaciló antes de lanzar un mandoble contra el antebrazo del hechicero, que la armadura no protegía. Fue un golpe suficiente para cortar el brazo de cuajo, pero Kalan ni se inmutó. El guerrero dio un paso atrás. Kalan sin hacerle caso, continuó su frenética búsqueda entre las cenizas y los cuerpos carbonizados.

—No puedes matarme —gritó el guerrero—. No me hagas perder el tiempo y yo no te haré perder el tuyo. Estoy buscando algo. ¿Qué imbécil habrá ordenado esta destrucción innecesaria? —Como el guerrero continuara inmóvil, el yelmo de serpiente se alzó y Kalan habló como si estuviera dando explicaciones a un niño estúpido—. No puedes matarme. Sólo hay un hombre que puede matarme en todo el infinito cosmos. Y aquí no está. ¡Lárgate!

Ilian sintió compasión por el guerrero cuando le vio alejarse, dando tumbos.

Entonces, Kalan lanzó una risita.

—¡Ya lo tengo!

Se agachó y cogió algo del suelo.

Ilian bajó de los árboles, saltó a la plaza y se plantó frente a Kalan. Un mar de cadáveres les separaba.

—¿Barón Kalan?

El hechicero levantó la vista.

—Lo tengo… —Hizo ademán de enseñarle el objeto, pero luego vaciló—. ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Acaso me han abandonado todos mis poderes?

—¿Pensasteis que me habíais matado?

Ilian avanzó hacia él. Había visto que era invulnerable, pero pensaba que debía enfrentarse con el hechicero, movida por uno de aquellos extraños impulsos que no podía explicar.

—¿Matado? Bobadas. Fue mucho más sutil. La joya devoró tu alma. Fue mi mejor creación en ese estilo, más sofisticada que cualquier otro invento mío. Iba destinada a alguien mucho más importante que vos, pero la situación exigía su uso, si no quería morir a manos de Ymryl.

A lo lejos se escuchaban ruidos de batalla. Ilian comprendió que su gente había atacado al ejército de Ymryl. Caminó sin vacilar hacia Kalan.

—Debo vengarme de vos por muchos motivos, barón Kalan —dijo.

—No podéis matarme, señora, si os referís a eso. No podéis hacerlo.

—Pero debo intentarlo.

El Señor de la Serpiente se encogió de hombros.

—Cómo queráis, pero me gustaría saber cómo escapó vuestra alma de la joya. Tenía la absoluta certeza de que quedaría atrapada en ella durante toda la eternidad, y con esa joya podría haber realizado experimentos más complicados, si cabe. ¿Cómo escapó?

Alguien gritó desde el rincón más alejado de la plaza.

—¡No lo hizo! ¡No escapó!

Era la voz de Jhary-a-Conel.

La máscara de serpiente se volvió.

—¿Qué queréis decir?

—¿No comprendisteis la naturaleza del alma que pretendías aprisionar en esa joya?

—¿Naturaleza? ¿A qué…?

—¿Conocéis la leyenda del Campeón Eterno?

—He leído algo sobre ella, sí…

La máscara de serpiente se desvió de Jhary a Ilian, y de Ilian a Jhary otra vez. Ilian seguía avanzando hacia el barón Kalan.

—Entonces, recordad lo que leísteis.

Ilian se plantó ante el barón Kalan de Vitall y con un sólo movimiento de su espada arrancó el yelmo de serpiente. Apareció un rostro pálido, de edad avanzada, rala barba blanca y cabello escaso. Kalan parpadeó y trató de cubrirse la cara, pero dejó caer las manos a los costados; la espada colgaba de la muñequera y su puño aferraba el objeto que había buscado entre las ruinas.

—Aun así, no podéis matarme, Ilian de Garathorm —dijo en voz baja Kalan—. Y aunque pudierais, las consecuencias serían terroríficas. Dejadme en paz, o hacedme prisionero, como prefiráis. He de reflexionar sobre ciertos asuntos…

—Empuñad la espada, barón Kalan, y defendeos.

—Me resisto a mataros —dijo Kalan, con voz más irritada—, porque constituis un intrigante misterio para un hombre de ciencia, pero os mataré, Ilian, si continuáis fastidiándome.

—Y yo os mataré, si puedo.

—Ya os he dicho que sólo un ser del multiverso puede matarme —explicó pacientemente el hechicero—. Y ese ser no sois vos. Además, de que yo siga con vida dependen más cosas de las que creéis…

—¡Defendeos!

Kalan se encogió de hombros y empuñó su espada.

Ilian lanzó un mandoble, Kalan lo paró como sin darle importancia. La espada, apenas desviada, siguió su trayectoria y penetró en la carne de Kalan, que abrió los ojos de par en par.

—¡Dolor! —siseó, estupefacto—. ¡Es dolor!

Ilian se quedó casi tan sorprendida como Kalan cuando vio que brotaba sangre. Kalan retrocedió tambaleante y contempló su herida.

—No es posible —dijo con firmeza—. No lo es.

Ilian atravesó esta vez el corazón.

—Sólo Hawkmoon puede matarme —musitó Kalan—. Sólo él. Es imposible…

Y se derrumbó sobre las cenizas; una pequeña nube de polvillo negro se levantó a su alrededor. La mirada de asombro quedó impresa en sus muertas facciones.

—Ahora, los dos estamos vengados, barón Kalan —dijo Ilian, con una voz que no reconoció como suya.

Se agachó para ver qué sujetaba el barón en su puño cerrado, aprisionado entre los dedos.

Era algo que brillaba como carbón pulido. Una joya de forma irregular. Ilian comprendió lo que era.

Cuando se incorporó, observó que la luz se había alterado sutilmente a su alrededor. Era como si pasaran nubes frente al sol, pero no había lluvias previstas hasta dentro de dos meses.

Jhary-a-Conel se acercó corriendo.

—¡Le habéis matado! Temo que este acto nos traerá más problemas. —Echó un vistazo a la joya que sostenía—. Guardadla bien. Si salimos de ésta, os enseñaré lo que debéis hacer con ella.

Oyeron un ruido sobre sus cabezas, en el cielo oscurecido, a través de las ramas superiores de los impresionantes árboles de Garathorm. Era como el batir de las alas de una gigantesca ave. Y también percibieron un hedor, comparado con el cual los cadáveres olían a perfume.

—¿Qué es eso, Jhary?

Ilian sintió que el miedo nublaba su mente. Quería huir de la cosa que se acercaba a Virinthorm.

—Kalan os advirtió que tendría consecuencias matarle aquí. Sus experimentos crearon desajustes en el equilibrio de todo el multiverso. Al matarle, habéis permitido que el multiverso empiece a curar sus heridas, aunque eso dará como resultado otros desajustes de, lo que podríamos llamar, menor importancia.

—¿Cuál es la causa de ese ruido, de ese olor?

—Escuchad —dijo Jhary-a-Conel—. ¿No oís otra cosa?

Ilian escuchó con suma atención. A lo lejos oyó el bocinazo de un cuerno de guerra. El cuerno de Ymryl.

—Ha convocado a Arioco, Señor del Caos —explicó Jhary-a-Conel— y la muerte de Kalan ha permitido que Arioco pueda entrar por fin. Ymryl cuenta con un nuevo aliado, Ilian.

3. Equilibrio oscilante

Una alegría salvaje y desesperada embargaba a Jhary mientras montaba en su caballo amarillo y lanzaba repetidas miradas al cielo. Seguía oscuro, pero tanto el ruido como el hedor habían desaparecido.

—Sólo vos, Jhary, sabéis a qué hemos de enfrentarnos ahora —dijo Katinka van Bak.

Se secó el sudor de la cara con la manga, sin soltar la espada.

Yisselda de Brass se acercó al trote. Tenía una herida larga, pero poco profunda, en el brazo. La sangre ya se había secado.

—Ymryl ha detenido el ataque —anunció—. No sé qué tiene en mente… —Calló al ver el cadáver de Kalan, caído sobre las cenizas—. Así que ha muerto. Bien. Abrigaba la superstición de que sólo podía matarle mi marido, Hawkmoon.

Katinka van Bak casi sonrió.

—Sí, lo sé —dijo.

—¿Tenéis idea de lo que planea Ymryl? —preguntó Yisselda a Katinka van Bak.

—A tenor de lo que nos ha contado Jhary, no necesita grandes estrategias —replicó la mujer, preocupada—. ¡Los demonios han venido en su ayuda!

—Elegís una teminología acorde con vuestros prejuicios —dijo Jhary-a-Conel—. Si yo definiera a Arioco como un ser provisto de poderes físicos y psíquicos muy avanzados, aceptaríais su existencia por completo.

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