Cuento de muerte (36 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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—Lo que más me inquieta respecto de Fendrich —dijo Fabel— es que su madre murió hace seis meses. En su perfil psicológico del homicida, Susanne suponía que el lapso de tiempo entre el primer asesinato y el segundo podría indicar que el homicida tenía alguna clase de restricción, ejercida por una figura dominante, una esposa o una madre, que luego podría haber muerto.

—No lo sé, Jan. —Werner cogió una silla de un escritorio cercano, la puso delante del tablero y se dejó caer en ella. Su rostro parecía gris, fatigado. Por primera vez, Fabel cobró conciencia de que Werner estaba envejeciendo—. A Fendrich ya se lo ha investigado por lo menos dos veces. No encaja. Pero no me gusta cómo suena este tipo, Weiss. ¿Crees que nos hemos topado con otro sumo sacerdote y su acólito? ¿Con Weiss moviendo los hilos mientras Olsen comete los asesinatos? Ya hemos pasado por algo así, después de todo.

—Es posible. —Fabel contempló el tablero de la investigación, con todas las imágenes y fechas que aparecían en él—. Pero ¿te da la impresión de que Olsen es de los que se inspirarían en cuentos de hadas, o en las torpes teorías literarias de Weiss?

Werner se echó a reír.

—Tal vez nos estemos esforzando demasiado. Tal vez deberíamos buscar a alguien que viva en una casa de pan.

Fabel sonrió tristemente, pero algo comenzó a molestarle en la cabeza. Una casa de pan. Se encogió de hombros.

—Puede que tengas razón. Sobre que nos estamos esforzando demasiado, quiero decir. Olsen es nuestro hombre. Ojalá lo encontremos pronto.

Cerca de las tres de la tarde el deseo de Fabel se vio cumplido. Una unidad de la SchuPo informó de que una persona que encajaba con la descripción de Olsen había sido vista entrando en una casa de okupas en un edificio abandonado cerca del puerto. Los agentes uniformados habían tenido el buen tino de no avanzar y de llamar a un Mobiles Einsatz Kommando vestido de paisano para mantener el edificio bajo vigilancia. El informe cayó en la Mordkommission como un misil. Fabel se vio obligado a serenar los ánimos antes de dar instrucciones.

—Escuchad. Ésta es nuestra captura. Ya le he dicho al comandante del MEK que nosotros efectuaremos el arresto. Nosotros lo cogemos. Nadie más. —Miró a Maria; su expresión era difícil de descifrar, pero ella hizo un decisivo movimiento con la cabeza—. Cuando lleguemos al sitio trazaremos un plan de acción. Quiero a Olsen vivo y en condiciones de hablar. ¿Está claro? De acuerdo, vámonos.

Fabel tuvo que parar a Werner cuando éste estaba poniéndose su chaqueta de cuero negro y salía junto al resto del equipo.

—Sólo en calidad de observador, ¿vale? —Werner sonrió mansamente—. Por favor, Jan, ese bastardo me abrió la cabeza. Sólo quiero ver cómo lo arrestan.

—De acuerdo, pero te quedas atrás donde yo te indique. Maria es la número dos en esto.

En otra época, fue un barrio de trabajadores. Un lugar donde los empleados del Hafen tenían su hogar, donde vivían familias, donde jugaban niños. Pero ahora estaba desierto, aguardando las inexorables fuerzas del desarrollo inmobiliario y el aburguesamiento que parecían estar conquistando todos los antiguos distritos de la clase trabajadora de Hamburgo. Incluso Pöseldorf, la zona que Fabel tanto adoraba, hogar de la fina y pudiente
Schickeria
de Hamburgo, que era conocida como la Arme Leute Gegant —la zona de los pobres— hasta los sesenta, cuando se convirtió en la parte más elegante de Hamburgo.

Pero esa área junto al puerto aún no se había vuelto tan deseable. Su arquitectura parecía congelada en el tiempo, con sus calles empedradas y sus inmensos edificios de viviendas. Los vínicos vestigios del siglo xxi se encontraban en los feos
graffitti
que ensuciaban las casas y en la silueta muda y abultada de un buque portacontenedores que podía verse deslizándose en el canal. Todos los agentes estaban tensos.

El edificio en el que Olsen había sido visto estaba justo en el límite del Hafenstrasse Genossenschaft, la zona de Hamburgo que, desde diciembre de 1995, se encontraba en manos de una comuna de vecinos
«Alternativen am Elbufer
». En términos tanto políticos como sociales, aquella parte de la ciudad había sido un campo de batalla. Literalmente.

En el otoño de 1981, los bloques de apartamentos a lo largo de la Hafenstrasse y en la Bernhardt-Nocht-Strasse fueron sistemáticamente invadidos por okupas. Alfons Pawelczyk, el Innensenator de aquel momento, ordenó a la policía que los desalojaran. El resultado había sido un caos y una anarquía totales. A continuación tuvo lugar una guerra entre los okupas y la Polizei de Hamburgo que duró diez años, durante los cuales las pantallas de la televisión alemana se llenaron de escenas de barricadas ardiendo, terribles batallas callejeras cuerpo a cuerpo y cientos de agentes y okupas heridos. Klaus von Dohnanyi, el Erster Bürgermeister de entonces, perdió su puesto. Sólo se puso fin a los disturbios con un pacto al que se llegó en 1995. De todas maneras, la zona en torno a Hafenstrasse seguía siendo difícil, y la policía no podía entrar y operar allí sin tomar las debidas precauciones.

Así las cosas, el escuadrón del MEK había formado un perímetro a una manzana de distancia en torno al edificio, que estaba en una esquina, donde Olsen había sido visto. El comandante del MEK se alegró cuando Fabel llegó. En una zona como aquélla, le habría sido imposible mantener su presencia en secreto durante mucho más tiempo. Le informó de que se creía que Olsen estaba en la vivienda de los okupas, en la primera planta. La motocicleta aparcada en el exterior era, sin duda, la suya, y uno de los MEK se había acercado furtivamente y la había inutilizado, por si Olsen trataba de correr hasta ella. En la planta baja, como estaba muy estropeada, no vivía nadie. Eso facilitaba las cosas. En resumidas cuentas: había una sola entrada y una sola salida.

Fabel dividió al equipo en dos. Maria quedó al mando de Anna y Henk Hermann. Ellos asegurarían el exterior del edificio. Fabel, Hans Rodger y Petra Maas entrarían a buscar a Olsen, acompañados de dos agentes del MEK por si alguno de los otros ocupantes les causaba problemas. Le pidió al comandante del MEK que usara al resto de su escuadrón para apoyar a María y cerrar cualquier posible ruta de escape.

Repartieron los grupos en la furgoneta del MEK, en el BMW de Fabel y en el coche de Maria. Aparcaron simultáneamente frente al edificio, con la parte delantera del coche apuntando a la puerta. Maria y su equipo salieron del vehículo y se desplegaron en pocos segundos. Fabel y su grupo se dirigieron a la puerta principal. Los dos agentes del MEK clavaron un ariete en el centro de las hojas de la puerta e hicieron pasar al grupo. El vestíbulo apestaba a orina y algún otro hedor sucio que Fabel no pudo identificar. Se oyó el ruido de movimientos en la planta superior y Fabel subió rápida y silenciosamente por la escalera, aplastándose contra la desconchada pintura verde claro de la pared y manteniendo la punta de la pistola apuntada hacia el sector más elevado de su visión. La puerta del apartamento okupa estaba abierta, y Fabel esperó a que los otros lo cubrieran antes de entrar.

Recorrió la sala con la mirada. Era grande y sorprendentemente luminosa. También estaba vacía. Había tres grandes ventanales que daban a la calle y Fabel tardó un segundo en registrar la silueta de un hombre fuera de uno de ellos, sentado en la cornisa exterior, a punto de saltar. Fabel acababa de gritar «¡Olsen!» cuando la figura desapareció.

—¡Ha saltado! —gritó Fabel por la radio—. ¡Maria, ha saltado! —Tan pronto transmitió el mensaje se dio cuenta de que había estado antes en una situación similar: él dentro, Maria fuera y un sospechoso a la fuga.

—¡Mierda! —exclamó, y casi hizo caer a Petra Maas y a un agente del MEK cuando salió a toda velocidad de la vivienda okupa, bajando los escalones de tres en tres.

Fuera, en la calle, Maria no podía creer lo que acababa de ver. Olsen no sólo había caído desde la primera planta hasta la calle, sino que de inmediato se había levantado y había comenzado a correr hacia el agua. Cuando oyó los gritos de Fabel por la radio, ella ya se había lanzado en su persecución. Había llegado. Era su momento. Ahora descubriría si todavía podía afrontarlo. Gritó por la radio que estaba dirigiéndose hacia el Hafen. Sabía que Anna y Henk no estarían muy lejos, pero también sabía que ella sería la primera en llegar a Olsen. Y no había tipos más grandes ni más malos que Olsen.

Más adelante, Olsen giró de repente hacia otro edificio abandonado. En este caso su pasado había sido más industrial que residencial, y Maria se vio de pronto en el espacio de una fábrica, grande, amplia y llena de columnas. Las oxidadas cadenas y las poleas en el techo de las que pendían indicaban que en una época había estado relacionado con alguna clase de ingeniería industrial. Olsen no estaba a la vista y los inmensos bancos de trabajo que hace tiempo habían sostenido maquinaria pesada le ofrecían una docena de lugares en los que podía esconderse. Maria se detuvo sobre sus pasos, sacó la Sig-Sauer de su cartuchera y colocó los brazos delante del cuerpo. Se esforzó por escuchar algo más que sus propios jadeos y los latidos de su corazón.

—¡Olsen! —gritó.

Silencio.

—¡Olsen! ¡Ríndete! ¡Ahora!

Sintió un intenso dolor cuando algo saltó delante de su cara y le golpeó las muñecas. Su pistola salió volando de sus manos y ella se retorció de dolor, agarrándose la muñeca derecha con la mano izquierda. Giró y vio a Olsen a su derecha, con una barra de hierro levantada sobre la cabeza como un inmenso verdugo medieval blandiendo un hacha, listo para hacerla caer sobre su cuello. Quedó paralizada. Durante una fracción de segundo se transportó a otro lugar, con otra persona, que tenía un gran cuchillo en lugar de una barra de hierro. Se vio inundada por un sentimiento superior a cualquier temor que hubiera sentido jamás. La atravesó como una electricidad fría, congelándola en su posición agachada. Olsen soltó un grito profundo y animal cuando movió la barra, y de pronto el miedo de Maria se convirtió en otra cosa. Se arrojó hacia adelante como un nadador zambulléndose y rodó en el mugriento suelo de la fábrica. La furia de Olsen y la brutalidad del golpe que había intentado le hicieron perder el equilibrio. Maria se incorporó y pateó a Olsen en un costado de la cabeza.

—¡Hijo de puta! —gritó. Olsen trató de ponerse de pie. Maria, agarrándose la muñeca lastimada, saltó hacia arriba y hacia delante, clavándole la suela de su bota en el cuello. La cabeza de Olsen hizo un fuerte movimiento y se golpeó contra el suelo de cemento. Gimió y sus movimientos se hicieron más lentos. Maria buscó su arma en el suelo, la encontró y le quitó el seguro con la mano sana. La apuntó a la cabeza de Olsen justo cuando él rodaba para ponerse boca arriba. El puso las manos encima de la cabeza.

Maria se examinó la muñeca. Estaba amoratada pero no rota y el dolor ya comenzaba a disminuir. Miró a Olsen desde encima del cañón de la pistola y siseó:

—¡Grandullón! ¡Qué miedo que me das, grandullón XYY! ¿Así que te gusta golpear a las mujeres, hijo de puta? —Volvió a patearlo con la bota a un costado de la cabeza. Anna Wolff ya estaba corriendo por la planta de la fábrica hacia ellos.

—¿Estás bien, Maria?

—Estoy bien. —Maria no apartó los ojos de Olsen. Su voz era tensa—. ¿Te gusta asustar a las mujeres? ¿Es eso? ¿Te gusta hacerles daño? —Le clavó a Olsen el taco en la mejilla, que se abrió. De la herida comenzó a salir sangre en grandes cantidades.

—¡Maria! —Anna llegó a su lado y apuntó su Sig-Sauer a la cara ensangrentada de Olsen. Miró a Maria—. Maria… Lo hemos cogido. Lo tenemos. Está bien. Ya puedes apartarte.

Henk Hermann también estaba allí, y Maria oyó que Fabel y los demás corrían hacia ellos. Hermann se agachó junto a Olsen, lo hizo ponerse de espaldas, le torció los brazos detrás y le puso las esposas.

—¿Estás bien? —Fabel puso suavemente su brazo sobre los hombros de Maria y la alejó de Olsen.

Maria le dedicó una sonrisa ancha y cálida.

—Sí,
chef
. Estoy bien. Estoy muy bien.

Fabel le apretó un poco el hombro.

—Buen trabajo, Maria. De verdad, buen trabajo. —Cuando Henk Hermann giró a Olsen y lo puso boca arriba, Fabel vio el feo corte que tenía en la cara.

—Se cayó,
chef
—dijo Maria, tratando de borrar la sonrisa de su rostro. En ese instante, Werner y el resto del escuadrón MEK llegaron allí. Werner contempló la cara golpeada de Olsen y se tocó el vendaje que llevaba en su cabeza. Se volvió hacia Maria y sonrió.

—¡Excelente!

49

Martes, 10 de abril. 18:00 h

POLIZEIPRÅSIDIUM, HAMBURGO

Había algunas cosas del trabajo policial que eran previsibles. Que Olsen se negara a declarar hasta que pudiera llamar a su abogado era una de ellas. Primero lo trasladaron al hospital para curarle la herida que tenía en la cara. Fabel le preguntó si deseaba formular alguna queja por las heridas que se había hecho en el transcurso de su arresto.

Olsen se rio amargamente.

—Como la dama ha dicho, me caí.

Lo que no era tan previsible era que, después de una reunión de veinte minutos con su cliente, el abogado de Olsen declarara que éste quería cooperar totalmente con la policía y que podía proporcionarles una información de extrema importancia.

Antes de realizar la entrevista, Fabel reunió a su equipo principal. Anna Wolff, con el pelo peinado en punta y los labios pintados, estaba vestida con su habitual chaqueta de cuero y sus téjanos, pero era evidente que la herida de su pierna seguía molestándola. Werner estaba sentado a su escritorio, con los moretones todavía visibles alrededor del vendaje blanco de su cabeza. Maria estaba apoyada en su escritorio, con su habitual pose de elegante compostura, pero su traje pantalón gris tenía raspones y desgarros y la muñeca y la mano izquierda estaban cubiertas con las vendas que le habían puesto en el hospital.

—¿Qué ocurre,
chef
? —preguntó Anna.

Fabel sonrió.

—Necesito que uno de vosotros me acompañe a la entrevista de Olsen… Trataba de decidir quién tiene menos probabilidades de caerse de la silla y romper algo.

—Lo haré yo —dijo Maria.

—Dadas las circunstancias, Maria, creo que Olsen se mostrará más comunicativo con alguien con quien no haya tenido una relación tan… física.

—Eso me excluye a mí también —dijo Werner amargamente.

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