Cuento de muerte (48 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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La confusión de Fabel quedó expresada en su rostro. Ya habían mandado a un equipo de SchuPo a la casa de Biedermeyer. Era un apartamento en la planta baja de un edificio de Heimfeld-Nord y los agentes uniformados habían confirmado que estaba vacío y que no había nada raro en él, salvo que uno de los dos dormitorios parecía haber sido acondicionado para recibir a una persona muy anciana o incapacitada.

—No lo entiendo —dijo Fabel—. No hay ningún sótano en su apartamento.

La fría sonrisa de Biedermeyer se ensanchó.

—Esa no es mi casa, estúpido. Ese no es más que el apartamento que alquilé para convencer a las autoridades del hospital de que me dejaran ocuparme de
mutti
. Mi verdadera casa es donde crecí. La casa que compartí con esa vieja hija de puta. Rilke Strasse, Heimfeld. Está junto a la Autobahn. Allí la encontrarán… Allí encontrarán a Paula Ehlers, en el suelo, donde
mutti
y yo la enterramos. Sáquela de allí, Herr Fabel. Saque a mi Gretel de la oscuridad y los dos seremos libres.

Fabel hizo un gesto a los SchuPos, quienes agarraron los brazos de Biedermeyer, que no ofreció resistencia, se los pusieron detrás de la espalda y volvieron a esposarlo.

—La encontrarán allí… —exclamó Biedermeyer mientras Fabel y su equipo salían de la sala. Luego se echó a reír—. Y cuando estén en la casa, ¿podrían apagar el horno? Lo dejé encendido esta mañana.

60

Viernes, 30 de abril. 16:20 h

HEIMFELD-NORD, HAMBURGO

La casa estaba en la periferia de los bosques de Staatsfort, cerca del área donde la A7 los atravesaba. Era grande y antigua y presentaba un aspecto deprimente. Fabel supuso que habría sido construida en los años veinte pero carecía de atmósfera o personalidad. Estaba en medio de un gran jardín abandonado y lleno de arbustos. La casa en sí misma daba la impresión de que hacía mucho tiempo que nadie la trataba con cariño; la pintura del exterior estaba apagada, llena de manchas y desconchada, como si la piel del edificio estuviese enferma.

Algo en esa construcción le recordó a Fabel la residencia que Fendrich habitó junto a su difunta madre. Este edificio también parecía perdido, fuera de lugar, como si de pronto se encontrara en un entorno y en una época que ya no le pertenecía. Incluso su posición, con una franja boscosa en su parte trasera y la Autobahn que pasaba muy cerca por un costado, parecía incongruente.

Habían llevado dos coches y los acompañaba una unidad de SchuPos. Fabel, Werner y Maria se acercaron directamente a la puerta principal y llamaron al timbre. Nada. Anna y Henk Hermann, detrás de ellos, hicieron venir a los SchuPos, quienes sacaron un ariete del maletero del coche patrulla Opel verde y blanco. La puerta era firme: tuvieron que golpearla tres veces con el ariete hasta que la madera se astilló, separándose del cerrojo, y la puerta salió disparada contra la pared del vestíbulo.

Fabel y los otros se miraron antes de entrar en la casa de Biedermeyer. Todos sabían que se encontraban en el umbral de una locura excepcional, y cada uno de ellos se preparó para enfrentarse a lo que los aguardaba en el interior.

Empezó en el pasillo.

La casa estaba oscura y tenebrosa; había una puerta de cristal que separaba el vestíbulo del pasillo que estaba más allá. Fabel empujó la puerta. Lo hizo con mucha cautela, aunque ningún peligro lo esperaba. Biedermeyer ya estaba encerrado en su celda; pero, por otra parte, no lo estaba: su colosal presencia también estaba en esa casa. Era un pasillo largo y estrecho con un techo alto, del que pendía una lámpara colgante con tres bombillas. Fabel encendió las luces y el pasillo se llenó de un resplandor lóbrego y amarillento.

Las paredes estaban cubiertas. Era un mosaico de fotografías y páginas impresas y manuscritas. Había hojas de papel amarillo pegadas al enlucido; cada una de las cuales estaba totalmente escrita con una letra minúscula y en tinta roja. Fabel las examinó: todos los cuentos de hadas de los Grimm estaban allí. Todos escritos con la misma letra obsesiva, y sin el más mínimo error. Una locura perfecta. Entre las hojas manuscritas había páginas impresas de ediciones de los textos de los hermanos Grimm. E imágenes. Cientos de ilustraciones de los cuentos. Fabel reconoció muchas de ellas de los originales que Gerhard Weiss coleccionaba. Y había otras, de la época nazi, similares a las que el autor le había descrito. Fabel notó que Anna Wolff se había detenido a examinar una de ellas; era de los años treinta y la vieja bruja aparecía representada con caricaturescos rasgos judíos, encorvada y atizando el fuego debajo del horno mientras echaba una mirada codiciosa y miope a un Hänsel rubio y nórdico. Detrás de ella, una Gretel igualmente nórdica estaba preparándose para empujar a la bruja dentro de su propio horno. Era una de las imágenes más nauseabundas que Fabel había visto en su vida. No podía siquiera empezar a imaginarse cómo haría sentir a Anna.

Avanzaron por el pasillo, del que salían varias habitaciones y una escalera que subía hacia un costado. Todos los cuartos estaban despojados de muebles, pero los collage dementes de Biedermeyer llegaban hasta ellos y subían por un lado de la escalera, extendiéndose por la pared como humedad o moho. Se percibía un olor. Fabel no consiguió identificarlo, pero se arrastraba por la casa, aferrándose a las paredes, a la ropa de los policías.

Fabel se encargó de la primera habitación a la izquierda y le indicó con un gesto a Werner que hiciera lo propio con la de la derecha. Maria siguió avanzando por el pasillo y Anna y Henk subieron por la escalera. Fabel examinó la habitación en la que había entrado. El oscuro suelo de madera estaba lleno de polvo y, como los otros cuartos, no había ningún mueble, ni nada que indicara que estaba habitado.


Chef
… —lo llamó Anna—. Ven a ver esto. —Fabel subió por la escalera, seguido de Werner. Anna estaba junto a una puerta abierta que daba a un dormitorio. A diferencia de las otras habitaciones, era evidente que ésta sí estaba ocupada. Las paredes, como las del pasillo, estaban repletas de páginas manuscritas, ilustraciones y extractos de libros. Había un catre de campaña en medio del cuarto, junto a una pequeña mesa lateral. Pero ninguno de estos elementos fue lo que llamó la atención de Fabel. Dos de las paredes estaban cubiertas de estantes. Y los estantes estaban llenos de libros. Fabel se acercó. No. No eran libros. Eran un libro.

Biedermeyer debía de haber pasado varios años, e invertido prácticamente todo su dinero, comprando ediciones de
Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm
. Había ejemplares de anticuario junto a flamantes ediciones de bolsillo; lomos con letras de oro al lado de ejemplares baratos; y, además de los cientos de ediciones alemanas de casi dos siglos de publicaciones, aparecían traducciones al francés, al inglés y al italiano. Títulos en caracteres cirílicos, griegos, chinos y japoneses estaban intercalados con los que estaban escritos en alfabeto romano.

Fabel, Werner, Anna y Henk se quedaron sin habla durante un momento. Luego Fabel dijo:

—Creo que deberíamos buscar el sótano.

—Me parece que ya lo he encontrado o, al menos, el camino hasta él. —Maria estaba detrás de ellos, en la puerta. Les indicó que la siguieran por la escalera y luego hacia el pasillo. El cuarto que estaba al otro extremo era, o había sido, la cocina de la casa. Era una sala grande con una cocinilla contra una pared. Su relativa limpieza, en comparación con el resto de la casa, y el débil zumbido eléctrico proveniente de una nevera grande y con aspecto de nueva, sugerían que, al igual que el cuarto de la planta superior que hacía las veces de dormitorio y biblioteca, éste era el otro espacio que se usaba. Había dos puertas, una al lado de la otra. Una estaba abierta y daba a una despensa. La otra estaba cerrada con un candado.

—Supongo que esto da al sótano —dijo Maria.

—Y a Paula… —Anna clavó la mirada en la puerta.

Werner salió de la cocina y se dirigió a la puerta principal, donde los dos SchuPos estaban montando guardia. Volvió un minuto más tarde con una palanca.

—De acuerdo. —Fabel señaló con un gesto el candado de la puerta.

Tan pronto como arrancaron el candado y la puerta se abrió, Fabel se dio cuenta de que el olor que había percibido antes se había intensificado significativamente. Unos escalones bajaban hacia la oscuridad. Werner encontró un interruptor. Cuando lo encendió, se oyó el sonido de tubos fluorescentes que despertaban a la vida más abajo. Fabel bajó al sótano seguido de su equipo.

Era una panadería. Una panadería totalmente funcional y equipada. Tal cual Biedermeyer les había dicho, había un amplio horno italiano. El carrito de bandejas que estaba a un costado habría servido para trasladar varias docenas de hogazas. En contraste con la casa de arriba, allí abajo todo estaba limpio. Una mesa auxiliar, con una superficie de bruñido acero inoxidable, brillaba bajo las luces fluorescentes, así como la máquina de pastelería que estaba a un costado. Fabel miró el suelo de hormigón. Paula estaba debajo.

Ese olor. El olor de algo quemándose. Fabel recordó que Biedermeyer le había dicho que apagara el horno, porque lo había dejado encendido por la mañana. En su momento le había parecido una broma, pero era obvio que había dejado algo cocinándose antes de ir a trabajar a la Backstube Albertus, pensando que estaría de regreso durante la tarde.

El mundo de Fabel disminuyó su velocidad.

La adrenalina que se apoderó de él estiró cada segundo y él recorrió una distancia más grande en aquel momento que durante el transcurso de toda la investigación. Se volvió a mirar a sus colegas. Estaban de pie, con los ojos fijos en el suelo de hormigón, como si intentaran ver a través de él el sitio en el que se encontraba Paula. No Paula, Gretel. Fabel volvió a mirar el carrito con las bandejas, que deberían haber estado dentro del horno, no fuera. Y nada se hornea durante un día entero.

—Oh, Jesús… —dijo mientras estiraba la mano para coger el paño que estaba sobre la mesa—. Oh, por Cristo, no…

Fabel cubrió el pomo del horno con el paño y lo giró. Luego abrió la puerta.

Un maremoto de calor y un hedor repugnante pasó por encima de Fabel e inundó la panadería del sótano. Era el olor pegajoso y sofocante de la carne asada. Fabel retrocedió, cubriéndose la nariz y la boca con el paño. Su universo se dobló sobre sí mismo un millar de veces hasta que no hubo nada salvo él mismo y el horror que tenía delante. No oyó las arcadas de Henk Hermann, el grito ahogado de Maria o los sollozos de Anna Wolff. Lo único que estaba en su percepción era lo que yacía ante él. En el horno.

Había una gran bandeja de metal en el fondo del horno. Sobre la bandeja, doblado en posición fetal, estaba el cuerpo desnudo y semicocido de una anciana. El pelo prácticamente había desaparecido y sólo quedaban unas pocas pelotas carbonizadas aferradas al cuero cabelludo asado. La piel estaba negra y partida. El color había desecado y tensado los tendones, y el cuerpo se había doblado sobre sí mismo con más fuerza.

Fabel contempló el cadáver. Ésa era la obra maestra de Biedermeyer: el cuento final del hermano Grimm, que cerraba el círculo.

La conclusión de Hänsel y Gretel: la vieja bruja arrojada dentro de su propio horno.

Agradecimientos

Me he divertido muchísimo hilando esta oscura historia. Me gustaría dar las gracias a todos aquellos que me ayudaron y han hecho que la experiencia fuera todavía más divertida:

Primero y principal, a mi esposa, Wendy quien se entusiasmó muchísimo con
Cuento de muerte
desde el principio y cuyo apoyo y comentarios sobre la primera versión contribuyeron a que éste fuera un libro mejor. Mis hijos, Jonathan y Sophie; mi madre, Helen, que es fanática de los
thrillers
, y mi hermana Marion. También debo agradecer especialmente a Bea Black y Colin Black, Alice Aird y Tony Burke, y Holger y Lotte Unger por su amistad, aliento y sus valiosísimos consejos.

Quiero dar las gracias especialmente a mi editorial española, Roca Editorial. Particularmente quiero a agradecer a Patricia Escalona, Blanca Rosa Roca y Silvia Fernández su energía, entusiasmo y apoyo. Asimismo, gracias a mi editor alemán, Marco Schneider, por su compromiso con mi trabajo.

Tengo una enorme deuda de gratitud con mi agente, Carole Blake, cuya energía, compromiso y empuje han convertido a la serie de Jan Fabel en un éxito internacional.

Una vez más debo dar las gracias al excelente Dr. Bernd Rullkotter, mi traductor alemán, que trabajó muy de cerca conmigo tanto en la versión inglesa como en la alemana de
Cuento de muerte
. Gracias, Bernard, por todo tu interés y tu apoyo.

Quisiera hacer una mención muy especial de las siguientes personas, que ofrecieron su ayuda y apoyo con generosidad y entusiasmo.

Mi más profunda gratitud a:
Erste Hauptkommissarin
Ulrike Sweden de la Policía de Hamburgo por leer mi primera versión y corregir las inexactitudes técnicas, así como por toda la información, la ayuda y los contactos que me suministró; a la periodista Anja Sieg, que leyó el manuscrito para asegurarse de que volcara correctamente todos los detalles sobre Frisia Oriental, además de proporcionarme una gran cantidad de comentarios valiosos; a la Dra. Anja Lowit, quien también leyó y comentó la primera versión; a Dirk Brandenburg y Birte Hell, ambos pertenecientes al escuadrón de Homicidios de Hamburgo; a Peter Baustian de la estación de policía de Davidwache y a Robert Golz del Hamburger PolizeiPräsidium; a Katrin Frahm, mi profesora de alemán, que ha conseguido llevar mi conocimiento del idioma a otro nivel; a Dagmar Förtsch, de GLS Language Services (y cónsul honoraria de la República Federal de Alemania en Glasgow) por su entusiasta apoyo y ayuda; a Udo Robel, ex director de
BILD
y ahora también escritor de novelas policíacas, por su entusiasmo y su amistad; a Menso Heyl, director del
Hamburger Abendblatt
, por su interés en mi trabajo y por mandarme un ejemplar por vía aérea cada día para mantenerme totalmente informado de los acontecimientos de Hamburgo.

Quiero expresar mi gratitud a mis editores ingleses, alemanes y de todo el mundo, por haber hecho una significativa contribución a la serie de Jan Fabel.

Y, por supuesto, a toda la gente de Hamburgo:
Ich bedanke mich herzlich
.

Para más información sobre Craig Russell y sus libros puede visitarse www.craigrussell.com

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