Cuentos paralelos (8 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: Cuentos paralelos
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Muy suave, en su interior, Schwartz captó el eco tenue de las vivas palabras de Grew conforme iban pasando, chispeantes, de una mente a otra. Notaba que los contactos mentales iban reforzándose con el paso de los días. Pronto, tal vez, sería capaz de escuchar mentalmente esas suavísimas palabras incluso cuando la persona que las pensaba no estuviera hablando.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que ocurrió todo eso, Grew? —preguntó roncamente—. ¿Cuánto tiempo desde que sólo existía un planeta?

—¿Qué pretendes decir? —Grew se mostró repentinamente precavido—. ¿Eres miembro de los Antiguos?

—¿De qué? No soy miembro de nada..., pero la Tierra fue el único planeta hace tiempo, ¿no?... Bien, ¿no es cierto?

—Eso dicen los Antiguos —dijo Grew con tono severo—. Pero ¿quién lo sabe? ¿Quién lo sabe realmente? Por lo que yo sé, esos mundos de ahí arriba han estado ahí arriba a lo largo de toda la historia.

—Pero, ¿cuántos años representa eso?

—Miles de años, supongo. Cincuenta mil, cien mil... No puedo asegurarlo.

¡Miles de años! Schwartz notó un gorgoteo en su garganta y lo reprimió, aterrorizado. ¿Tanto tiempo entre dos pasos? ¿Un suspiro, un momento, una décima de segundo… y él había saltado miles de años?

Pero Grew estaba jugando ya. Capturó el peón de alfil enemigo y Schwartz, casi como un autómata, anoto mentalmente el hecho de que esa opción era la incorrecta. Las jugadas encajaban en su cerebro sin ningún esfuerzo consciente. Su torre de rey se lanzó hacia delante para tomar el peón doblado. El caballo blanco se situó de nuevo en 3A. El alfil de Schwartz avanzó a 2C, quedando en libertad de acción. Grew respondió al instante colocando su alfil en 2D.

Schwartz hizo una pausa antes de lanzar el ataque final.

—¿La Tierra sigue siendo la dueña? —preguntó.

—La dueña ¿de qué?

—Del Imp…

Pero Grew levantó la cabeza con un rugido que hizo temblar los trebejos.

—Escucha, tú, ¿adónde quieres ir a parar? Los Antiguos afirman que lo fue hace tiempo, pero ¿lo parece?

Se oyó un suave zumbido mientras la silla de ruedas de Grew daba la vuelta a la mesa. Schwartz notó unos dedos que aferraban su brazo.

—¡Mira! ¡Mira allí! —La voz de Grew era un chirrido musitado—. ¿Ves el horizonte? ¿Ves cómo brilla?

—Sí.

—Eso es la Tierra, la Tierra entera. Excepto en algunos sitios donde existen zonas como ésta.

—No lo entiendo.

—La corteza terrestre es radiactiva. El suelo resplandece, siempre lo ha hecho, siempre lo hará. No puede crecer nada. Nadie puede vivir... ¿De verdad no sabes eso? ¿Por qué supones que tenemos el Sesenta?

El paralítico se calmó. Su silla dio la vuelta a la mesa en sentido contrario.

—Te toca jugar.

¡El Sesenta! Otra vez aquella frase y siempre con el contacto mental de amenaza indefinida. Las piezas de ajedrez de Schwartz se movieron solas mientras él se formulaba preguntas con el corazón encogido. Su peón de rey capturó el de alfil del rival. Grew situó el caballo en 4D y la torre de Schwartz eludió el ataque en 4C. El caballo blanco siguió atacando desde 3A y las negras evitaron la captura llevando la torre a 5C. Pero el peón de torre rey de Grew avanzó tímidamente una casilla y la torre de Schwartz se lanzó al ataque. Capturó el peón de caballo blanco, dando jaque al rey. Grew se apresuró a tomar la pieza, mas la dama enemiga cubrió la baja al instante desplazándose a 4C y dando jaque. El rey blanco se escabulló en 1T y Schwartz avanzó su caballo, situándolo en 4R. Grew colocó la dama en 2R en vigorosa tentativa de movilizar sus defensas y Schwartz replicó poniendo la dama dos casillas más adelante, en 6C, de tal modo que la lucha era ya cuerpo a cuerpo. Grew no tenía elección: colocó la darna en 2C y las dos soberanas quedaron frente a frente. El caballo negro dio en lo vivo al tomar el del rival en 6A, y cuando el atacado alfil blanco se colocó rápidamente en 3A, el caballo volvió a SD. Grew dudó unos instantes y luego su dama se desplazó por la gran diagonal para tomar el alfil contrario.

Y Grew hizo una pausa y suspiró de alivio. Su astuto rival tenía la torre en peligro con un jaque en perspectiva, mientras la dama blanca estaba lista para hacer estragos. Y tenía ventaja de una torre por peón.

—Tú juegas —dijo con satisfacción.

—¿Qué, qué es el Sesenta? —preguntó por fin Schwartz.

El tono de Grew fue de viva hostilidad.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Adónde quieres ir a parar?

—Por favor —fue la humilde respuesta—. Soy un hombre sin malicia. No sé quién soy, ni qué me ha ocurrido. Tal vez soy un caso de amnesia.

—Muy probable —fue la desdeñosa réplica—. ¿Estás huyendo del Sesenta? Di la verdad.

—¡Pero si te aseguro que desconozco qué es el Sesenta!

La voz transmitía convicción. Se produjo un silencio prolongado.

Schwartz pensó que el contacto mental de Grew era ominoso, aunque fue incapaz, totalmente incapaz de captar palabras.

—El Sesenta —dijo muy despacio Grew— es tu año sexagésimo. La Tierra cobija veinte millones de personas, nada más. Para vivir debes producir. Si no puedes producir, no puedes vivir. Cuando pasas del Sesenta, no puedes producir.

—Y por lo tanto… —la boca de Schwartz quedó abierta.

—Te eliminan. No hacen daño.

—¿Os matan?

—No es asesinato. —Y con voz tensa añadió—: Debe ser así. Los demás planetas no quieren acogemos y debemos arreglarnos para hacer sitio a los niños. La generación de más edad debe hacer sitio a los jóvenes.

—Supongamos que no informas que tienes sesenta años.

—¿Por qué hacer tal cosa? La vida después de los sesenta no es divertida. . . Y hay un censo cada diez años a fin de atrapar a cualquier persona lo bastante necia para intentar vivir. Además, tu edad está en los archivos.

—No la mía. —Las palabras se le escaparon. Schwartz fue incapaz de contenerlas—. Por otra parte..., sólo tengo cincuenta, los próximos que cumpla.

—No importa. Pueden comprobarlo mediante tu estructura ósea. ¿No lo sabías? Es imposible ocultar la edad. La próxima vez me cogerán... Venga, tú juegas.

Schwartz hizo caso omiso del apremio.

—¿Pretendes decir que…?

—Naturalmente. Sólo tengo cincuenta y cinco, pero fíjate en mis piernas. No puedo trabajar, ¿no es cierto? En nuestra familia hay tres personas registradas y nuestro cupo se determina partiendo de tres trabajadores. Cuando sufrí el ataque y quedé inválido sin remedio, estábamos obligados a dar parte, y en ese caso habrían reducido el cupo. Pero Arbin y Loa no quisieron hacerlo porque son tontos y esto ha significado mucho trabajo para los dos..., hasta que tú llegaste. Pero me cogerán el año que viene. .. Te toca.

—¿El censo es el año que viene?

—Exacto... Tú juegas.

—¡Espera! —exclamó Schwartz en tono apremiante—. ¿Eliminan a cualquier persona después de los sesenta? ¿Sin ninguna excepción?

—No por lo que a ti y a mí nos incumbe. El primer ministro tiene una vida prolongada, y los miembros de la Sociedad de Antiguos, ciertos científicos y personas que realizan servicios muy importantes. No demasiadas personas están capacitadas para superar esa edad. Anualmente tal vez una decena… ¡Tú juegas!

—¿Quién decide las excepciones?

—El primer ministro, por supuesto. ¿Vas a jugar? Pero Schwartz se levantó.

—No importa. Es mate en cinco jugadas. Mi dama capturará tu peón con jaque, tendrás que poner el rey en uno caballo, te daré jaque con el caballo en siete rey, jugarás rey dos alfil, mi dama dará jaque en seis rey, tú pones el rey en dos caballo, juego dama seis caballo y como no tienes más remedio que ir a uno torre te doy mate en seis torre.

—Buena partida —añadió de forma mecánica.

Grew contempló durante un buen rato el tablero y después dio un grito y lo echó violentamente fuera de la mesa. Las relucientes piezas rodaron abatidamente por el suelo.

Pero Schwartz no se enteró de nada…, de nada excepto de la abrumadora necesidad de huir. Porque si bien Browning había dicho:

¡Envejece conmigo!

lo mejor aún no ha venido…

lo había dicho en una Tierra poblada por millones y millones de bulliciosos habitantes y con alimentos sin límite. Lo mejor que vendría ahora sería el Sesenta... y la muerte.

Porque Schwartz, la verdad sea dicha, tenía sesenta y dos años.

En esos momentos, Schwartz comprendió dos cosas. La primera era sencilla e inevitable. Tenía que vivir, de algún modo, como fuera. La muerte podía presentarse de una forma tranquila y natural para los que durante toda su vida estaban acostumbrados a esa idea, pero no para él.

La segunda cosa que Schwartz comprendió, no obstante, era más sutil. Lo pensó en un momento de perspicacia no derivado de más lógica que las agudizadas percepciones propias del miedo. Ese detalle era que el extraño contacto mental del terreno ministerial (el que poseía una corriente oculta de hostilidad, el que había detectado en su frustrado paseo hacia el brillo del horizonte) estaba vigilándole. Vigilándole con el propósito definido de mantenerle donde estaba, de no permitirle huir.

No había duda, estaba atrapado.

Atrapado en la extrañeza del oscuro futuro y condenado ya a muerte.

Intermedio

Dejamos a Joseph Schwartz en la difícil situación antes descrita, temporalmente, de acuerdo con la promesa hecha en las primeras líneas de este relato. La continuación puede entenderse mejor pasando velozmente a otro extremo de la narración ahora mismo y yendo hacia atrás hasta el punto adecuado..., o no yendo exactamente hacia atrás, tampoco eso, sino más bien describiendo un ángulo de ciento veinte grados.

Todo acabará aclarándose, se lo prometo.

Y como se indica en el mismo principio, debemos hacer ciertas consideraciones sobre Bel Arvardan, arqueólogo de Baronn, sector de Sirio, ciudadano del Imperio Galáctico.

2ª Parte

BEL ARVARDAN

7. Un solo mundo… o muchos

En el año 827 E. G., ahora considerado, Arvardan contaba treinta y cinco años de edad, era un hombre rudamente atractivo hasta tal punto que podría juzgarse raro en un científico... Pero la arqueología es una ciencia de puertas afuera en sus aspectos operativos y Arvardan había viajado por más regiones del Imperio que numerosos viajeros profesionales de su edad.

Dado su aspecto físico, podría parecer extraño (o no, depende del cinismo del observador) que aún estuviera soltero. Él mismo lo negaba, afirmaba que estaba casado con su trabajo, pero la verdad nos fuerza a declarar que pocas mujeres, o ninguna, se sentían impresionadas por la legalidad de un contrato matrimonial de ese tipo. Como mínimo, las mujeres hacían grandes esfuerzos en convertir en bígamo al arqueólogo.

Pero bien pensado, todo esto es incidental. De hecho, no tiene nada que ver con el relato…, excepto en cierto sentido.

Lo que sigue, si bien menos interesante, quizás es más pertinente. Bel Arvardan obtuvo el título de doctor en arqueología a la edad francamente insólita de veintitrés años en la Escuela de Arqueología de la Universidad de Arturo. Su tesis doctoral se titulaba: "Sobre la antigüedad de artefactos del sector de Sirio con consideraciones sobre la aplicación subsiguiente a la hipótesis de la irradiación para explicar el origen humano".

Dicha disertación señaló el principio de una carrera iconoclasta. Desde el primer momento Arvardan adoptó como suyas las hipótesis propuestas anteriormente por ciertos grupos de místicos más preocupados por la metafísica que por la arqueología, a saber, que la humanidad había tenido su origen en un solo planeta antes de irradiarse gradualmente a toda la galaxia. Era la teoría favorita de los escritores de fantasía de la época y el motivo favorito de mofa de casi cualquier arqueólogo respetable del Imperio.

Pero Arvardan constituía una fuerza a ser tenida en cuenta incluso por los más respetables, Ya que antes de una década llegó a ser una autoridad en las reliquias de las civilizaciones preimperiales que aún subsistían en los remolinos y rebalsas de la galaxia.

Por ejemplo, Arvardan había escrito una monografía sobre la civilización mecánica del sector de Rigel, en la que el desarrollo de la automoción creó una cultura distinta que persistió varios siglos, hasta que la misma perfección de las máquinas redujo la iniciativa humana de tal modo que las potentes flotas del tirano Moray se impusieron fácilmente. Si bien la arqueología ortodoxa atribuía la aparición de culturas tan atípicas a diferencias de raza todavía no eliminadas mediante uniones entre miembros de los distintos pueblos, Arvardan demostró que la civilización automatizada fue resultado natural de las fuerzas económicas y sociales de aquella época y de aquella región.

Estaban también los mundos bárbaros de Ofiuco, que la ortodoxia había considerado desde antiguo como ejemplos de humanidad primitiva lejos aún de la fase del viaje interestelar. Todos los libros de texto citaban estos mundos como prueba de la teoría de la Fusión, a saber, que la humanidad había tenido origen independiente en numerosos planetas en los que predominaban relaciones químicas agua-oxígeno y poseían intensidades adecuadas de temperatura y gravitación, por efecto de la acción inevitable de las leyes biológicas, y que conforme fue descubriéndose el viaje interestelar las diversas razas se conocieron y fundieron.

Arvardan, no obstante, descubrió restos de la civilización primitiva anterior a los mil años de barbarie de Ofiuco y demostró que los datos más antiguos sobre el planeta indicaban vestigios de comercio interestelar y que el hombre había emigrado a la región en una fase ya civilizada.

Y finalmente el esfuerzo del arqueólogo por demostrar su teoría favorita lo había conducido al planeta probablemente menos importante del Imperio: un planeta llamado Tierra. En este punto nos unimos a Bel Arvardan.

Encontramos a Arvardan en el único paraje imperial de toda la Tierra: las desoladas elevaciones de las mesetas situadas al norte del Himalaya. Allí, donde ni entonces ni nunca había existido radiactividad, resplandecía un lugar que no era de arquitectura terrestre. En esencia era copia de los palacios virreinales que existían en mundos más afortunados. La suave frondosidad de los terrenos había sido creada artificialmente por comodidad. Las rocas impresionantes habían sido cubiertas con humus, regadas, inmersas en un clima artificial... y convertidas en diez kilómetros cuadrados de prados y jardines.

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