Read Cuidado con esa mujer Online

Authors: David Goodis

Tags: #Novela Negra, #spanish

Cuidado con esa mujer (14 page)

BOOK: Cuidado con esa mujer
9.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—He venido aquí a verle —dijo Barry.

—Me lo he imaginado.

—¿Cómo es que está aquí?

—He visto la pelea —dijo Clard—. He llegado cuando ya había empezado. Habría intentado detenerla, pero parecía como si estuvieras disfrutando. Incluso cuando te estaba estrujando, era como si te gustara y supieras que ibas a salir de aquel abrazo. ¿No era así?

—Creo que sí —dijo Barry—. No puedo recordarlo exactamente.

—Ha sido una buena pelea —dijo Clard. Se acercó a una pared y trajo una caja de fruta junto al catre. Se sentó en la caja y comenzó a examinar a Barry. Colocó sus manos sobre el pecho de Barry y se las pasó por la zona de las costillas.

Los largos y gruesos dedos de Clard fueron refrescantes y calmantes.

—Dime si te duele aquí.

—Un poco —dijo Barry.

—¿Y aquí?

—No.

—¿Y aquí?

—Sólo un poco.

—Abre la boca —dijo Clard. Miró la sangre coagulada y murmuró—. Estás bien. Esa sangre es de los labios partidos, y no de heridas internas. Tienes suerte.

—Lo sé —dijo Barry—. Sé que tengo suerte. Y me alegro de haber dejado que me sucediera. Lo necesitaba. Necesitaba algo que me hiciera explotar. Tengo la cabeza más clara ahora que cuando he salido de casa esta noche.

Barry trató de incorporarse. Lo intentó varias veces antes de conseguirlo. Luego Clard sacó con un golpecito unos cigarrillos de un delgado paquete, y el humo pasó entre los dos hombres, y se miraron el uno al otro a través de él. Una leve sonrisa afloró a los labios de Clard, y pareció correr por entre el humo, de tal manera que una sonrisa idéntica se formó en los labios de Barry.

—Tenías una razón especial para venir aquí a verme —dijo Clard.

—Más o menos.

—¿Cómo te sientes ahora? ¿Quieres hablar de ello?

—Me parece que no. Ahora no me parece importante.

—Está bien —dijo Clard—, nos lo saltaremos.

—No todo. Supongo que sólo soy curioso. Cuando venía hacia aquí no tenía la más leve curiosidad. Era más de lo que yo podía manejar solo y estaba ofuscado. Quería que alguien me ayudara. Tenía una sensación que no podía entender, pero era una sensación de que quizás usted podía ayudarme. No sé por qué le he elegido a usted, pero así ha sido. Supongo que no puede hacer desaparecer estas cosas con narcóticos.

Clard dijo.

—Hay muchas cosas que no se pueden hacer desaparecer con narcóticos.

Barry pasó las piernas sobre el borde del catre. Dijo:

—Cuando venía hacia aquí estaba en mala forma. Pero ahora estoy perfectamente.

Clard se puso de pie y se estudió el dorso de las manos.

Barry dijo:

—Esto es lo que siento, ya no me interesa nada de lo que ocurra en aquella casa. Aquella casa me importa lo mismo que si estuviera en las montañas del Tibet.

Clard se frotó las palmas de las manos y luego se las miró, como si esperara que se hubiera producido un cambio de textura. Y mientras se las miraba dijo:

—Mira a ver si puedes ponerte en pie. Ve despacio.

Al levantarse del catre, Barry sonrió. Luego se dirigió hacia la puerta, y Clard la abrió, y salieron juntos. Algunos hombres empezaron a acercárseles, y Clard les hizo señas de que se alejaran. Entonces Clard y Barry se fueron juntos calle abajo.

Y Clard dijo:

—Vamos a torcer por aquí. Quiero ver el río. A esta hora tiene un bonito reflejo.

Giraron hacia el río y cruzaron otra calle. Luego permanecieron envueltos en una densa bruma rosa y gris que venía del Delaware y el hervidero del amanecer.

—Ahora mira allí —dijo Clard.

Barry miró en la dirección que señalaba la mano extendida de Clard y vio la escalera, colocada oblicuamente contra la pared trasera de un almacén en estado ruinoso.

—Allí es —dijo Clard.

—Está bien, gracias —dijo Barry—, pero no significa nada para mí.

—Lo sé —dijo Clard—, Sólo quería señalártelo.

—¿Sólo por si acaso?

Clard sonrió.

—Lo dejaremos así. Diremos que sólo por si acaso.

—No habrá ningún por si acaso. Me gustaría conocerle mejor, pero no creo que haya ninguna base para ello. ¿No se ha sentido nunca de la manera que yo me siento ahora? ¿No se ha sentido nunca tan claramente decidido respecto a algo que sabía con tanta seguridad como que estaba vivo y que nada podría hacerle cambiar de opinión? Absolutamente nada.

—Me siento así respecto a muchas cosas —respondió Clard—. Pero sea lo que sea lo que sienta respecto a ciertas cosas, sé de la existencia de fuerzas más poderosas que mi propia voluntad.

—Hay algo de verdad en eso —dijo Barry—. Pero con todo, he tomado una resolución. No, es algo más que eso. No es como si deseara algo por mí mismo. Es como si yo fuera uno de esos tipos que se quedan sordos a causa de algún shock terrible. Ahora otro shock terrible ha sucedido y ya no estoy sordo. Y en este caso el shock terrible ha sido la discusión que he tenido con el camionero. Cada vez que él me pegaba, se llevaba dolor mío, en lugar de proporcionármelo. Y cuando me tenía sujeto con aquel abrazo, era como si estrujándome me estuviera sacando toda la angustia, la confusión y la derrota que tenía en mí. ¿Sabe?, señor…

—Clard.

—¿Sabes?, Clard, esta vida no es un sueño. Partes de ella lo parecen, pero todos esos pequeños sueños representan sólo una pequeña parte. Microscópica. El resto es real…

—Párate aquí —dijo Clard, la voz rígida de urgencia—. Aquí mismo. No vayas más lejos. Porque si lo haces, perderás algo. No puedes perderlo. No debes permitirte perderlo. Eres una de esas pocas personas que lo tienen para empezar. Y tarde o temprano, la mayoría lo pierden. O bien hacen que lo pierdan o se lo quitan a la fuerza. Y eso es para lo que piensas que te ha sucedido. Piensas que la realidad de pelear con un bruto, de hacer que tu cuerpo sea golpeado, tu cara ensangrentada, piensas que eso te ha sacado del sueño y te ha plantado en tierra firme. Pero no hay tierra firme que sea permanente. La tierra firme cede y el sueño viene otra vez. Quizás tarde un tiempo. Quizás no volverá hasta dentro de cincuenta años. Pero eso es para lo que vivimos, la única razón de que permanezcamos vivos, aun cuando la mayoría de nosotros no nos demos cuenta. Vivimos para el momento en que el sueño regrese. Incluso yo.

—Está bien, Clard. ¿Qué haces tú?

—Pienso. Estudio. Pinto. Hago un poco de trabajo aquí y allí. Contemplo el río. Pinto los barcos. Acuarela. Eso es a lo que me refería cuando decía sólo por si acaso. Alguna noche, en el caso de que estés tratando de pensar en algo que hacer, ven aquí y te enseñaré lo que pinto. Hablaremos. Puedes hacerme callar si quieres…

Barry dijo que no con la cabeza.

—Lo único que teníamos en común era aquella casa. Y ahora ni siquiera sé que aquella casa existe.

Clard dio un paso hacia Barry y se quedó allí mirándole a los ojos. Y no se oía ningún sonido, ni siquiera del río. Durante un minuto, Clard no había apartado sus ojos de los de Barry, y no había pestañeado siquiera una vez. Luego Clard dijo:

—Has venido a verme esta noche porque querías decirme lo que estaba pasando en aquella casa, o qué hacía que tu chica se comportara así, en contra tuyo.

—Has acertado —dijo Barry—, y supongo que es algo que no es difícil de acertar. Pero lo que me dices no me hace nada, y eso está perfectamente bien, porque de todas maneras no importa. Voy a dejarlo tal como está.

—No lo harás. Dices que lo has olvidado, pero aunque es posible que realmente pienses eso, no lo has olvidado en lo más mínimo. Está igual de mal ahora que antes. Y empeorará, también. Y a medida que vaya empeorando, tú pensarás que va mejorando. Porque reirás más, hablarás más, te sucederán cosas que consideras agradables. Piensas que estarás ganando algo y todo el tiempo estarás perdiendo algo. Te estarás alejando cada vez más del sueño.

»Escucha. Recuerdo una vez que entré en una biblioteca, uno de esos lugares tan grandes y complicados, con una sala especial donde tenían volúmenes bellamente encuadernados. Vi allí a un hombre vestido con elegancia, que caminaba arriba y abajo frente a los estantes. Sacó un volumen de cuero marrón con impresiones de oro y franjas de cuero marrón más oscuro cosidas en la cubierta para formar un complicado diseño. Era un objeto muy bonito; el cuero era grueso pero flexible y agradable al tacto. Y este hombre se quedó de pie sosteniendo el libro en sus manos, disfrutando de su vista. Y entonces lo sostuvo con fuerza en las manos y lo dobló a un lado y a otro. Luego se lo llevó a la cara y olió el cuero. Después, se puso el borde del libro en la boca y pareció como si lo mordiera, como si lo probara, masticándolo. No sé, quizás si no se hubiera vuelto de repente, viendo que yo lo estaba observando, hubiera pegado un mordisco a ese elegante cuero y se lo hubiera tragado. Sea como sea, devolvió el libro a su sitio y se apresuró a salir de la sala. Entonces yo fui a coger el mismo libro, abrí la tapa y vi que era un libro de poesía de algún autor isabelino no demasiado conocido. Me senté, y unas horas más tarde puse el libro de nuevo en su lugar. Aquella poesía era el país de las hadas, era la gloria y era la verdad. Y aquel hombre había contemplado la tapa de cuero con oro, la había sostenido y retorcido, olido, catado y masticado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Barry.

—Ese hombre es la humanidad actual, que sirve a los sentidos, la carne, despreciando la mayor amplitud del pensamiento, haciendo caso omiso de los poderes de la mente, o el espíritu, o el alma, o como quieras llamarlo. Tienes a la humanidad apartándolo de una gran patada y andando a tientas y avanzando con dificultad y gritando en la interminable batalla por satisfacer los sentidos. Y llega el momento en que esa batalla traspasa los límites de la justificación. Y ahí es donde entra el mal.

—Yo no lo veo así. Si no puedo estar cerca de ella…

—Tus pensamientos pueden llevarte cerca de ella. Agárrate a tu sueño.

—Eso es poesía. Es palabrería.

—Es la verdad, Barry.

—No —dijo Barry—, Aun cuando sintiera deseos de probarlo, no podría siquiera acercarme a tu manera de pensar.

—Mira el río —dijo Clard—. ¿Ves el humo? ¿Ves la basura en el agua y la porquería en los muelles? ¿O ves la belleza del río al comienzo de la mañana?

—No veo nada especial.

—Quizás lo harás. Algún día.

Barry se giró y se pasó un dedo por la gruesa línea de sangre coagulada que le bajaba del labio al mentón. Contempló las franjas doradas y violetas que relucían en la superficie del río iluminada por la mañana. Se dio media vuelta y ahora, al mirar atrás hacia Clard, dijo:

—Tal vez.

Y entonces echó a andar hacia la calle, un sinuoso camino a lo largo del río, y contempló el agua, que era como una laguna en la mañana sin viento.

Pronto, pensó, el agua estaría revuelta por el comercio y cubierta por el humo.

Caminó hacia arriba, a lo largo de los muelles, contemplando el agua y los grises contornos de la ciudad más pequeña al otro lado del Delaware. Luego caminó por un desembarcadero y miraba río arriba, donde se ensanchaba, y allí arriba, lejos, había verdor en el gris, el verdor de los campos que arrancaban de las márgenes, el verdor de las extensiones de tierra, el verdor que se convertía en los vastos céspedes de terciopelo verde de la parte alta de la ciudad.

Apartándose del borde del desembarcadero, Barry desvió la mirada del río; ahora tenía los ojos puestos en la calle cubierta de polvo, las ventanas rotas de los viejos almacenes, las moradas abandonadas que estaban casi en ruinas, la sombría quietud de las casas todavía habitadas que poco a poco se iban desmoronando. Y Barry se encaminó despacio hacia el lugar donde había aparcado su coche.

Las horas de comercio no habían llegado todavía, y ahora, en el silencio y la quietud, caminando por las calles estrechas, mirando los gastados y rotos adoquines, Barry pudo ver el suelo aprisionado bajo sus pies. Y pudo oír un gemido. Era su propio gemido, pero lo oyó como si procediera de debajo de los adoquines.

10

Mientras George Ervin daba vueltas inquieto en la cama, oyó que la puerta principal se abría y supo que Evelyn había vuelto a casa. Trató de obligarse a pensar que había estado despierto por la idea de que ella estaba fuera de casa a estas horas de la noche. Despierto porque estaba esperándola y quería estar seguro de que regresaba a casa sana y salva. Pero dejó que esta suposición se alejara y se puso a pensar en la noche pasada y la noche anterior a ésta y todas las demás noches.

Escuchó a Evelyn, que rondaba por el piso de abajo. Los ruidos le decían lo que estaba haciendo, y dio gracias por esta oportunidad de entretenerse en las vacías y negras horas de la falta de sueño.

Oyó el ruido de pasos abajo.

Luego pudo imaginarlo, el color y el desarrollo de una escena que mostraba a Evelyn entrando en el comedor, abriendo una puerta y colocando su ligero abrigo de primavera en el armario ropero. Luego la puerta al cerrarse, y más ruido de pasos.

Y ruido de pasos en la escalera, subiendo. El paso femenino, algo tan querido en ese sonido, y cada sonido que su hija hacía, su hija, esta parte de él…

Ruido de pasos en el pasillo.

Escuchó el sonido que hacía Evelyn al cruzar el pasillo; luego apenas si pudo oír el modo cuidadoso y considerado de abrir la puerta de su dormitorio, y luego esperó a oírla regresar por el pasillo y entrar en el cuarto de baño, y oyó el ruido de un interruptor al ser accionado, y luego los sonidos en el baño, el tintineo de un vaso contra el azulejo, el correr del agua. Vago ruido de salpicadura.

Después, durante un rato no se oyó nada, y George esperó, con los ojos abiertos mirando el negro techo y la luz de una lámpara verde que le venía por el lado. Se giró y miró el despertador, y los números iluminados señalaban las dos y veinte. Entonces George oyó que se abría la puerta del cuarto de baño y escuchó el sonido de Evelyn al cruzar el pasillo. Oyó el sonido de otra puerta que se cerraba, la puerta de su dormitorio. Y ahora su hija Evelyn estaba en su cuarto y se pondría a dormir. Duérmete, mi niña… solía cantar Julia.

Duérmete, mi niña, solía cantar Julia, meciendo el pequeño fardo hecho con una manta azul pálido. Duérmete, y que tengas un sueño profundo y dulce y completo, mi niña, y George se incorporó y salió de la cama. Había recordado los ruidos, todos ellos y por el orden en que los había oído, y la imagen de la llegada de Evelyn a casa y su ida a la cama era completa en todos excepto por uno: el ruido de la luz del cuarto de baño al ser apagada. No lo había oído, y podía ser que estuviera equivocado, pero sería una buena idea asegurarse.

BOOK: Cuidado con esa mujer
9.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Own Miraculous by Joshilyn Jackson
Divine by Cait Jarrod
Dear Nobody by Berlie Doherty
Flirting with Disaster by Jane Graves
Marked by Sarah Fine
Hettie of Hope Street by Groves, Annie
Crossing Over by Ruth Irene Garrett
River of Lost Bears by Erin Hunter
Blood Money by Brian Springer