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Authors: David Goodis

Tags: #Novela Negra, #spanish

Cuidado con esa mujer (13 page)

BOOK: Cuidado con esa mujer
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Frobey miró a Barry de arriba abajo. Vio a alguien de mucho menor tamaño que él. Un tipo joven. De apenas un metro setenta y setenta quilos a lo sumo. Delgado pero fuerte, y probablemente rápido y quizás hábil. Pero aún así sería fácil. Y sería un placer.

Barry se acercó lentamente al camionero, y al fin estuvo a un metro y dijo:

—Adelante, dame una patada en la cabeza.

Esperaba que el camionero le pegara por esto. Quería un puñetazo en la cara. Quería ser derribado y mirar al bruto desde abajo. Estaba ansioso por ver la maldad y el dolor causado por esa maldad, y la rabia ardiente, porque la mole que había frente a él ahora era el símbolo de una fuerza que le había engañado, torturado. Era algo bestial e inmisericorde, y sus potencialidades fueron completamente conocidas para Barry en el instante en que el conductor del camión se le acercó y levantó un brazo como un garrote.

Los músculos sobresalieron, y luego el brazo de Frobey salió disparado y el puño grande y duro golpeó la boca de Barry. Éste rodó un poco al recibir el golpe y eso le salvó de perder casi todos sus dientes, pero ahora, al recular, le sangraban los labios y unos hombres le sostuvieron para evitar que cayera al suelo.

Los hombres retuvieron a Barry mientras él probaba la sangre, y saboreó su gusto y sonrió al camionero.

Frobey se rió, se desabrochó la camisa y se la quitó, tirándola al suelo. Su pecho desnudo estaba cubierto de vello. Hinchó el pecho y sus voluminosos brazos fueron mostrados a la multitud. Escupió en los puños y avanzó pesadamente.

Alguien dijo:

—Déjalo.

—Le matará.

—El chico no durará un minuto.

—Déjalo estar, Frobey. No es contrincante para ti.

—Eh, dejad que peleen.

—Claro, el chico quiere pelea. Miradle.

—Está bien; echaos atrás y dejadles espacio.

—Yo digo que no es un contrincante justo.

—Vamos, chicos, echaos atrás; hay que dejarles mucho espacio.

La multitud se apartó. Se habían dado cuenta de que sería más interesante si había mucho espacio. Había un ancho y mellado círculo despejado, y en un extremo estaba el camión empujando una cabina destrozada en un escaparate hecho añicos, y alrededor del camión estaban los hombres que se habían reunido allí para ver una pelea.

Estos hombres, aunque no les entusiasmaba la idea de que un hombre menos fornido fuera golpeado por el notorio Frobey, estaban no obstante satisfechos de que se iniciara una pelea. Eso significaba descanso. Significaba entretenimiento; la forma más agradable de entretenimiento para estos hombres que trabajaban en los muelles.

La multitud, ya numerosa, iba aumentando. Los hombres de la parte exterior del círculo llamaban a otros, que venían de los camiones, carros, puestos y almacenes. Venían hombres de los muelles y de las oficinas débilmente iluminadas de los muelles. Los hombres venían corriendo por las calles.

Un farol derramaba una luz amarilla sobre el espacio despejado.

Y ahora todo el mundo estaba en silencio y expectante.

Barry se quitó el abrigo.

Frobey arrastró un poco los pies, moviendo los puños en pequeños círculos para ponerse a punto.

Un hombre encendió un cigarrillo; casi se lo tragó, pues la multitud se movió hacia adelante cuando Frobey se abalanzó sobre Barry y le empezó a propinar puñetazos. Barry recibió un golpe de izquierda en el mentón y un derechazo en el costado de la cabeza. Intentó levantar sus puños. Recibió otro puñetazo en la mandíbula y cayó de espaldas. Rodó por el suelo y salió arrastrándose de un pozo que palpitaba lleno de sangre y oscuridad. Intentó ponerse de pie.

—Está bien, dejadlo correr.

—Claro, esto ha terminado. Vamos, chicos, olvidadlo.

—Esperad…

—Él todavía está metido. Quiere más.

Barry estaba de pie. Frobey se abalanzó otra vez. Barry dejó la guardia baja, y Frobey apuntó un derechazo a la mandíbula. Barry se agachó y soltó un derechazo en el abdomen. Al atacar, sabía que aquí era donde podía hacer daño al camionero, porque el camionero tenía barriga, y la barriga era donde estaba menos duro. Barry, manteniendo la cabeza baja, atacó y lanzó sus puños a la cara de Frobey, de manera que éste levantó las manos para protegerse la cara, y entonces Barry le golpeó en la barriga. La cabeza de Frobey cayó hacia atrás y su boca se abrió de par en par. Intentó llevar un poco de aire fresco a sus entrañas para combatir el ardiente fuego que le arrancó el espinazo, le pasó al vientre y regresó a su columna vertebral. Frobey retrocedió y empezó a recibir golpes de derecha a izquierda en la sección central de su cuerpo y no pudo soportarlo. Soltó un grito al parecerle que el ombligo le atravesaba el cuerpo y le salía por la espalda. Sabía que nunca le habían golpeado de esta manera y nunca había sentido un dolor semejante.

Con la cabeza y los hombros bajos, Barry enviaba golpes cortos y zumbantes con la derecha y con la izquierda al vientre del hombre, y Frobey soltó otro chillido y un gruñido y otro chillido y siguió retrocediendo.

La multitud aullaba.

—Mirad eso.

—Miradle; está haciendo retroceder a Frobey.

—Vamos, muchacho, mátale, pártele en dos.

—Mátale, mátale, chico; se lo ha buscado.

Frobey se dio un golpe contra el camión. Salió rebotado y luego abrió los brazos, los pasó por la espalda de Barry y se agarró a él en un abrazo de oso. Derribó a Barry al suelo. Los ojos de Frobey estaban inyectados en sangre y se salían de sus órbitas. El dolor en el vientre era espantoso y le enviaba rabia al cerebro. Aumentó su presión sobre Barry.

—Eh, esta pelea es a puños.

—Déjalo, Frobey, déjalo…

—Eso no está en el reglamento.

—Déjalo, Frobey…

—Haced que pare…

Frobey levantó la vista hacia ellos y gritó:

—Si alguien se acerca a mí, estrujaré a este tipo hasta que las tripas le salgan por la boca.

Los hombres habían comenzado a avanzar, pero ahora se detuvieron.

—Frobey está fuera de sí.

Barry ya respiraba con dificultad, y el color de su dolor era violeta manchado de púrpura, el púrpura vetado de negro. Podía sentir que sus órganos se entrelazaban y retorcían en su interior. La presión aumentó y Barry gritó. Luego, retorciéndose frenéticamente al darse cuenta de la intención del camionero de estrujarle hasta matarle, levantó el brazo derecho, lo dobló y lo echó hacia atrás de modo que el codo golpeó el espacio entre los ojos de Frobey.

Frobey se apartó, chillando y pateando en el aire, llevándose los brazos a la cabeza, chillando y pateando y resbalando hacia atrás.

Barry se arrastró sobre las rodillas. Miraba la acera. Le caía sangre de la boca.

Los hombres estaban callados.

Frobey se puso de pie, apretando los manos en la gran burbuja de agonía que tenía entre los ojos. Lanzó un gemido. Barry se había levantado y se acercaba a él. Barry bajó de nuevo la cabeza y los hombros y avanzó, y Frobey vio los puños que apuntaban a su vientre encendido. Soltó un aullido e intentó esquivarle. Barry se abalanzó rápido y le clavó un derechazo en el abdomen.

Reculando, Frobey se dobló. Barry embistió y Frobey consiguió apartarse. Barry siguió avanzando y cayó sobre la multitud. Recuperó el equilibrio, se giró y vio a Frobey caminar hacia él. Él caminó hacia Frobey, se lanzaron un puñetazo y fallaron, cayendo lejos el uno del otro. Entonces se volvieron y se enfrentaron otra vez. Y avanzaron de nuevo. Barry asestó un gancho de izquierdo al ojo, pero entonces Frobey pegó un derechazo que pilló a Barry en la mandíbula y le hizo recular, tambaleante, de modo que una vez más cayó sobre la multitud. Y esta vez, cuando se levantó, se precipitó sobre Frobey y le envió otro golpe con la izquierda en el ojo. Siguió golpeando, y ahora tenía a Frobey doblado hacia atrás sobre el parachoques delantero del camión, y empezó a asestarle golpes en el vientre con la mano derecha mientras Frobey intentaba darle una patada en la ingle. Esquivando la patada, Barry le dio a Frobey la oportunidad de ponerse de pie y apartarse del parachoques. Ahora parecía, cuando Frobey caminó otra vez, que había encontrado nuevas fuerzas en alguna parte. Mientras se acercaba a Barry, parecía que sus enormes puños iban a destrozar la cabeza de Barry, porque Barry parecía exhausto. Barry iba agachado y reculaba con los brazos colgando a los costados.

Frobey se echó a reír y lanzó un golpe con la izquierda, parando a Barry con el brazo extendido; luego, recuperando el aliento, Frobey se preparó para asestar el golpe de abajo arriba que acabaría con Barry. Y mientras Frobey tomaba aliento, Barry se escabulló bajo la izquierda. Miraba desde abajo la barbilla de Frobey. Entonces su cuerpo subió mientras levantaba el brazo, y su puño pilló a Frobey justo debajo de la barbilla. El sonido fue categórico y definitivo, y Frobey salió disparado, casi horizontal incluso antes de golpear el pavimento. Cuando lo hizo, se oyó un sonido tremendo. Fue como si un gran saco de cuero lleno de piedras y agua hubiera hecho contacto con el suelo después de caer trescientos metros.

Tumbado de espaldas, los ojos no completamente cerrados, Frobey respiraba como un fuelle funcionando deprisa. Su ojo izquierdo era una bola hinchada de color azul y rojo oscuro y negro. Tenía la nariz aplastada y le sangraba, y la parte superior de la cabeza cubierta de sangre.

Barry se desplomó. Cayó de rodillas y colocó las manos en tierra. Se apoyó de esta manera, mirando al camionero inconsciente. La camisa y la camiseta colgaban hechas jirones del cuello y los hombros de Barry. El pecho y los hombros y la espalda le sangraban y estaban en carne viva por el cemento.

Alguien dijo:

—Dios Todopoderoso.

Barry intentó ponerse en pie y se cayó, y los hombres se precipitaron hacia él y le ayudaron a levantarse. Unos cuantos hombres se designaron a sí mismos como guardianes inmediatos. Despejaron un espacio al frente y se llevaron a Barry. Le llevaron a una nave de almacenaje donde había un pequeño catre. Le colocaron en él y alguien recomendó traer un cubo de agua fría.

El frío líquido le salpicó a Barry en la cara. Sonrió a los hombres. Uno de ellos salió corriendo de la sala y regresó con unas vendas y esparadrapo y una botella de ginebra. Otro se acercó a la puerta, la abrió ligeramente y dijo a la multitud que estaba fuera que no entrara.

—No, no necesitamos ningún médico. Está perfectamente bien.

—¿Y por dentro?

—Por dentro está bien. Está en buena forma.

Barry bebió mucha ginebra. Se incorporó y se llevó las manos a las vendas que le cubrían la cara. Sonrió y alcanzó la botella de ginebra.

—Eso está bien, muchacho. Bébela toda.

—Te hará mucho bien.

—Quédate en este catre y tómatelo con calma.

—Gracias —dijo Barry.

—Esa ginebra en tus tripas es un remedio extremadamente bueno. Es ginebra de alta graduación.

—Salgamos de aquí y dejemos que el chico duerma un poco.

Salieron, y en la calle se unieron a la multitud que discutía la pelea.

—…y nadie puede decirme otra cosa.

—Le salía de los labios, no era una hemorragia.

—Alguien debería echarle un vistazo.

—Os digo que el muchacho está perfectamente bien.

—Tú sabes mucho.

—Déjame verle —dijo Clard.

Todos se quedaron mirando a Clard.

Era desconocido para ellos, este Clard. Era callado y tranquilo, y nadie le conocía.

Vivía allí, en los muelles, en un diminuto espacio individual sobre un pequeño almacén. Por las noches, Clard paseaba por las calles lindantes con Delaware, y hablaba con los hombres. No decía gran cosa, pero lo que decía quedaba grabado en los cerebros de sus interlocutores, y aunque ellos se hacían preguntas sobre Clard y no podían ni remotamente comprenderle, admiraban su intelecto y la manera en que lo expresaba.

A veces su curiosidad se desbordaba, y le preguntaban algo sobre sí mismo. Él siempre tenía una respuesta fija. Proclamaba que el ego de un individuo tiene poca importancia comparado con el conjunto de vistas y sonidos y personas y acontecimientos que le confrontan.

En algunas ocasiones decía cosas que los hombres no podían comprender. Pero ellos siempre respetaban sus palabras. Entre ellos se preguntaban qué hacía para no ganar ni perder, y una vez habían intentado entrar en su dormitorio. Unos cuantos de ellos subieron la escalera de madera que conducía a la puerta de atrás, la única puerta de la habitación. Estaba cerrada con llave. La única ventana estaba asegurada y había una persiana detrás. Los hombres decidieron dejar la situación como estaba y bajaron de la escalera.

Siempre parecía como si este hombre, Clard, estuviera hablando a multitudes, aun cuando hablaba en voz baja, aun cuando su audiencia se limitara a dos hombres. Y mientras le escuchaban, los hombres olvidaban que era Clard el extraño, Clard la persona insondable que a veces no aparecía en la calle durante noches seguidas.

Y el conocimiento de Clard era ofrecido a los hombres. Pero el yo de Clard les era completamente desconocido.

Alguien dijo:

—¿Lo has visto?

—Sí —dijo Clard—, Lo he visto.

—¿Todo?

—Todo.

—¿Ha visto cómo Frobey le ha abrazado y tirado al suelo?

—Lo he visto todo —dijo Clard.

—¿Qué opina?

—Tendré que echarle un vistazo.

Alguien dijo:

—Bueno, Clard, supongo que esto nos da la historia de usted. Usted es médico.

—No —dijo Clard—, no soy médico.

—Bueno, ¿cómo puede decir lo que le ocurre al muchacho?

—Puedo decirlo.

Alguien dijo:

—Dejadle entrar y que le eche una mirada.

Alguien dijo:

—Yo iré con él.

Clard dijo:

—Iré solo.

Fue solo. Entró en la sala de almacenaje, encendió la luz y se quedó de pie al lado del catre, y observó el pecho de Barry que subía y bajaba en tranquilo sueño.

Clard miró la botella de ginebra que había en el suelo, las manchas de ginebra que brillaban en el borde del catre.

Barry abrió los ojos cuando la luz traspasó sus párpados. Miró la cara y el cabello negro de Clard, descuidadamente negro sobre la cabeza y la frente. Tenía el mismo aspecto que su propio cabello. Era idiota pensar eso, pero todo este asunto era idiota.

Clard vio que Barry le miraba y dijo:

—No siempre llevo la gorra.

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