Danza de espejos (25 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Danza de espejos
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—¡No! —aulló Mark. Se puso de pie, levantó a la chica rubia y la tiró en brazos de la guardia Dendarii más grande que vio a su alrededor—. Que no se escape —le ordenó y giró para pasar delante del barón Bharaputra.

—¿Almirante? —El barón levantó una ceja con un gesto levemente irónico.

—¡Usted está usando un cadáver! —ladró Mark—. No me hable. —Se adelantó con las manos abiertas hacia la chica de cabello negro para hablarle a través de ese espacio tan pequeño y tan significativo políticamente hablando—. Niña… —No sabía su nombre. No sabía qué decir—. No te vayas. No tienes que irte. Ellos te van a matar.

Cada vez más segura de su inmunidad, aunque todavía detrás del capitán de Fell y bien lejos de cualquier Dendarii, la chica sonrió, triunfante, y sacudió el cabello mirando a Mark. Tenía los ojos encendidos.

—Salvo mi honor. Yo sola. Mi honor en mi señor. Tú no tienes honor. ¡Cerdo! Mi vida es un ofrenda más grande de las que tú puedas soñar. Yo soy una flor en su altar…

—Tú eres una loca —opinó Quinn sin pelos en la lengua.

La chica alzó el mentón.

—Venga, barón —le dijo, casi una orden. Y le tendió una mano, teatral.

El barón Bharaputra se encogió de hombros como diciendo,
Así son las cosas
, y caminó hacia la compuerta. Ningún Dendarii levantó un arma. Quinn no se lo había ordenado. Mark no tenía armas. Se volvió hacia ella, angustiado.


Quinn

Ella jadeaba.

—Si no saltamos ahora, podemos perderlo todo.
Quietos
.

Vasa Luigi se detuvo en la compuerta, y se volvió para mirar a Mark.

—Por si le interesa saberlo, almirante, ella es el clon de mi esposa… —susurró. Levantó la mano derecha, se lamió el índice y tocó la frente de Mark. Mark sintió un punto frío. El barón contaba los puntos—. Uno para mí. Cuarenta y nueve para usted. Si alguna vez se atreve a volver, almirante, le juro que voy a poner la cuenta a la par y voy a hacerlo de tal forma que usted va a pedirme de rodillas que lo mate. —Deslizó el resto de su cuerpo hacia el transbordador—. Hola, capitán, le agradezco su paciencia… —Lo sellos se cerraron sobre el resto del saludo de los guardias de su aliado… o rival.

El silencio sólo se rompió con el ruido de los ganchos y el sollozo abandonado, sin esperanza de la rubia. El lugar frío que había dejado el barón sobre la frente de Mark le picaba como si fuera de hielo. Se lo frotó con el dorso de la mano como si esperara que se rompiera en pedazos.

En general los pasos con zapatos de fricción eran muy silenciosos, pero ésos fueron lo suficientemente pesados como para hacer vibrar la cubierta. La sargento Taura salió hacia el corredor de la compuerta. Vio a la rubia y aulló sobre el hombro:

—¡Aquí hay otra! Faltan dos. —Otro hombre venía con ella.

—¿Qué pasó, Taura? —preguntó Quinn, con un suspiro.

—Esa chica, esa líder, la inteligente —dijo Taura, deteniéndose. Tenía los ojos puestos en los corredores mientras hablaba—. Le dijo a las demás que éramos una nave esclavista. Y convenció a diez para que intentaran escaparse. El guardia atontó a tres con el bloqueador pero las otras siete se escaparon y andan por la nave. Ya recuperamos cuatro. La mayoría se escondió pero yo creo que la de pelo largo tenía un plan lógico para tratar de entrar en los vehivainas antes de que saltáramos del espacio local. Puse un guardia en el depósito de vehículos para detenerlas allí.

Quinn juró entre dientes, deprimida.

—Buena idea, sargento Taura. Hubiera podido salir bien pero ella vino aquí. Desgraciadamente, corrió y pasó junto al barón en el intercambio. Se fue con él. A la otra la atrapamos antes de que cruzara. —Quinn miró a la rubia. El llanto se había transformado en sollozos—. Así que sólo falta una.

—¿Y cómo…? —Los ojos de la sargento miraban a la compuerta del transbordador, sorprendidos—. ¿Cómo dejó usted que pasara eso, señora?

La cara de Quinn era una máscara inexpresiva.

—Decidí no emprender una batalla de fuegos cruzados por ella.

Las manos grandotas de la sargento se retorcieron, atónitas, pero ninguna crítica verbal contra su superior en rango salió de sus labios.

—Será mejor que busque a la última antes de que pase algo más.

—Adelante, sargento. Ustedes cuatro, ayuden. —Quinn hizo un gesto a sus guardias inactivos—. Taura, quiero que me informe cuando todas estén en su sitio.

Taura asintió, hizo un gesto a los hombres para que revisaran los distintos corredores y se alejó hacia el tubo elevador más cercano. Tenía una expresión furiosa y parecía a punto de echarse a llorar por la pérdida.

Quinn se volvió sobre sus talones, musitando:

—Tengo que ir a esa sala y ver qué pasó con…

—Yo… yo la llevo con las otras clones, Quinn —se ofreció Mark, con un gesto hacia la rubia.

Quinn lo miró, dudando.

—Por favor. Quiero hacerlo.

Ella echó una mirada hacia la compuerta por la que había salido la chica de cabello negro y volvió a mirarlo a la cara. Él no sabía qué aspecto tenía, pero ella respiró hondo y dijo:

—Estuve revisando los registros del ataque un par de veces desde que salimos de Estación Fell. No tuve… no tuve oportunidad de decírtelo… Cuando te pusiste delante de mí al subir al transbordador de Kimura, ¿te diste cuenta de la potencia que tenía tu campo de escudo espejo?

—No. Quiero decir que sabía que había recibido muchos golpes, en los túneles.

—Un golpe. Si hubieras recibido uno más, habría fallado. Dos más y estabas frito.

—Ah.

Ella frunció el ceño, mirándolo, como dudando en si tenía coraje o sólo estupidez.

—Bueno, pensé que era interesante, que tenías que saberlo. —Dudó un poco más—. El mío también estaba en cero. Así que si estás contando puntos con Bharaputra, puedes contar cincuenta a tu favor.

Él no sabía qué esperaba ella que él dijera. Por fin, Quinn suspiró:

—De acuerdo. Puedes llevarla, si te hace sentir mejor… —Se alejó hacia la sala de informes, la cara ansiosa y tensa.

Él se volvió, y tomó a la rubia del brazo, muy despacio. Ella hizo un gesto de miedo, con los grandes ojos azules bañados en lágrimas. Nadie conocía tanto como él la forma intencional en que habían esculpido ese cuerpo y esos rasgos; el efecto era impresionante: belleza, inocencia, sexualidad y miedo mezclados en un vaho que lo intoxicaba. Parecía que tuviera veinte años, en plena culminación física, un ser perfecto para él. Y sólo unos centímetros más alta. Tal vez la habían diseñado para ser la heroína del drama de Mark, pero la vida de él se había disuelto en una laguna sub-heroica, caótica y sin control. Sin recompensas, plagada sólo de castigos.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó con un tono falso.

Ella lo miró, con desconfianza.

—Maree.

Los clones no tenían apellido.

—Qué nombre más bonito. Ven, Maree. Voy a llevarte a tu… a tu dormitorio de nuevo. Te vas a sentir mejor cuando estés otra vez con tus amigas.

Ella empezó a caminar con él, no tenía más remedio.

—La sargento Taura tiene razón, ¿sabes? Ella quiere cuidaros. En serio. Se asustó cuando te escapaste. Estaba preocupada porque tenía miedo de que te hicieras daño. No tienes miedo de la sargento, ¿verdad?

Apretó los hermosos labios, llena de confusión.

—No… no estoy segura. —Caminaba bamboleándose pero con suavidad. Y los pechos se le agitaban, perturbándolo, bajo la túnica rosada; debería ofrecerle un tratamiento de reducción, aunque él no estaba seguro de que eso estuviera dentro de la experiencia del cirujano o cirujana del
Peregrine
. Y si las experiencias somáticas de esa chica en Bharaputra eran similares a las suyas, seguramente estaba harta de la cirugía. Él se sentía así después de todas las distorsiones que había sufrido su cuerpo.

—No estamos en una nave esclavista —empezó a decirle, tenso, nervioso—. Os llevamos a… —La noticia de que su destino era el Imperio de Barrayar tal vez no le resultara tranquilizadora—. Nuestra primera parada será Komarr, pero tal vez no tengas que quedarte allí. —Él no tenía poder para hacer promesas sobre el futuro. Ningún poder. Un prisionero no puede rescatar a otro.

Ella tosió y se frotó los ojos.

—¿Estás bien?

—Quiero agua. —Tenía la voz ronca después de los gritos y el llanto.

—Ya te la consigo —prometió él. Su camarote estaba a menos de un corredor de distancia. La llevaría allí.

Se oyó un siseo y la puerta se abrió cuando él puso la palma en la almohadilla.

—Ven. Nunca hablamos. Tal vez si yo… tal vez esa chica no te hubiera engañado. —La llevó adentro y la acomodó en la cama. Ella temblaba ligeramente. Él también.

—¿Te engañó?

—No… no sé, almirante.

Él hizo un ruido con la nariz.

—No soy el almirante. Soy un clon, como tú. Me criaron en Bharaputra, un piso más abajo del lugar donde vives. Vivías. —Fue hasta el baño, cogió una taza de agua y se la llevó. Tuvo un impulso de ofrecérsela de rodillas. Ella tenía que entender…—. Tengo que hacerte entender. Entender quién eres, lo que te pasó. Para que no te engañen de nuevo. Tienes mucho que aprender. Para saber protegerte sola, quiero decir. —Y había mucho que proteger con semejante cuerpo…—. Vas a tener que ir a la escuela.

Ella bebió el agua.

—No quiero ir a la escuela —dijo con la taza delante de la boca.

—¿Los bharaputranos no te mostraron programas de autoenseñanza? Cuando yo estuve allí, fue lo mejor de todo. Mejor que los juegos. Aunque me gustaban los juegos, claro. ¿No jugabas al Zylec?

Ella asintió.

—Era divertido. Pero los programas de historia, de astronomía… el instructor virtual era el más divertido de todos. Un tipo de pelo blanco, viejo, con ropa del siglo XX, la chaqueta con parches en los codos… Siempre me pregunté si estaba basado en una persona real o era un compuesto.

—Yo nunca vi eso.

—¿Y qué hacías todo el día?

—Hablábamos. Nos peinábamos. Nadábamos. Los censores nos hacían hacer calesténica todos los días…

—A nosotros también.

—… hasta que me hicieron esto. —Se tocó un pecho—. Después, me hacían nadar solamente.

Él se dio cuenta de la lógica del asunto.

—La última escultura de tu cuerpo fue hace poco, ¿verdad?

—Un mes. —Hizo una pausa—. ¿Realmente no crees que mi madre venía a… a buscarme?

—Lo lamento. No tienes madre. Ni yo tampoco. Lo que venía era un… un horror. Casi no puedes ni imaginártelo. —Pero él si podía, y con toda claridad.

Ella frunció el ceño. Era evidente que le costaba separarse del hermoso futuro de sus sueños.

—Todos somos hermosos. Si realmente eres un clon, ¿por qué tú no?

—Me alegro de que empieces a pensar —dijo él con cuidado—. Mi cuerpo sufrió esculturas diferentes: querían que me pareciera a mi progenitor. Y él era un inválido.

—Pero… si es cierto lo de los trasplantes de cerebros, ¿por qué tú no?

—Yo… era parte de otro complot. Los que me compraron me llevaron entero. Sólo más tarde supe la verdad sobre lo de Bharaputra. —Se sentó junto a ella en la cama. El olor de ella… ¿le habían puesto algún perfume especial con ingeniería genética? Le embriagaba. El recuerdo de ese cuerpo suave, retorciéndose bajo el suyo en la cubierta de la compuerta del transbordador, le perturbaba. Hubiera querido disolverse en él…—. Yo… tenía amigos, ¿tú no?

Ella asintió.

—Para cuando pude hacer algo por ellos… mucho antes de que pudiera… ya no estaban. Todos muertos. Así que os rescaté a vosotros…

Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Él no podía descifrar los pensamientos de esa cara inocente.

El camarote parecía temblar y un ataque de náuseas que nada tenía que ver con el erotismo reprimido le retorció el estómago.

—¿Qué ha sido eso? —jadeó Maree, los ojos cada vez más abiertos. Inconscientemente, lo cogió de la mano. La mano de él pareció arder con el roce.

—No te preocupes. No pasa nada. Ha sido nuestro primer salto por el agujero de gusano. —Su experiencia, varios saltos más que ella, hizo que su tono resultara tranquilizador, esperanzador—. Ya nos hemos ido. Los de Jackson no pueden atraparnos. —
Mucho
mejor que la traición que había estado esperando en una parte reservada de su mente: las fuerzas del barón de Fell atacándolos tan pronto tuvieran a Vasa Luigi en sus gordas manos. No, no se trataba del rugido del fuego enemigo sino de un pequeño saltito domesticado—. Estás a salvo. Ahora todos estamos a salvo. —Pensó en la chica eurasiática y su locura.
Casi todos
.

Deseaba ardientemente que Maree le creyera. De los Dendarii, de los barrayaranos… no esperaba mucho. No esperaba que entendieran. Pero esta muchacha… si por lo menos pudiera resultarle simpático. No quería otra recompensa que un beso. Tragó saliva.
¿Estás seguro de que lo único que quieres es un beso?
Tenía un nudo caliente e incómodo en el vientre, debajo del cinturón que le apretaba tanto. Una dureza embarazosa en las entrañas. Tal vez ella no lo notaría. No lo entendería. No lo juzgaría.

—¿Me… darías un beso? —preguntó con humildad, con la boca muy seca. Le cogió la taza de las manos y se bebió el último trago. No le bastó para apagar el ardor de la garganta.

—¿Para qué? —preguntó ella, con el ceño un poco fruncido.

—Para… para jugar.

Eso era algo que ella entendía. Se inclinó y le tocó los labios con los suyos. Se le movió la túnica en el aire…

—Ah —jadeó él. Le pasó la mano por el cuello y allí se detuvo—. Por favor, otra vez… —Acercó la cara de ella a la suya. Ella no se resistió ni respondió, pero de todos modos su boca no parecía sorprendida.
Quiero, quiero, quiero
… No podía hacerle nada si la tocaba, la tocaría nada más. Las manos de ella estaban ya por encima de su cuello, un gesto automático. Él sentía cada uno de los dedos fríos, terminado por un pedacito de uña. Ella abrió los labios. Él se fundió con ella. Le latía el corazón. Tenía calor y se sacó la chaqueta.

Basta, basta… Ahora mismo
. Pero ella debería haber sido su heroína. Miles tenía todo un harén, estaba seguro. ¿Le dejaría ella… besarla nada más? No penetrarla, no, eso no. Nada que la invadiera, nada que le hiciera daño. Un roce entre esos pechos no podía hacerle daño, aunque sin duda la sorprendería. Tal vez podía hundirse en esa piel suave y eso sería más satisfactorio que hundirse entre las piernas. Tal vez ella pensara que estaba loco, pero él no le haría daño con eso. Buscó de nuevo la boca de ella, ansiosamente. Le tocó la piel. Más. Le deslizó la túnica por encima de los hombros, poniéndole la mano sobre el cuerpo desnudo. Tenía una piel suave como el terciopelo. Con la otra mano, temblando, se quitó el ajustado cinturón. Eso sí fue un alivio. Estaba terrible, dolorosamente excitado. Pero no la tocaría por debajo de la cintura, no, eso no…

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