En el último día su cuerpo cambió de estrategia, y se encontró muy mal.
Se las arregló para mantenerlo en secreto hasta el viaje cabeza abajo en el transbordador de personal, donde el guardia de SegImp sorprendentemente comprensivo, lo confundió con el malestar por movimiento en la gravedad cero, ya que él también padecía esos males de vez en cuando. El hombre sacó rápidamente un apósito antináusea, buscándolo en el equipo médico que estaba en la pared, al lado del cuello de Mark.
El apósito también tuvo un efecto sedante. El latido del corazón de Mark se hizo más lento, efecto que duró hasta que aterrizaron y los transfirieron a un coche de superficie cerrado. Un guardia y un conductor se sentaron en el comportamiento de delante y Mark se sentó frente a Bothari-Jesek en el otro para el último tramo de ese viaje de pesadilla, del puerto de transbordadores militares en las afueras de la capital hasta el corazón de Vorbarr Sultana. El centro del Imperio de Barrayar. Pero sólo cuando él empezó a tener algo parecido al asma bronquial, Bothari-Jesek salió de su concentración y se lo quedó mirando.
—¿Qué diablos te pasa? —Se inclinó hacia adelante y le tomó el pulso, que era muy rápido. Estaba transpirado de arriba a abajo.
—Enfermo —jadeó él y luego, cuando vio en los ojos de ella de-eso-ya-me-di-cuenta-yo-sola, admitió: —Asustado. —Pensó que nunca podría estar más asustado que en medio del fuego de Bharaputra pero eso no era nada comparado con ese terror lento, esa impotencia sofocante para influir en su propio destino.
—¿De qué puedes tener miedo? —se burló ella—. Nadie te va a hacer nada.
—Capitana, van a matarme.
—¿Quiénes? ¿Lord Aral y Lady Cordelia? Difícil. Si por alguna razón no recuperamos a Miles, tú podrías ser el próximo Lord Vorkosigan. Seguramente ya lo has pensado.
En ese punto, él satisfizo una curiosidad muy antigua: cuando se desmayó, su aliento volvió a empezar, automáticamente, como esperaba. Parpadeó para librarse de una niebla negra y se libró del intento alarmado de Bothari-Jesek de soltarle la ropa y controlar que no se tragara la lengua. Ella se había metido en el bolsillo algunas muestras del anti-náuseas del transbordador, por si acaso, y le mostró una, sin decidirse. Él hizo un gesto para que se lo aplicara. Ayudó un poco.
—¿Quién te crees que son? —le preguntó ella, furiosa, cuando la respiración de él se hizo más irregular.
—No sé. Pero le aseguro que van a estar furiosos conmigo, desde luego.
Lo peor era pensar que podría no haber sido tan malo. En cualquier momento anterior a la debacle de Jackson's Whole, él podría haber entrado por la puerta para saludar, por lo menos en teoría. Pero había querido entrar con sus propios términos en la mano. Algo así como tratar de atacar el paraíso. El intento por hacerlo mejor había arruinado todo; ahora todo era infinitamente más duro.
Ella se sentó y lo miró con una expresión levemente confundida.
—Realmente tienes miedo de morir, ¿eh? —dijo en un tono de revelación que a él le produjo ganas de chillar—. Mark, mira, Lord Aral y Lady Cordelia te ofrecen el beneficio de la duda, siempre. Tú lo sabes. Pero tienes que poner algo de tu parte.
—¿Cuál es mi parte?
—No… no estoy segura —admitió ella.
—Gracias. Eres una gran ayuda…
Y luego, ahí estaban. El coche de superficie giró a través de una serie de portones hacia la entrada estrecha de una enorme residencia de piedra. Era un diseño pre-eléctrico de la Era del Aislamiento y le daba al lugar un aire de antigüedad fabuloso. Sí, tenía que ser eso, decidió Mark. La arquitectura semejante que había visto en Londres tenía más de un milenio, aunque ésta no tuviera más de ciento cincuenta años. La Casa Vorkosigan.
Se levantó el techo y salió tambaleándose del coche de superficie detrás de Bothari-Jesek. Esta vez, ella lo esperó. Lo cogió por el brazo, tal vez preocupada por él, tal vez porque tenía miedo de que se escapara. Caminaron a través de la luz del sol, tibia y dulce, hacia la oscuridad fresca de un gran vestíbulo de entrada con un suelo de piedras blancas y negras frente a la curva de una impresionante escalera. ¿Cuántas veces habría pasado Miles por ese umbral?
Bothari-Jesek parecía la enviada de un agente del mal en un cuento de hadas: se había llevado al bienamado Miles y lo había reemplazado por ese sustituto regordete y pálido. Él ahogó una risita histérica cuando el sardónico cómico de su cabeza le dijo:
Hola, mamá, hola papá, ya he vuelto
… Seguramente el agente del mal era él mismo.
Un par de sirvientes con la librea marrón y plata de los Vorkosigan los esperaba en el vestíbulo de entrada. En la casa de un alto Vor, hasta los que trabajaban en mantenimiento jugaban a ser soldaditos de uniforme. Uno de ellos se llevó a Bothari-Jesek hacia la derecha. Mark se hubiera echado a llorar. Ella lo despreciaba, pero por lo menos le resultaba familiar. Despojado de apoyo y mucho más solo que cuando estaba encerrado en la oscuridad de su camarote, se volvió para seguir al otro sirviente hacia la izquierda, a través de un vestíbulo abovedado hacia un par de grandes puertas.
Había memorizado la Casa Vorkosigan bajo la tutela de Galen, hacía ya mucho, y sabía que iban a una sala que se solía llamar el Primer Salón, una antecámara de la gran biblioteca que iba desde el frente de la casa hasta la salida posterior y que ocupaba todo el largo del edificio. Si se comparaba con las habitaciones públicas de la Casa Vorkosigan, era una sala relativamente íntima, aunque el techo alto parecía darle una austeridad fría, un aire de desaprobación. Inmediatamente dejó de prestar atención a los detalles arquitectónicos cuando vio a la mujer sentada en un sofá mullido, esperándolo en silencio.
Era alta, ni delgada ni gorda, con un cuerpo de mediana edad. El cabello rojo salpicado de gris entretejido en un moño extraño en la parte posterior de la cabeza dejaba a la vista los rasgos del rostro, los pómulos, la línea del mentón, los ojos gris claro. La postura era contenida, más en equilibrio que en descanso. Llevaba puesta una blusa suave y sedosa de color beige, un fajín bordado a mano con un diseño que era igual al que él había robado, una falda larga color tostado hasta los tobillos y borceguíes. Ni una joya. Él había esperado algo más ostentoso, más elaborado, más aterrador: el icono formal de la condesa Vorkosigan en los vídeos de las recepciones y los actos oficiales. ¿O era que el sentido de poder de esa mujer estaba tan bien contenido que no necesitaba usarlo, se limitaba a ser ese sentido, simplemente? No veía ningún parecido físico entre ella y él. Bueno, tal vez el color de los ojos. Y la palidez de la piel. Y el puente de la nariz. La línea del mentón tenía cierta congruencia que no aparecía en los vídeos…
—Lord Mark Vorkosigan, milady —anunció el hombre que lo había acompañado, portentosamente. Mark se encogió.
—Gracias, Pym. —Ella hizo un gesto hacia el sirviente para despedirlo. El hombre de la librea disimuló muy bien su curiosidad de hombre de mediana edad, salvo por una rápida mirada hacia atrás antes de cerrar las puertas y retirarse.
—Hola, Mark. —La voz de la condesa Vorkosigan era la de una contralto y muy suave también—. Por favor, siéntate. —Hizo un gesto hacia un sillón que formaba ángulo con su sofá. No parecía dispuesto para cerrarse a su alrededor y aprisionarlo y no se hallaba demasiado cerca de la condesa, así que se dejó caer en él, excitado. Cosa extraña, el sillón no era demasiado alto para sus pies. Las plantas le llegaban al suelo. ¿Sería de Miles?
—Me alegro de conocerte por fin —afirmó ella—. Aunque lamento que las circunstancias sean tan desagradables.
—Yo también —musitó él. ¿También se alegraba o también lo lamentaba? ¿Y quiénes eran esos dos que se hablaban así, mintiéndose amablemente sobre penas y alegrías?
¿Quiénes somos, señora?
Miró a su alrededor, con miedo, buscando al Carnicero de Komarr…—. ¿Dónde está… su esposo?
—Oficialmente, está saludando a Elena. En realidad se asustó y me mandó a la primera línea. No es típico de él.
—No… no entiendo, milady. —No sabía cómo llamarla.
—Hace dos días que toma medicamentos para el estómago en cantidades industriales… Tienes que entender la forma en que se ha estado filtrando la información desde nuestro punto de vista. La primera vez que supimos que algo andaba mal fue hace cuatro días, cuando llegó un oficial de correo del Cuartel General de SegImp con un breve mensaje de Illyan diciendo que Miles había desaparecido en acción y que seguían los detalles en otro mensaje. Al principio no pensamos que fuera necesario asustarse. Miles ya había desaparecido con anterioridad, a veces durante períodos bastante largos. Pero cuando llegó la transmisión completa de Illyan y la decodificaron, varias horas después, además de la noticia de que venías hacia aquí, las cosas fueron más claras. Tuvimos tres días para pensarlo.
Él se quedó sentado, en silencio, luchando con la idea de que el gran Almirante Conde Vorkosigan, el temido Carnicero de Komarr, ese monstruo corpulento y sombrío, pudiera tener un punto de vista, al margen de que los mortales de baja estofa como él, pudiera comprenderlo.
—Illyan nunca evita las palabras —siguió diciendo la condesa —pero consiguió redactar todo ese informe sin usar ni una sola vez la palabra «muerto», «lo mataron» o cualquier otro sinónimo. Los informes médicos sugieren otra cosa, ¿me equivoco?
—Mmm… el crío-tratamiento parecía un éxito. —¿Qué quería esa mujer de él?
—Y por lo tanto, estamos enredados en un limbo emocional y legal —suspiró ella—. Hubiera sido más fácil si… —Frunció el ceño con fuerza mientras se miraba el regazo. Apretó los puños por primera vez—. Ya me entiendes, vamos a tener en cuenta muchas posibles contingencias, muchas de las cuales tienen que ver contigo. Pero yo no contaría con que Miles esté muerto hasta que está muerto y
podrido
.
Él recordó la marea de sangre sobre el cemento.
—Mmm —dijo, indeciso.
—El hecho de que pudieras hacer de Miles por un tiempo ha sido una gran confusión para algunos. —Lo miró, pensativa—. ¿Dices que los Dendarii te aceptaron?
Él se revolvió en el sillón, consciente de su cuerpo bajo la mirada gris, aguda. Sintió cómo el torso rodaba y se abría bajo la camisa y el fajín de Miles, sintió la tensión de los pantalones apretados.
—Yo… bueno… engordé un poco desde entonces.
—¿Todos esos kilos? ¿En tres semanas?
—Sí —contestó ruborizado.
Ella alzó una ceja.
—¿A propósito?
—Digamos…
—Ajá. —Se recostó nuevamente en el sillón. Parecía sorprendida—. Eso fue de una inteligencia increíble.
Él abrió la boca, pero se dio cuenta de que así resaltaba la doble papada y la cerró de nuevo, con rapidez.
—Tu estatus ha desatado todo un debate. Yo voté contra cualquier complot de seguridad para ocultar la situación de Miles, utilizándote como sustituto. En primer lugar, es innecesario. Lord Vorkosigan se va muchos meses, muchas veces al año: su ausencia es más normal que su presencia en estos días. Es estratégicamente mucho más importante establecerte a ti aquí como tú mismo. Lord Mark, si es que realmente eres Lord Mark.
Él tragó saliva. Tenía la garganta seca.
—¿Tengo alguna alternativa?
—Sí, pero razonada, después de que hayas tenido un tiempo para asimilar todo esto.
—No le creo. No es en serio. Yo soy un clon.
—Yo soy de Colonia Beta —le dijo ella con severidad—. La ley de Beta es muy clara y muy sensata respecto a los clones. Sólo los barrayaranos se sienten perdidos frente a ellos. ¡Ah, los barrayaranos! —Lo pronunció como una mala palabra—. Barrayar no tiene experiencia en el trato con las variantes tecnológicas de la reproducción humana. No tiene antecedentes legales. Y si algo no es
tradición
—puso el mismo tinte amargo en la palabra que él había oído de labios de Bothari-Jesek—, no saben apañárselas.
—¿Y quién soy yo para usted, como betana? —le preguntó él, fascinado y nervioso.
—Mi hijo o mi hijo-extraído —contestó ella con rapidez—. Sin licencia, pero reclamado por mí como heredero.
—¿Ésas son las categorías legales reales en su mundo?
—Puedes estar seguro de que sí. Si yo hubiera pedido un clon de Miles, después de conseguir una licencia para bebés, claro está, tú serías mi hijo, y punto. Si Miles como adulto legal hubiera hecho lo mismo, sería tu padre legal y yo sería tu madre-extraída y tendría derechos y obligaciones en cuanto a las relaciones contigo, más o menos las mismas que tienen los abuelos. Miles, por supuesto, no era adulto legal cuando hicieron la clonación y yo no pedí licencia para tenerte. Si todavía fueras menor, él y yo podríamos ir a ver al Adjudicador para que decidiera lo que te conviene. Por supuesto que ya no eres menor ni para la ley betana ni para Barrayar. —Suspiró—. Ya ha pasado el tiempo de la custodia legal. Eso se perdió para siempre. La herencia de propiedad se va a enredar en las confusiones legales de Barrayar. Aral te explicará la ley barrayarana por costumbre o falta de esa ley cuando llegue el momento. Pero aunque ya te lo hubiera hecho, quedaría la relación emocional.
—¿Tenemos una? —preguntó él con cuidado. Sus dos grandes miedos, que ella sacara un arma y lo matara o que se le echara encima en un paroxismo totalmente inapropiado de afecto maternal, se desvanecía poco a poco. Le faltaba enfrentarse a ese misterio de voz tranquila.
—Sí, pero no sabemos qué es exactamente. Tenemos que descubrirlo. Pero quiero que pienses esto. La mitad de mis genes están en tu cuerpo y mi genoma del yo está muy preprogramado por la evolución para buscar a sus copias. La otra mitad es copia del hombre al que más admiro en todos los mundos y todos los tiempos, así que me interesas dos veces. La combinación artística de los dos, digamos, me llama la atención. Mucho.
Esto parecía tener sentido, era lógico y no había ninguna amenaza. Mark se dio cuenta de que se le estaba asentando el estómago, y por primera vez desde la órbita planetaria tuvo hambre.
—Pero lo que haya entre tú y yo no tiene nada que ver con lo que haya entre tú y Barrayar. Eso es departamento de Aral, y él va a tener que hablar por sí mismo. Todo está sin decidir excepto una cosa. Mientras estés aquí, eres tú mismo, Mark, el hermano gemelo de Miles, seis años menor que él, y no una imitación o un sustituto. Así que cuanto más consigas establecer una imagen distinta de la de Miles, desde el principio, tanto mejor.