Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (38 page)

BOOK: Danza de espejos
9.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Bueno, no hay duda de que vas a llamar la atención —suspiró ella—. Cuenta con eso. —Levantó un pequeño bolso de seda marrón con el logotipo de los Vorkosigan bordado en plata a un lado y se lo entregó a Mark. Las monedas de oro que tenía dentro hacían un ruido interesante—. Cuando le presentes eso a Gregor en la ceremonia de impuestos de esta noche como sustituto de Aral, le estaremos diciendo a todos que te consideramos hijo legítimo… y que tú aceptas. Hay muchos pasos más… después…

Y al final de todos esos pasos… ¿ser conde? Mark frunció el ceño.

—Sean cuales fueren tus sentimientos… sea cual sea el resultado de esta crisis… que no te vean temblar —aconsejó la condesa—. Está en la mente, este sistema Vor. La convicción es contagiosa. Y la duda también.

—¿Usted considera que el sistema Vor es una ilusión? —preguntó Mark.

—Antes sí. Ahora lo llamaría una creación y diría que, como cualquier cosa viva, hay que recrearlo continuamente. Vi al sistema de Barrayar en todas sus cualidades: lo vi torpe, hermoso, corrupto, estúpido, honorable, frustrante, loco y sorprendente. Alguna vez, me quedé sin aliento mirándolo. Es un sistema que consigue que se haga la mayor parte del trabajo de gobierno durante la mayor parte del tiempo, lo cual es aproximadamente el término medio para cualquier sistema.

—Entonces… ¿lo aprueba o no? —preguntó él, intrigado.

—No… no estoy segura de que mi aprobación tenga importancia. El Imperio es como una sinfonía muy grande y muy inconexa, compuesta por un comité. A lo largo de un período de trescientos años. Tocada por una banda de aficionados voluntarios. Tiene una enorme inercia y es fundamentalmente frágil. No deja de cambiar y no es imposible cambiarla. Pero puede aplastarte como un elefante ciego.

—Qué idea tan alentadora.

Ella sonrió.

—Esta noche no te estamos lanzando totalmente solo hacia lo desconocido. Ivan y tu tía Alys van a estar allí, y los jóvenes lord y lady Vortala. Y los otros que conociste aquí en las últimas semanas.

Fruto de esas horrorosas fiestas privadas. Desde antes del colapso del conde, había habido un desfile de visitantes selectos en la Casa Vorkosigan. Venían a conocerlo. La condesa Cordelia había insistido en seguir adelante a pesar de la crisis médica, que ya cumplía una semana. Todo como preparativo general para esa noche.

—Supongo que todos van a preguntar por el estado de Aral —agregó la condesa.

—¿Y qué les digo?

—La verdad desnuda es siempre más fácil de recordar. Aral está en el Hospital Militar esperando que crezca un corazón para recibirlo en trasplante, y portándose muy mal como paciente. Su médico amenaza con atarlo a la cama o renunciar si no le hace caso. No tienes por qué dar todos los detalles médicos.

Detalles que revelarían hasta qué punto estaba en peligro el Primer Ministro. Bastante.

—¿Y si me preguntan por Miles?

—Tarde o temprano… —Ella respiró hondo—. Tarde o temprano, si SegImp no encuentra el cuerpo, tendrá que hacerse una declaración formal de muerte. Mientras Aral viva, preferiría que fuera tarde y no pronto. Todos creen, salvo los más altos escalones de SegImp, el Emperador Gregor y algunos funcionarios de gobierno, que Miles es simplemente un funcionario de correos de SegImp, de rango modesto además. Si decimos que está en una misión fuera del planeta, estamos diciendo la verdad. La mayoría de los que pregunten por él estarán dispuesto a aceptar que SegImp no te confió la información sobre dónde lo mandó SegImp ni por cuánto tiempo.

—Galen dijo una vez… —empezó a decir Mark y se detuvo.

La condesa le dirigió una mirada tranquila.

—¿Piensas mucho en Galen esta noche?

—Creo que sí —admitió Mark—. Él me entrenó para esto, sí. Hicimos todas las ceremonias centrales del Imperio porque él no sabía en qué momento del año iba a dejarme aquí. El Cumpleaños del Emperador, la Revista de Mediados de Verano, la Feria de Invierno… todas. No puedo hacer esto y no pensar en él y en lo mucho que odiaba al Imperio.

—Tenía sus razones.

—Dijo… dijo que el almirante Vorkosigan era un asesino.

La condesa suspiró y volvió a sentarse.

—¿Sí?

—¿Lo fue?

—Tú ya lo conoces. ¿Qué piensas?

—Lady…
yo también
soy un asesino. Y no lo sé.

Los ojos de ella se aguzaron.

—Bien dicho. Bueno. Su carrera militar fue larga y compleja… y sangrienta… y es vox populi, además. Pero supongo que a Galen le interesaba sobre todo la Masacre del Solsticio, en la que murió su hermana Rebeca.

Mark asintió, sin decir nada.

—El que ordenó esa atrocidad fue el Funcionario Político de la expedición barrayarana, no Aral. Aral lo ejecutó con sus propias manos cuando lo descubrió. Sin la formalidad de un juicio militar, por desgracia. Así que puede eludir una de las acusaciones, pero no las dos. Podría decirte que sí. Es un asesino.

—Galen dijo que eso fue para tapar la evidencia. Que había habido una orden verbal y sólo el Funcionario Político lo sabía.

—¿Y cómo lo sabía Galen? Aral dice que no fue así. Yo creo a Aral.

—Galen dijo que era un torturador.

—¡No! —dijo la condesa con firmeza. Un no rotundo—. Esos eran Ges Vorrutyer y el príncipe Serg. Esa facción está extinguida. —Sonrió levemente.

—Un loco.

—Nadie está cuerdo en Barrayar. No si los juzgamos como betaneses. —Lo miró, divertida—. Tú y yo tampoco estamos cuerdos, claro.

Especialmente yo
. Él respiró hondo.

—Un sodomita.

Ella inclinó la cabeza.

—¿Eso es importante… para ti?

—Fue… importante en el condicionamiento que me hizo Galen.

—Lo sé.

—¿En serio? Mierda… —¿Qué? ¿Era él de vidrio para esa gente? ¿Un drama interno visible para diversión de todos? Pero claro, la condesa no parecía divertida—. Un informe de SegImp, naturalmente —dijo con amargura.

—Le dieron pentarrápida a uno de los subordinados supervivientes de Galen. Un hombre que se llamaba Lars. No sé si el nombre significa algo para ti.

—Sí significa.

Apretó los dientes. No tenía ni la más leve oportunidad de conservar su dignidad humana, no le habían dejado ni un jirón.

—Además de a Galen, ¿te importa a ti la inclinación privada de Aral?

—No lo sé. La verdad importa.

—Cierto. Bueno, en realidad… yo creo que él es bisexual, pero inconscientemente siente más atracción hacia los hombres que hacia las mujeres. O más bien… hacia los soldados. No hacia todos los hombres, eso no lo creo. Yo, para los barrayaranos, soy hombruna… bastante extrema por cierto y por eso fui la solución a sus problemas. La primera vez que me vio, fue en medio de un encuentro armado bastante horrible y llevaba uniforme. Él pensó que era amor a primera vista. Yo nunca me preocupé por explicarle que para él fue una compulsión. —Torció los labios.

—¿Por qué no? ¿O es que él fue una compulsión para usted también?

—No… a mí me llevó… bueno, cuatro o cinco días quedar totalmente a su merced. Tres días, por lo menos. —La condesa tenía los ojos brillantes de recuerdos—. Ojalá lo hubieras visto entonces, cuando tenía cuarenta. En la plenitud.

Mark había oído cómo la condesa le hacía la disección en esa misma biblioteca. Había algo extrañamente consolador en el hecho de que su escalpelo no estuviera reservado solamente para él.
No soy yo. Es algo que le hace a todo el mundo. Ay

—Usted es… muy directa, señora. ¿Qué pensaba Miles de esto?

Ella frunció el ceño, pensativa.

—Nunca me preguntó nada. Posiblemente ese período desdichado de la juventud de Aral le llegó a los oídos en medio de las habladurías despectivas de los enemigos políticos de Aral y pensó que era mentira.

—¿Por qué me lo dice a mí?

—Porque me lo has preguntado. Eres adulto ya… Y además… tienes más necesidad de saber. Por Galen. Si las cosas van a marchar bien entre tú y Aral, tu visión de él no debería ser ni falsamente exaltada ni falsamente despectiva. Aral es un gran hombre. Te lo digo yo, que soy betana; pero no confundo grandeza con perfección. Y además, ser grande es… el mayor de los logros. —Le dedicó una sonrisa torcida—. Eso debería darte esperanzas…

—Uf… bloquearme las rutas de escape, querrá usted decir. ¿No está diciendo que no importa lo mal que yo esté, usted seguirá esperando que yo hiciera maravillas? —
Sorprendente. Terrible
.

Ella lo pensó.

—Sí —dijo con serenidad después de un momento—. En realidad, como nadie es perfecto, eso significa que los grandes hechos se lograron a partir de la imperfección. Pero se lograron de todos modos…

No era sólo su padre el que había vuelto loco a Miles, pensó Mark.

—Nunca he oído que usted se analizara a sí misma, señora —dijo con amargura. Sí, ¿quién afeita al barbero?

—¿A mí? —Sonrió con tristeza—. Yo soy una tonta, muchacho.

Evadía la pregunta, ¿o no?

—¿Una tonta enamorada? —dijo él sin darle importancia, haciendo un esfuerzo por escapar de la súbita incomodidad que había causado con su pregunta.

—Y otras cosas. —Su mirada era fría.

Un crepúsculo húmedo, cubría ya la ciudad como un manto cuando Mark y la condesa llegaron a la Residencia Imperial. Un Pym de espléndido uniforme y lamentablemente acicalado conducía el coche de superficie. Otra media docena de hombres del conde los acompañaba en otro vehículo, más como guardias de honor que como guardaespaldas, pensaba Mark; parecían estar ansiosos por ir a la fiesta. Cuando se lo comentó a la condesa, ella le explicó:

—Sí, para ellos es más una noche libre que otra cosa. SegImp tiene la residencia bien rodeada. Hay toda una sociedad paralela de sirvientes en estas cosas… y he sabido de soldados totalmente desconocidos que atraen la atención de alguna Vor joven y se casan y ascienden en la escala social, siempre que tengan buenas carreras militares.

Llegaron a la Residencia, que recordaba arquitectónicamente a la Casa Vor pero multiplicada por ocho. Se apresuraron a salir de la niebla espesa hacia el interior tibio, iluminado y brillante. Mark se encontró con la condesa cogida formalmente de su brazo izquierdo, lo cual era al mismo tiempo alarmante y tranquilizador. ¿Qué era él, un apéndice o una escolta? Fuera lo que fuese, metió la barriga y trató de enderezar la espalda lo más posible.

Se asustó cuando la primera persona a quien vieron en el vestíbulo fue Simon Illyan. El jefe de seguridad estaba vestido con el uniforme de desfile imperial, rojo y azul, lo cual no le hacía pasar desapercibido, por cierto, a pesar de su delgadez, aunque tal vez había suficientes rojos y azules como para que él desapareciera. Pero claro, Illyan llevaba armas letales en la cintura, un arco de plasma y un destructor nervioso, en bandoleras que parecían muy usadas, y no las espadas romas de ceremonia de los militares Vor. Un micrófono enorme brillaba en su oreja derecha.

—Señora —dijo Illyan, haciendo un gesto con la cabeza, y los llevó aparte —: Cuando lo vio usted esta tarde —preguntó en voz baja a la condesa—, ¿cómo estaba?

En ese contexto, no había necesidad de especificar a quién se refería. La condesa miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie los escuchaba.

—No lo vi bien, Simon. Tiene mal color, está edematoso y pierde fácilmente el hilo de la conversación. Eso me asusta más que todo lo demás junto. El cirujano quiere ahorrarle el doble esfuerzo de tener un corazón mecánico un tiempo mientras esperan que el orgánico llegue al tamaño deseado, pero tal vez no se pueda esperar. En cualquier momento podrían llevarlo al quirófano.

—¿Tengo que verlo o no? ¿Usted qué piensa?

—No. En cuanto entre por esa puerta, Simon, él se va a sentar para ponerse a trabajar. Y el esfuerzo de intentarlo no va a ser nada comparado con la frustración que puede sentir si fracasa. Eso sí que puede mandarlo al infierno. —Hizo una pausa—. A menos que usted entrara un momento para… digamos… darle una buena noticia.

Illyan meneó la cabeza, frustrado.

—Lo lamento.

Mark aprovechó el silencio que se produjo para decir:

—Pensé que usted estaba en Komarr, señor.

—Tuve que volver para esto. La Cena de Cumpleaños del Emperador es la pesadilla del año para Seguridad. Con una bomba, se pueden llevar prácticamente a todo el gobierno. Usted lo sabe. Yo estaba… bueno, viajando hacia aquí cuando llegaron las novedades de lo de Aral… la enfermedad, quiero decir. Me hubiera bajado para empujar si con ello hubiera hecho correr más a mi correo.

—Y… ¿qué pasa en Komarr? ¿Quién está supervisando la… la búsqueda?

—Un subordinado de mi confianza. Ahora que parece que lo que buscamos es un cadáver… —Illyan echó una mirada a la condesa y se cortó. Ella frunció el ceño, con expresión gris.

La búsqueda ya no es prioritaria
. Mark respiró hondo, inquieto.

—¿Cuántos agentes tiene revisando Jackson's Whole?

—Todos los que puedo dedicar a eso. Esta nueva crisis —un gesto con la cabeza indicó la peligrosa enfermedad del conde Vorkosigan —está acabando con mis recursos. ¿Tiene alguna idea de la agitación que, sólo en Cetaganda, va a producir el estado de salud del Primer Ministro?


¿Cuántos?
—La voz de Mark había salido demasiado alta y chillona pero por lo menos la condesa no hizo ningún movimiento para detenerlo. Lo miró interesada y tranquila.

—Lord Mark, todavía no está usted en posición de pedir ni exigir una auditoría de las disposiciones más secretas de SegImp.

¿Todavía? Nunca, sin duda.

—Pregunto, señor. Pero usted no puede afirmar que esta operación no sea de mi incumbencia.

Illyan hizo un gesto ambiguo con la cabeza, sin comprometerse. Se tocó el micrófono en la oreja, pareció abstraído unos instantes y luego hizo un saludo militar para despedirse de la condesa.

—Lo lamento, tengo que irme, señora.

—Diviértase.

—Usted también. —Su mueca irónica respondía la ironía de la de ella.

Mark escoltó a la condesa escaleras arriba hacia una enorme sala de recepción llena de espejos de un lado y altas ventanas del otro. Un mayordomo de pie frente a las puertas abiertas de par en par los anunciaba por título y nombre con voz amplificada.

La primera impresión de Mark fue una mancha sin cara, una mancha ominosa de formas coloridas, como un jardín de plantas carnívoras. Un arco iris de uniformes de las casas Vor, salpicado con muchos rojos y azules de desfile, colores que apagaban los vestidos de las damas. La mayor parte de los presentes estaba de pie en grupos pequeños que cambiaban todo el tiempo y se movían en charla constante; algunos se habían sentado en elegante sillones junto a las paredes, formando sus propios corrillos. Los sirvientes se movían con suavidad entre todos, ofreciendo bandejas de comida y bebida. En su mayor parte eran sirvientes. Los jóvenes en buen estado físico enfundados en el uniforme del personal de la casa eran sin duda agentes de SegImp. Los hombres un poco mayores, de aspecto ceñudo, con uniformes Vorbarra que cuidaban las salidas eran guardaespaldas del Emperador.

BOOK: Danza de espejos
9.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hidden Crimes by Emma Holly
A Death in Summer by Black, Benjamin
Glitch by Heather Anastasiu
Peace World by Steven L. Hawk
Wildfire at Dawn by M. L. Buchman
Cat Telling Tales by Shirley Rousseau Murphy