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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (42 page)

BOOK: Danza de espejos
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—¿Quieres un trago? —le ofreció Ivan tras una larga pausa.

—Mmm… bueno.

—Entra y bebamos.

Mark se agachó para entrar y dejó que sus ojos se ajustaran a la penumbra. El banco de piedra acostumbrado e Ivan, como una sombra sentada. Ivan sacó la botella brillante y Mark acercó el vaso. Descubrió demasiado tarde que Ivan no estaba bebiendo vino sino más bien una especie de coñac. El cóctel accidental tenía mal gusto. Mark se sentó en los escalones, apoyó la espalda contra la piedra y puso el vaso a un costado. Ivan ya había dejado de lado esa formalidad: bebía de la botella.

—¿Vas a poder volver a tu coche? —preguntó Mark, que no estaba seguro de ello.

—No pienso hacerlo. El personal de la Residencia me va a llevar por la mañana, cuando recojan el resto de la basura.

—Ah. —La visión nocturna de Mark seguía mejorando. Ahora veía los dibujos brillantes del uniforme de Ivan y el resplandor de las botas bien lustradas. Los reflejos de sus ojos. La luz de las huellas de la humedad sobre las mejillas—. Ivan, ¿estás… —Mark se mordió la lengua para no decir
llorando
y lo cambió a —: bien?

—Bueno —afirmó Ivan—, he decidido pillar una buena borrachera.

—Me doy cuenta. ¿Por qué?

—Nunca lo había hecho en el Cumpleaños del Emperador. Es como un desafío tradicional… como acostarse con alguien.

—¿La gente lo hace?

—A veces. Para demostrar que son capaces.

—Qué interesante para SegImp.

Ivan soltó una risita.

—Cierto.

—¿Y quién te desafió?

—Nadie.

Mark sintió que se estaba quedando sin preguntas más rápidamente de lo que Ivan se quedaba sin palabras con las que contestarle. Pero de pronto:

—Miles y yo —dijo Ivan en la oscuridad —sobrevivíamos a esta fiesta juntos, casi todos los años. Me sorprende… lo mucho que extraño los comentarios burlones y políticos de ese sátrapa. Me hacía reír. —Ivan soltó una risa hueca, nada alegre, y de pronto dejó de hacerlo, bruscamente.

—Te han contado lo de la crío-cámara vacía, ¿verdad?

—Sí.

—¿Cuándo?

—Hace un par de días, creo. He estado pensando desde entonces. No es bueno.

—No. —Mark dudó. Ivan temblaba en la oscuridad—. ¿No quieres… irte a casa, a dormir? —
Yo sí
.

—Nunca llegaría hasta arriba —se encogió de hombros Ivan.

—Te doy una mano… O un hombro…

—… De acuerdo.

Tras no poco esfuerzo consiguió arrastrar a Ivan hasta ponerlo de pie y navegar con él por el jardín inclinado. Mark nunca supo cuál de los ángeles de la guarda de SegImp pasó la voz, pero la que los recibió arriba no fue la madre de Ivan sino su tía.

—Está… —Mark no estaba seguro de qué decir. Ivan miraba a su alrededor con ojos empañados.

—Ya veo —dijo la condesa.

—¿Podemos mandar a un hombre con él a su casa? —Ivan se dejaba ir, y a Mark empezaron a dolerle las rodillas—. Mejor dos.

—Sí —dijo ella y tocó un elegante comu que tenía en el pecho—. ¿Pym…?

Cuando le quitaron a Ivan de las manos, Mark suspiró de alivio. El alivio se convirtió en gratitud cuando la condesa comentó que ya era tiempo de que ellos también se fueran. Unos minutos después, Pym trajo el coche de superficie a la entrada y esa noche terminó el terror.

La condesa apenas habló mucho en el viaje hacia la Casa Vorkosigan. Se reclinó en el asiento y cerró los ojos, exhausta. No preguntó nada.

En el vestíbulo blanco y negro, le entregó la capa a una criada y se alejó hacia la izquierda, rumbo a la biblioteca.

—Discúlpame, Mark. Voy a llamar al Militar.

Parecía muy cansada.

—Seguramente la habrían llamado, señora, si se hubiera producido algún cambio en el estado del conde.

—Voy a llamar al Militar —dijo ella con voz firme. Tenía los ojos hinchados—. Vete a dormir, Mark.

Él no discutió. Subió las escaleras arrastrando los pies hacia el corredor de su dormitorio.

Se detuvo en la puerta. Era muy tarde. El vestíbulo estaba desierto. El silencio de la gran casa le oprimía los oídos. En un impulso, se volvió y caminó por el pasillo hacia la habitación de Miles y se detuvo ante la puerta. No se había atrevido a entrar en todas sus semanas que llevaba en Barrayar. No lo habían invitado. Probó la manija antigua. No. No estaba cerrada con llave.

Entró, dudando, y encendió las luces con la voz. Era un dormitorio grande, dada la antigua arquitectura de la casa. Una antecámara adyacente, que alguna vez había servido para sirvientes personales, se había convertido en un baño privado. A primera vista, la habitación parecía casi desnuda, limpia y ordenada. Seguramente todos los numerosos materiales de la infancia habían terminado metidos en cajas en un desván en medio de un arranque de madurez. Seguramente los desvanes de la Casa Vorkosigan eran asombrosos para cualquiera.

Sin embargo, allí, en esa pieza, quedaba un rastro de la personalidad de su dueño. Mark caminó despacio por ella con las manos en los bolsillos, como si visitara un museo.

Las pocas cosas que quedaban tendían a recordar éxitos, lo cual era razonable. El diploma de Miles en la Academia de Servicio Imperial, y su graduación de oficial, algo normal, aunque Mark se preguntó por qué Miles había enmarcado también un manual de clima estándar del Servicio, viejo y manoseado, y lo había colocado entre los dos títulos. Una caja de viejos premios de gimkhana de la primera juventud parecía a punto de ir a parar al desván con lo demás. La mitad de la pared estaba dedicada a una colección imponente de libros y vídeos, miles de títulos. ¿Cuántos habría leído Miles realmente? Curioso, Mark cogió el visor de mano de su gancho en la pared y probó tres discos al azar. Los tres tenían algunas notas en los márgenes de las cajas, huellas de los pensamientos de Miles. Mark abandonó la revisión y siguió adelante.

Un objeto que conocía personalmente: una daga con mango de
cloisonné
, que Miles había heredado del viejo general Piotr. Se atrevió a tocarla y probar el peso y el filo. ¿Cuándo había dejado Miles de llevarla consigo en los dos últimos años? ¿Cuándo había tomado la sabia decisión de guardarla a salvo, en la casa? Mark la volvió a poner en su vaina con cuidado.

Uno de los objetos que colgaba de la pared era irónico, personal y obvio: una vieja muleta de metal para las piernas, cruzada como en un museo, con una vieja espada Vor. Mitad broma, mitad desafío. Obsoletos ambos. Una reproducción fotónica barata de una página de un libro antiguo montada en un marco de plata terriblemente caro. El texto estaba fuera de contexto pero parecía ser algún tipo de bla bla bla pre-Salto, todo sobre peregrinos y una colina y una ciudad en las nubes. Mark no estaba seguro de qué se trataba todo aquello; nadie había acusado a Miles de ser del tipo religioso. Pero era evidente que era algo importante para él.

Algunas de estas cosas no son premios
, se dio cuenta Mark.
Son lecciones
.

Había una caja de holovídeo sobre la mesa de noche. Mark se sentó y la activó. Esperaba ver la cara de Elli Quinn pero el primer videorretrato que apareció fue el de un hombre alto, furioso, extraordinariamente feo, vestido con el uniforme de los soldados de los Vorkosigan. El sargento Bothari, padre de Elena. Mark siguió adelante. Después venía Quinn, luego Bothari-Jesek. Sus padres, por supuesto. El caballo de Ivan, Gregor, y después de eso, un desfile de formas y caras. Mark pasó las imágenes rápidamente. Había por lo menos un tercio de personas que no reconocía. Después de la cara número cincuenta, dejó de mirar.

Se frotó los ojos, cansados.
No es un hombre, es una multitud
. Correcto. Se quedó sentado, inclinado, afligido, la cara entre las manos, los codos sobre las rodillas.
No, yo no soy Miles
.

La comuconsola de Miles era de las que se cuidan con claves de seguridad, no menor que la del conde en la biblioteca. Mark caminó hasta ella y la examinó con la vista: tenía las manos metidas en los bolsillos de los pantalones. Las puntas de los dedos recorrían los bordes de las flores deshechas de Kareen Koudelka.

Las sacó y las colocó sobre su palma. En un arrebato de frustración, aplastó las que quedaban enteras con la otra mano y las arrojó al suelo. Menos de medio minuto después estaba a cuatro patas recogiendo lo poco que quedaba en la alfombra.
Seguramente estoy loco
. Se sentó sobre las rodillas en el suelo y empezó a llorar.

A diferencia de lo que le había pasado al pobre Ivan, nadie interrumpió su sufrimiento. Él se sintió profundamente agradecido por eso. Envió una disculpa mental a su primo Vorpatril.
Lo lamento, lo lamento
… aunque seguramente por la mañana Ivan ni siquiera recordaría su intrusión. Trató de controlar su respiración. Le dolía terriblemente la cabeza.

Los diez minutos que se había retrasado en Bharaputra habían hecho la diferencia. Si hubiera sido diez minutos más rápido, los Dendarii habrían vuelto al transbordador antes de que lo volaran los de Bharaputra y todo se habría desarrollado en otro tipo de futuro. Había miles de intervalos de diez minutos en su vida, sin marcas y sin efecto. Pero con esos diez minutos había bastado para transformar a Mark de promesa de héroe en escoria permanente. Y ya no podría recuperarlos.

¿Sería eso el don del comandante: reconocer los minutos críticos, separarlos de la masa de momentos semejantes, incluso en medio del caos? ¿Arriesgarlo todo para aferrarse a ellos, los minutos dorados? Miles había tenido el don de saber cuándo hacer las cosas, lo había tenido en un grado extraordinario. Por ese don lo seguían los hombres y las mujeres; por él, ponían en él toda su fe, toda su confianza.

Excepto una vez. Una sola vez le había fallado ese manejo del tiempo…

No. Él había estado gritándoles que se apresuraran. Su manejo del tiempo había sido exacto. Miles se había retrasado por los atrasos de otros.

Mark se puso de pie trabajosamente, se lavó la cara en el baño y volvió a sentarse en el asiento de la comuconsola. La primera capa de seguridad era una llave de palma. A la máquina no le terminó de gustar el dibujo de la palma de Mark; los depósitos subcutáneos de grasa y el crecimiento del hueso estaban empezando a distorsionar el esquema, a volverlo irreconocible. Pero no totalmente, no del todo; en el cuarto intento, la máquina leyó otra cosa y le abrió los archivos. La siguiente capa de seguridad requería códigos y accesos que él no conocía, pero por ahora no necesitaba más que la capa superior; un canal de comu privado, aunque no fuera absolutamente seguro, con SegImp.

La máquina de SegImp lo pasó a un recepcionista humano casi inmediatamente.

—Mi nombre es lord Mark Vorkosigan —le dijo al cabo de guardia cuya cara veía en la placa de vídeo—. Quiero hablar con Simon Illyan. Supongo que todavía está en la Residencia Imperial.

—¿Se trata de una emergencia, señor? —preguntó el cabo.

—Para mí lo es —gruñó Mark.

Fuera cual fuese la opinión del cabo al respecto, pasó la comunicación. Mark insistió a través de dos capas más de subordinados antes de que se materializara la cara agotada del jefe de SegImp.

—Capitán Illyan —tragó saliva Mark.

—Lord Mark, ¿qué sucede? —dijo Illyan con cansancio. Aquél había sido un día largo también para SegImp.

—Esta noche he tenido una conversación interesante con cierto capitán Vorventa.

—Lo sé. Usted le dirigió algunas amenazas no demasiado indirectas.

Y Mark que había pensado que el sirviente-guardia de SegImp estaba ahí para protegerlo a
él
… ah, bueno…

—Permítame una pregunta, señor: ¿el capitán Vorventa está en la lista de los que saben lo de Miles?

Los ojos de Illyan se pusieron alerta.

—No.

—Él lo sabe.

—Eso… eso es interesante.

—¿Le ayuda saberlo?

Illyan suspiró.

—Me da otro dolor de cabeza, otra preocupación. ¿Dónde está la fuga de información? Ahora voy a tener que averiguarlo.

—Pero… mejor saber que no saber.

—Ah, sí, sí.

—¿Puedo pedirle un favor a cambio?

—Tal vez —Illyan no se comprometía en absoluto—. ¿Qué tipo de favor?

—Quiero entrar.

—¿Qué?

—Quiero participar. En la búsqueda de Miles. Quiero revisar los informes. Después de eso, no sé. Pero no puedo quedarme sentado esperando en la oscuridad.

Illyan lo miró con recelo.

—No —dijo por fin—. No voy a dejarlo suelto para que se pasee por mis archivos secretos como un elefante en una cacharrería. Buenas noches, lord Mark.

—¡Un momento, señor! Usted se queja de falta de personal. No puede rechazar un voluntario.

—¿Qué cree que puede hacer por nosotros, lord Mark, que no haya hecho SegImp? —gruñó Illyan.

—La cuestión, señor, es que SegImp no ha hecho nada. No han encontrado a Miles. No puedo ser peor que eso.

No lo había dicho con la diplomacia que exigía el caso. Se dio cuenta cuando vio la cara furiosa de Illyan.

—Buenas noches, lord Mark —repitió Illyan entre dientes y cortó la comunicación.

Mark se quedó inmóvil en el asiento de Miles. La casa estaba tan en silencio que el sonido más fuerte era el pulso de su sangre en los oídos. Se dio cuenta de que tendría que haberle demostrado a Illyan lo inteligente que había sido. Haberle contado que había entendido las revelaciones de Vorventa pero no había dejado que el capitán sospechara que él sabía que el capitán sabía. La investigación de Illyan podía tomar al hombre o mujer de la fuga por sorpresa.
¿No vale nada de eso? No soy tan estúpido como usted cree
.

Y tú tampoco eres tan inteligente como yo creí que eras, Illyan. No eres… perfecto
. Eso era perturbador. Había esperado que SegImp fuera… perfecta: esa idea había sido un ancla para su mundo. Y Miles, perfecto. Y el conde y la condesa. Todos perfectos, todos inmortales. Imposible asesinarlos. Todos de goma. El único dolor verdadero, el suyo.

Pensó en Ivan, llorando en las sombras. En el conde, muriéndose en los bosques. La condesa había mantenido la máscara indemne más que los demás. Tenía que hacerlo: tenía más que esconder. Miles mismo, el hombre que se había creado otra personalidad para escapar a…

El problema, decidió Mark, era que él había tratado de ser Miles Vorkosigan. Ni siquiera Miles hacía de Miles de esa forma. Contaba con todo un equipo de apoyo. Un equipo de miles de personas.
Con toda la razón nunca puedo alcanzarlo
.

BOOK: Danza de espejos
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