Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (9 page)

BOOK: Danza de espejos
5.69Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La mano derecha se le hizo un puño, pero volvió a extenderla.

—Tal vez no. Los chicos… tienen su propia cultura. Una cultura que va de boca en boca año tras año. Hay rumores. Historias del hombre de la bolsa. Dudas. Ya te he dicho que no son estúpidos. Los adultos que los manejan tratan de acabar con las historias, de burlarse de ellas o de mezclarlas con mentiras. —Pero a él no le habían engañado. Claro que él había vivido en el criadero más que el promedio. Había tenido tiempo de ver ir y venir a más clones, tiempo de oír repetirse las historias, de que se duplicaran las seudobiografías. Tiempo para que se acumularan los pequeños errores y deslices de los guardias—. Si todo está igual… —
Si todo está igual a como era cuando yo vivía ahí
… había estado a punto de decir—. Debería poder persuadirlos. Déjame eso a mí.

—Con mucho gusto. —Thorne metió una silla de consola en sus ganchos cerca de la de él y escribió rápidamente algunas notas sobre logística y ángulo de ataque, hombres de punta y refuerzos mientras trazaba rutas en proyección sobre los edificios—. ¿Dos dormitorios? —señaló con curiosidad. Llevaba las uñas cortas.

—Sí. Los chicos están segregados, separados de las chicas. Se presta atención a eso. Las mujeres, generalmente mujeres, como clientes, quieren despertarse en un cuerpo con el sello de la virginidad.

—Ya veo. Bueno. Llegamos a esos chicos, los cargamos, por milagro, antes de que lleguen los de Bharaputra…

—La velocidad es esencial, sí.

—Como siempre. Pero en cuanto tengamos un problema, por leve que sea, los bharaputranos estarán sobre nosotros. A diferencia de lo que pasó en Marilac o en Dagoola, donde tuviste semanas y semanas para entrenarlos en procedimientos de carga de transbordadores. ¿Y qué pasa si tenemos obstáculos, si hay problemas?

—Una vez que carguemos los clones en el transbordador, serán
nuestros
rehenes. No van a dispararnos fuego letal, te lo aseguro. Mientras confíen en rescatar la inversión, no intentarán arriesgarla.

—Sí, pero en cuanto vean que no hay esperanzas, tratarán de vengarse para que no haya imitadores.

—Cierto. Debemos sembrar la duda en sus mentes.

—Entonces, si llegamos al transbordador y lo ponemos en el aire, el siguiente paso de Bharaputra será tratar de poner el
Ariel
en órbita antes de que lleguemos. Para cortarnos la huida.

—Velocidad —repitió él, empecinado.

—Contingencias, Miles querido. Despierta. En general no tengo que sacudirte el cerebro por la mañana… ¿Quieres más té? ¿No? Sugiero que si sufrimos algún retraso abajo, el
Ariel
se refugie en la estación Fell y nos reencontremos con él allí.

—¿En la estación Fell? ¿La orbital? —dudó él—. ¿Por qué?

—El barón Fell sigue en estadio de odio mortal contra Bharaputra y Ryoval, ¿no es cierto?

Política intestina de las Casas de Jackson: no estaba tan al corriente de eso como hubiera debido estar. Ni siquiera había pensado en buscar un aliado en las otras Casas. Todos eran criminales, malvados, se toleraban unos a otros o se saboteaban continuamente. Esquemas de poder que cambiaban todo el tiempo. Y ahí estaba Ryoval de nuevo. ¿Por qué? Se refugió en otro gesto anodino.

—Quedar atrapados en la estación Fell con cincuenta clones jóvenes mientras Bharaputra negocia para controlar las estaciones de salto… no creo que eso mejorara nuestra posición. En Jackson no se puede confiar en nadie. Me parece que la mejor estrategia es correr y saltar lo más rápidamente posible.

—Bharaputra no puede negociar en la Estación de Salto Cinco. Es de Fell.

—Sí, pero yo quiero volver a Escobar. Los clones pueden encontrar asilo allí.

—Mira, Miles, por esta ruta el salto está dominado por un consorcio cuya cabeza es Bharaputra. Si lo intentamos por el mismo camino, no vamos a poder salir, a menos, claro está, que tengas algo en la manga… ¿Lo tienes? ¿No? Entonces sugiero una ruta de escape a través de la Estación de Salto Cinco.

—¿Fell te parece un aliado fiable? —preguntó con cautela.

—No, en absoluto. Pero es enemigo de nuestros enemigos. En este viaje.

—Pero el salto desde la Cinco lleva a Hegen Hub. No podemos saltar a territorio cetagandano. La única otra ruta posible desde Hegen Hub es Komarr vía Pol.

—Sí, cierto, larga, pero mucho más segura.

¡No para mí! ¡Ése es el maldito imperio de Barrayar!
Tragó saliva en un aullido interno.

—Del Centro Hegen a Pol a Komarr a Sergyar y luego de vuelta a Escobar —recitó Thorne, contento—. Realmente podría resultar. —Tomó más notas, inclinado sobre la comuconsola, con el camisón flotando, brillante, bajo las dulces luces del vídeo. Luego puso los codos contra la consola y el mentón en las manos, los pechos comprimidos, cambiantes bajo el leve tejido. La expresión se hizo introspectiva. Levantó la vista de nuevo con una sonrisa extraña, triste.

—¿Alguna vez ha escapado algún clon? —preguntó con suavidad.

—No —contestó él con rapidez, automáticamente.

—Excepto el tuyo, claro está.

Un peligroso giro en la conversación.

—Mi clon no escapó. Lo sacaron los que lo compraron. —¿Qué vida hubiera llevado si se hubiera escapado?

—Cincuenta chicos —suspiró Thorne—. ¿Sabes? Realmente apruebo esta misión… —Y esperó, mirándolo con ojos brillantes, agudos.

Muy incómodo, evitó una idiotez como
gracias
, pero descubrió que no tenía otra cosa que decir, y el silencio se prolongó.

—Supongo —dijo Thorne después del silencio demasiado largo —que sería difícil confiar en otra persona para alguien criado en ese medio. Confiar realmente, quiero decir. En la palabra de alguien, por ejemplo. En la buena voluntad.

—Supongo… —¿Era una conversación casual o algo siniestro? Una trampa…

Thorne se inclinó sobre la silla con una sonrisa extraña y misteriosa en los labios, lo cogió de la barbilla con una mano delgada pero fuerte y lo besó.

Él no sabía si debía responder o retroceder, de modo que se refugió en una parálisis aterrorizada, los ojos fijos. La boca de Thorne era tibia, sedosa y perfumada y tenía gusto a té y bergamota. ¿Acaso Naismith se estaba follando a… a eso… también? Y si la respuesta era sí, ¿quién le hacía qué a quién? ¿O se turnaban? ¿Y sería tan malo en realidad? Su terror se alivió con un innegable principio de excitación.
Me parece que yo sería capaz de morir por el roce más leve de una mano amante
. Estaba solo, solo desde siempre.

Thorne se separó por fin de él, para su alivio, aunque sólo unos centímetros, sin soltarle el mentón. Después de un momento de pesado silencio, suspiró.

—Supongo que no debería hacer estas bromas contigo. —La sonrisa se tornó extraña—. Hay una cierta crueldad en ellas, considerando las circunstancias.

Lo soltó y se puso de pie; la languidez sensual había desaparecido de nuevo.

—Vuelvo en un minuto. —Y se fue hacia el baño, cerrando la puerta tras él.

Él se quedó sentado, confuso.
¿Qué diablos había sido todo eso?
Y en otra parte de su mente:
Si quieres puedes perder la virginidad en este viaje. ¿Cuánto te apuestas?
y en otra:
¡No! ¡Con esa cosa no!

¿Habría sido una prueba? Y si era una prueba, ¿él la había pasado o había fracasado? Thorne no se había levantado para acusarlo no había llamado a los guardias. Tal vez estaba preparando el arresto en ese mismo instante, por una unión de comu desde el baño. A bordo de una nave pequeña en medio del espacio no había sitio al que escapar. Se apretó el torso con los brazos cruzados. Los descruzó con esfuerzo, puso las manos sobre la consola y ordenó a sus músculos que dejaran de contraerse.
Seguramente no van a matarme
. Lo llevarían de vuelta a la Flota y se lo entregarían a Naismith para que lo matara.

Pero ningún escuadrón de seguridad abrió la puerta y pronto volvió Thorne. Por fin, de punta en blanco en su uniforme. Sacó el cubo de datos de la comuconsola y cerró la palma sobre él.

—Bueno, voy a reunirme con la sargento Taura para planificarlo todo seriamente.

—Ah, sí, sí, ya es hora. —Él odiaba la idea de dejar el precioso cubo en manos de otros. Pero al parecer todavía era Naismith a los ojos de Thorne.

Thorne se mordió los labios.

—Ahora que ya es tiempo de informar a la tripulación, ¿no te parece que deberíamos poner al
Ariel
en silencio de comunicaciones?

Una idea sorprendente. Él hubiera tenido miedo de sugerirla por sospechosa. Tal vez no era tan inusual en caso de operaciones bajo identidades falsas. No tenía ni idea de cuándo debía volver el verdadero Naismith a la Flota Dendarii, pero como los mercenarios lo habían aceptado con tanta facilidad, suponía que lo esperaban. Había vivido los últimos tres días aterrorizado ante la idea de que llegaran órdenes súbitas por rayo-tensión y correo-salto. El verdadero almirante diciéndole al
Ariel
que volviera atrás.
Dame unos días más. Unos días más y puedo redimirlo todo
.

—Sí, hazlo.

—Muy bien, señor. —Thorne dudó—. ¿Cómo te sientes ahora? Todo el mundo sabe que esas miasmas tuyas duran semanas. Pero si descansas como corresponde, vas a volver a ser el de siempre para la misión. ¿Paso la voz de que te dejen tranquilo?

—Yo… sí, te lo agradecería mucho, Bel. —¡Qué suerte! —Pero mantenme informado, ¿de acuerdo?

—Ah, sí, sí. Cuenta conmigo. Es un ataque directo, excepto en el asunto de manipular a esos chicos y eso lo dejo a tu mayor experiencia.

—Correcto. —Con una sonrisa y un saludo alegre y militar, salió corriendo hacia la seguridad solitaria de su camarote. La combinación poderosa de alegría y dolor de cabeza hacía que se sintiera como flotando. Cuando la puerta se cerró tras él, cayó sobre la cama y se agarró a las sábanas para mantenerse en su sitio.
¡Va a pasar, es cierto, es cierto!

Más tarde, mientras leía diligentemente el diario de bitácora en la comuconsola de su camarote, encontró por fin los informes de la visita previa del
Ariel
a Jackson's Whole. Empezaban con detalles absolutamente aburridos sobre materiales, entradas de inventario con respecto a una carga de armas a recibir en la estación de transferencia de la Casa Fell. La voz de Thorne, sin preámbulo alguno hacía una entrada críptica: «Murka perdió al almirante. Está prisionero del barón Ryoval. Voy a hacer un trato con el diablo, sí, con Fell.»

Luego, informes sobre un viaje de emergencia en un transbordador de combate seguido por la partida abrupta del
Ariel
, que abandonaba la Estación Fell con sólo la mitad de carga. Esos hechos eran el preámbulo de dos conversaciones fascinantes, inexplicables, entre el almirante Naismith y el barón Ryoval, y luego entre el almirante y el barón Fell. Ryoval estaba furioso, enloquecido. Su cara hermosa escupía exóticas amenazas de muerte. Él estudió la cara contorsionada del barón con aprensión. Incluso en una sociedad que apreciaba la falta de escrúpulos, Ryoval era un hombre a quien se evitaba cuidadosamente. Otros jacksonianos daban un buen círculo a su alrededor como si fuera una zona minada. El almirante Naismith parecía haberse metido justo donde no debía.

Fell estaba más controlado, una furia fría. Como siempre, toda la información esencial, incluida la razón de la visita, se perdió en las órdenes verbales de Naismith. Pero él se las arregló para entender el hecho sorprendente de que la comando de casi tres metros, la sargento Taura, era un producto del laboratorio genético de la Casa Bharaputra, un prototipo de supersoldado fabricado por ingeniería genética.

Era como encontrarse por casualidad con alguien de la ciudad natal. En un extraño ataque de nostalgia, deseó ir a verla y comparar recuerdos. Evidentemente Naismith le había robado el corazón, o por lo menos la había robado a ella, aunque ésa no parecía ser la ofensa que había motivado la furia de Ryoval. Todo era bastante incomprensible.

Consiguió hacerse con una información importante y desagradable. El barón Fell era consumidor de clones, o lo sería algún día. Su viejo enemigo Ryoval, en una jugada de venganza había dispuesto que alguien asesinara al clon de Fell antes del trasplante, atrapando a Fell en su cuerpo envejecido. No había habido trasplantes, pero la intención estaba allí. A pesar de los planes de Bel Thorne en caso de dificultades, decidió que no tendría nada que ver con el barón Fell si podía evitarlo.

Suspiró hondo, cerró la comuconsola y volvió a practicar simulacros con el casco de comando, utilizando un programa de entrenamiento del fabricante que por suerte nadie se había tomado el trabajo de borrar de la memoria.
Voy a terminar con esto, sí, lo voy a conseguir. Como sea
.

4

—Señor, tampoco en este correo hay respuesta del
Ariel
—informó la teniente Hereld, disculpándose.

Miles apretó los puños en un gesto de frustración. Hizo un esfuerzo para relajar las manos a los costados de los pantalones pero la energía sólo fluyó a sus pies y empezó a caminar de pared a pared en la sala de Navegación y Comando del
Triumph
.

—Es el tercero… ¿tercero? ¿Repitió el mensaje con todos los correos?

—Sí, señor.

—Es la tercer vez que no contesta. Mierda, ¿qué le pasa a Bel?

La teniente Hereld se encogió de hombros sin saber cómo contestar a esa pregunta retórica.

Miles volvió a cruzar la habitación, con el ceño fruncido y feroz. Mierda con el retraso temporal. Él quería saber lo que estaba pasando
en ese mismo instante
. La comunicación por rayo-tensión cruzaba una región de espacio local a la velocidad de la luz, pero la única forma de conseguir información a través de un agujero de gusano era grabarla físicamente, ponerla en una nave de salto, y saltar con ella hasta la estación siguiente, donde se la mandaba por rayo hasta el siguiente agujero de gusano y allí volvía a saltar, siempre que tal servicio fuera económicamente rentable. En regiones de mucho tránsito de mensajes, los correos de ese tipo saltaban una vez cada media hora, o incluso con más frecuencia. Entre Escobar y Jackson's Whole había un horario de cuatro horas entre un correo y otro. Así que además del retraso que causaba el límite infranqueable de la velocidad de la luz, estaba ese otro retraso humano, arbitrario. A veces el retraso era provechoso para gente que practicaba complejos juegos con finanzas interestelares, tasas de cambio de moneda e inversiones a futuros. O para subordinados de mente independiente que querían ocultar información sobre sus actividades a oficiales superiores… Miles también lo había usado así algunas veces. Un par de preguntas de clarificación y las respuestas correspondientes podían comprar bastante tiempo, y en ese tiempo podían pasar cosas importantes. Por eso había mandado un mensaje en el que dejaba bien claro que estaba llamando él, personalmente, y que la llamada era urgente y cristalina. Pero Bel no había contestado con ninguna pregunta del tipo de
¿Qué quiere decir con tal cosa, señor?
Bel no había contestado. Punto.

BOOK: Danza de espejos
5.69Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Three Messages and a Warning by Eduardo Jiménez Mayo, Chris. N. Brown, editors
Farm Fatale by Wendy Holden
Savor by Alyssa Rose Ivy
Serendipity Market by Penny Blubaugh
All Art Is Propaganda by George Orwell