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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Novela de formación

Demian (4 page)

BOOK: Demian
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Demian me dio unas palmaditas en el hombro.

—No necesitas fingir, amigo. Pero esa historia es verdaderamente muy rara, mucho más que la mayoría de las que se tratan en clase. El profesor no ha dicho mucho; sólo lo habitual sobre Dios y el pecado, y todo eso. Pero yo creo...

Se interrumpió sonriendo y me pregunto:

—Oye, ¿pero esto te interesa? Pues yo creo —continuó— que la historia de Caín se puede interpretar de manera muy distinta. La mayoría de las cosas que nos enseñan son seguramente verdaderas, pero se pueden ver desde otro punto de vista que el de los profesores y generalmente se entienden entonces mucho mejor. Por ejemplo, no se puede estar satisfecho con la explicación que se nos da de Caín y la señal que lleva en su frente. ¿No te parece? Que uno mate a su hermano en una pelea, puede pasar; que luego le dé miedo y se arrepienta, también es posible; pero que precisamente por su cobardía le recompensen con una distinción que le proteja y que inspire miedo, eso me parece muy raro.

—Sí, es verdad —dije interesado. El asunto empezaba a intrigarme—. ¿Pero cómo vas a interpretar si no la historia?

Me dio una palmada en el hombro.

—¡Muy sencillo! El estigma fue lo que existió en un principio y en él se basó la historia. Hubo un hombre con algo en el rostro que daba miedo a los demás. No se atrevían a tocarle; él y sus hijos les impresionaban. Quizás, o seguramente, no se trataba de una auténtica señal sobre la frente, de algo como un sello de correos; la vida no suele ser tan tosca. Probablemente fuera algo apenas perceptible, inquietante: un poco más de inteligencia y audacia en la mirada. Aquel hombre tenía poder, aquel hombre inspiraba temor. Llevaba una «señal». Esto podía explicarse como se quisiera; y siempre se prefiere lo que resulta cómodo y da razón. Se temía a los hijos de Caín, que llevaban una «señal». Esta no se explicaba como lo que era, es decir, como una distinción, sino como todo lo contrario. La gente dijo que aquellos tipos con la «señal» eran siniestros; y la verdad, lo eran. Los hombres con valor y carácter siempre les han resultado siniestros a la gente. Que anduviera suelta una raza de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo; y les pusieron un sobrenombre y se inventaron una leyenda para vengarse de ellos y justificar un poco todo el miedo que les tenían. ¿ Comprendes?

—Sí, eso quiere decir que Caín no fue malo. Entonces, ¿toda la historia de la Biblia es mentira?

—Sí y no. Estas viejas historias son siempre verdad, pero no siempre han sido recogidas y explicadas como debiera ser. Yo pienso que Caín era un gran tipo y que le echaron toda esa historia encima sólo porque le tenían miedo. La historia era simplemente un bulo que la gente contaba; era verdad sólo lo referente al estigma que Caín y sus hijos llevaban y que les hacían diferentes a la demás gente.

Yo estaba asombrado.

—¿Y crees que lo del asesinato no fue tampoco verdad? —pregunté emocionado.

—¡Oh, sí! Seguramente es verdad. El más fuerte mató a uno más débil. Que fuera su hermano, eso ya se puede dudar. Además, no importa; a fin de cuentas, todos los hombres son hermanos. Así que un fuerte mató a un débil. Quizá fue un acto heroico, quizá no lo fue. En todo caso, los débiles tuvieron miedo y empezaron a lamentarse mucho. Y cuando les preguntaban: «¿Por qué no le matáis?», ellos no contestaban, «porque somos unos cobardes», sino que decían: «No se puede. Tiene una señal. ¡Dios le ha marcado!» Así nació la mentira. Bueno no te entretengo más. ¡Adiós!

Dobló por la Altgasse y me dejó solo, sorprendido como jamás en toda mi vida. Nada más desaparecer, todo lo que me había dicho me pareció increíble. ¡Caín un hombre noble y Abel un cobarde! ¡La señal que llevaba Caín en la frente era una distinción! Era absurdo, blasfemo e infame. Y Dios, ¿dónde se quedaba? ¿No había aceptado el sacrificio de Abel? ¿No quería a Abel? ¡Qué tontería! Y empecé a pensar que Demian me había tomado el pelo y quería ponerme en ridículo. ¡Qué chico más inteligente y qué bien que hablaba! Pero no, no podía ser.

De todos modos, nunca había recapacitado tanto sobre una historia, fuera o no de la Biblia. Y hacía tiempo que no olvidaba tan por completo a Franz Kromer, durante horas, una tarde entera. En casa leí la historia otra vez, tal como estaba en la Biblia. Era breve y clara. Resultaba una insensatez buscarle una interpretación especial y misteriosa. ¡Así cualquier asesino podría declararse elegido de Dios! No, era absurdo. Lo fascinante era la manera tan ligera y graciosa con que Demian sabía decir las cosas, como si todo fuera tan natural. Y además, ¡con qué mirada!

Sin embargo, algo había en mí mismo que no estaba en orden sino en franco desorden. Yo había vivido en un mundo claro y limpio, había sido una especie de Abel, y ahora me encontraba metido en el «otro» mundo. Había caído tan bajo y, sin embargo, no tenía en el fondo tanta culpa. ¿Qué había sucedido? En ese momento me vino un recuerdo que casi me cortó la respiración. En aquella tarde aciaga, que dio comienzo a mi actual desgracia, había ocurrido aquello mismo con mi padre; durante un momento fue como si le hubiera desenmascarado y despreciado a él, a su mundo y a su sabiduría. Sí, en aquel momento yo, que era Caín y llevaba una marca en la frente, pensé que esa marca no era una vergüenza sino una distinción y que yo era superior a mi padre, superior a los buenos y piadosos precisamente por mi maldad y mi desgracia.

Entonces no comprendí estas cosas con mente clara, pero las intuí en una llamarada de sentimientos, de extrañas emociones, que me dolían pero me llenaban de orgullo.

¡De qué manera tan extraña había hablado Demian de los valientes y de los cobardes! ¡Cómo había interpretado la señal en la frente de Caín! ¡Y cómo habían brillado sus ojos, sus extraños ojos de hombre! Se me ocurrió que Demian mismo era un Caín. ¿Por qué le defendía si no se sentía semejante a él? ¿Por qué tenía aquel poder en la mirada? ¿Por qué hablaba tan despectivamente de los «otros», los cobardes, que son en verdad los piadosos, los elegidos de Dios?

Con estos pensamientos no acababa de llegar a ninguna conclusión. Una piedra había caído en el pozo: el pozo era mi alma joven. Durante mucho tiempo esta historia de Caín, con el homicidio y la «señal», fue el punto de partida de mis intentos de conocimiento, duda y crítica.

Observé que también los otros condiscípulos se preocupaban mucho de Demian. No comenté con nadie nuestra conversación sobre la historia de Caín, pero Demian parecía interesar también a los otros. En todo caso, surgieron muchos rumores sobre el «nuevo». ¡Si aún los pudiera recordar todos!; cada uno de esos rumores le caracterizaría, cada uno se podría interpretar. Sólo recuerdo que primero se dijo que la madre de Demian era muy rica. Se decía, también, que nunca iba a la iglesia, y tampoco su hijo. Que eran judíos, opinaba uno, pero que también podían ser mahometanos.

Se contaban verdaderas leyendas sobre la fuerza física de Max Demian. Desde luego, era el más fuerte de su clase; y cuando uno le retó a una pelea y le llamó cobarde porque no quería aceptarla, Demian le humilló horriblemente. Los que presenciaron la escena decían que Demian le había cogido con una mano por la nuca y apretado con tanta fuerza que el otro se puso pálido y abandonó la lucha. Durante días no había podido mover el brazo. Una tarde hasta se dijo que había muerto. De Demian se afirmaban las cosas más insólitas, que eran creídas durante unos días. Todo era muy raro y excitante. Al cabo del tiempo todos se cansaron del tema. Pero en seguida surgieron nuevos cuentos entre los chicos, que afirmaban que Demian tenía relaciones intimas con chicas y que «lo sabía todo».

Mientras tanto, mi asunto con Franz Kromer seguía su curso fatal. No llegaba a librarme, porque yo me sentía atado a él aunque me dejara tranquilo unos días. En mis sueños estaba a mi lado como una sombra; y lo que no me hacía en la realidad, se lo permitía mi fantasía en mis sueños, en los que me convertí en su esclavo. Acabé por vivir más en estos sueños que en la realidad —siempre he soñado mucho— y por perder fuerza y vida con estas sombras. Entre otras cosas soñaba a menudo que Kromer me maltrataba, que me escupía y se arrodillaba sobre mí; y, lo que era peor, que con su tremenda influencia me inducía a cometer crímenes terribles. El más espantoso de ellos, del que me desperté como enloquecido, era una tentativa de asesinato contra mi padre. Kromer afilaba un cuchillo. Estábamos escondidos entre los árboles de un paseo esperando a alguien, yo no sabía a quién; pero cuando apareció una persona y Kromer me indicó, apretándome el brazo, que era aquella a quien tenía yo que apuñalar, vi que era mi padre. Entonces me desperté.

Con todo esto, pensaba mucho en Caín y Abel pero poco en Demian. Volvió a aparecer, es curioso, también en sueños. Yo volvía a soñar con malos tratos y violencias; pero esta vez, en lugar de Kromer, era Demian el que se arrodillaba sobre mí. Pero —y esto era nuevo y me impresionó profundamente— todo lo que había sufrido bajo Kromer con angustia y repulsión lo sufría a gusto bajo Demian, con un sentimiento mezcla de placer y temor. Este sueño lo tuve dos veces; después, Kromer volvió a su lugar.

Lo que vivía en estos sueños y lo que vivía en la realidad no puedo ya separarlo con exactitud. En todo caso, mi ruin relación con Kromer siguió su curso y no terminó cuando, por fin, le pagué la suma debida a costa de una serie de pequeños hurtos. Ahora Franz conocía esos hurtos, porque siempre me preguntaba de dónde sacaba el dinero; de esta forma me tenía más que nunca en sus manos. A veces me amenazaba con contarle todo a mi padre; y entonces el miedo no era más grande que el profundo pesar de no haberlo hecho yo desde un principio. No obstante, a pesar de lo mal que me sentía, no me arrepentía del todo; al menos, no siempre. A menudo sentía que todo tenía que ser necesariamente así, que sobre mí pesaba un maleficio y que era inútil querer romperlo.

Probablemente mis padres sufrían también con esta situación. Yo estaba poseído por un espíritu extraño; ya no cabía en nuestra comunidad, que tan unida había estado y a la que solía añorar desesperadamente como un paraíso perdido. Me trataban, sobre todo mi madre, más como a un enfermo que como a un malvado; pero mi verdadera situación la veía claramente reflejada en el comportamiento de mis dos hermanas, que era cariñoso, pero que me hacia muy desdichado. La conducta de mis hermanas me hacia ver claramente que yo era una especie de poseído, más digno de compasión que de reproche, pero a fin de cuentas en manos del mal. Sabía que rezaban por mí, de manera diferente que antes; y sabía que era inútil. Sentía ardientemente el deseo de descargarme, la necesidad de una verdadera confesión; y presentía, sin embargo, que no podría explicar o decir todo ni a mi padre ni a mi madre. Sabía que escucharían con cariño, que me tratarían con cuidado y hasta me compadecerían; pero no me comprenderían del todo y aquello se juzgaría como una especie de desliz, siendo como era el propio destino.

Ya sé que muchos no creerán que un niño de casi once años pueda sentir esto. Para ellos no escribo mi historia: se la cuento a los que conocen mejor al ser humano. El hombre adulto, que ha aprendido a convertir una parte de sus sentimientos en pensamientos, echa de menos éstos en el niño y cree que las vivencias tampoco han existido. Pero yo no he sentido nunca en mi vida nada tan profundamente, ni he sufrido nunca tanto como entonces.

Un día de lluvia fui citado por mi verdugo en la plaza del castillo, y allí permanecí esperándole, hurgando con los pies en la hojarasca mojada que aún caía de los árboles negros y goteantes. Yo no traía dinero pero había apartado dos trozos de pastel que llevaba conmigo, para por lo menos poder entregarle algo a Kromer. Ya me había acostumbrado a esperarle así en cualquier esquina, a veces un rato largo, y lo aceptaba como quien acepta lo inevitable.

Por fin apareció Kromer. Esta vez se entretuvo poco. Me dio unos cuantos puñetazos en las costillas, se rió, se comió el pastel y me ofreció incluso un cigarrillo húmedo que yo rechacé. Estaba más amable que de costumbre.

—Oye —dijo al marcharse—, que no se me olvide: podrías traerte la próxima vez a tu hermana, a la mayor. ¿Cómo se llama?

No comprendía. Tampoco di contestación. Sólo le miré desconcertado.

—¿Qué te pasa? ¿No entiendes? ¡Que traigas a tu hermana!

—Pero Kromer, eso es imposible. No puedo hacerlo; además, ella no vendría.

Estaba seguro de que se trataba otra vez de un pretexto para martirizarme. Así acostumbraba a hacer; me exigía algo imposible, me daba un susto, me humillaba, y luego lentamente se avenía a un compromiso. Entonces yo me tenía que rescatar con dinero y obsequios.

Pero esta vez era completamente diferente. Casi no se enfadó ante mis negativas.

—Bueno —dijo sin darle importancia—, ya lo pensarás. Quiero conocer a tu hermana, ya nos las arreglaremos. Te la traes de paseo y yo me hago el encontradizo. Mañana te llamaré y hablaremos sobre ello.

Cuando se marchó, empecé a darme cuenta de lo que significaba su plan. Yo era aún un niño, pero sabía de oídas que los chicos y las chicas, cuando eran un poco mayores, podían hacer entre sí cosas misteriosas, indecentes y prohibidas. Y entonces yo... De pronto, me di cuenta de lo monstruoso que era aquello. Decidí no hacerlo jamás. Pero no me atrevía casi a pensar en lo que sucedería, en cómo se vengaría Kromer. Comenzaba un nuevo suplicio; aún no era bastante lo ya pasado.

Desesperado, crucé la plaza desierta, con las manos en los bolsillos. ¡ Nuevos tormentos, nueva esclavitud!

De pronto, me llamó una voz fresca y grave. Me asusté y eché a correr. Alguien corría detrás de mi y una mano me sujetó suavemente. Era Max Demian. Me rendí.

—¿Eres tú? —dije vacilante—. ¡Qué susto!

Me miró de una manera que nunca me había parecido tan penetrante, tan adulta y tan sensata como en aquel momento. Hacia mucho que no habíamos hablado.

—Lo siento —dijo con sus modales correctos y tan peculiares—. Pero, oye, ¡no debe uno asustarse así!

—Sí..., pero puede ocurrir.

—Eso parece. Mira, si te sobresaltas de esa manera ante alguien que no te ha hecho nada, ese alguien empieza a reflexionar, se extraña, se intriga. Ese alguien piensa que eres demasiado asustadizo, y se dice: «eso pasa sólo cuando se tiene miedo». Los cobardes tienen siempre miedo; yo creo que tú no eres un cobarde, ¿verdad? Claro que tampoco un héroe. Hay cosas y también personas que te asustan. Y eso no debe ser. No, nunca hay que tener miedo de los hombres. Tú no me tienes miedo a mí, ¿no? ¿O quizá sí?

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