Diario. Una novela (24 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

BOOK: Diario. Una novela
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La alarma sigue sonando sin parar.

—Misty —dice Ángel—. Sea lo que sea este pequeño experimento, has acabado. —Va a su armario y le saca un albornoz y unas sandalias. Vuelve y se las pone en los pies, mientras dice—: Van a tardar dos minutos en descubrir que esta alarma es falsa.

Ángel le pasa las manos por debajo de los brazos y tira de Misty hasta ponerla de pie. Cierra el puño, le da un golpe en la escayola y pregunta:

—¿Qué narices es esto?

Misty le pregunta para qué ha venido.

—Esa pastilla que me diste —dice Ángel— me provocó la peor migraña de mi vida. —Le coloca el albornoz por encima de los hombros y dice—: Hice que la analizara un farmacéutico. —Le mete un brazo agotado tras otro dentro de las mangas del albornoz y dice—: No sé qué clase de médico tienes, pero esas cápsulas contienen plomo en polvo con restos de arsénico y mercurio.

Las partes venenosas de las pinturas al óleo: rojo Vandyke, ferrocianuro. Escarlata yodo, yoduro de mercurio. Blanco de plomo, carbonato de plomo. Violeta cobalto, arsénico. Todos esos hermosos compuestos y pigmentos que los artistas adoran pero que resultan ser mortales. Así es como tu sueño de crear una obra maestra te vuelve loco y luego te mata.

Ella, Misty Marie Wilmot, la drogadicta envenenada y poseída por el demonio. Carl Jung y Stanislavski, pintando ángulos y curvas perfectos.

Misty dice que no entiende. Misty dice que Tabbi, su hija, ha muerto.

Y Ángel se detiene. Enarca las cejas con expresión de sorpresa y dice:

—¿Cómo?

Hace unos días, o unas semanas. Misty no lo sabe. Tabbi se ahogó.

—¿Estás segura? —dice—. Los periódicos no dijeron nada.

Solamente para que conste en acta, Misty no está segura de nada.

Ángel dice:

—Huele a orina.

Es su catéter. Se le ha salido. Van dejando un rastro de meados que se aleja de su caballete, sale de la habitación y recorre la alfombra del pasillo. De meados y de la escayola que llevan a rastras.

—Apuesto a que ni siquiera necesitas tener la pierna escayolada —dice Ángel—. ¿Te acuerdas de la silla de la pintura que me vendiste?

Misty dice:

—¿Qué? Dime.

Ángel tiene abrazada a Misty y la arrastra a través de una puerta hasta la escalera.

—Aquella silla la hizo el ebanista Hershel Burke en mil ochocientos setenta y nueve —dice—. Y la envió a la isla de Waytansea para la familia Burton.

La escayola va aporreando cada peldaño. A Misty le duelen las costillas porque los dedos de Ángel la agarran con demasiada fuerza y se le clavan debajo de los brazos. Le dice a Ángel:

—Un detective de la policía. —Misty dice—: Me dijo que una asociación ecologista está quemando todas esas casas. Las casas en las que escribió Peter.

—Quemadas —dice Ángel—. Incluida la mía. No queda ni una.

La Alianza Oceánica por la Libertad. Sus siglas son AOPL...

Con las manos todavía enfundadas en los guantes de cuero que usa para conducir, Ángel la arrastra escaleras abajo hasta el siguiente rellano y dice:

—Sabes que esto quiere decir que está pasando algo paranormal, ¿verdad?

Primero Ángel Delaporte dice que es imposible que dibuje tan bien.

Ahora le dice que un espíritu maligno la está usando como pizarra mágica humana. Que solamente sirve como herramienta de dibujo demoníaca.

Misty dice:

—Ya me esperaba que me dirías eso.

Oh, Misty ya sabe qué está pasando.

Misty dice:

—Alto. —Dice—: ¿Para qué has venido?

¿Por qué Ángel ha sido amigo de ella desde que todo esto empezó? ¿Qué le mueve a molestarla todo el tiempo? Hasta que Peter le estropeó la cocina y hasta que ella le alquiló la casa no se conocían. Ahora él está disparando alarmas antiincendios y arrastrándola por una escalera. A ella, que tiene una hija muerta y un marido en coma.

Misty retuerce los hombros. Levanta los codos de golpe y le da de lleno en la cara, en las cejas ausentes. Para que la suelte. Para que la deje en paz. Misty le dice:

—Para de una vez.

Allí en las escaleras, la alarma antiincendio; se detiene. Silencio. Pero a Misty le siguen pitando los oídos.

Se oyen voces procedentes de los pasillos de todas las plantas. Una voz dice en la buhardilla:

—Misty se ha ido. No está en su habitación.

Es el doctor Touchet.

Antes de que avancen otro paso, Misty blande el puño en dirección a Ángel. Y susurra:

—Dime. —Desplomada en las escaleras, susurra—: ¿Por qué me tienes que tocar las pelotas?

21 DE AGOSTO... Y MEDIO

Todas las cosas que Misty amaba de Peter ya las había amado antes Ángel. En la facultad de bellas artes habían estado Ángel y Peter antes de que llegara Misty. Habían planeado todo su futuro juntos. No como artistas sino como actores. No importaba que ganaran dinero o no, le dijo Peter. Se lo dijo a Ángel Delaporte. Alguien de la generación de Peter se casaría con una mujer que haría a la familia Wilmot y a toda su comunidad lo bastante rica como para que ninguno de ellos tuviera que trabajar. Y nunca explicó los detalles de aquel sistema.

Nunca los explicaste.

Pero Peter dijo que cada cuatro generaciones un chico de la isla conocía a una mujer con la que se tenía que casar. Una joven estudiante de bellas artes. Como en un cuento de hadas antiguo. Luego la llevaba a casa y ella pintaba tan bien que enriquecía a la isla de Waytansea durante otros cien años. El joven sacrificaba su vida, pero no era más que una vida. Solamente una cada cuatro generaciones.

Peter le había mostrado a Ángel Delaporte su bisutería. Le había explicado a Ángel la vieja costumbre según la cual la mujer que reaccionaba a las joyas, que resultaba atraída por ellas y quedaba atrapada, esa sería la mujer del cuento de hadas. Todos los chicos de su generación tenían que apuntarse a la facultad de bellas artes. Tenían que llevar una joya, llena de arañazos, oxidada y deslustrada. Y tenían que conocer a todas las mujeres que pudieran.

Tú tenías que hacerlo.

Querido Peter secretamente bisexual de mi alma.

El Peter De flor En Flor sobre el que las amigas de Misty intentaron avisarla.

Se clavaban los broches en la frente y en los pezones. En el ombligo y en las mejillas. Se enhebraban los collares en los orificios nasales. Intentaban ser nauseabundos. Dar asco. Para evitar que los admirara alguna mujer. Y todos rezaban por que fuera otro joven el que conociera a la mujer de la leyenda. Porque el día en que un joven desafortunado conociera a aquella mujer, el resto de su generación sería libre para vivir sus vidas. Y también las tres generaciones siguientes.

De pobres de solemnidad a pobres de solemnidad.

En lugar de progresar, la isla estaba atrapada en aquel bucle circular. Reciclando el mismo éxito de la antigüedad. Un revival de época. El mismo ritual.

Y era Misty la mujer que el joven desafortunado conocería. Era la mujer de su cuento de hadas.

En las escaleras del hotel, Ángel le contó aquello. Porque nunca pudo entender por qué Peter lo había dejado para casarse con ella. Porque Peter nunca se lo pudo contar. Porque Peter nunca la amó, le dice Ángel Delaporte.

Tú nunca la amaste.

Saco de mierda.

Y si no entiendes algo puedes hacer que signifique cualquier cosa.

Porque Peter solamente estaba cumpliendo un destino de fábula.

Una superstición. Una leyenda de la isla, y por mucho que Ángel intentara convencerle de que olvidara todo aquello, Peter insistió en que Misty era su destino.

Tu destino.

Peter insistió en que tenía que echar a perder su vida y casarse con una mujer a la que nunca había querido porque de aquella forma salvaría a su familia, a sus futuros hijos y a toda su comunidad de la pobreza. De perder el control sobre su mundo diminuto y hermoso. Sobre su isla. Porque aquel sistema llevaba cientos de años funcionando.

Desplomado allí en las escaleras. Ángel le dijo:

—Por eso le contraté para que trabajara en mi casa. Por eso lo he seguido hasta aquí. —Misty y él están en las escaleras, con la escayola de Misty extendida entre ambos. Y Ángel Delaporte se inclina hacia ella, con el aliento oliéndole a vino tinto, y le dice—: Solamente quiero que me digas por qué emparedó todas aquellas habitaciones. Y por qué hizo lo mismo con la habitación trescientos trece de este hotel.

¿Por qué sacrificó Peter su vida para casarse con ella? Sus pintadas no eran amenazas. De acuerdo con Ángel, eran advenencias. ¿Por qué estaba Peter intentando advertir a todo el mundo?

Se abre una puerta en la escalera por encima de ellos y una voz dice:

—Ahí está.

Es Paulette, la del mostrador de recepción. Y Grace Wilmot y el doctor Touchet. Y Brian Gilmore, que dirige la oficina de correos. Y la vieja señora Terrymore de la biblioteca. Brett Petersen, el director del hotel. Matt Hyland, de la tienda de alimentación. El consejo del pueblo al completo baja las escaleras hacia ellos.

Ángel se inclina hacia ella, le coge el brazo y dice:

—Peter no se suicidó. —Señala las escaleras y dice—: Lo mataron ellos. Lo asesinaron.

Y Grace Wilmot dice:

—Misty, cariño. Tienes que volver al trabajo. —Niega con la cabeza, chasquea la lengua y dice—: Ya casi, casi hemos terminado.

Y Ángel, con las manos enfundadas en guantes de piel, la suelta.

Retrocede, un peldaño por debajo de ella, y dice:

—Peter me avisó. —Mira a la multitud que tienen por encima, a Misty y de nuevo a la multitud. Retrocede y dice—: Solamente quiero saber qué está pasando.

Desde detrás de ella, las manos se cierran en torno a sus hombros y sus brazos y la levantan.

Y lo único que puede decir Misty es:

—¿Peter era gay?

¿Eres gay?

Pero Ángel Delaporte retrocede dando tumbos, escalera: abajo. Baja dando tumbos hasta el rellano de abajo, todavía gritando por el hueco de la escalera.

—¡Voy a ir a la policía! —grita—. ¡La verdad es que Peter estaba intentando salvar a la gente de ti!

23 DE AGOSTO

Sus brazos no son más que sogas flaccidas de piel. Nota los huesos de la nuca soldados con tendones resecos. Inflamados. Doloridos y agotados. Los hombros le cuelgan del espinazo a la altura de la base del cráneo. El vello púbico le está volviendo a crecer, le escuece y le salen granitos alrededor del catéter. Con una hoja de papel nueva delante, un lienzo en blanco, Misty coge un pincel o un lápiz y no pasa nada. Cuando Misty dibuja, obligando a su mano a hacer algo, dibuja una casa de piedra. Un jardín de rosas. Nada más que su propia cara. Su diario en forma de autorretrato.

Tan deprisa como vino, su inspiración ha desaparecido.

Alguien le quita la venda de los ojos y la luz del sol que entra por la ventana de la buhardilla la hace bizquear. De tan cegadora que resulta. El doctor Touchet está aquí con ella y le dice:

—Felicidades, Misty. Todo se ha acabado.

Es lo que dijo al nacer Misty.

Su inmortalidad de fabricación casera.

Dice:

—Puede que tardes unos días en poder ponerte de pie.

Le pasa un brazo por detrás de la espalda, por debajo de las axilas, y la ayuda a ponerse de pie.

En la repisa de la ventana alguien ha dejado la caja llena de bisutería de Tabbi. Los trocítos de espejo baratos y resplandecientes, cortados en forma de diamantes. Todos sus ángulos reflejan la luz en distintas direcciones. Cegadores. Una hoguera diminuta bajo el sol que rebota en el océano.

—¿Junto a la ventana? —dice el médico—. ¿O prefieres estar en la cama?

En lugar de «en la cama», Misty entiende «muerta».

La habitación está igual que la recuerda Misty. La almohada de Peter en la cama, con su olor. Todas las pinturas han desaparecido. Misty dice:

—¿Qué habéis hecho con ellas?

Con tu olor.

Y el doctor Touchet la conduce hasta una silla que hay junto a la ventana. La pone sobre una manta que hay sobre la silla y dice:

—Has hecho otro trabajo perfecto. No podríamos pedir más.

Aparta las cortinas para mostrar el océano y la playa. Los veraneantes se apelotonan junto a la orilla. La línea de la marea llena de porquería. Un tractor de playa avanza resoplando y arrastrando un rodillo. El rodillo de metal aplana la arena mojada y le imprime una marca en forma de triángulo desigual. El logotipo de alguna empresa.

Junto al logotipo marcado en la arena, se leen las palabras: «Usamos los errores de su pasado para construir un futuro mejor».

La vaga declaración de intenciones de alguien.

—Dentro de otra semana —dice el médico—, esa empresa pagará una fortuna para borrar su nombre de la isla.

Si no entiendes algo puedes hacer que signifique cualquier cosa.

El tractor arrastra el rodillo y va imprimiendo su mensaje una y otra vez hasta que las olas lo borran.

El doctor dice:

—Cuando se estrella un avión de pasajeros, todas las líneas aéreas pagan para cancelar sus anuncios de prensa y televisión. ¿Lo sabías? Ninguno quiere arriesgarse a ser asociado con esa clase de desastres. —Dice—: Dentro de una semana no habrá ningún anuncio corporativo en la isla. Pagarán lo que haga falta para recuperar sus nombres.

El doctor le junta las manos muertas a Misty en el regazo. La embalsama. Le dice:

—Ahora descansa. Paulette subirá pronto a preguntarte qué quieres cenar.

Solamente para que conste en acta, el médico va a su mesilla de noche y coge el frasco de cápsulas. Al salir se mete el frasco en el bolsillo lateral de la chaqueta de su traje y no dice nada al respecto.

—Dentro de una semana —dice—, el mundo entero temerá este lugar. Pero nos dejarán en paz. —Y no cierra la puerta con llave al salir.

En su vida anterior, Peter y Misty habían subalquilado un apartamento en Nueva York cuando Grace llamó para decir que Harrow había muerto. El padre de Peter había muerto y su madre estaba sola en aquella casa enorme de Birch Street, Una casa de cuatro plantas con su propia cordillera de tejados, con sus torres y sus ventanas en saliente. Y Peter dijo que tenían que ir a ocuparse de ella. A ejecutar el testamento de Harrow. Peter era el albacea. Solamente por unos meses, dijo. Luego Misty se quedó embarazada.

No paraban de decirse entre ellos que Nueva York seguía siendo el plan. Luego fueron padres.

Solamente para que conste en acta, Misty no podía quejarse. Hubo un pequeño remanso de tierra, los primeros años de la vida de Tabbi, en que Misty podía encogerse con ella en la cama y no querer nada más en el mundo. Tener a Tabbi hacia que Misty fuera parte de algo, del clan de los Wilmot, de la isla. Misty se sentía más plena y más en paz de lo que nunca le había parecido posible. Las olas de la playa al otro lado de la ventana del dormitorio, las calles en silencio... La isla estaba lo bastante apartada del mundo como para que uno dejara de tener deseos. De tener necesidades. De preocuparse. Del anhelar. De esperar siempre algo más.

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