Authors: Greg Egan
Al borde del año 3000, la Humanidad se ha dividido ampliamente en varias trayectorias evolutivas.
Los Carnosos son los que residen principalmente en un cuerpo humano, aunque las diferencias genéticas han creado problemas de comunicación entres las diversas formas. En las Polis, en cambio, los humanos son incorpóreos, inteligencias artificiales con consciencia propia que procrean, interactúan, crean arte e intentan desentrañar los misterios de la vida.
Y finalmente los Gleisner, robots orgánicos que usan un software de autoconsciencia.
La novela se inicia con la aparición de Yatima, un huérfano generado espontáneamente por el software de la Polis Konishi, con plena autoconsciencia.
Pero cuando una enorme tragedia sacude a las diversas especies humanas, Yatima se embarca en una gran búsqueda de especies supervivientes a través de la galaxia para resolver el misterio.
Greg Egan
Diáspora
ePUB v1.2
betatron04.02.2012
Título: Diáspora
© 1997, Greg Egan
Título original:
Diaspora
Traducción de Pedro Jorge Romero
Editorial: AJEC
ISBN: 9788496013520
Parte de esta novela adapta mi cuento corto «Wang's Carpets» que se publicó originalmente en la antología
New Legends
, seleccionada por Greg Bear.
Gracias a Caroline Oakley, Anthony Cheetham, Peter Robinson, Annabelle Ager, Kate Messenger, David Pringle, Lee Montgomerie, Gardner Dozois, Sheila Williams, Greg Bear, Mike Aranautov, Dan Piponi, Philipp Keller, Sylvie Denis, Francis Valéry, Henri Dhellemmes, Gérard Klein y Bernard Sigaud.
Yatima examinó las estrellas con desplazamiento Doppler que rodeaban la polis, siguiendo por el cielo las ondas congeladas y concéntricas de color, desde la expansión a la convergencia. ¿Qué explicarían de sí mismos una vez que alcanzasen a su presa? Ellos tenían una cantidad infinita de preguntas a plantear, pero el flujo de información no podía ser totalmente en un solo sentido. Cuando los Transmutadores exigiesen saber «¿Por qué nos habéis seguido? ¿Por qué habéis llegado tan lejos?», ¿por dónde deberían empezar?
Yatima había leído historias anteriores al Introdus, contadas a un único nivel, limitadas por las ficciones de que los individuos eran tan indivisibles como los quarks y las civilizaciones planetarias poco más que universos autocontenidos. Ni su propia historia ni la de la Diáspora encajaría entre esas líneas imaginarías. El mundo real rebosaba de estructuras más grandes, estructuras más pequeñas, estructuras más simples y estructuras más complejas que la pequeña porción que contenía a las criaturas conscientes y sus sociedades, y hacía falta una profunda miopía de escala y similitudes para creer que se podía pasar por alto todo lo que estuviese más allá de esa delgada capa. No era una simple cuestión de decidir enterrarte en un mundo cerrado de panoramas sintéticos; los carnosos jamás habían sido inmunes a esa miopía, ni tampoco los ciudadanos más adelantados a su tiempo. Sin duda en algún momento de su historia los Transmutadores también la habían padecido.
Claro está, los Transmutadores ya serían conscientes de la muy inmensa y muy mortal maquinaría celestial que había impulsado la Diáspora hasta Swift y más allá. Su pregunta sería «¿Por qué habéis venido hasta tan lejos? ¿Por qué habéis dejado atrás a vuestra gente?».
Yatima no podía hablar por sus compañeros de viaje, pero para il la respuesta se encontraba en el extremo opuesto de la escala, en el reino de lo muy simple y lo muy pequeño.
POLIS KONISHI, TIERRA
23 387 025 000 000 TEC
15 de mayo 2975, 11:03:17,154 TU
El conceptorio era software no consciente, tan antiguo como la propia polis Konishi. Su función principal era permitir tener descendencia a los ciudadanos de la polis: un hijo de un antecesor, o dos antecesores, o veinte... formado en parte a su propia imagen, en parte según sus deseos y en parte por azar. Sin embargo, esporádicamente, más o menos cada teratau, el conceptorio creaba un ciudadano sin padres.
Todo ciudadano nacido en Konishi crecía a partir de una semilla mental, una cadena de códigos de instrucciones similar a un genoma digital. Nueve siglos antes se habían traducido las primeras semillas mentales a partir del ADN, cuando los fundadores de la polis inventaron el lenguaje de programación Modelador para recrear en software los procesos esenciales de la neuroembriología. Pero ese proceso de traducción era necesariamente imperfecto, obviando los detalles bioquímicos en favor de equivalencias funcionales más generales, y no se podía preservar intacta toda la diversidad del genoma carnoso. Empezando a partir de un acervo genético en reducción, que los viejos mapas basados en el ADN convirtieron en obsoleto, era crucial para el conceptorio comprobar las consecuencias de nuevas variaciones en la semilla mental. Rechazar todo cambio sería arriesgarse al estancamiento; abrazarlo a la ligera sería poner en peligro la cordura de todo descendiente.
La semilla mental Konishi estaba dividida en mil millones de
campos
: segmentos cortos, de seis bits de largo, conteniendo una instrucción de código simple cada uno. Secuencias de unas pocas docenas de instrucciones formaban
modeladores
: los subprogramas básicos empleados durante la psicogénesis. Lo habitual era que fuese difícil predecir por adelantado el efecto de mutaciones nuevas en quince millones de modeladores en interacción; en la mayoría de los casos, el único método fiable hubiera sido realizar todas las computaciones que la semilla alterada habría ejecutado... lo que no era muy diferente de seguir adelante y hacer crecer la semilla, creando la mente, sin predecir nada.
El conocimiento acumulado del conceptorio sobre esa tarea adoptaba la forma de una colección de mapas anotados de la semilla mental Konishi. Los mapas de alto nivel eran estructuras complejas y multidimensionales, que dejaban pequeña a la semilla en sí por varios órdenes de magnitud. Pero había un mapa simple que los ciudadanos de Konishi habían empleado durante siglos para estimar el progreso del conceptorio; mostraba los mil millones de campos como líneas de latitud, y las sesenta y cuatro instrucciones como meridianos. Una semilla concreta se podía considerar como un camino que zigzagueaba por el mapa de arriba abajo, escogiendo una instrucción por cada campo que se encontrase en su camino.
Donde se sabía que un único código produciría psicogénesis con éxito, todas las rutas del mapa convergían sobre una isla solitaria o un estrecho, ocre frente a un océano azul. Los
campos de infraestructura
construían la arquitectura mental básica que todos los ciudadanos tenían en común, dando forma al diseño general de la mente y a los detalles concretos de los subsistemas vitales.
En los demás lugares, el mapa indicaba una amplitud de posibilidades: una masa terrestre grande o un archipiélago disperso.
Los campos de característica
ofrecían una selección de códigos, cada uno con un efecto conocido en la estructura mental detallada, con variaciones que iban desde los extremos opuestos del temperamento innato o estético hasta pequeñas diferencias en arquitectura neuronal menos importantes que las líneas en la palma de la mano de un carnoso. Se mostraban como tonos de verde tan exageradamente contrastados que resultaban tan indistinguibles como las características en sí.
Los campos restantes —donde todavía no se había experimentado ningún cambio en la semilla y no era posible realizar una predicción— se clasificaban como
indeterminados
. Aquí, el solitario código probado, la masa terrestre conocida, se mostraba como gris sobre blanco: un pico montañoso que sobresalía de una masa nubosa que ocultaba todo lo que había al este o al oeste. Desde lejos no se podían distinguir más detalles; lo que hubiese bajo las nubes sólo se podría descubrir de primera mano.
Cuando el conceptorio creaba un huérfano, fijaba todos los campos característicos de mutabilidad inocua a códigos válidos escogidos al azar, ya que no había padres a los que imitar o complacer. A continuación escogía mil campos indeterminados, y los trataba más o menos de la misma forma: lanzando un millar de dados cuánticos para escoger un camino aleatorio a través de
térra incógnita
. Todo huérfano era un explorador, enviado a viajar por territorio desconocido.
Y todo huérfano era en sí mismo territorio desconocido.
El conceptorio colocó la nueva semilla huérfana en medido de la memoria del útero, una única cadena de información suspendida en un vacío de ceros. La semilla en sí misma no significaba nada; por sí sola, bien podría haber sido el último mensaje Morse, volando por el vacío dejando atrás una estrella distante. Pero el útero era una máquina virtual diseñada para ejecutar las instrucciones de la semilla y una docena más de capas de software que llegaban hasta la misma polis, una rejilla de parpadeantes interruptores moleculares. Una secuencia de bits, una cadena de datos pasivos, no podía hacer nada, no podía cambiar nada... pero en el útero, el significado de la semilla se correspondía a la perfección con todas las reglas inmutables de todos los niveles que tenía por debajo, Como una tarjeta perforada introducida en un telar de Jacquard, dejaba de ser en un mensaje abstracto y se convertía en parte de la máquina.
Cuando el útero leyó la semilla, el primer modelador hizo que el espacio a su alrededor se llenase con un patrón simple de datos: un único tren numérico de ondas congelado, esculpido en el vacío como mil millones de dunas perfectas. Eso distinguía cada punto de sus vecinos inmediatos, ya fuese subiendo o bajando... pero todas las crestas eran todavía idénticas a las demás, cada valle igual a todos los demás. La memoria del útero estaba configurada como un espacio de tres dimensiones, y los números almacenados en cada punto implicaban una cuarta. Así que esas dunas eran tetradimensionales.
Se añadió una segunda onda —modificada con respecto a la primera, modulada por una elevación lenta y constante— convirtiendo cada cresta en una serie de montículos ascendentes. Luego una tercera, y una cuarta, cada onda sucesiva enriqueciendo el patrón, complicando y fracturando sus simetrías: definiendo direcciones, construyendo gradientes, estableciendo una jerarquía de escalas.
La cuadragésima onda recorrió una topografía abstracta que no se parecía en nada a la regularidad cristalina de sus orígenes, con crestas y surcos tan complejos como los rizos de una huella digital. No todo punto debía ser único... pero se había creado suficiente estructura como para servir de anclaje a todo lo que debía suceder a continuación. Así que la semilla dio instrucciones a un centenar de copias de si misma para que se dispersasen por el paisaje recién calibrado.
En la segunda iteración, el útero leyó todas las semillas replicadas... y al principio las instrucciones de cada una eran iguales en todas partes. Luego, una instrucción exigió que el punto de lectura de cada semilla saltase hacia delante por la cadena de bits hasta el siguiente campo adyacente a cierto patrón de datos del entorno: una secuencia de crestas con cierta forma, característica pero no única. Como cada semilla estaba implantada en un terreno diferente, cada versión local de ese punto de referencia estaba situada de forma diferente, y el útero se puso a leer instrucciones de una zona diferente de cada semilla. Las semillas seguían siendo idénticas, pero ahora cada una podía liberar un conjunto diferente de modeladores en el espacio que la rodeaba, preparando los cimientos de una región diferente y especializada del psicoblasto, la mente embriónica.