Diáspora (4 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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El infotropo se centró en esa revelación... e intentó lograr que el cuarto ciudadano imitase a su vez al ciudadano «Inoshiro».

El cuarto ciudadano proclamó:

—¡Soy un huérfano! ¡Soy un huérfano! ¡Ni siquiera sé qué aspecto tengo!

El ciudadano «Gabriel» señaló al cuarto ciudadano y dijo:

—¡II es un huérfano!

El ciudadano «Inoshiro» estuvo de acuerdo con recelo:

—II es un huérfano. Pero ¿por qué tiene que ser tan lento?

Inspirado —impulsado por el infotropo— el huérfano intento jugar de nuevo al juego de «¿II es...?», en esta ocasión empleado la respuesta «un huérfano» para el cuarto ciudadano. Los otros confirmaron la elección y pronto las palabras quedaron enlazadas con el símbolo del cuarto ciudadano.

Cuando los tres amigos del huérfano abandonaron el panorama, el cuarto ciudadano se quedó. Pero el cuarto ciudadano había agotado su capacidad de ofrecer sorpresas interesantes, por lo que tras incordiar sin éxito a los demás ciudadanos, el huérfano regresó a la biblioteca.

El navegador de entrada había aprendido el esquema de indexación más simple empleado por la biblioteca, y cuando el infotropo buscó formas de atar los cabos sueltos de los patrones medio formados en el panorama, logró dirigir al navegador de entrada a posiciones en la biblioteca que se referían a las misteriosas palabras lineales de los cuatro ciudadanos: Inoshiro, Gabriel, Blanca y Huérfano. Para cada una de esas palabras había indexados flujos de datos, aunque ninguno parecía conectarse con los ciudadanos en sí. El huérfano vio tantas imágenes de carnosos, a menudo con alias, asociados con la palabra «Gabriel» que construyó todo un símbolo nuevo a partir de las regularidades encontradas, pero el nuevo símbolo apenas se superponía al del ciudadano de pelaje dorado.

El huérfano se servía a menudo de las búsquedas impulsadas por el infotropo; viejas direcciones de la biblioteca, grabadas en su memoria, llamaban al navegador de entrada. En una ocasión, viendo la escena de un sucio niño carnoso sosteniendo un cuenco vacío de madera, el huérfano se aburrió y se dirigió a un territorio más familiar. A medio camino, dio con la escena de un carnoso adulto agachándose junto a un cachorro de león y levantándolo en brazos.

Tras ellos había una leona en el suelo, inmóvil y ensangrentada. El carnoso acarició la cabeza del cachorro.

—Pobre Yatima.

Alguna característica de la escena hipnotizó al huérfano. Le susurró a la biblioteca:

—Yatima. Yatima. —Jamás había oído esa palabra, pero el sonido resonaba con significado.

El cachorro de león maulló. Ei carnoso le canturreó.

—Mi pobrecito huérfano.

El huérfano se movía entre la biblioteca y el panorama del cielo naranja y la fuente del cerdo volador. En ocasiones veía allí a sus tres amigos, o durante un rato había algún otro ciudadano con quien jugar; a veces sólo estaba el cuarto ciudadano.

El cuarto ciudadano rara vez parecía el mismo de una visita a la otra —tendía a parecerse a la imagen más llamativa que el huérfano hubiese visto en la biblioteca durante los kilotaus previos— pero seguía siendo fácil identificarle: nadie más se volvía visible cuando los dos navegadores se separaban. Cada vez que el huérfano llegaba al panorama y salía de sí mismo para mirar al cuarto ciudadano. En ocasiones modificaba el icono, acercándolo a un recuerdo concreto, o ajustándolo según las preferencias estéticas de las redes de clasificación de entradas; sesgos establecidos originalmente por algunas docenas de campos de característica. En ocasiones el huérfano imitaba al carnoso que había visto recoger al cachorro de león: alto y esbelto, con una piel muy negra y ojos marrones, vestido con una túnica púrpura.

En una ocasión, cuando el ciudadano enlazado con «Inoshiro» dijo con pena fingida:

—Pobrecito huérfano, sigue sin tener nombre.

El huérfano recordó la escena y respondió.

—Pobrecito Yatima.

El ciudadano de pelaje dorado dijo:

—Creo que ya lo tiene.

A partir de entonces, llamaron «Yatima» al cuarto ciudadano. Lo repitieron tantas veces, dándole tanta importancia, que el huérfano pronto lo enlazó al símbolo con tanta fuerza como «Huérfano».

El huérfano observó cómo el ciudadano enlazado con «Inoshiro» cantaba triunfante al cuarto ciudadano:

—¡Yatima! ¡Yatima! ¡Ja, ja, ja! ¡Tengo
cinco
padres, y
cinco
hermanos parciales, y
siempre
seré mayor que tú!

El huérfano hizo que el cuarto ciudadano respondiese:

—¡Inoshiro! ¡Inoshiro! ¡Ja, ja, ja!

Pero no se le ocurrió qué decir a continuación.

Blanca dijo:

—Los gleisners están ajustando un asteroide... ahora mismo, en tiempo real. ¿Quieres venir a ver? Inoshiro está allí, Gabriel está allí. ¡No tienes más que seguirme!

El icono de Blanca emitió una etiqueta extraña y nueva, y desapareció de pronto. El foro estaba casi vacío; cerca de la fuente había algunos de los habituales, que el huérfano ya sabía que no responderían, y estaba el cuarto ciudadano, como siempre.

Blanca reapareció.

—¿Qué pasa? ¿No sabes seguirme o no quieres venir?

Las redes de análisis lingüístico del huérfano habían iniciado el ajuste preciso de la gramática universal que contenían, aprendiendo rápidamente las convenciones del lineal. Las palabras se estaban convirtiendo en algo más que activadores aislados de símbolos, cada una con un sentido fijo e inmutable; las sutilezas del orden, el contexto y la inflexión empezaban a modular las cascadas de interpretación de los símbolos.
Se trata de una petición para conocer los deseos del cuarto ciudadano
.

—¡Juega conmigo! —el huérfano había aprendido a referirse al cuarto ciudadano como «yo» o «mí» en lugar de «Yatima», pero se trataba simplemente de una cuestión gramatical, no de consciencia.

—Quiero ver el ajuste, Yatima.

—¡No! ¡Juega conmigo! —el huérfano se agitó alrededor de il, proyectando fragmentos de recuerdos recientes: Blanca creando objetos compartidos en el panorama... haciendo girar bloques con números y bolas de colores llamativo... y enseñando al huérfano a interaccionar con ellos.

—¡Vale, vale! Un juego nuevo. Espero que aprendas rápido.

Blanca emitió otra etiqueta extra —con el mismo sabor general de ante, pero sin ser idéntica— para luego volver a desaparecer... sólo para reaparecer de inmediato, algunos cientos de deltas más allá, dentro del mismo panorama.

Blanca volvió a saltar. Y otra vez más. En casa ocasión emitiendo una etiqueta del mismo tipo, con ligeras variaciones, antes de desaparecer. Justo cuando el huérfano empezaba a considerarlo un juego aburrido, Blanca empezó a permanecer fuera del panorama durante una fracción de tau antes de reaparecer... y el huérfano pasó el tiempo intentando adivinar dónde volvería a materializarse, con la esperanza de llegar primero al lugar elegido.

Pero no parecía haber ningún patrón; la sombra sólida de Blanca saltaba aleatoriamente por el foro, desde el claustro hasta la fuente, y las suposiciones del huérfano eran todas erróneas. Era frustrante... pero en el pasado los juegos de Blanca a menudo habían poseído un orden sutil, así que el infotropo persistió, combinando y recombinando los detectores de patrones existentes para formar nuevas coaliciones, buscando un modo de dar sentido al problema.

¡Las etiquetas!
Cuando el infotropo comparó el recuerdo de los datos gestalt en bruto de las etiquetas que Blanca enviaba con la dirección calculada por las redes de geometría innata cuando el huérfano volvía a verla más tarde, partes de las dos secuencias se ajustaban perfectamente casi en su totalidad. Una y otra vez. El infotropo combinó las dos fuentes de información — reconociéndolas como dos formas de saber lo mismo— y el huérfano se puso a saltar por el panorama sin esperar a ver dónde reaparecería Blanca.

La primera vez, sus iconos se superpusieron, y el huérfano tuvo que retroceder antes de ver que Blanca estaba realmente allí, confirmando el éxito que el infotropo había reclamando tan descaradamente. La segunda vez, el huérfano instintivamente compensó, modificando ligeramente la dirección de la etiqueta para evitar chocar, como había aprendido a hacer cuando perseguía a Blanca guiándose por la vista. La tercera vez, el huérfano llegó antes que il.

—¡Yo gano!

—¡Muy bien hecho, Yatima! ¡Me seguiste!

—¡Te seguí!

—¿Vamos ahora a ver el ajuste? ¿Con Inoshiro y Gabriel?

—¡Gabriel!

—Me lo voy a tomar como un sí.

Blanca saltó y el huérfano la siguió... y la plaza enclaustrada se transformó en mil millones de estrellas.

El huérfano examinó el panorama nuevo y extraño. Entre ellos las estrellas brillaban en casi todas las frecuencias, desde ondas de radio de un kilómetro hasta las altas energías de los rayos gamma. El «espacio de color» del gestalt se podía extender casi indefinidamente, y el huérfano se había topado por casualidad en la biblioteca con varias imágenes astronómicas que empleaban una paleta similar, pero la mayoría de las escenas terrestres y la mayoría de los panoramas no pasaban del infrarrojo y el ultravioleta. En comparación, incluso las vistas de superficies planetarias obtenidas por los satélites parecían grises y apagadas; los planetas eran demasiado fríos para relucir así por todo el espectro, En el descontrol de color había indicaciones de un orden sutil —series de líneas de emisión y absorción, contornos suaves de radiación térmica— pero el infotropo, deslumhrado, se rindió ante la sobrecarga y se limitó a dejar que los datos fluyesen; el análisis tendría que esperar a tener mil claves más. Las estrellas no poseían rasgos geométricos —puntuales, distantes, con direcciones de panorama imposibles de calcular— pero el huérfano tuvo una pasajera imagen mental de moverse hacia ellas, e imaginó, durante un instante, la posibilidad de verlas de cerca.

El huérfano vio a un grupo cercano de ciudadanos, y una vez que apartó su atención del fondo de estrellas fue percibiendo docenas de grupos pequeños dispersos por el panorama. Algunos de sus iconos reflejaban la radiación ambiente, pero en su mayoría eran simplemente visibles por decreto, sin fingir en ningún momento estar interaccionado con la luz estelar.

Inoshiro dijo:

—¿Por qué has tenido que
traerlo
?

El huérfano se volvió hacia il y entrevio una estrella mucho más brillante que el resto, mucho más pequeña que la visión familiar del cielo de la Tierra, pero sin filtrar por la cubierta de gases y polvo.

—¿El Sol?

Gabriel dijo:

—Sí, ése es el Sol. —El ciudadano de pelaje dorado flotaba junto a Blanca, quien era tan claramente visible como siempre, más oscura incluso que el frío y mínimo fondo de radiación entre las estrellas.

Inoshiro se quejó:

—¿Por qué has traído a Yatima? ¡Es demasiado joven! ¡No va a entender nada!

Blanca dijo:

—Pasa de il, Yatima.

¡Yatima! ¡Yatima!
El huérfano sabía con precisión dónde estaba Yatima y qué aspecto tenía, sin necesidad de separar los navegadores y comprobarlo. El icono del cuarto ciudadano se había estabilizado como el alto carnoso de túnica púrpura que había adoptado a la cría de león, el de la biblioteca.

Inoshiro se dirigió al huérfano.

—No te preocupes, Yatima, intentaré explicártelo. Si los gleisners no ajustan este asteroide, entonces, dentro de trescientos mil años, diez mil terataus, cabría la posibilidad de que chocase contra la Tierra. Y cuanto antes lo ajusten, menos energía hará falta, Pero no podían hacerlo antes, porque las ecuaciones son caóticas, asi que hasta ahora no han podido tener un modelo lo suficientemente preciso de la aproximación.

El huérfano no comprendió nada.

—Blanca quería que viese el ajuste! ¡Pero yo quería jugar a un juego nuevo!

Inoshiro rió.

—¿Qué hizo? ¿Te secuestró?

—Seguí a il, y saltamos y saltamos... ¡y li seguí! —el huérfano dio algunos saltos cortos alrededor de los tres, intentando ilustrar lo que decía, aunque la verdad es que no transmitía la sensación de saltar de un panorama a otro.

Inoshiro dijo:

—Calla. Aquí viene.

El huérfano siguió su mirada hasta un trozo irregular de roca situado en la distancia —iluminado por el Sol, una mitad completamente en sombras— moviéndose rápida y constantemente hacia el grupo informal de ciudadanos. El software del panorama decoró la imagen del asteroide con etiquetas gestalt repletas de información sobre su composición química, su masa, su giro y sus parámetros orbitales; el huérfano reconoció algunos de esos sabores de la biblioteca, pero todavía no comprendía realmente qué significaban.

—¡Un fallo del láser y los carnosos morirían entre dolores! —los ojos de peltre de Inoshiro relucían.

Blanca dijo con seriedad:

—Y sólo trescientos mil años para intentarlo de nuevo.

Inoshiro se giró hacia el huérfano y le dijo tranquilizadoramente.

—Pero nosotros estaremos bien. Incluso si destrozase Konishi en la Tierra, tenemos copias de seguridad por todo el Sistema Solar.

Ahora el asteroide estaba tan cerca que el huérfano podía calcular su dirección de panorama y su tamaño. Seguía estando cien veces más alejado que el ciudadano más lejano, pero se acercaba con rapidez. Los espectadores estaban dispuestos formando una concha aproximadamente esférica, como diez veces mayor que el asteroide en si... y el huérfano comprendió de inmediato que si el asteroide mantenía su trayectoria, pasaría directamente por el centro de la esfera imaginaria.

Todos observaban atentamente el pedrusco. El huérfano se preguntó qué juego seria éste; se había formado un simbolo genérico que incluía a todos los extraños presentes en el panorama, así como a los tres amigos del huérfano, y dicho simbolo había heredado la propiedad del cuarto ciudadano de
mantener creencias sobre objetos
que había demostrado ser útil para predecir su comportamiento. ¿
Era posible que la gente estuviese esperando a ver si la rocadaba de pronto un salto aleatorio, como había saltado Blanca
? El huérfano creía que se equivocaban; la roca no era un ciudadano, no jugaría con ellos.

El huérfano quería que todos supiesen lo de la trayectoria simple de la roca. Una vez más comprobó la extrapolación, pero no había cambiado nada; la dirección y la velocidad eran tan constantes como siempre. El huérfano carecía de las palabras para explicárselo a la multitud... pero quizá pudiesen aprender observando al cuarto ciudadano, de la misma forma que el cuarto ciudadano aprendía mirando a Blanca.

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