Diáspora (11 page)

Read Diáspora Online

Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
4.54Mb size Format: txt, pdf, ePub

Liana dijo:

—Mejor que los gleisners estén ahí fuera y no los carnosos. ¿Te imaginas a los
estáticos
en el espacio? A estas alturas probablemente habrían terraformado Marte. Los gleisners apenas han tocado el planeta; en general se han limitado a observarlo desde el espacio. No son vándalos. No son
colonos
.

Orlando no quedó convencido.

—Si sólo quieres reunir algunos datos astrofísicos, no hay ninguna necesidad de abandonar el Sistema Solar. He visto planes: sembrar planetas enteros con fábricas autorreplicantes, llenar la galaxia de máquinas Von Neumann...

Liana agitó la cabeza.

—Si alguien lo propuso seriamente, fue antes del Introdus... antes de que existiesen los gleisners. Todo lo que se dice hoy de ellos es simple propaganda: sacado de
Protocolos de los sabios de la máquina
. Nosotros somos los que estamos más cerca de los viejos instintos. Si alguien la caga y crece exponencialmente, probablemente seamos nosotros.

Algunos otros enlazadores se unieron a la discusión y el debate se alargó durante horas. Un agrónomo argumentó, por medio de un intérprete:
Si el viaje espacial no era una simple fantasía de culturas inmaduras, entonces ¿dónde estaban los extraterrestres
? De vez en cuando Yatima echaba un vistazo al cielo gris e imaginaba una nave espacial gleisner descendiendo y llevándoles a las estrellas.
Quizá cuando reactivaron los cuerpos gleisner se había emitido una señal de rescate..
. Era una idea absurda, pero era extraño considerar que no resultaba del todo imposible. Ni siquiera en el panorama astronómico más deslumbrante, en el que podías pretender saltar años luz y ver la superficie de Sirio según la imagen compuesta resultante de las simulaciones y los datos de telescopios... ni siquiera allí te podían secuestrar astronautas locos.

Justo después de medianoche, Orlando le preguntó a Liana:

—Bien, ¿quién se va a levantar a las cuatro de la mañana para escoltar a nuestros invitados hasta el límite?

—Tú.

—Entonces será mejor que duerma un poco.

Inoshiro quedó asombrado.

—¿Todavía tenéis que hacerlo? ¿No lo habéis eliminado?

Liana casi se atraganta.

—¡Sería como «eliminar» el hígado! El sueño es parte integral de la fisiología de los mamíferos; si intentas eliminarlo acabas con un psicótico, un cretino sin sistema inmune.

Orlando añadió gruñón.

—Además, es muy agradable. No sabéis lo que os perdéis. —Volvió a besar a Liana y se fue.

La multitud del restaurante había ido reduciéndose poco a poco —y la mayoría de los enlazadores que quedaban se habían quedado dormidos en sus sillas— pero Liana se quedó con ellos en el silencio creciente.

—Me alegra que hayáis venido —dijo—. Ahora tenemos una conexión con Konishi... y a través de vosotros, con toda la Coalición. Incluso si no podéis volver... hablad de nosotros. No dejéis que desaparezcamos por completo de vuestras mentes.

Inoshiro dijo sinceramente:

—¡Volveremos! Y traeremos a nuestros amigos. Una vez que comprendan que no sois salvajes, todos querrán visitaros.

Liana rió ternura.

—¿Sí? ¿Y el Introdus se deshará y los muertos se levantarán de sus tumbas? Me gustaría verlo. —Se inclinó sobre la mesa y acarició la mejilla de Inoshiro—. Eres un niño extraño. Voy a echarte de menos.

Yatima esperó la respuesta ofendida de Inoshiro:
¡No soy un niño!
Pero en su lugar, se llevó la mano a la cara, donde ella la había tocado, y no dijo nada.

Orlando les escoltó hasta el límite. Les despidió y habló de volver a verles, pero Yatima sospechaba que él tampoco creia que fuesen a regresar. Cuando se perdió en la selva, Yatima cruzó el límite e invocó al zángano, que se posó en la parte posterior de su cuello y penetró para entrar en contacto con su procesador.
El cuello del gleisner, el procesador del gleisner
.

Inoshiro dijo:

—Vete tú. Yo me quedo.

Yatima gimió.

—No hablas en serio.

Inoshiro miró a Yatima, triste pero decidido.

—Nací en el lugar equivocado. Pertenezco aquí.

—¡Oh, hablas en serio! ¡Si quieres emigrar, siempre te queda Ashton-Laval! Y si quieres huir de tus padres, ¡puedes hacerlo en cualquier parte!

Inoshiro se sentó en la maleza, hundiéndose hasta la cintura y extendió los brazos hacia el follaje.

—He empezado a sentir. Ya no son sólo
etiquetas
... no es sólo una superposición abstracta. —Juntó las manos sobre el pecho y luego se lo golpeó—. Me pasa a

, le pasa a
mi piel
. Debo haber formado algún mapa de datos... y ahora mis símbolos personales lo han absorbido, lo han incorporado. —Rió con tristeza—. Quizá sea una debilidad familiar. Mi medio fraterno está con un amante corpóreo, y ahora aqui estoy yo, con la puta
sensación de tacto
.—Miró a Yatima, con los ojos muy abiertos, el gestalt para el horror—. Ahora no puedo regresar. Sería como... arrancarme la piel.

Yatima dijo con rotundidad:

—Sabes que no es cierto. ¿Qué crees que va a pasarte? ¿
Dolor
? Tan pronto como las etiquetas dejen de llegar la ilusión se disolverá. —Intentaba tranquilizar, pero luchaba por comprender cómo debía ser: ¿una especie de intrusión del mundo en el icono de Inoshiro? Ya resultaba bastante confuso cuando el interfaz ajustaba su propio icono según la postura real de su cuerpo gleisner... pero era más bien como seguir las convenciones de un juego; no se producía ninguna sensación profunda de violación.

Inoshiro dijo:

—Me dejarán vivir con ellos. No necesito comida, no necesito nada que les resulte valioso. Les seré útil. Me dejarán quedarme.

Yatima volvió a atravesar el límite; el zángano se soltó y retrocedió, zumbando con furia. Se arrodilló junto a Inoshiro y dijo en voz baja:

—Di la verdad: a la semana te habrás vuelto loco. ¿Un huida; como ésta; por siempre? Y una vez que pase la novedad te tratarán como a un monstruo.

—¡Liana no!

—¿Sí? ¿Quién crees que es? ¿
Tu amante
? ¿U otra madre?

Inoshiro se tapó la cara con las manos.

—Vuelve reptando a Konishi, ¿quieres? Piérdete en las Minas.

Yatima se quedó allí mismo. Los pájaros chillaron, el cielo se iluminó. Expiraron las veinticuatro horas. Todavía les quedaba un día antes de que los viejos yos de Konishi se despertaran en su lugar... pero ahora con cada minuto que pasaba se incrementaba la sensación de que la vida de la polis seguía y les dejaba atrás.

Yatima consideró arrastrar a Inoshiro para que cruzase la línea y luego dar instrucciones al zángano para que le sacase de su cuerpo. Los zánganos no eran tan inteligentes como para comprender lo que hacían; no se daría cuenta de que violaba la autonomía de Inoshiro.

Y resultaba una idea de lo más inquietante, pero quedaba otra posibilidad. Yatima todavía poseía la última instantánea actualizada de la mente de Inoshiro, transmitida en el restaurante durante las primeras horas de la mañana. Inoshiro no la habría enviado después de decidir quedarse... y si Yatima despertaba la instantánea dentro de la polis, lo que le pasase al clon gleisner no tendría importancia.

Yatima borró la instantánea. Esta situación no era como las arenas movedizas. Esto no era nada que hubiesen podido prever.

Se arrodilló y esperó. Las etiquetas de las rodillas que informaban de la textura del suelo se tornaron en un flujo irritante y monótono, y la forma extraña y fija forzada sobre su propio icono se volvió todavía más molesta... quizá porque tanto el flujo como la forma reflejaban tan bien su frustración. ¿
Así fue como empezó para Inoshiro
? Si il se quedaba más tiempo, ¿empezaría a identificarse con su propio mapa de su propio cuerpo gleisner?

Después de casi una hora, Inoshiro se puso en pie y salió del enclave. Yatima fue detrás, con un aliviado mareo.

El zángano aterrizó en el cuello de Inoshiro; alzó la mano como si fuese a apartarlo, pero se detuvo. Preguntó con tranquilidad:

—¿Crees que volveremos algún día?

Yatima reflexionó, profunda y largamente. Sin el atractivo irrepetible que les había traído aquí, ¿este lugar, y estos amigos, volvería a compensar ochocientas veces más tiempo que todo lo demás?

—Lo dudo.

Segunda Parte
 

Cuando Paolo despertó y se le unió en su panorama, Yatima dijo:

—Intento decidir qué responderles. Cuando pregunten por qué hemos venido tras ellos.

Paolo rió triste.

—Cuéntales lo de Lacerta.

—Saben lo de Lacerta.

—Como chispa en el mapa. No conocen su efecto. No sabrán lo que significaba.

—No. —Yatima miró a Weyl, en el centro del desplazamiento al azul. No quería contrariar a Paolo con preguntas sobre Atlanta, pero tampoco quería dejarle al margen—. Conoces a Karpal, ¿no?

—Sí. —Paolo aceptó el tiempo presente con una sonrisita.

—¿Y no estaba en la Luna, participando en TERAGO...?

Paolo respondió con frialdad:

—Hizo todo lo posible. No fue culpa suya que todo el planeta se desentendiera.

—Estoy de acuerdo. No le culpo de nada. —Yatima extendió los brazos, en gesto de conciliación—. Simplemente me pregunta si alguna vez habló de lo sucedido. Si alguna vez te contó su versión.

Paolo asintió a regañadientes.

—Me habló de ello. En una ocasión.

4. Corazón de lagarto

OBSERVATORIO BULLIALDUS, LUNA

24 046 104 526 757 TEC

2 de abril 2996, 16:42:03.911 TU

Durante todo un mes, Karpal yació tendido de espaldas sobre el regolito lunar, contemplando la quietud cristalina del universo y desafiándolo a mostrarle algo nuevo. Ya lo había hecho antes en cinco ocasiones, pero no había cambiado nada al alcance de su visión directa. Los planetas seguían sus órbitas predecibles, y en ocasiones se veía un asteroide brillante o un cometa, pero eran como naves espaciales de paso: obstáculos cercanos que no formaban parte de la vista total. Una vez que habías visto Júpiter de cerca, en persona, empezabas a considerarlo más una fuente de contaminación lumínica y ruido electromagnético que un objeto digno de interés astronómico serio. Karpal quería que una supernova apareciese imprevisiblemente en la oscuridad, un apocalipsis distante que hiciese gemir los detectores de neutrinos... no una conjunción plácida del mecanismo del Sistema Solar, tan interesante y emocionante como un transbordador de suministros llegando a su hora.

Cuando volvió a verse la Tierra nueva, un disco rojizo y apagado junto al sol reluciente, Karpal se puso en pie y agitó los brazos con cautela, comprobando si el estrés térmico había debilitado alguno de sus actuadores. Si había pasado, a su nanoware no le llevaría mucho tiempo reparar las microfracturas, pero aun así era preciso comprobar cada articulación en busca de problemas y pedir la reparación.

Estaba bien. Caminó lentamente de regreso al cobertizo de instrumentos en el borde del cráter Bullialdus; la estructura estaba abierta al vacío, pero protegía algo el equipo de los extremos de temperatura, las radiación y los micrometeoritos. Alzándose detrás estaba la pared del cráter, de setenta kilómetros de ancho; Karpal apenas podía distinguir la estación láser en lo alto de la pared, justo encima del cobertizo. Los rayos en si eran invisibles desde cualquier punto, ya que no había nada que pudiese dispersar la luz, pero Karpal no podía imaginarse Bullialdus desde arriba sin superponer una L azul, un ángulo recto enlazando tres puntos del borde.

Bullialdus era un detector de ondas gravitatorias, parte de un observatorio del ancho del sistema solar conocido como TERAGO. Un rayo láser se dividía, siguiendo recorridos perpendiculares para luego recombinarse; cuando el espacio del cráter se estiraba o comprimía aunque sólo fuese una parte entre diez elevado a la vigesimocuarta potencia, las crestas y valles de los dos flujos de luz se desalineaban, provocando fluctuaciones en su intensidad combinada que indicaban cambios sutiles en la geometría. Un único detector, por si solo, no podía señalar con precisión la fuente de las distorsiones medidas, de la misma forma que un termómetro tendido en el regolito no podía determinar la posición exacta del sol, pero combinando los momentos precisos de las mediciones de Bullialdus con los datos de otros diecinueve puntos TERAGO, era posible reconstruir el paso del frente de ondas por el Sistema Solar, revelando su dirección con suficiente precisión, habituaimente, para identificarlo con un objeto conocido del cielo, o al menos dentro de un buen margen de error.

Karpal entró en el cobertizo, su hogar durante los últimos nueve años. En su ausencia no había cambiado nada, y poco había cambiado desde su llegada; los conjuntos de ordenadores ópticos y procesadores de señal que cubrían las paredes se presentaban tan relucientemente prístinos como siempre, y las piezas de repuesto para emergencias y las macroherramicntas de reparación apenas se habían movido de donde las había colocado inicialmente. No estaba completamente solo en la Luna —en el polo norte había una docena de gleisners dedicados a la paleoselenologia— pero todavía estaba por recibir visitas.

Casi todos los otros gleisners estaban en el cinturón de asteroides, ya fuese trabajando en la fota interestelar, ofreciendo servicios de apoyo o en general jugando a seguidores de campo. Podría haber estado allí —los datos TERAGO eran accesibles desde cualquier lugar, y estar físicamente presente en un punto ofrecía pocas ventajas al supervisar las reparaciones de los veinte— pero la soledad de este lugar le tentaba, asi como la posibilidad de trabajar sin distracciones, dedicándose durante semanas a un único problema, o un mes, o un año. Sus planes originales no incluían tenderse en el regolito mirando al cielo durante un mes, pero siempre había supuesto que se volvería un poco loco, y parecía una excentricidad bastante tolerable. Al principio tenía miedo de perderse un suceso importante: una supernova, o un agujero negro del núcleo galáctico tragándose un cúmulo globular o dos. Por supuesto, se registraba hasta el último dato, pero incluso a las ondas gravitatorias les había costado milenios llegar, persistía la emoción de la inmediatez al seguir los acontecimientos en tiempo real; para Karpal,
ahora
era una sección del espaciotiempo de diez mil millones de años de profundidad, convergiendo a la velocidad de la luz sobre sus instrumentos y sentidos.

Other books

The Vow: The True Events That Inspired the Movie by Kim Carpenter, Krickitt Carpenter, Dana Wilkerson
No Laughing Matter by Carolyn Keene
Dark Fire by C. J. Sansom
Crawl by Edward Lorn
When Will the Dead Lady Sing? by Sprinkle, Patricia
Fire in the Sky by Erin Hunter
Catching Caitlin by Amy Isan