Diáspora (35 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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—Quizá no, pero si nos equivocamos jamás lo sabremos. No nos podemos encontrar naufragando en la macroesfera con nuestro hardware desintegrándose lentamente a nuestros pies. O sale bien, o no sale bien: o una polis operativa o una nube de moléculas aleatorias.

—Eso esperas. ¿Cómo van a crear moléculas si todo enlace químico provoca fusión nuclear?

—No pasa con todos los enlaces. Si unes bastantes hidrones, los leptones llenan los niveles de energía hasta estar confinados tan apretadamente dentro del núcleo que los más exteriores acaban sobresaliendo lo suficiente para lograr enlazar dos átomos con una separación respetable de los núcleos. Tienes que llenar al completo los dos primeros niveles, lo que requiere doce leptones.., asi que toda molécula estable debe contener algunos átomos de número 13 o superior juiciosamente situados. El átomo 27 puede formar quince enlaces covalentes; y es lo más cercano al carbono que hay en la macroesfera. —El expositor les mostró la sombra tridimensional de una molécula de dieciséis átomos en cinco dimensiones: un átomo de 27, unido a quince hidrones. Paolo dijo—: Considera que esta molécula es una versión mejorada del metano. Si retiras uno de esos hidrones y lo sustituyes por una rama lateral, puedes construir todo tipo de estructuras elaboradas.

Orlando empezaba a parecer acorralado. Al mirar pasillo abajo hacía distantes elucubraciones sobre la bioquímica y las formas corporales, algo le llamó la atención.

—Polímeros en U-estrella. ¿Qué significa «U-estrella»?

Paolo siguió su mirada.

—No es más que otro nombre para la macroesfera. U es el universo ordinario y estrella es notación matemática para «espacio dual»... es un término que se emplea para todo tipo de intercambio de roles. El universo y la macroesfera tienen los dos diez dimensiones... pero uno tiene seis dimensiones pequeñas y cuatro grandes, el otro tiene seis grandes y cuatro pequeñas. Asi que son versiones invertidas el uno del otro. —Se encogió de hombros—. Quizá sea mejor nombre. «Macroesfera» transmite la diferencia de tamaño, pero eso apenas importa; una vez que estemos allí, estaremos operando aproximadamente a la misma escala que cualquier forma de vida comparable. La diferencia vendrá dada por el hecho de que la física se habrá vuelto del revés.

Orlando sonreía un poco, Paolo preguntó:

—¿Qué?

—Del revés
. Es agradable saber que ése es el veredicto final. Es como me he sentido en todo momento. —Se volvió hacia Paolo con una expresión que pronto se manifestó dolorosamente expuesta—. Sé que no soy de carne y hueso. Sé que soy de software como todos los demás. Pero aun así todavía medio creo que si algo le pasase a la polis, yo podría abandonar los restos y pasar al mundo real. Porque he tenido fe en él. Porque todavía vivo según sus reglas. —Bajó la vista y se examinó una palma—. En la macroesfera, todo eso habrá desaparecido. En el exterior habrá un mundo incomprensible. Y dentro, yo no seré más que otro solipsista, protegido dentro de sus fantasías. —Alzó la vista y dijo claramente—: Tengo miedo. —Examinó desafiante el rostro de Paolo, como si le retase a afirmar que un viaje por la macroesfera no sería diferente a recorrer un panorama exótico—. Pero no puedo quedarme atrás. Debo formar parte.

Paolo asintió.

—Vale. —Tras un momento, añadió—: Pero te equivocas en un detalle.

—¿En qué?

—¿Un mundo incomprensible
?—Sonrió—. ¿De dónde sacas esas tonterías? Nada es incomprensible. Cien expositores más y te prometo que estarás soñando en cinco dimensiones.

16. Dualidad

POLIS CARTER-ZIMMERMAN, U*

Orlando se plantó fuera de la cabaña y observó cómo el último resto visible de su universo se alejaba en la distancia. La bóveda celeste sobre la Isla Flotante le ofreció una vista reducida de la macroesfera, mostrando sólo dos estrellas tenues; la estación que habían construido junto a la singularidad aparecía justo por encima del horizonte occidental en forma de diminuta luz blanca parpadeante, que se desvanecía rápidamente. A esta distancia la singularidad en sí era invisible, pero la baliza de la estación reproducía el flujo regular de fotones que salía de ella para indicar así su posición.

Si el equipo de Swift dejaba algún día de crear esos fotones, la singularidad desaparecía a la vista. Una anomalía sin masa en el vacío, pequeña como una partícula subatómica, seria casi imposible de encontrar. Pero claro, si no había nadie enviando, tampoco nadie estaría escuchando, asi que no tendria sentido revolver el vacío en busca del universo natal; cualquier dato enviado por la singularidad provocaría en vano la desintegración beta en los neutrones de Swift. Algunos habían esperado que la singularidad estuviese rodeada de artefactos de los Transmutadores, pero Orlando no se había sorprendido al encontrar la región abandonada, teniendo en cuenta la ausencia de maquinaria al otro lado del enlace.

La baliza parecía oscurecerse con una velocidad inesperada, como si la polis estuviese acelerando desaforadamente. Era una manifestación más de la ley del inverso de la cuarta potencia: aquí todo lo que se extendiese en todas direcciones se reducía mucho más rápido. Orlando vio desaparecer el tranquilizador pulso de luz, para luego lograr reirse de su sensación visceral de abandono. Era posible estar varado en cualquier lugar. En la Tierra, una vez había estado a punto de morir de congelación a menos de veinte kilómetros de su casa. La escala no importaba. Las distancias no importaban. O regresabas o no regresabas... y lo que el mundo pudiese hacerle ahora ni se comparaba con una muerte lenta por frío y deshidratación.

Le habló al panorama.

—Barre el cielo. —En un momento dado, la vista ordinaria de la isla, una simple bóveda bidimensional, sólo podía mostrar una porción estrecha del cielo tetradimensional de la macroesfera.

Pero el hemisferio se podía desplazar por el cielo, examinándolo como un planilandés podría examinar el espacio ordinario rotando el plano de su visión lineal. Orlando contempló cómo la escasas estrellas iban y venían, muchas menos de las que había visto desde Atlanta con la Luna llena. Aún así, resultaba asombroso que pudiese distinguir tantas, cuando estaban tan esparcidas y la luz se perdía con tanta rapidez.

En el oeste apareció un brillante punto de luz rojo óxido, para luego apagarse rápidamente a media que el barrido pasaba sobre él: Poincaré, la estrella más cercana a la singularidad, el primer blanco de la exploración. Harían falta cuarenta megataus para llegar a Poincaré, pero nadie sentía la tentación de congelarse durante ese viaje; había muchas cosas en las que pensar, muchas que hacer.

Orlando se preparó.

—Ahora muéstrame la U-estrella. —Su exoyó respondió a la orden, convirtiendo sus globos oculares en hiperesferas, reconstruyendo sus retinas como matrices de cuatro dimensiones, reconectando su córtex visual, aumentando su modelo del espacio circundante para permitirle apreciar cinco dimensiones. A medida que el mundo en el interior de su cabeza se expandía, gritó y cerró los ojos, sufriendo un ataque de pánico y vértigo. Había hecho lo mismo en dieciséis dimensiones, para ver los calamares de Orfeo, pero eso había sido un juego, una novedad mareante, como cabalgar un cometa o nadar entre células sanguíneas, capaz de disparar la adrenalina pero sin mayores consecuencias. La macroesfera no era un juego; era más real que la Isla Flotante, más real que su carne simulada, más real, ahora mismo, que las ruinas de Atlanta enterradas en una lejana mota de vacío. Era el espacio por el que se movía la polis, el lugar en el que sucedía todo lo que pensaba y sentía.

Abrió los ojos.

Ahora podía ver simultáneamente muchas más estrellas, pero parecían estar distribuidas más dispersamente; había mucho más vacío que llenar. Casi sin pensar, se puso a conectar los puntos, esbozando en su cabeza constelaciones simples. Aquí no había figuras llamativas, ni escorpiones ni Oriones, pero una única línea entre dos estrellas era algo de lo que maravillarse. Aquí su visión se extendía, más allá de sus campos ordinarios, hacia dos direcciones ortogonales; Karpal, el amigo de Paolo, había propuesto llamarlas cuadral y quintal, pero sin ninguna base evidente para distinguirlas, Orlando recurrió al término colectivo: plano hiperreal.

Las redes de su nuevo córtex visual y su nuevo mapa espacial asignaban una cruda distinción perceptiva a las direcciones hiperreales, pero seguía siendo necesario un esfuerzo consciente para darles sentido cognitivo. Claramente
no
eran verticales; esa idea era la que tenía más fuerza inmediata. La dirección de la gravedad, del eje mayor de su cuerpo, no tenía nada que ver con ellas; si él era como un planilandés viendo un mundo más allá de su plano, ese plano siempre había sido vertical y su visión en línea ahora se abría a los lados. Pero las nuevas direcciones tampoco eran laterales; al contrario que un planilandés vertical, sus «lados» ya estaban ocupados. Cuando conscientemente dividía su campo visual en mitades izquierda y derecha, todos los pares puramente hiperreales de estrellas se encontraban en una u otra mitad, al igual que todas las parejas puramente verticales. E independientemente de lo que el sentido común dictase como única posibilidad que quedaba, no tenía sentido que el cielo hubiese ganado profundidad, o que las estrellas saltasen hacia él como una imagen holográfica sobresaliendo de una pantalla.

Orlando mantuvo simultáneamente en su mente esas tres negaciones. El plano hiperreal estaba claramente definido por su anatomía, siempre que recordase que era perpendicular a los tres ejes de su cuerpo.

Había una constelación vagamente cruciforme circunscrita al plano hiperreal: cada una de las cuatro estrellas tenía más o menos la misma altitud con respecto al horizonte y la misma inclinación azimutal izquierda derecha; y sin embargo
no
estaban arracimadas en el cielo; las direcciones hiperreales las mantenían tan separadas como las estrellas de la Cruz del Sur. Orlando se esforzó por asignarles etiquetas: diestra y siniestra para el par cuadral, gauche y droit para el quintal. Pero era algo completamente arbitrario, como asignar puntos de la brújula a un mapa ficticio dibujado sobre un trozo circular de papel.

A varios grados hacia la izquierda-arriba-diestra-gauche, podía ver otras cuatro estrellas; éstas se encontraban en el piano lateral-vertical, el plano del cielo «corriente». Extender mentalmente los dos planos y visualizar su intersección era una experiencia muy peculiar. Se encontraban en un único punto. Se suponía que los planos se interceptaban en líneas, pero éstos se negaban a cumplirlo. Una línea cuadral entre las estrellas diestra y siniestra de la Cruz Hiperreal atravesaba el plano vertical en ángulo recto a ambos brazos de la Cruz Vertical... pero también lo hacia la línea quintal. Había cuatro líneas en el cielo —o en su cabeza— que eran mutuamente perpendiculares.

Y aun así el cielo parecía plano.

Nerviosamente, Orlando bajó la vista. Había estrellas visibles bajo el horizonte... no a través del suelo, sino
alrededor
, como si estuviese de pie en un estrecho saliente de piedra, o sobre un pilar. Había escogido no tener el poder de girar la cabeza o su cuerpo fuera de las tres dimensiones habituales del paisaje, aunque sus ojos literalmente se salían de su cráneo, hiperrealmente, para capturar una mayor franja de información adicional. Se imaginó a un planilandés vertical con dos círculos por ojos, uno sobre el otro, que de pronto se volviesen esféricos, con sus ejes todavía limitados a girar dentro de un mundo plano, pero sus lentes, sus pupilas, su campo de visión, trascendiendo ese plano. Además de ser una ridicula imposibilidad anatómica, ese compromiso empezaba a provocar una mareante mezcla de vértigo y claustrofobia. La Isla poseía grosor despreciable en las dimensiones adicionales, y podía ver claramente que el más ligero movimiento hiperreal de su cuerpo le lanzaría en picado al espacio como si fuese un borracho estilita cósmico. Al mismo tiempo, la limitación física que lo impedía le hacía sentirse como si estuviese encajado entre dos láminas de vidrio, o como si sufriese de alguna extraña enfermedad neurológica que le impidiese moverse en ciertas direcciones.

—Restaurar.

Su campo visual se contrajo a la visión relativamente reducida, y durante un momento se sintió tan furiosamente
reducido
que agitó la cabeza con exasperación, intentando quitarse las anteojeras. Entonces, abruptamente, su visión le resultó gloriosamente normal y el amplio cielo de la macroesfera fue como el recuerdo lejano de una ilusión óptica muy desorientadora.

Se limpió el sudor de los ojos. Era un comienzo. Un pequeño encuentro con la realidad. Quizá con el tiempo acabaría reuniendo el valor para recorrer un panorama totalmente en cinco dimensiones vestido con una anatomía de cinco dimensiones. Dejando de lado la alarmante posibilidad de bajar la vista y entrever sus propios órganos internos —al igual que un planilandés que sacase la cabeza del plano— a menos que añadiese dos dimensiones a su carne simulada, una vez que tuviese libertad para caer cuadralmente y quintalmente disfrutaría de la habilidad de mantener el equilibrio de un muñeco de papel.

Pero incluso obtener la anatomía y los instintos para moverse en cinco dimensiones no sería más que rascar la superficie. Siempre habría algo más que adaptar. En la carne, había hecho submarinismo docenas de veces, pero apenas había sido capaz de comunicarse con los exuberantes anfibios. Los Transmutadores llevaban aquí al menos mil millones de años... o un periodo aproximadamente comparable en tiempo de la macroesfera en términos de las tasas de los procesos químicos o cibernéticos más probables. Por supuesto, se trataba de criaturas inteligentes que controlaban su propio destino, no peces embarrancados que requerían la mutación adecuada para poder sobrevivir. Era posible que no hubiesen cambiado nada. Podrían haberse aferrado como buenos realistas —o buenos abstraccionistas— a las simulaciones de su antiguo mundo.

Pero a lo largo de los eones bien podrían haber decidido aclimatarse a su nuevo entorno. Y si era así, la comunicación resultaría imposible, a menos que algún miembro de la expedición estuviese dispuesto a reunirse con ellos a mitad camino.

A menos que alguien estuviese dispuesto a enlazar.

La Cubierta de Vuelo estaba atestada, lo que la convertía en el entorno perfecto para practicar la evitación de obstáculos impredecibles, pero Orlando se descubrió invirtiendo casi todo su tiempo en sentirse hipnotizado por la vista. Toda una pared del panorama penteractal estaba dedicada a una gigantesca ventana, y la imagen ampliada de Poincaré ofrecía una excusa perfecta para no hacer nada sino limitarse a mirar. Moverse en 5— panoramas públicos todavía hacía que Orlando se sintiese extremadamente cohibido, no tanto por el temor a caer de cara como por la gran sensación de que no podía enorgullecerse de no caerse. Su 5—cuerpo venía equipado con numerosos reflejos inapreciables, como ciertamente pasaría con cualquier cuerpo real de la macroesferano, pero depender de esos instintos alienígenas le hacía sentirse como si estuviese operando un robot de telepresencia programado con tantos sistemas autónomos de respuesta que cualquier instrucción por su parte sería superflua.

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