Don Alfredo (52 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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De este modo, la rivalidad entre el Rey y el creador de la sacrosanta Convertibilidad, se parecía a las chicanas que describía Dumas entre Luis XIII y el cardenal Richelieu. Ambos se odiaban y se necesitaban mutuamente y por eso sus intrigas respectivas se limitaban a pegarse por debajo de la mesa, atacando a los amigos y subordinados del rival. Otorgándole creciente poder a Bauzá, como virtual primer ministro, Menem trataba de recortar las atribuciones del arrogante
Mingo,
de separar a esos dos hombres que tenían "buen nivel de diálogo" obligándolos a competir por las distintas parcelas de la administración, y de mostrarle al tecnócrata que la política estará siempre por encima de la economía. Cavallo, por su parte, usaba la creencia casi religiosa de que su presencia era la única garantía de estabilidad, para ganar o recuperar terreno e imponer su filosofía y los intereses que representaba (no sólo a nivel económico sino ideológico), aunque tuviera que embestir contra el
entourage
presidencial y sus negocios. Amenazaba con acudir al vigilante de las barras y las estrellas para insinuarle que algunos de esos negocios tenían que ver con la droga y las armas, y lo hacía a sabiendas de que Menem, como todo converso (religioso, político e ideológico), era más papista que el Papa y veía en Washington un reaseguro de inmunidad para el momento, aún lejano, en que se viera obligado a dejar el poder. Sin embargo, semejante empate no podía eternizarse. Como bien lo había señalado Kissinger, el
lobbista
de Yabrán, en una visita a Buenos Aires: "En un país no puede haber dos presidentes".

Entonces estalló el escándalo del Banco Hipotecario Nacional. Con información de dos directivos de su confianza dentro el propio Banco, Luis Cerolini y Daniel Efkhanian, Cavallo descubrió que una nueva licitación volvería a entregarle a OCASA la distribución de unos doscientos mil talones de pago mensuales de los deudores, que se facturaban a razón de 1,82 pesos por talón. O sea, casi cuatrocientos mil dólares de facturación mensual para las arcas del
Amarillo,
que, para colmo, remitía los sobres que iban a los destinos menos rentables a través del vilipendiado correo oficial. ENCOTESA —"el bobo de la película", según la gráfica expresión de Grisanti— volvía a quedar marginada de la convocatoria con los pretextos de siempre: infraestructura, antigüedad en el mercado, carencia de vehículos, etcétera. La ucedeísta Adelina Dalesio de Viola presidía el Banco Hipotecario y, al igual que la mayoría de los directivos —con excepción de Cerolini y Efkhanian—, aprobaba la concesión a OCASA. Cavallo detestaba a la rubia, igual que a Claudia Bello y a María Julia Alsogaray. No por misoginia —dicen sus colaboradores—, sino porque le irritaba la facilidad con que las tres señoras accedían al despacho presidencial, en cuya antesala, precisamente, mantuvo una discusión a los gritos con Adelina Dalesio que fue ampliamente reproducida en los diarios, provocando la ira de Menem. Cavallo —sin embargo— logró que ENCOTESA fuera incluida en la licitación y la ganara ofertando un precio de cuarenta centavos por envío. Cinco veces menos que OCASA. ESO significó un ahorro neto para el Estado de más de trescientos mil pesos mensuales.

Poco antes, el 18 de julio de 1994 —el mismo día del atroz atentado contra la AMIA—, Luis Cerolini había regresado con su familia a su casa, después de un viaje, y la encontró violentada, revuelta y llena de pintadas amenazadoras. Días después, un anónimo dejado en su puerta advertía al director amigo de Cavallo: "Si nos tocás, sos boleta". El Ministro de Economía, por su parte, fue denunciado ante la Justicia por OCASA. La causa: haber eliminado de las bases de la licitación las cláusulas que restringían la participación del correo oficial. Pero esto no era nada.

Algunos meses después, el Senado le dio media sanción a un proyecto de Ley de Correos que se trató a espaldas del polémico ministro. A tal punto que se enteró de su existencia el día mismo en que fue aprobado, con el voto de peronistas y radicales. Esa tarde, casualmente, Cavallo había concurrido a la Cámara de Diputados junto con el ministro de Trabajo y Seguridad Social, Armando Caro Figueroa, para contestar las preguntas de los legisladores en torno del proyecto de ley de Solidaridad Previsional y se enteró, por un diputado amigo, del "peligroso engendro" que había aprobado el Senado.

—Los padres de la patria acaban de votar la entrega del Correo a Alfredo Yabrán, mientras vos te desvivís por las jubilaciones de privilegio.

Y le dio una copia del proyecto. Cavallo la leyó y enrojeció de furia. La interpretación que hizo entonces la escribiría después en su libro
El peso de la verdad:
"en la práctica anulaba el decreto de desregulación del servicio postal. También les daba a todos los correos inmunidad para que los vehículos de transporte de correspondencia de aire, mar y tierra pudieran recorrer el país sin ser detenidos por las fuerzas de seguridad ni por la Aduana sin orden judicial previa, con sus obvias consecuencias favorables para la expansión del tráfico de elementos ilícitos. Y, finalmente, disponía la privatización del correo oficial, con procedimientos que no impedían la conformación de un monopolio privado". Pero también le molestaba (aunque no lo dejó escrito en su libro), el artículo que fijaba un límite máximo del 30 por ciento del capital para las firmas extranjeras que quisieran comprar acciones de ENCOTESA. Como Federal Express.

En la primera reunión de gabinete que se le presentó, Cavallo acusó destempladamente a los senadores de haberle regalado el correo a la "mafia". Eduardo Menem, presidente provisional del Senado, le dirigió una mirada gélida desde el asiento que ocupaba a la diestra de su hermano, el Rey. En esos días el senador hizo una visita a Londres y debió responder a las insistentes preguntas de tres periodistas del
Financial Times
sobre sus relaciones con Alfredo Yabrán. Visiblemente molesto, sacó la pelota afuera con una frase que después se convertiría en cliché de todos los hombres del poder a los que se asociaba con el
Cartero:
"Lo he visto en alguna oportunidad, como a tantos otros empresarios". Aunque el proyecto había sido impulsado por los senadores justicialistas Eduardo Vaca (Capital Federal) y Juan Carlos Romero (Salta), Cavallo sospechaba que el motor en la sombra era el
Hermano
Eduardo. Sobre Romero pronto juntaría información. Según Franco Caviglia, "Juan Carlos Romero es hijo del fallecido Roberto Romero, sindicado en distintas publicaciones como narcotraficante y sospechado por la DEA de haber sido la vinculación más poderosa de la Argentina con la mafia ítalo-yanqui". Días después Cavallo decidió llamar a Neustadt, con quien la relación se había hecho tirante pero aún se mantenía. En una jugada típica de su estilo le habló por teléfono a la radio, donde el periodista estaba transmitiendo en vivo y se autoinvitó al programa televisivo 'Tiempo Nuevo" de esa misma noche. También le exigió al aire que estuviera presente "el titular de EDCADASSA, Alfredo Yabrán".

—Que no mande un testaferro, que venga él. Que mire con sus ojos a la cámara de TV, como la voy a mirar yo. Invítelo,
usted lo conoce.
—Subrayó con mala leche.

Don Alfredo, que aún había logrado sustraer su rostro del presente a todas las cámaras, televisivas y fotográficas, no asistió. Sí concurrió el después fallecido senador Vaca, con quien Cavallo debatió ásperamente en el estudio y estuvo a un tris de agarrarse a trompadas en la puerta del canal. El momento álgido ante las cámaras fue cuando
Mingo,
copiando a Hitchcock, dejó flotando una frase inconclusa:

—Hay algo que yo quiero decir...

Neustadt lo miró, alarmado, y la audiencia quedó en suspenso. Por fin decidió callarse y llegó, oportuno, el corte publicitario, mandando a los pugilistas a sus respectivos rincones. Según Caviglia —que hoy milita en el partido de Cavallo—, el Ministro estuvo a punto de decir que Yabrán les regalaba casas de un millón de dólares a periodistas y políticos, pero temió que Neustadt le recordara cuántas veces el mismo Cavallo le había pedido en privado que no atacara al ex ministro del Interior, José Luis Manzano, que había dejado el gobierno un año antes envuelto en graves sospechas de enriquecimiento ilícito.

El miércoles 23 de noviembre de 1994 lanzó en forma pública aquella frase que más tarde desmentiría, pero que muchos le escucharían en los meses siguientes en las reuniones del propio equipo económico: "La Argentina es Estados Unidos o la Argentina es Colombia. Si es Colombia, yo me voy". También amenazó con su renuncia si la Cámara de Diputados se sumaba a la de Senadores y convertía la media sanción en ley. Ese mismo día, el embajador norteamericano James Cheek visitó al Ministro de Economía y se sumó al ataque frontal de Cavallo contra el Senado, afirmando que había una "agresión" contra las empresas de su país y amenazando con "represalias" por parte de su gobierno.

El jueves 24, los senadores tuvieron un súbito ataque de patriotismo y rechazaron el tono "amenazante" del nuevo
Virrey y
del arrogante Ministro que los descalificaba a todos, en masa, como amigos de Yabrán. El más duro fue Eduardo Menem. Por la noche, en
Hora Clave,
Cavallo dijo que había algunos senadores y diputados oficialistas que pretendían "meter una cuña" entre él y el Presidente, para obligarlo a salir del gobierno y cambiar la política económica. Don Alfredo tampoco se quedó quieto; su abogado, Pablo Argibay Molina, que también lo era del propio Presidente, envió una carta a los directores de los medios advirtiendo que había una campaña difamatoria contra su defendido y que se iniciarían acciones legales contra quienes propagaran libelos.

Menem hizo declaraciones contradictorias en Aeroparque, rechazando presiones e injerencias, pero dando a entender que el proyecto no le gustaba. Y se borró de la escena, como es su costumbre en esa clase de circunstancias. Pero estaba muy preocupado y su preocupación creció, el viernes 25, cuando el embajador Cheek ratificó ante el canciller Di Tella todo lo que había dicho en el Palacio de Hacienda agregando suspicacias sobre el contenido de los paquetes que podía transportar, sin control alguno, el Correo. El Presidente estaba en una encrucijada: por un lado, estaban sus afectos más cercanos (los hombres que habían venido con él de La Rioja, como su hermano Eduardo, Erman González, Gasset Waidat y el propio procurador Ángel Agüero Iturbe), amén de muchos otros colaboradores cercanos que Cavallo definía como "amarillos". Del otro, la potencia que había ganado la Guerra Fría y había impuesto el Consenso de Washington: la cartilla económica, financiera y administrativa a la que debían someterse a partir de ahora todos los gobiernos "realistas" que acataban el Nuevo Orden Internacional. Menem había jugado todas sus cartas a los Estados Unidos y no tenía alternativas. Se comunicó con el
Flaco
Bauzá y le encomendó que deshiciera el entuerto. Por la noche se reunió con Cavallo en Olivos y le dijo que lo apoyaba y estaba dispuesto a luchar junto a él contra la mafia. Sólo le pidió tiempo y paciencia, para no cometer errores ni injusticias. Poco después, ante un auditorio compuesto por empresarios argentinos y chilenos, el Presidente declaró: "Cavallo está más firme que nunca y seguirá en el cargo hasta 1999". Para matizar, fanfarroneó: "A mí no me condiciona nadie". Cheek se rió mucho, le puso una hoja de lechuga a la tortuga que un día buscarían los agentes de la SIDE, y se fue a la cancha, a hinchar por San Lorenzo.

El 27 de noviembre, la paz pueblerina de Larroque se vio alterada por un episodio que aumentó la estadística negra en las relaciones entre el
Amarillo y
la prensa. (Estadística que, dos años más tarde, abonaría la sospecha generalizada en los medios de que él podía ser el autor intelectual del crimen de Cabezas.) Esa tarde, a la hora de la siesta, Carlos Yabrán disparó con un revólver calibre 38 contra la periodista Florencia Álvarez del diario
La Prensa y
le atravesó de lado a lado el muslo derecho. Según lo explicaría entonces el propio Carlos, "sólo quería asustarla". Carlos, que había sido guarda de ferrocarril como el
Toto,
moriría en un accidente automovilístico en noviembre de 1998, seis meses después del escopetazo que acabó con la vida de su querido Alfredo en San Ignacio. Su familia, los vecinos y el abogado defensor Rubén Virué lo definirían ante el periodista Danie Enz como un hombre bueno y pacífico, que nunca se había metido con nadie y que perdió los estribos ante la insistencia de la joven periodista y el fotógrafo que la acompañaba, Francisco Ciavaglia. Según la versión familiar, uno de los hijos de Carlos es discapacitado y la posibilidad de que lo fotografiaran lo sacó de sí. El propio agresor declararía después al diario
El Argentino
de Gualeguaychú, que estaban comiendo un asado con su padre Nallib, de noventa y cuatro años, y los enviados de
La Prensa
los volvieron locos con reiterados golpes a la puerta, gritos y timbrazos y que hasta llegaron a cortarles la luz desde afuera para obligarlo a salir. Entonces "se descontroló", tomó un 38, que según su hijo Ernesto era del viejo Nallib (y tan antiguo como el patriarca) y disparó a través de una cortina y un vidrio oscuro hacia la calle. Aparentemente apuntó hacia abajo, "sin intención de matar a nadie".

Hasta aquí parecería un hecho desgraciado, de cualquier manera incalificable, pero fortuito, producto de un arranque de ira, inusual en un hombre habitualmente tranquilo. Sin embargo, de las declaraciones de los enviados de
La Prensa,
surgieron datos que confirmaban el odio total de los Yabrán hacia el periodismo, su tendencia a frenar a los indiscretos de cualquier manera y su connivencia con la policía local. Florencia y Francisco llevaban tres días en Larroque, donde habían tratado inútilmente de hablar con los hermanos de Don Alfredo. Sólo habían podido cruzar unas pocas palabras con
Negrín,
después de un acoso de setenta y dos horas. "En estos días llamarse Yabrán es un problema", les habría dicho el hermano menor en el breve diálogo, explicando por qué nadie quería darles una entrevista. Frente a la casa de
Toto
recibieron una inusual invitación del comisario del pueblo para que lo visitaran en la seccional, que declinaron porque les parecía una presión inadmisible. Después, un misterioso ciclista los fotografió a ellos. Una noche, concurrieron a un lugar solitario, convocados por un desconocido que había prometido venderles fotos inéditas de Yabrán y se encontraron frente a un apriete: "¿Quién los manda a ustedes? ¿Para qué vinieron?". Cuando la periodista estaba ya internada en la Clínica del Pilar, en Buenos Aires, recibió una llamada inconfundible. Una voz masculina le comentó, entre risas: "Te vimos en el diario, qué cara de puta que tenés". Carlos Yabrán no fue preso, la policía consideró su exabrupto como "abuso de arma" y no como "intento de homicidio". El juez de instrucción Eduardo García Jurado fue más lejos asegurando que el hecho no podía calificarse como "intento de homicidio porque el disparo había sido hecho de la cintura para abajo". Carlos Yabrán sería finalmente condenado, bajo el nuevo régimen de la
probation,
a prestar "servicios comunitarios".

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