Ecos de un futuro distante: Rebelión (26 page)

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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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Y guardó silencio, mirando el horizonte. Se preguntaba si no estaba siendo el traidor más grande que su amigo pudiera imaginar, al estar con aquella mujer por la que el también sentía un profundo amor que nunca se había atrevido a confesar.

Sabía, en el fondo de sí mismo, que él no podía gobernar los sentimientos de la chica, de su nueva e inesperada pareja. Y que, por otro lado, no quería hacerlo así. Pero delante de él se planteaba un dilema moral, ¿qué hacer ahora? ¿Debía contarle que la chica de sus sueños estaba con su mejor amigo? ¿debía guardar silencio y actuar como si no pasase nada para poder preservar su amistad, esperando que no se enterase de lo que había sucedido? Tuvo que ser la insistencia de aquella cariñosa chica la que le trajera de vuelta al mundo real:

—¿Qué piensas?

—No es nada… —dijo Ahrz.

—Sabes que puedes confiar en mi, ¿verdad? —le dijo ella.

—Sí, claro que lo sé. Pero es que, esa persona, ese hombre al que le gustas, no sé qué hacer ahora. No sé si decirle que tenía razón y estaba equivocado, y que la chica a la que el quiere en realidad está ahora con su mejor amigo, o hacer como si no pasase nada.

—¿Te avergüenzas de mí? —le preguntó Adrius.

—No, no es eso, para nada —respondió el enérgicamente.—. Ni mucho menos, al contrario, para mi es casi un sueño tenerte aquí a mi lado y poder verte como algo más que la enfermera de la base.

—Si no le dijeras nada, me estarías ocultando… como si te avergonzases. Quizá ya sepas cuál es la respuesta correcta y lo único que necesitas es un empujón para dar ese paso.

—Puede que tengas razón. No quiero ocultarte. Pero no quiero hacerle daño.

—Inevitablemente, él sufrirá, a menos que tú no quieras estar conmigo claro. Pero eso no haría que yo estuviese con él, Ahrz.

—Lo sé, cariño —respondió él mientras acariciaba su pelo tiernamente.—. Tienes razón, lo más lógico es que hable con él y le cuente lo que ha pasado. Tendrá que ser capaz de sobreponerse.

—Estoy segura de que lo hará —le respondió ella—. No te culpes. Ni tu ni yo somos culpables. El amor tiene estas cosas, algunos salimos ganando, y otros sufren… Pero la vida es así, por mucho que nos pueda disgustar.

Apoyó su cabeza en el pecho del ex-minero. Por primera vez en muchos años, se sentía a gusto con un hombre, y se sentía protegida. Hacía mucho tiempo que se había fijado en él. Le gustaba su carácter, seguro de sí mismo, su ingenio, y su valentía por lanzarse a cambiar su vida de una manera tan radical como él había hecho, dejando a un lado la tradición milenaria de la minería a la que tanto se había dedicado su familia. Se preguntaba si de verdad él era tan inocente como parecía cuando hablaba de sus sentimientos. En cualquier caso, le añadía más romanticismo a aquella incipiente historia de amor.

Pasaron la mayor parte del resto de aquella jornada juntos, compartiendo por la tarde momentos casi furtivos de amor, mientras ella se dedicaba a atender a los reclutas que requerían atención médica y él seguía centrándose en su entrenamiento de combate armado. Al llegar la noche, compartieron su primera cena juntos, para finalmente terminar durmiendo ambos en la habitación de la enfermera. Allí dieron rienda libre a sus instintos, haciendo el amor hasta altas horas de la noche. Ahrz no tuvo que enfrentarse aquella jornada a Narval, puesto que su amigo había obtenido un permiso para poder visitar a su familia antes de partir con rumbo al planeta Nelder. Lo más probable era que ambos no se encontrasen ya hasta la jornada en la que partirían con rumbo al territorio lomariano.

Mundo inhóspito

Finalmente, aquel día llegó sin grandes ceremonias. En tan sólo dos días, la relación entre Ahrz y Adrius se había afianzado mucho en todos los aspectos. Ella había aprovechado la oportunidad que les había brindado ese breve espacio de tiempo para poder compartir con él todas sus inquietudes, contarle cómo se había enamorado de él, y en general, hacer todo lo posible por asentar su nueva relación:

—Si terminas entrando en el ejército, ¿qué harás? —le preguntó ella.

Estaban sentados sobre la cama de su habitación en la mañana de la jornada en la que el antariano tenía que partir con rumbo a Nelder.

—¿A qué te refieres? —le preguntó él mientras la rodeaba suavemente con sus brazos y besaba su cuello.

—Imagino que antes de todo esto ya tendrías un plan. Volver a tu hogar, quedarte aquí, o lo que quiera que hubieses decidido.

Ahrz no tuvo ni el más mínimo atisbo de duda:

—Tenía pensado volver a Antaria y seguir con mi solitaria vida allí. —Respondió.

Su novia le miró cariñosamente, y le dijo:

—A lo mejor te parece una locura pero, ¿qué te parece seguir con ese plan, pero conmigo a tu lado?

—¿Estás segura? —preguntó el ex-minero con cara de duda.

—Sí, claro que lo estoy. Te quiero Ahrz, y quiero estar contigo. Si me quedase aquí, la distancia y mis obligaciones como enfermera militar haría que nos pudiésemos ver muy poco. Sin embargo, si volviera a la vida civil, podría llevar una vida mucho más normal. Tenía pensado volver a Kharnassos, pero… ahora me gusta más la idea de ir a Antaria y estar allí contigo. Si a ti te parece bien, claro.

Él se quedó mirándola, preguntándose por un momento si aquello no era demasiado precipitado. Aunque sabía que sí, sentía que quería estar con aquella mujer durante el resto de su vida. La idea de llevársela de la infernal Modea a la mucho más habitable capital del imperio de Ilstram era algo que le resultaba muy atractivo:

—¿No echarías esto de menos? —le preguntó a la mujer.

—Seguro que al principio sí. Pero como te he dicho antes, quiero estar contigo, y si consigues ingresar en el ejército no podríamos quedarnos aquí. Tampoco me desagrada la idea de entrar en la medicina civil si a cambio puedo estar con el hombre con el que tanto he soñado.

—Entonces… esperemos que consiga entrar en el ejército, cariño. Y si lo logro, nos iremos juntos a Antaria cuando todo esto haya pasado.

—Estamos locos —dijo Adrius en voz alta.—. Apenas hace dos días que estamos saliendo juntos, y en unas semanas nos iremos a Antaria si todo sale bien.

—Bendita locura —le respondió él dulcemente.—. Pero por ahora, prefiero pensar que lo de hoy saldrá bien.

—Seguro que saldrá todo bien —dijo la mujer de Kharnassos.

—Ir a la conquista de un planeta no va a ser tan sencillo como una misión de reconocimiento…

—Pero si fuese una misión muy peligrosa mandarían al ejército y no a los que todavía sois aspirantes, ¿no? —preguntó ella.

—Me imagino que sí. Hasta este momento me preocupaba la misión, pero no me importaba demasiado lo que pudiera suceder. Ahora tengo un motivo por el que volver… tú —respondió Ahrz.

Se miraron fijamente, y ella replicó cariñosamente:

—Te quiero.

—Te quiero —le correspondió el de Antaria.

Compartieron algunos breves momentos juntos, pero la mente de Ahrz, poco a poco, se había ido desviando hacia la preparación de lo que en, tan solo unas horas, iba a ser lo más parecido a una auténtica guerra.

No pasó mucho tiempo hasta que recibió, al igual que el resto de reclutas seleccionados para la siguiente prueba, la convocatoria para asistir al hangar de transporte. No vio a Narval allí, puesto que los equipos iban a salir de manera escalonada y su amigo ya estaba rumbo a Nelder como parte del primer contingente. Adrius le acompañó hasta el mismo hangar, una vez allí, la nueva pareja se despidió cariñosamente, mientras ella le suplicaba que tuviese mucho cuidado y volviese de una pieza, sano y salvo.

Ahrz se subió a la nave de transporte, y tras él, se cerró la puerta. El regimiento estaba listo, la máquina alzó el vuelo con pesadez. Por la ventana, el de Antaria miraba fijamente a aquella mujer con la que durante los últimos días había compartido algunos de los momentos más intensos de su vida.

Estaba perdiéndose en aquellos recientes recuerdos, mientras se despedía de su pareja con la mano, cuando el capitán le sacó de su ensimismamiento:

—¡Menuda monada! —le dijo animadamente mientras ponía una mano en su hombro—. No se preocupe recluta, si cumple con sus órdenes, volverá entero para poder achuchar a ese pimpollo todo lo que le apetezca. Simplemente, encárguese de mantenerse con vida.

Después de aquella conversación, Ahrz se dirigió hacia el interior del compartimento principal de la nave de transporte, donde aguardaba otra decena de reclutas. Escudriñó sus rostros. Era fácil ver que algunos de ellos estaban nerviosos, otros atemorizados, algunos estaban expectantes, y otros, quizá por miedo, parecían estar ausentes, como si aquello no fuese con ellos. Tomó asiento en uno de los laterales de la sala, junto al resto de reclutas, mientras el capitán proseguía con su arenga.

—Caballeros —dijo— dentro de cuatro horas llegaremos a Nelder —sus manos se movían enfáticamente delante de una pantalla en la que se podía ver una reproducción virtual del planeta en cuestión—. Una vez allí, nos reuniremos con el resto de fuerzas enviadas por el Imperio. Nuestra misión es sencilla. Tenemos que tomar el control de los principales asentamientos lomarianos, y asegurarnos de que quien quiera que sea su líder acepta pasar a formar parte del imperio de Ilstram.

—¿Y si no aceptan? —preguntó un recluta.

—Las órdenes del mariscal Ghrast son claras. Si su gobernante no acepta de ninguna manera, tenemos permiso para eliminarle y anexionarnos ese terruño por las malas. Esperamos encontrar poca resistencia y desorganizada, pero dispuestos a luchar hasta el final. Es muy dudoso que sepan de esta misión, y estamos preparados para hacerles frente en cualquier tipo de terreno. Contarán con armas de todo tipo: pistolas de plasma, rifles de plasma e hidrógeno, y también rifles con mira de precisión.

—¿Habrá apoyo aéreo desde el exterior del planeta? —preguntó Ahrz.

—Negativo —respondió el capitán.—. Uno de los motivos por el que se nos ha encomendado la tarea de conquistar esta bola es el valor de las riquezas de los bosques y ríos que la pueblan. Por desgracia para nosotros, sólo los lomarianos conocen realmente todos y cada uno de los rincones del lugar. Con el apoyo aéreo, y por los pocos números que esperamos por su parte, corremos el riesgo de exterminarlos directamente. Y eso haría que el proceso de adaptación y explotación del planeta sea muchísimo más largo de lo esperado. Según las instrucciones que se me han transmitido, el mariscal desea que Nelder sea una colonia plenamente funcional a nivel militar en menos de una semana.

—Ojalá se retire pronto ese carcamal —dijo un recluta.

—Ese carcamal, soldado, —respondió el capitán— ha tomado parte en cientos de batallas por el imperio de Ilstram. Y le puedo asegurar que siempre lo ha hecho con el mejor de los intereses de nuestro mundo en mente. El mariscal lleva sirviendo en este ejército desde los tiempos del emperador Borghent, y ha demostrado ser un gran estratega.

—Con el debido respeto, mi capitán —prosiguió el recluta— el mariscal Ghrast y el emperador Borghent no han tenido la atención con el pueblo que ha tenido el emperador Brandhal. Bajo su mandato Antaria y las colonias han visto algunos de los desarrollos más espectaculares en los últimos treinta años. Gracias a él hoy vivimos mucho mejor que en aquel entonces.

—Gracias a él, también —replicó el capitán— el ejército de Ilstram es uno de los que menos ha avanzado tecnológicamente en todo el universo conocido. Ha dedicado una gran parte del dinero del Imperio a mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Y aunque eso es muy loable por su parte, no sirve de nada hacer que podamos bañarnos en oro cada mañana si no hay un ejército a la altura que pueda responder en caso de ataque enemigo.

—Yo creo en el emperador Brandhal —replicó Ahrz.—. Estoy de acuerdo con él —dijo, refiriéndose al recluta— gracias a él hemos podido vivir tiempos de prosperidad. Y uno de los motivos por los que me he alistado al ejército es el de poder servir al imperio. Daré mi vida por el emperador si fuese necesario, sea quien sea.

—Pero el emperador ya no está, desapareció hace casi tres meses. Y hablar de lo que ha hecho no nos ayudará en la misión que nos aguarda. —Dijo el jefe del contingente.—. Recuerden que en todo momento deberán permanecer cerca de la fuerza principal. Manténganse juntos y no se separen. En caso de retirada no podremos esperar a los rezagados.

Las horas transcurrieron lentas, casi eternas; era como si el cruel destino disfrutase torturando la mente de Ahrz, al que sus fantasmas internos comenzaban a hacerle replantearse si realmente estaba dando el paso correcto. Por primera vez, estaba a punto de mirar cara a cara a un enemigo de carne y hueso, y por ende, a la muerte. Se iba a enfrentar a mucho más que un simple entrenamiento. Y para empeorar las cosas, ahora tenía que asegurarse de volver sano y salvo para poder estar con su querida Adrius. No podía evitar tener el presentimiento de que, lo que fuese que les aguardaba en Nelder, no iba a ser ni mucho menos tan sencillo como parecía sobre el papel. Su destino era un planeta en el sistema vecino de Yeleldas, ocupaba la cuarta posición de más de una veintena de planetas. Y recibía el calor suficiente de la pequeña estrella en torno a la que orbitaba para mantener un clima de carácter tropical. La alta concentración de oxígeno en la atmósfera favorecía a los humanos, puesto que, en situaciones de esfuerzo físico, eran capaces de desarrollarlas durante mucho más tiempo. Esperaban poder tener una ventaja sobre los lomarianos que dominarían el terreno sin ningún problema. La entrada en la atmósfera planetaria se produjo de manera rápida y organizada, casi un centenar de naves de transporte se posaron en las amplias praderas que se podían vislumbrar en la mayor parte del planeta. Al fondo, en el horizonte, se podían vislumbrar las espigadas construcciones lomarianas. Edificios de color, generalmente azul, que se alzaban desafiantes en el tranquilo cielo de la capital. Era evidente que se trataba de una raza en extinción. El planeta apenas parecía registrar actividad, pensó Ahrz para sí mismo, y la capital, Ergaran, parecía un páramo abandonado. Las tropas se arremolinaron rápidamente en torno al punto de reunión que los diferentes capitanes del contingente habían organizado. Allí, finalmente, el de Antaria se encontró con su amigo, Narval, que le saludó efusivamente:

—¡Ahrz! Por fin te veo, ¿listo para la acción? —le preguntó visiblemente contento.

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