El Aliento de los Dioses (77 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El Aliento de los Dioses
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Por algún motivo, esos pensamientos le dieron fuerza. Sorprendida por su propia determinación, recuperó el aliento de su capa y sus calzas. Despertó un par de cuerdas, diciéndoles que agarraran cuando las lanzara. Elevó una silenciosa plegaria a Austre, y luego entró en la habitación atravesando la ventana.

* * *

Vasher gemía. Tonk Fah dormitaba en un rincón. Denth, empuñando un cuchillo ensangrentado, alzó la cabeza mientras ella aterrizaba. La expresión de sorpresa total de su rostro valió, en sí misma, casi por todo lo que ella había pasado. Le arrojó la cuerda y lanzó la otra a Tonk Fah.

Denth reaccionó cortando la cuerda en el aire con su daga. Los trozos se retorcieron y agitaron, pero no eran lo bastante largos para agarrar nada. El que Vivenna le lanzó a Tonk Fah, sin embargo, lo alcanzó. El grueso mercenario soltó un grito, despertando cuando la cuerda se enroscó en su cara y su cuello.

Vivenna se detuvo ante el cuerpo bamboleante de Vasher. Denth había desenvainado su espada en un gesto sumamente rápido. Ella tragó saliva y desenvainó su propia espada, sujetándola como Vasher le había enseñado. Denth se detuvo brevemente, sorprendido.

Eso fue suficiente. Blandió la espada, pero no hacia Denth, sino hacia la cuerda que sujetaba a Vasher al techo. Vasher cayó con un gruñido, y Denth atacó, clavándole la punta de la espada en el hombro.

Vivenna cayó, jadeando de dolor.

Denth dio un paso atrás.

—Bien, princesa —dijo—. No te esperaba por aquí.

Tonk Fah jadeaba, con la cuerda al cuello, ahogado. Se debatía para liberarse con poco éxito.

En otro momento, el dolor en el hombro habría sido debilitador. Pero después de las tundas recibidas en la calle, le resultaba casi familiar. Miró a Denth a los ojos.

—¿Se supone que esto es un intento de rescate? —preguntó él—. Porque, sinceramente, no me impresiona mucho.

Tonk Fah tropezó con su taburete al debatirse. Denth lo miró y luego a Vivenna. Hubo un momento de silencio, a excepción de los movimientos cada vez más débiles de Tonk Fah. Finalmente, Denth maldijo y saltó para cortar la cuerda del cuello de su amigo.

—¿Estás bien? —le preguntó Vasher a Vivenna. A ella le sorprendió lo compuesta que sonó su voz, a pesar de su cuerpo ensangrentado.

Asintió.

—Van a enviar a los sinvida contra tu patria —dijo él—. Hemos estado equivocados todo el tiempo. No sé quién está detrás de esto, pero creo que están ganando la lucha por el palacio.

Denth cortó por fin la cuerda.

—Tienes que escapar—dijo Vasher, librándose de sus ataduras—. Vuelve con tu pueblo, diles que no combatan a los sinvida. Tienen que huir a través de los pasos del norte, esconderse en las montañas. No luchéis ni atraigáis otros reinos a la guerra.

Vivenna miró a Denth, que abofeteaba a Tonk Fah para que recuperara la conciencia. Entonces cerró los ojos.

—Tu aliento al mío —dijo, recuperando el aliento de las borlas de sus manos, añadiéndolo a la gran cantidad que aún tenía de antes. Extendió la mano y tocó a Vasher.

—Vivenna…

—Mi vida a la tuya —dijo ella—. Mi aliento es tuyo.

Su mundo se volvió oscuro. A su lado, Vasher jadeó, y empezó a convulsionarse al recibir el aliento. Denth se incorporó rápidamente.

—Adelante, Vasher —susurró Vivenna—. Lo harás mucho mejor que yo.

—Mujer testaruda —dijo él mientras superaba las convulsiones. Extendió la mano, como para devolverle el aliento, pero reparó en Denth.

El mercenario sonrió, alzando su espada. Vivenna se llevó una mano al hombro para detener la hemorragia, y empezó a dirigirse hacia la ventana, aunque, sin aliento, no estaba segura de qué pretendía hacer allí.

Vasher se incorporó, cogiendo la espada de Vivenna. Sólo llevaba los calzones ensangrentados, pero su pose era firme. Envolvió en torno a su cintura la cuerda de la que había estado colgando, formando su característico cinturón.

«¿Cómo lo hace? —se preguntó ella—. ¿De dónde saca las fuerzas?»

—Tendría que haberte hecho más daño —dijo Denth—. Me tomé mi tiempo. Lo saboreé demasiado.

Vasher bufó, atándose el cinturón. Denth parecía esperar, previendo algo.

—Siempre me ha parecido gracioso que sangremos como los hombres corrientes —dijo Denth—. Puede que seamos más fuertes y vivamos mucho más tiempo, pero morimos igual.

—Quizá no —respondió Vasher, alzando la espada de Vivenna—. Otros hombres mueren con más honor que nosotros, Denth.

Éste sonrió. Vivenna pudo ver la emoción en sus ojos. «Siempre dijo que era imposible que Vasher pudiera haber derrotado a su amigo Arsteel en duelo —pensó—. Quiere luchar contra Vasher. Quiere demostrarse a sí mismo que Vasher no es tan bueno como él.»

Las espadas entraron en acción. Y tras un rápido intercambio, Vivenna lo vio claro: Denth era claramente superior. Tal vez se debía a las heridas de Vasher. Tal vez era la creciente ira que veía en los ojos de Vasher lo que lastraba su habilidad para conservar la calma y concentración durante el combate. Tal vez era que en realidad no era tan bueno como Denth. Como fuese, mientras observaba, Vivenna comprendió que Vasher iba a perder.

«¡No he hecho todo esto para que murieses!», pensó, poniéndose en pie para intentar ayudar.

Una mano cayó sobre su hombro, empujándola hacia el suelo.

—Quietecita —dijo Tonk Fah, alzándose sobre ella—. Buen truco con la cuerda, por cierto. Muy astuto. Yo conozco también unos cuantos truquitos con cuerdas. ¿Sabías, por ejemplo, que puede usarse una cuerda para quemar la carne de una persona? —sonrió, luego se inclinó—. Humor mercenario, ya ves.

La capa resbaló ligeramente sobre su hombro, cayendo contra la mejilla de Vivenna.

«No puede ser —pensó ella—. Escapé de él. Traté de despertar su capa, pero usé una mala orden. ¿Puede ser tan estúpido de seguir llevándola?»

Sonrió, mirando por encima del hombro. Vasher había retrocedido hacia la ventana y sudaba copiosamente, las gotas ensangrentadas regando el suelo. Denth lo obligó a retroceder de nuevo, y Vasher se subió a la mesa contra la pared del fondo, buscando terreno elevado.

Vivenna miró a Tonk Fah, cuya capa seguía rozándole la mejilla.

—Tu aliento al mío —dijo.

Sintió un súbito y agradable estallido de aliento.

—¿Eh?—dijo Tonk Fah.

—Nada —respondió ella—. Sólo… ¡ataca y agarra a Denth!

Dada la orden, hecha la visualización, la capa empezó a temblar. La camisa de Tonk Fah perdió el color y el hombretón abrió sorprendido los ojos. La capa de pronto saltó al aire, empujando a Tonk Fah a un lado y haciéndole apartarse de ella.

«Por eso yo soy princesa y tú eres sólo un mercenario», pensó Vivenna con satisfacción.

Tonk Fah gritó. Denth se volvió para ver qué pasaba, pero el grandullón y descoordinado Pahn Kahl chocó contra él, la capa agitándose.

Denth cayó hacia atrás, alcanzando a Vasher por sorpresa mientras chocaban. Tonk Fah gruñó. Denth maldijo.

Y Vasher salió de espaldas por la ventana.

Vivenna parpadeó sorprendida. No era eso lo que pretendía. Denth cortó la capa, empujando a un lado a Tonk Fah.

Todo quedó en silencio durante un momento.

—¡Ve por nuestro escuadrón de sinvidas! —exclamó Denth—. ¡Ahora!

—¿Crees que vivirá? —preguntó Tonk Fah.

—Acaba de caer por la ventana de un segundo piso hacia una muerte segura. ¡Pues claro que vivirá! ¡Envía al escuadrón a las puertas principales para detenerlo!

Denth miró a Vivenna.

—Princesa, eres más problemática de lo que vales.

—Eso le ha dado por decir a la gente —contestó ella con un suspiro, llevándose la mano ensangrentada al hombro, demasiado agotada para sentir el miedo que probablemente debería sentir.

* * *

Vasher caía hacia los bloques de piedra de abajo. Vio cómo se alejaba de la ventana. «Casi —pensó con frustración—. ¡Estaba a punto de derrotarlo!»

El viento silbaba. Gritó frustrado, soltando la cuerda de su cintura, el aliento de Vivenna una fuerza viva en su interior.

—Agarra —ordenó, lanzando la cuerda y extrayendo color de sus calzones manchados de sangre.

Se volvieron grises, y la cuerda se envolvió en un saliente de piedra en la pared del palacio. Se tensó y él corrió de lado por los bloques de ébano, refrenando la caída.

—¡Tu aliento a mí! —gritó mientras el impulso se reducía. La cuerda se soltó cuando aterrizó en el primer bloque—. ¡Conviértete en mi pierna y dale fuerza! —ordenó, extrayendo color de la sangre de su pecho.

La cuerda se retorció, envolviéndose en su pierna y su pie mientras brincaba. Vasher aterrizó en el siguiente bloque, un pie encogido. Con la cuerda enrollada, sus extraños e inhumanos músculos soportaron el grueso del golpe.

Cuatro saltos y llegó al suelo. Un grupo de soldados deambulaba entre algunos cadáveres en la puerta principal, con aspecto confuso. Vasher corrió hacia ellos, sangre transparente e incolora cayó de su piel cuando recuperó el aliento de la cuerda.

Recogió la espada de un soldado caído. Los hombres ante las puertas se dieron la vuelta y prepararon sus armas. Vasher no tenía tiempo, ni paciencia, para amabilidades. Golpeó, abatiendo a los hombres con rápida eficacia. No era tan bueno como Denth, pero había practicado durante mucho, mucho tiempo.

Por desgracia, había muchos hombres. Tal vez demasiados para pelear. Vasher maldijo, girando entre ellos, y abatió a otro. Se agachó, golpeó con la mano la cintura de un soldado caído, tocando la camisa y los pantalones, y enroscando el dedo en la ropa interior de colores.

—Lucha por mí, como si fueras yo —ordenó, volviendo gris la ropa interior del hombre.

Se volvió, bloqueando un mandoble. Otro llegó por el lado, y otro más. No podía bloquearlos todos.

Una espada destelló en el aire, deteniendo un arma que habría alcanzado a Vasher. La camisa y los pantalones del muerto, después de haberse soltado, empuñaban una hoja. Golpearon, como controlados por una persona invisible dentro, bloqueando y atacando con habilidad. Vasher se colocó espalda contra espalda con el ente despertado. Cuando tuvo oportunidad, hizo otro, apurando su aliento restante.

Lucharon como trío, Vasher y sus dos grupos de ropas despertadas. Los guardias maldijeron. Vasher los estudió, planeando un ataque. En ese momento, una tropa compuesta por unos cincuenta sinvidas apareció en la esquina y cargó hacia él.

—¡Colores! —maldijo Vasher. Rugió de ira, golpeó y abatió a otro soldado—. ¡Colores, Colores, Colores!

«No deberías maldecir —dijo una voz en su cabeza—. Sashara me dijo que estaba mal.»

Vasher se volvió. Una fina línea de humo negro surgía por debajo de las puertas cerradas del palacio.

«¿No vas a darme las gracias? —preguntó Sangre Nocturna—. He venido a salvarte.»

Uno de los entes de ropa cayó, la pernera cortada por el astuto golpe de un soldado. Vasher retrocedió, recuperando el aliento del segundo grupo de prendas, y luego pisó con el pie descalzo la ropa caída, recuperando el aliento de ella también. Los soldados retrocedieron, cautelosos, más que contentos de dejar que los sinvida se encargaran de él.

Y en ese momento de indecisión, Vasher corrió hacia las puertas del palacio. Cargó con el hombro, las abrió y resbaló en la entrada.

Numerosos hombres yacían muertos en el suelo. Sangre Nocturna asomaba del pecho de uno de ellos, la empuñadura apuntando al cielo. Vasher vaciló brevemente. Podía oír a los sinvida corriendo tras él.

Avanzó y agarró la empuñadura de Sangre Nocturna para liberar la espada, dejando la vaina clavada en el cuerpo.

La hoja chorreó líquido negro al blandirla. El líquido se disolvió antes de tocar paredes o suelo, como agua en un horno.

El humo se retorció, parte brotando de la hoja, parte cayendo al suelo, goteando como sangre negra.

«¡Destruye! —resonó la voz de Sangre Nocturna en su cabeza—. ¡El mal debe ser destruido!»

El dolor corrió por el brazo de Vasher, quien sintió que su aliento era absorbido por la hoja y daba fuerza a su ansia. Desenvainar el arma tenía un coste terrible. En ese momento, ni siquiera le importaba. Se volvió hacia los sinvida y, enfurecido, atacó.

Cada criatura a la que golpeaba con la hoja destellaba y se convertía en humo. Un solo arañazo y los cuerpos se disolvían como papel consumido por un fuego invisible, dejando atrás sólo una mancha oscura en el aire. Vasher giraba entre ellos, golpeando con furia, matando un sinvida tras otro. El humo negro se arremolinaba a su alrededor, y el brazo se retorcía de dolor mientras tentáculos como venas subían desde la empuñadura hasta su antebrazo, como negras arterias que se marcaran en su piel, alimentándose de su aliento.

En cuestión de minutos, el aliento que Vivenna le había dado quedó reducido a la mitad. Sin embargo, en esos momentos, destruyó a los cincuenta sinvidas. Los soldados de fuera titubearon, observando la escena. Vasher se alzaba entre una masa rebullente de denso humo color ébano. Se elevaba lentamente por el aire, los únicos restos de las cincuenta criaturas destruidas.

Los soldados huyeron.

Vasher gritó, cargando hacia un lado de la habitación. Clavó a Sangre Nocturna en la pared. La piedra se disolvió tan fácilmente como la carne, evaporándose ante él. Vasher atravesó el humo negro que se disipaba y entró en la siguiente habitación. No se molestó con las escaleras. Simplemente saltó a una mesa y clavó la espada en el techo.

Un círculo de tres metros se abrió. Humo oscuro, como bruma, cayó a su alrededor como vetas de pintura. Despertó de nuevo su cuerda y la lanzó hacia arriba, usándola para auparse al siguiente piso. Un momento después, repitió la operación para subir a la segunda planta.

Se dio media vuelta, atravesando paredes, gritando mientras corría al encuentro de Denth. El dolor en su brazo era agudísimo, y su aliento se consumía a un ritmo alarmante. Cuando se agotara, Sangre Nocturna lo mataría.

Todo se volvía borroso. Atravesó una última pared y encontró la sala donde lo habían torturado.

Estaba vacía.

Gritó, el brazo temblando.

«Destruye el mal…», dijo Sangre Nocturna en su mente, toda alegría, toda familiaridad desaparecida de su tono. Resonaba como una orden. Un ser horrible e inhumano. Cuanto más empuñaba Vasher la espada, más rápido apuraba su aliento.

Jadeando, arrojó la espada a un lado y cayó de rodillas. La espada se deslizó por el suelo, abriendo una brecha que se disolvió en humo, pero chocó contra una pared y se detuvo. De la hoja brotaba humo.

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