Poniéndose de pie a fuerza de voluntad, Dhamon agarró su arma, respiró hondo y corrió en ayuda de Shaon. La bestia esquivaba al lobo y se iba acercando a la mujer.
—¡Puedo combatir mis propias batallas, Dhamon! —gritó Shaon—. ¡No necesito ayuda!
—¡Es posible, pero no lucharás muy bien sin una espada! —replicó el guerrero.
La mujer bárbara, obstinada, esquivó a Dhamon y se adelantó, atrayendo la atención de la bestia, que se abalanzó sobre ella. Distraída por los movimientos de Shaon, la criatura se olvidó del lobo. Un terrible error.
Furia
saltó sobre su espalda, y la bestia cayó de bruces en el barro.
Shaon propinó un feroz taconazo en la escamosa mano del monstruo, que soltó la espada de la mujer. Cuando Shaon se agachó para recogerla, la bestia giró sobre sí misma, le apuntó con las garras, y disparó varias descargas sobre ella.
Shaon gritó y cayó de rodillas. Cerró los ojos intentando resguardarlos del abrasador destello, pero aun así éste la cegó, y al abrirlos sólo vio líneas y puntos luminosos. Tanteó el suelo, y por fin sus dedos rozaron la empuñadura de la espada. La agarró y arremetió, todavía cegada, hacia donde creía que estaba la bestia.
—¡Cuidado! —espetó Dhamon—. ¡Casi me has ensartado!
El guerrero se había abalanzado sobre la criatura y estaba enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo.
—¡Entonces apártate! ¡Esta bestia es mía! —Sin embargo, Shaon tuvo que retroceder gateando al tiempo que parpadeaba para aclarar la vista.
Por detrás,
Furia
enganchó la nuca de la criatura entre sus dientes y apretó. La bestia aulló mientras se hincaba de rodillas en el suelo. El lobo hundió más aun los dientes. Dhamon descargó una cuchillada, y la hoja atravesó la prieta carne del brazo de la bestia y la ensartó; el ser cayó de bruces otra vez en medio de un cegador destello, un estallido de energía que lanzó por el aire a
Furia
aullando de dolor.
Dhamon levantó el brazo justo a tiempo de cubrirse los ojos, pero la descarga eléctrica los envolvió a Shaon y a él Era abrasadora, y la sacudida hizo que les castañetearan los dientes. Entonces, con la misma rapidez con que los había rodeado, la sensación se disipó.
—¿Qué ha pasado? —gritó la mujer bárbara—. ¡No veo nada!
—¡Mirad! ¡Ha explotado! —chilló la kender—. ¡Dhamon ha matado a esa cosa!
Furia
gruñó y se levantó del suelo al tiempo que se sacudía. Su rojo pelaje estaba de punta, dándole un aspecto algodonoso que lo hacía parecer el doble de su tamaño. La criatura había desaparecido, pero en el sitio donde se encontraba un momento antes ahora había una depresión cóncava en el barro. Shaon se arrodilló al lado, todavía parpadeando con frenesí.
Dhamon echó una ojeada sobre el hombro y vio que Feril no corría verdadero peligro, así que ayudó a la mujer bárbara, que empezaba a recobrar la vista poco a poco.
—Tendría que haberlo matado yo —protestó ella. Frunció el ceño y se tocó la cara y la cabeza. Tenía el corto cabello chamuscado, y una quemadura se extendía a lo largo del brazo izquierdo—. Me quedará cicatriz —rezongó—. Un recuerdo de esta noche.
Dhamon señaló hacia Feril y Ampolla.
—¡Lo tenemos! —dijo la kender, falta de aliento. Levantó la chapak sobre el rostro de la bestia—. ¡Como abras la boca y escupas otro rayo, te parto la cabeza en dos!
La criatura forcejeó, pero Feril había amontonado sobre ella barro suficiente para mantenerla inmovilizada durante un buen rato.
—¿Por qué nos habéis atacado? —lo interrogó Dhamon.
La bestia azul clavó los ojos en los del guerrero y emitió un siseo.
—Ordenes del amo —contestó.
—¿Vuestro amo os ordenó que nos atacarais?
—Que atacáramos a humanos, que capturáramos humanos.
—Pues me parece que os hemos dado una buena lección —lo zahirió Ampolla—. Eh, Dhamon, ¿sabías que esta cosa hablaba? Oh, vaya, estás malherido.
—Todos los draconianos hablan —respondió el guerrero—. Y a éste más le vale explayarse un poco más si no quiere reunirse con sus congéneres en el olvido.
—Somos dracs, no draconianos —siseó la criatura—. Somos mejores, más fuertes, más numerosos. Somos la nueva casta.
—¿Y quién es ese amo del que hablas? —Dhamon estaba plantado junto a la criatura, con la mano aferrada firmemente en torno a la empuñadura de la espada, en tanto que Ampolla se encontraba al otro lado. Los dos miraban de hito en hito el rostro del drac.
—El Señor del Portal —siseó—. Sólo a él obedezco.
—Jerigonzas —rezongó Dhamon.
—Tormenta sobre Krynn nos creó —continuó el drac—. Nos dio vida con carne y lágrimas, nos hizo criaturas de energía y rayos. Tormenta acabará con vosotros.
—¿Por qué os ordenó vuestro amo atacar a la gente? —preguntó Ampolla, que hizo un gesto de dolor y se cambió de mano la chapak para blandiría en un gesto amenazador.
—No quiere kenders —siseó el drac—. El amo sólo quiere humanos.
—Comprendo —dijo Ampolla, ofendida—. Así que habríais capturado a Dhamon y a Shaon y nos habríais dejado en paz a Feril y a mí.
—A la elfa y a ti os habríamos matado —replicó el drac con malevolencia mientras un rayo destellaba entre sus labios.
—Háblame del pueblo —ordenó el guerrero, atrayendo sobre sí la atención del drac. Señaló en dirección a la aldea de la que venían—. ¿Apresasteis a todos los habitantes?
Un gesto que podría interpretarse como una sonrisa asomó al escamoso semblante del drac.
—A los de ese pueblo y a los de otros, para gloria del Señor del Portal, nuestro amo y señor.
Eso explicaba el lúgubre misterio. Dhamon contempló al ser con horror.
—¿Qué hacemos con él? —le preguntó Feril al guerrero—. No podemos dejarlo libre. Seguirá apresando gente.
—¡Yo digo que lo matemos! —opinó Shaon. La mujer bárbara se acercó a ellos, con la espada echada al hombro. Tenía la piel enrojecida alrededor de los oscuros ojos—. Me ofrezco voluntaria para hacerlo. Apartaos.
—¡No! —Dhamon levantó una mano para frenarla.
—¿No? —preguntó Ampolla con incredulidad—. Si lo dejamos aquí excavará y acabará escapando.
El ser esbozó una mueca y enseñó sus relucientes y afilados dientes.
—Quiero llevarlo con nosotros para que Palin lo vea.
—Estás loco, Dhamon —gimió Shaon.
—Palin es hechicero, y Refugio Solitario no debe de estar ya muy lejos. Podemos conducirlo hasta allí. Si lo matas, desaparecerá y no tendremos nada, ninguna evidencia que analizar.
—Estupendo —rezongó la mujer bárbara muy enfadada—. No tenemos cuerda. El próximo pueblo está a varios kilómetros, y seguramente lo encontraremos desierto. Y tampoco tenemos monturas. La tuya y la mía han huido, y la de Feril es alimento para buitres.
La kalanesti lanzó a Shaon una mirada enojada.
—Utilizaremos nuestros cinturones para atarlo —sugirió Dhamon.
—Genial —replicó Shaon—. ¿No te parece lo bastante fuerte para partirlos?
—Tengo una idea. —Feril se arrodilló junto a la criatura y metió la mano en su saquillo, del que sacó una semilla de judía seca—. No sé si tendré energía suficiente, pero lo intentaré.
—¿Intentar qué? —preguntó Ampolla. La kender se aparto del drac y se puso al lado de la elfa, donde no se perdería ni un detalle del espectáculo.
Feril sostuvo la semilla encima del torso cubierto de barro del drac.
—Tan pequeña como esta judía es, así serás tú. —Hizo una leve impresión en el barro con el pulgar, colocó dentro la semilla con delicadeza, y echó un poco de tierra encima para taparla.
Después empezó a mecerse atrás y adelante, con los ojos cerrados, e inició una salmodia. Eran palabras elfas, de manera que Dhamon, Ampolla y Shaon no las entendieron. Ronca y profunda, la melodía del canto sonaba suave y lenta, y la brisa que agitaba las ropas hechas jirones de los compañeros parecía un adecuado acompañamiento. A medida que el ritmo aumentaba, la piel de Feril adquirió un suave lustre, una especie de halo brillante. Las yemas de sus dedos relucieron, y la elfa los acercó al cuerpo del drac.
Después juntó las manos, como si estuviera rezando, y el fulgor se volvió más intenso. A continuación las separó y puso las palmas a pocos centímetros sobre la semilla. El resplandor se extendió al barro, concentrándose en el punto en que estaba enterrada la judía.
Ampolla dio un respingo al ver que un pequeño tallo verde empezaba a brotar de la tierra. Debajo de ella, el drac forcejeó frenéticamente. El tallo se hizo más grande, un fino zarcillo que se elevó hacia las manos de Feril. Cuando alcanzó varios centímetros de longitud, la kalanesti retiró las manos, y en ese instante el brote verde se dobló sobre sí mismo y se sumergió en la tierra, cerca de donde la semilla había sido plantada.
Feril siguió cantando al tiempo que imaginaba a la planta plegándose sobre sí misma. Pero algo no funcionaba bien del todo. La elfa tuvo que dejar de cantar y, al hacerlo, el tallo empezó a marchitarse.
—Es inútil.
—Inténtalo otra vez —instó Dhamon—. Por favor.
Feril suspiró y reanudó el cántico, que ahora parecía mucho más triste. De nuevo sostuvo las palmas sobre la judía enterrada.
Furia
se acercó a la elfa, pero no para darle apoyo moral. El lobo rojo bostezó, se tumbó en el suelo con la cabeza descansando sobre la pierna de la kalanesti, y observó sin mucho interés lo que hacía.
—Tan pequeña como esta judía es, así serás tú. —Feril volvió a cerrar los ojos. Esta vez sintió la presencia de la energía, la notó palpitando a su alrededor, y recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Cantó con más fuerza, y la pequeña planta adquirió un color verde oscuro y se hundió más profundamente, hacia el drac azul.
—¡Mirad! —exclamó la kender—. La criatura se está volviendo más pequeña.
Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de reptil del drac, que reanudó los forcejeos, retorciéndose sin resultado mientras desaparecía poco a poco debajo del montón de barro. Dhamon tiró la espada y empezó a excavar con las manos. Shaon hizo otro tanto.
En cuestión de segundos, habían apartado el barro, dejando a la vista un drac de menos de un palmo de altura. La reducida bestia aleteó con frenesí y se elevó en el aire, pero la mujer bárbara fue más rápida y sus dedos se cerraron alrededor de las diminutas piernas.
Un rayo salió disparado de su boca y rebotó en el brazo de la mujer, pero el impacto fue similar al de la picadura de una araña. Shaon se echó a reír y sacudió al drac, que le arañó la mano con el mismo resultado que si fuera un gatito.
—¿Vas a llevarlo todo el camino hasta que nos reunamos con Palin? —preguntó Ampolla.
—Sólo si me prestas tu bolsa de malla —contestó Shaon.
Los ojos de la kender se abrieron de par en par.
—¡Claro! —exclamó—. Mi bolsa irrompible. Mi bolsa mágica de algas. —Se colgó la chapak del cinturón y soltó la bolsa de un tirón. Cuando la abrió y la puso boca abajo cayeron varias cucharas de Raf, dos carretes de hilo, un puñado de canicas, un par de guantes verdes, y un ovillo de lana. Tendió la bolsa a la mujer bárbara y después se puso a la tarea de guardar en otro saquillo las cosas que había tirado.
Shaon metió al forcejeante drac dentro, y luego levantó la bolsa de malla y la sostuvo a la altura de su cara. El tejido verde era tupido, pero distinguió unos ojillos brillantes a través de una pequeña abertura. La bolsa se sacudió, y Shaon la vio iluminarse cuando la criatura intentó liberarse utilizando las descargas que expulsaba por la boca.
—¿Qué te parece, Ampolla? —Shaon sonrió—. Creo que es realmente mágica. No puede romperla.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Dhamon a Feril mientras la ayudaba a levantarse.
—Sí —asintió la elfa—. Estoy un poco dolorida, pero creo que he salido mejor parada que Shaon y tú. Los dos necesitáis una cura en serio.
La kender, que había terminado de recoger sus cosas, se sentó y suspiró. Los dedos le dolían mucho, pero alzó la vista hacia la mujer bárbara y Dhamon.
—¡Estáis hechos un desastre! —rió—. ¡Ni un espantapájaros tendría esa pinta!
La camisa del guerrero colgaba hecha jirones, al igual que la de Shaon. Sus pantalones estaban desgarrados, y las partes expuestas del cuerpo aparecían salpicadas de barro y quemaduras.
Dhamon no pudo menos de sonreír. Ya no le quedaba dinero. Ni montura. Ni comida. Pero sí tenía una camisa de repuesto debajo de la silla de la yegua muerta de Feril. La recogió y se la tendió a Shaon.
—Quizá Palin tenga algo de ropa en Refugio Solitario —añadió Ampolla.
—Iba a ser un largo recorrido a caballo —rezongó Shaon—. Ahora hay una larga caminata a tu Refugio Solitario. —Después agregó entre dientes:— Más le vale a Rig esperar a que regrese.
—Puedo encontrar agua y alimento en el camino —se ofreció Feril, que a continuación se volcó en atender a Dhamon y a Shaon durante varios minutos vendando sus heridas con los harapos que era ahora la camisa del guerrero.
—Bien, pues, en marcha a Refugio Solitario —dijo Dhamon. Envainó la espada, hizo una seña a Feril y echó a andar hacia el norte.
Furia
iba junto a él—. A ver si hay suerte y damos con otro pueblo para que alguien vaya a buscar al chico de Dalor. Viajaremos de noche. No quiero estar dormido mientras estas bestias andan por ahí.
—¿Y quién dice que sólo salen de noche? —preguntó Ampolla mientras se apresuraba para alcanzarlos—. También puede descargar una tormenta de día.
—Genial —masculló la mujer bárbara. Shaon alzó la bolsa tejida a la altura de su cara y observó que una mueca maliciosa asomaba al minúsculo semblante del drac. Sintió un estremecimiento y aceleró el paso para reunirse con los demás.
Espía azul
Khellendros había presenciado toda la escena desde su guarida subterránea, bajo el suelo del desierto. Había visto cómo uno de sus vástagos perecía en pleno vuelo a manos de un audaz humano que se negó a rendirse a sus garras y descargas de rayos. Era un hombre alto, de hombros anchos, con el cabello del color dorado del trigo que la brisa agitaba en torno a su rostro de rasgos firmes.
El dragón había presenciado cómo el hombre hundía una y otra vez un cuchillo en el pecho de su drac azul, cuya terrible agonía fue compartida por Khellendros. Había sentido cómo manaba el fluido vital de su primera creación lograda con éxito. Había sentido a su criatura jadear, falta de aliento, y llenarse los pulmones con sangre en lugar de aire.