—Vi de dónde salía el rayo —siseó el guerrero—. De allí, de esa pequeña colina. —Gateó hasta donde estaba la kalanesti—. ¿Te encuentras bien?
Feril asintió y después miró hacia donde Dhamon había señalado, un poco hacia el oeste. Se concentró, y su aguda vista de elfa penetró la oscuridad, permitiéndole distinguir unas lóbregas formas que se movían en la cercana colina. Lo primero que pensó era que los arbustos emitían más calor de lo normal, pero después las siluetas empezaron a desplazarse hacia adelante.
—¡Hay tres, Dhamon! ¡No sé qué son, pero se acercan a nosotros! —Buscó en un saquillo, y sus dedos tantearon plumas y arcilla, que dejaron a un lado para seguir buscando otra cosa.
Dhamon se agazapó y levantó la espada cuando una de las sombras se adelantó. En el negro fondo resaltaron unos dientes blancos. Ampolla y Shaon bregaron para incorporarse. La mujer bárbara desenvainó la espada y se agachó justo en el momento en que otro rayo le pasaba rozando la cabeza. ¡Había salido de las sonrientes sombras! Shaon corrió a situarse junto a Dhamon.
Más estrellas se abrieron paso entre el celaje, arrojando luz suficiente para que el guerrero viera a la criatura que se aproximaba. Su figura era inequívoca.
—Un draconiano —farfulló, desalentado—. ¡Feril, ten cuidado! ¡Esas criaturas no son monstruos del cielo, pero son peligrosas!
—Letales —lo corrigió el draconiano que iba a la cabeza. Era más corpulento que los otros dos, alrededor de los dos metros diez de estatura—. Somos dracs, y estáis en nuestro poder. —Salvó la distancia que lo separaba de Dhamon batiendo las alas para moverse con más celeridad.
El guerrero arremetió contra el ser, pero éste era rápido y se anticipó a su movimiento. Batió las alas y se elevó, cernido sobre él, para inmediatamente después descargar los puños contra el pecho de Dhamon. El guerrero cayó de espaldas al suelo y perdió la espada. La criatura saltó sobre su pecho, y lo aprisionó contra el suelo. Acercó su rostro al de él, y Dhamon vio con horror unos minúsculos rayos que se agitaban entre los afilados dientes iluminando los rasgos del monstruo.
La tenue luz arrancó destellos en sus escamas. Los brazos y piernas, azules como zafiros, eran gruesos y musculosos, y la cola descargó un golpe en los muslos de Dhamon, en tanto que las alas batían sin cesar y le arrojaban barro en el rostro, cegándolo. Las afiladas uñas se hincaron en la clavícula del guerrero.
Dhamon jadeó cuando un dolor lacerante le recorrió el cuerpo, y renovó sus esfuerzos para quitarse de encima a la criatura. El ser gruñó ante sus débiles forcejeos, y hundió más las garras. De repente, abrió las negras fauces y aulló al tiempo que se incorporaba violentamente para enfrentarse a un nuevo adversario.
Shaon había corrido hacia ellos y, descargando con fuerza su espada sobre la espalda de la criatura, había conseguido abrir un tajo en una de las alas, que ahora batía fútilmente, esparciendo escamas y sangre al aire. El ser siseó y caminó hacia ella, incapacitado ya para volar. Entre sus garras saltaron pequeños rayos, y sus ojos emitieron un fulgor dorado.
—¡Ven por mí, fea bestia! —lo aguijoneó Shaon, que se movió ágilmente atrás y adelante, y se agachó cuando el ser abrió la boca y expulsó un rayo contra ella. A continuación, la mujer propinó un golpe de abajo arriba con la espada, y la hoja hendió las escamas del abdomen de la criatura. El ser, para quien la sensación de dolor era algo nuevo a lo que no estaba acostumbrado, aulló otra vez y bajó bruscamente las garras, de las que salieron despedidos unos rayos pequeños que pasaron rozando la cabeza de la mujer.
Shaon cayó sentada y gimió al sentir el cabello y el cuero cabelludo chamuscados. Sus ropas estaban cubiertas de la sangre de la criatura, y no pudo menos de encoger la nariz en un gesto de asco por el tufo que soltaba y su pegajosa consistencia. El ser la miró fijamente un momento, bajó la vista a su abdomen herido, y después soltó un gruñido al tiempo que avanzaba. Shaon se levantó de un brinco y blandió la espada amenazadoramente.
—¡Fuera de aquí! —gritó—. ¡Te volveré a herir! ¡Te mataré!
Dhamon se puso de pie a trompicones, vio que el alto draconiano azul mantenía las distancias con Shaon, y rápidamente miró en derredor buscando su espada. Sus ojos se desorbitaron cuando vieron el arma atrapada bajo uno de los pies de otra criatura. Ésta era fornida, de tórax ancho y muy musculosa. Lo miró sonriente, y después dirigió la vista hacia Ampolla, que estaba a unos cuantos metros; abrió las horrendas fauces, y Dhamon atisbo el chisporroteo de un rayo entre los dientes del ser. El guerrero se abalanzó sobre él y embistió contra las escamosas rodillas justo en el instante en que un gran rayo salía disparado de su boca. La descarga cayó en el suelo y levantó una lluvia de polvo y barro.
Ampolla corrió hacia la refriega, blandiendo su chapak en la mano derecha. Aferrar el arma le causaba mucho dolor en los dedos, pero se dijo que le dolería mucho más si la criatura la asaba viva con sus rayos. Todavía arrodillado, el ser ofrecía una fácil diana para la kender, que esquivó sus zarpazos, pasó por debajo de los brazos del monstruo, situándose a su espalda, y lo atacó en la parte posterior de los muslos.
Dhamon aprovechó el movimiento de distracción de Ampolla para sacar su espada de debajo de la criatura. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura y tiró del arma, pero la bestia batía las alas rápida y violentamente y empezó a elevarse. El guerrero maldijo y saltó tras el ser, arremetiendo hacia arriba. La hoja se hundió en la prieta carne, justo por encima del tobillo, y el monstruo aulló de dolor mientras ascendía.
Dhamon tiró hacia atrás cuando el ser cogió altura y se puso fuera de su alcance. Echó un rápido vistazo por encima del hombro, preocupado por Feril. La kalanesti estaba tras él, de rodillas en el suelo, meciéndose y canturreando, moviendo la cabeza en círculos, para después hincar la barbilla en el pecho. Con los brazos extendidos frente a sí meneó los dedos y, a medida que su canturreo se hacía más fuerte, alzó los brazos, sin dejar de mover los dedos como si estuviera manejando una marioneta. El barro que había delante de ella empezó a bullir y a levantarse, dando la impresión de que la elfa tiraba de él con cuerdas invisibles. El fango se combó y se extendió veloz como una flecha, alejándose de la kalanesti, como si un gigantesco topo estuviera excavando con frenesí, cargando contra la criatura azul más pequeña.
Furia
ladraba y corría alrededor de las piernas de la bestia, lanzando una dentellada de vez cuando y mirando de soslayo el misil de barro que se aproximaba. La criatura batió las alas y se elevó unos palmos sobre el suelo. Miró a Feril y abrió la boca; el chisporroteo de un rayo centelleó entre sus dientes.
—¡No! —gritó Dhamon, que vio a la kalanesti eludir de un salto el primer rayo justo en el momento en que un segundo se descargaba desde otra dirección. El guerrero giró la cabeza hacia la bestia de amplio torso que descendía al suelo al tiempo que escupía un rayo contra su espada. Cuando la descarga alcanzó el acero, crepitando y siseando, el arma se puso increíblemente caliente, y la empuñadura le quemó la mano. La intensa sacudida corrió de sus dedos hasta el pecho, y después se extendió por sus piernas. Los músculos se le retorcieron violentamente mientras el guerrero luchaba para mantener el equilibrio.
»
No puedo soltarla otra vez —gruñó. Con los dientes apretados, aferró con fuerza la ardiente empuñadura y arremetió hacia adelante y hacia arriba. El acero se hundió en el abdomen de la criatura, que se había abalanzado sobre él. Dhamon soltó el arma de un tirón y la echó hacia atrás, para ejecutar a continuación una violenta arremetida lateral que alcanzó justo debajo de la rótula a la fornida criatura. Ésta se había remontado en el aire, eludiendo así una cuchillada mortal, pero la punta de la espada se hundió en el hueso. La bestia aulló enfurecida y empezó a aletear más deprisa.
Dhamon intentó sacar el arma, pero esta vez estaba encajada firmemente y no cedió con el tirón. El guerrero sintió que se alzaba en el aire, y tiró con más fuerza de la empuñadura, pero la bestia se estaba remontando en el aire con él. Una fugaz imagen del chico del pueblo acudió a la mente de Dhamon. Monstruos del cielo. El guerrero pensó en saltar, pero no veía el suelo debido a la postura, así que no podía calcular el trecho que caería.
Sujetándose a la espada con la mano derecha, manoteó con la izquierda hasta conseguir agarrarse al tobillo de la escamosa criatura. De algún modo logró auparse por la pierna de la bestia mientras ésta se retorcía a varios metros del suelo intentando librarse de él.
Abajo, Ampolla utilizaba su chapak como tirador, acribillando al monstruo con piedras disparadas con precisión; pero éstas rebotaban inofensivamente en el torso del ser y al parecer lo único que conseguían era enfurecerlo aun más.
—¡Así no me ayudas! —gritó Dhamon a la kender—. ¡Defiende a Feril! ¡Ella no tiene ninguna arma!
Mientras tanto, el guerrero había ido aupándose hasta que los brazos llegaron a la cintura de la bestia, y se aferraba a ella con tenaz determinación. La criatura estaba pasando un momento difícil mientras intentaba doblar el cuello para poder disparar un rayo al guerrero. Sus garras se hincaron en los hombros de Dhamon y los diminutos rayos que saltaban entre sus dedos tocaron la camisa mojada y de inmediato le penetraron en la piel.
El guerrero estuvo a punto de soltarse cuando la descarga lo sacudió de pies a cabeza. El cabello, prácticamente seco a estas alturas, se le puso de punta. Creyó que iba a morir. Una vez, unos cuantos años atrás, había experimentado una sensación parecida. En aquel momento, Dhamon estaba dispuesto a morir, pero ahora no. Luchó para no perder el sentido y mantener despejada la cabeza. Siguió colgado de la bestia por el brazo derecho, mientras bajaba la mano izquierda al cinturón, donde llevaba sujeto un cuchillo.
Sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura y acto seguido arremetió hacia arriba una y otra vez, hincando la Roja en el costado de la bestia. La criatura giró en el aire en un vano esfuerzo por librarse del indeseado pasajero, y Dhamon tuvo que emplearse a fondo para sujetarse mientras la lucha continuaba.
Abajo, vio a Feril que seguía intentando hacer funcionar su magia natural. Gesticulaba con los dedos, tejiendo un tenue dibujo verde en el aire. Cuando el resplandor del dibujo aumentó de manera gradual hasta emitir un intenso brillo, la elfa echó la cabeza hacia atrás y aulló. Dhamon parpadeó, perplejo. ¡Lo hacía exactamente igual que
Furia!.
En el momento en que se apagó el aullido de la elfa, el misil de barro que había estado creando explotó en el aire y golpeó a la criatura más pequeña que tenía delante. El proyectil de tierra húmeda alcanzó a la bestia por sorpresa, en mitad del pecho, y la lanzó por el aire hacia atrás a causa del tremendo impacto. Se desplomó en el suelo, las alas ahora inmóviles, y de inmediato fue acorralada por el lobo, que ladraba y lanzaba dentelladas.
Entretanto, Shaon avanzó hacia la bestia más alta que había estado manteniendo a raya. La criatura la miró con cautela. Los rayos diminutos saltaban de sus dedos, pero la mujer bárbara era demasiado rápida para que las descargas la alcanzaran. Se abalanzó y descargó un golpe con la espada que hendió el ala ilesa, asegurándose así de que su adversario no pudiera remontar el vuelo y escapar. Shaon esquivó ágilmente la siguiente andanada de descargas que disparó la bestia, aunque fue evidente que no había conseguido eludirlas todas, ya que la camisa y la túnica negra estaban hechas jirones y chamuscadas.
La atención de Dhamon tuvo que centrarse sin remedio en su propio enemigo cuando éste empezó a ascender más y más. Las afiladas garras le arañaban la espalda, produciéndole un lacerante dolor con cada zarpazo. La criatura intentaba librarse de él, pero el guerrero enlazó las piernas con más fuerza en torno a las pantorrillas del monstruo, consiguiendo un agarre más firme. Sintió las uñas de la bestia hincándose en su piel una vez más, desgarrándole la carne, y notó el cálido flujo de la sangre en su espalda.
De nuevo, Dhamon arremetió con el cuchillo contra la bestia, esta vez más arriba en el pecho, justo debajo de la clavícula. El acero se hundió, y el guerrero lo sacó de un tirón y volvió a hincarlo.
—Tienes que tener un corazón en alguna parte —maldijo.
Arremetió otra vez mientras la pegajosa sangre de la criatura le corría por los dedos. El monstruo aulló, aunque en esta ocasión sonó casi patético, y Dhamon empleó toda su fuerza en el siguiente golpe, hundiendo el cuchillo hasta la empuñadura. Por desgracia, la hoja se clavó en hueso y el guerrero no pudo sacarla.
La criatura sufrió una sacudida y entonces pareció desvanecerse en el aire, dejando a Dhamon sin nada sólido en lo que agarrarse, y fue sustituida por un fuerte destello, dorado y cegador, que inundó los sentidos del guerrero cuando estalló en el lugar ocupado hasta hacía un momento por la bestia. El aire crepitó, y acto seguido el suelo se precipitó a su encuentro. Aterrizó violentamente, y se quedó sin aire por el impacto. Aturdido, alzó los ojos, pero sólo vio el cielo nocturno y unas cuantas estrellas haciéndole guiños.
—¡Muere! —gritaba Shaon a su adversario. La mujer bárbara arremetió de frente y hundió la espada en el vientre de la bestia. Al mismo tiempo, la criatura abrió las fauces y un rayo chisporroteante se descargó en el pecho de Shaon, que salió lanzada hacia atrás por el aire.
La bestia bajó los ojos hacia la espada embebida en su cuerpo, y sus garras manosearon la empuñadura, la aferraron y tiraron hasta sacar el arma. Cosa rara, la criatura pareció vigorizada por la herida. Sostuvo en alto la espada, y los rayos de sus garras se propagaron por la empuñadura y a lo largo de la hoja de acero, crepitando y destellando como una traca de fuegos artificiales. Sonriente, avanzó hacia la mujer blandiendo la chisporroteante espada.
Furia
corrió hacia la bestia, se coló por debajo de sus brazos y le clavó los dientes en la pantorrilla. La criatura lanzó un chillido y descargó el arma sobre el lobo, pero
Furia
fue más rápido y corrió a su alrededor, de manera que el acero sólo acuchilló pelo rojo.
Dhamon bregó para ponerse de rodillas y se arriesgó a echar una ojeada a su espalda. Feril estaba utilizando el barro para enterrar a su adversario, que permanecía inmovilizado contra el suelo, en tanto que Ampolla se encontraba inclinada sobre él, propinando golpes en el pecho de la criatura con su chapak. La bestia arrojaba rayos que no causaban daño. En lo alto, el cielo retumbó en respuesta.