El Árbol del Verano

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: El Árbol del Verano
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El Árbol del Verano es el primer libro de la saga fantástica:
El tapiz de Fionavar
.

Cinco jóvenes canadienses se ven apartados de sus vidas cotidianas y trasladados a Fionavar, el más perfecto de los mundos alternativos al nuestro. Un mundo donde rige la magia y en el que sus habitantes se debaten entre la Luz y las Tinieblas. Conducidos por el supremo mago Manto de Plata, los cinco jóvenes han de intentar poner fin a la guerra desencadenada por Rakoth Maugrim, poderoso dios maligno y encuentran en sus aventuras a los Hijos de la Luz, los Servidores de la Oscuridad, los enanos, los espíritus de los bosques y de las aguas y muchos otros personajes.

Guy Gavriel Kay

El Árbol del Verano

El Tapiz de Fionavar 1

ePUB v1.0

JosuneBiz
01.06.12

Título original:
The Summer Tree

Guy Gavriel Kay, 1984.

Traducción: Teófilo de Lozoya

Ilustraciones: Victor Viano

Diseño/retoque portada: CKO

Editor original: JosuneBiz (v1.0)

ePub base v2.0

El Árbol del Verano
está dedicado a la memoria de mi abuela, Tania Pollock Birstein, cuya lápida reza así: «Hermosa, Amante, Amada», y que fue esas tres cosas.

PERSONAJES

Los cinco:

KIMBERLY FORD

KEVIN LAINE

JENNIFER LOWELL

DAVE MARTYNIUK

PAUL SCHAFER

En Brennin:

AILELL, soberano rey de Brennin.

EL PRÍNCIPE EXILIADO, su hijo mayor.

DIARMUID, hijo menor y heredero de Ailell; también guardián de la Frontera del Sur.

GORLAES, el canciller.

METRAN, primer mago de Brennin.

DENBARRA, su fuente.

LOREN MANTO DE PLATA, mago.

MATT SÖREN, su fuente, en otro tiempo rey de los enanos.

TEYRNON, mago.

BARAK, su fuente.

JAELLE, suma sacerdotisa de la Diosa.

YSANNE, vidente de Brennin («La Soñadora»).

TYRTH, su criado.

KELL, lugarteniente de Diarmuid

CARDE

ERRON

TEGID

Hombres de la Fortaleza del Sur, miembros de la pandilla de Diarmuid

DRANCE

ROTHE

AVERREN

MABON, duque de Rhoden.

NIAVIN, duque de Seresh.

CEREDUR, guardián de la Frontera del Norte.

RHEVA

LAESHA, damas de la corte de Ailell.

LEILA

FINN, niños de Paras Derval.

NA-BRENDEL, señor de los lios alfar, de Daniloth.

En Cathal:

SHALHASSAN, supremo señor de Cathal.

SHARRA, su hija y heredera («La Rosa Oscura»).

DEVORSH

BASHRAI, capitanes de la guardia.

En la Llanura:

IVOR, jefe de la tercera tribu de los dalreis.

LEITH, su esposa.

LEVON

CORDELIANE («LIANE»)

TABOR, sus hijos.

GEREINT, chamán de la tercera tribu.

TORC, jinete de la tercera tribu («El Proscrito»).

Los Poderes:

El TEJEDOR en el Telar.

MÖRNIR, el del Trueno.

DANA, la Madre.

CERNAN, el de las Fieras.

CEINWEN, la del Arco, la CAZADORA.

MACHA, diosas de la guerra

NEMAIN

RAKOTH MAUGRIM, el DESENMARAÑADOR, también llamado SATHAIN, el ENCAPUCHADO.

GALADAN, señor de los Lobos de los andains, su lugarteniente.

EILATHEN, espíritu de las aguas.

FLIDAIS, espíritu del bosque.

Del Pasado:

IORWETH el FUNDADOR, primer soberano rey de Brennin.

CONARY, soberano rey durante el Bael Rangat.

COLAN, su hijo, soberano rey a su muerte («El Deseado»).

AMAIRGEN RAMA BLANCA, el primero de los magos.

LISEN del Bosque, una deiena, fuente y esposa de Amairgen.

REVOR, antepasado heroico de los dalreis, primer señor de la Llanura.

VAILERTH, soberano rey de Brennin en tiempos de la guerra civil.

NILSOM, primer mago de Vailerth. AIDEEN, fuente de Nilsom.

GARMISCH, soberano rey antecesor de Ailell.

RAEDERTH, primer mago de Garmisch, amado de Ysanne la Vidente.

OBERTURA

Cuando hubo acabado la guerra, lo confinaron bajo la Montaña. Y, para prevenir su hipotética fuga, pergeñaron con arte de brujería los cinco centinelas de piedra, la obra postrera y la más perfecta de Ginserat. Uno fue al sur, a Cathal, atravesando Saeren; otro a Eridu, más allá de las montañas; otro permaneció con Revor y con los dalreis en la Llanura. Al cuarto centinela de piedra se lo llevó a su patria Colan, hijo de Conary, por entonces soberano rey de Paras Derval.

La quinta piedra fue acogida, no sin amargura, por lo que quedaba de los lios alfar.

Apenas una cuarta parte de los que habían combatido con Ra-Termaine regresaron del Reino de las Sombras después del parlamento que se llevó a cabo al pie de la Montaña.

Cargaron con la piedra y con el cuerpo de su rey, el más odiado por la Oscuridad, puesto que su nombre era Luz.

Desde aquel día, muy pocos hombres pudieron asegurar haber visto a los líos, a no ser quizá como sombras escurridizas en la linde del bosque, cuando el crepúsculo sorprende a un granjero o a un carretero de regreso a casa. Durante un tiempo se rumoreó a modo de conseja popular que cada siete años llegaría por invisibles caminos un mensajero para hablar con el soberano rey de Paras Derval, pero con el transcurrir de los años fueron disminuyendo los rumores hasta cubrirse con la neblina de las leyendas.

Varias generaciones fueron devoradas por el torbellino del tiempo. Excepto en las casas de los eruditos, Conary era sólo un nombre, y también Ra-Termaine; también fue olvidada la cabalgata de Revor a través de Daniloth en la noche del ocaso rojo. Todo quedó en una simple canción de taberna, no más verdadera, no más falsa y no más animada que cualquier otra canción.

En efecto, se ensalzaban hechos más recientes; héroes más jóvenes desfilaban por las calles de la ciudad y por los pasillos del palacio, y se brindaba por ellos en las tabernas de los pueblos. Mudaron las alianzas, estallaron nuevas guerras para restañar viejas heridas, brillantes victorias mitigaron antiguas derrotas, un rey sucedió a otro rey, unos para blandir la espada y otros para rendirla.

Y, por encima de todo, por encima de insignificantes o importantes guerras, por encima de jefes poderosos o débiles, por encima de prolongados años de paz durante los cuales los caminos eran seguros y las cosechas copiosas, la Montaña permanecía dormida, pues el rito de los centinelas de piedra era respetado, aunque todo lo demás cambiara. Las piedras vigilaban, se mantenían los fuegos de naal, y así nunca se hacía efectiva la terrible profecía de que las piedras de Ginserat de azules se tornarían en rojas.

Y, bajo la gran montaña Rangat, la de Hombros de Nubes, en el norte azotado por el viento, una figura se retorcía entre cadenas, devorada por el odio hasta los límites de la locura, perfectamente consciente de que los centinelas de piedra avisarían si forzaba sus poderes para liberarse.

Sin embargo podía esperar, pues estaba fuera del alcance del tiempo, fuera del alcance de la muerte. Alimentaba su venganza y sus recuerdos, y se acordaba de todo.

Podía repetir mentalmente una y otra vez el nombre de sus enemigos, y también recordar cómo una vez había jugado con el collar ensangrentado de Ra-Termaine en su mano engarfiada. Pero sobre todo podía esperar: los ciclos de la vida de los hombres darían vueltas como las órbitas de las estrellas, las mismas estrellas vanarían el dibujo de su constelación a fuerza de años. Pero llegaría un tiempo en que la vigilancia cedería, en que uno de los cinco centinelas desfallecería. Entonces él, en el más absoluto secreto, podría poner en juego su fuerza para pedir ayuda, y así habría llegado el día en que Rakoth Maugrim sería libre en Fionavar.

Y pasaron miles y miles de años bajo el sol y las estrellas del primero de todos los mundos…

PRIMERA PARTE - Manto de Plata
Capítulo 1

En los períodos de calma casi borrados por lo que después siguió, la pregunta «¿por qué?» emergía a la superficie. ¿Por qué a ellos? Había una respuesta fácil que tenía que ver con Ysanne junto a su lago, pero que en realidad no respondía a la esencia de la pregunta. Kimberly, con el pelo ya canoso, habría contestado, si le hubieran preguntado, que ella podía percibir un tenue dibujo cuando miraba atrás, pero no se necesita ser un profeta para poder mirar atrás y ver en la urdimbre y la trama del Tapiz, y Kim, en todo caso, era algo especial.

Sin más actividad todavía que la de los claustros de profesores, los patios y los sombreados senderos del
campus
de la Universidad de Toronto habrían estado por lo general desiertos a principios de mayo, sobre todo en un viernes por la tarde. Que los amplios espacios abiertos no lo estuvieran, servía para confirmar el acierto de los organizadores de la Segunda Conferencia Céltica Internacional. Al adaptar la programación de fechas a la conveniencia de algunos eminentes oradores, los organizadores de la conferencia habían corrido el riesgo de que buena parte del auditorio se hubiera marchado de vacaciones.

En el espléndidamente iluminado vestíbulo de la Sala de Reuniones, los ajetreados guardias de seguridad hubieran deseado que, en efecto, todos se hubieran marchado.

Pero, con la misma excitación que el público de un concierto de rock, una increíble multitud de estudiantes y académicos habían acudido a escuchar a un hombre para el cual se había reservado la última fecha. Aquella noche, Lorenzo Marcus iba a hablar y a presidir el panel, en lo que constituía la primera aparición en público de ese genio recluido, y ya no quedaban asientos disponibles en el majestuoso recinto del auditorio abovedado.

Los guardias impedían que se introdujeran magnetófonos y exigían la exhibición de las entradas con expresión benévola o adusta según su estado de ánimo. Deslumbrados por el fulgor de las luces y agobiados por la pululante multitud, no vieron una oscura silueta que se escabullía entre las sombras del porche, fuera del alcance del último círculo de luces.

Durante un instante la esquiva figura observó a la multitud; luego se dio la vuelta furtiva y silenciosamente y se deslizó por el lateral del edificio. Allí, donde la oscuridad era casi completa, miró por encima de su hombro y con increíble agilidad empezó a escalar palmo a palmo el muro exterior de la Sala de Reuniones. Poco después el extraño ser, que no tenía ni entrada ni magnetófono, había logrado instalarse junto a una ventana en la bóveda del edificio. Mirando a través de las rutilantes arañas, pudo ver abajo el público y el estrado profusamente iluminado. A pesar de la altura y el grosor de los cristales, podía oírse el eléctrico murmullo de las voces de la sala. La criatura agazapada junto a la abovedada ventana esbozó una sonrisa de placer por haber conseguido lo que se había propuesto. Si alguien en las gradas superiores se hubiera vuelto para contemplar las ventanas de la bóveda, habría visto su silueta oscura recortada en la noche. Pero nadie tenía motivos para mirar hacia arriba y nadie lo hizo. En el exterior de la bóveda, el ser se apoyó en el cristal de la ventana y se dispuso a esperar. Con un poco de suerte aquella noche mataría. Esa expectativa le proporcionaba por anticipado placer y satisfacción, pues había nacido para eso y la mayoría de los seres disfrutan haciendo lo que su naturaleza les dicta.

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