El Arca de la Redención (88 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Arca de la Redención
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—¿Se me permite hacer una sugerencia? —dijo Remontoire.

Clavain lo miró con inquietud.

—¿Qué, Rem?

—Está justo, justo al alcance de una lanzadera. Nos costaría más antimateria, una quinta parte de las reservas que nos quedan, pero quizá nunca volvamos a tener otra oportunidad como esta.

—¿Otra oportunidad para hacer qué? —preguntó Clavain.

Remontoire parpadeó, sorprendido, como si fuese demasiado obvio para decirlo.

—Para rescatar a Felka, por supuesto.

29

Los cálculos de Remontoire habían sido exactos, sin margen de error, tanto que Clavain sospechó que ya había calculado el gasto de energía del vuelo del trasbordador antes de que la operación de rescate hubiera sido algo más que un destello en sus ojos.

Salieron los tres: Escorpio, Remontoire y Clavain.

Por fortuna hubo muy poco tiempo para preparar el trasbordador. Por fortuna, porque si a Clavain le hubieran concedido horas o días, se habría pasado todo ese tiempo inmerso en las dudas, sin parar de comparar un arma más u otra pieza de la armadura con el combustible que se ahorraría si la dejaba atrás. Pero tal y como estaban las cosas, tuvieron que arreglarse con uno de los trasbordadores desmontados que se habían utilizado para reabastecer el trasbordador de defensa antes de que comenzaran a utilizar la vela lumínica impulsada por láser. El trasbordador no era más que un esqueleto, un ralo esbozo geodésico de vergas negras, puntales y subsistemas plateados desnudos. Parecía, a los ojos de Clavain, un poco obsceno. Estaba acostumbrado a máquinas que mantenían sus entrañas decentemente cubiertas. Pero serviría para el trabajo, supuso. De todos modos, si Skade montaba algún tipo de defensa seria, la armadura no les ayudaría en nada.

La cubierta de vuelo era la única parte de la nave protegida del espacio, y aun así no estaba presurizada. Tendrían que utilizar trajes durante toda la operación, y llevar otro traje con ellos para que se lo pusiera Felka durante el viaje de vuelta. También había espacio para estibar una arqueta de sueño frigorífico, por si resultaba que estaba congelada. Pero, en ese caso, la masa de regreso de Felka tendría que compensarse dejando a medio camino armas y tanques de combustible.

Cogió el asiento del medio, con los controles de vuelo conectados a su traje. Escorpio se sentó a su izquierda y Remontoire a su derecha; los dos podrían asumir el control de la aviónica si Clavain necesitase descansar.

—¿Estás seguro de que confías en mí lo suficiente para traerme en la operación? —le había preguntado Remontoire con una sonrisa juguetona cuando decidieron quién iba a ir en la misión.

—Supongo que lo voy a averiguar, ¿no? —había dicho Clavain.

—No te seré de mucha ayuda con un exoesqueleto. No puedes ponerme un traje normal encima y no tenemos lista una armadura mecánica.

Clavain le hizo un gesto a Sangre, el segundo de Escorpio.

—Sácalo del exoesqueleto. Si intenta cualquier cosa, ya sabes lo que tienes que hacer.

—No lo haré —le había asegurado Remontoire.

—Casi te creo. Pero no estoy seguro de que me arriesgara si hubiera alguien más que conociera la Sombra Nocturna tan bien como tú. O a Skade, si a eso vamos.

—Yo también voy —había insistido Escorpio.

—Vamos a recoger a Felka —había dicho Clavain—. No a vengar a Lasher.

—Quizá. —En la medida que Clavain podía leer su expresión, Escorpio no parecía demasiado convencido—. Pero seamos honestos: una vez que tengas a Felka, no vas a salir de ahí sin hacer algún daño, ¿verdad?

—Pienso aceptar agradecido la rendición de Skade.

—Nos llevaremos municiones de alfiler —había dicho Escorpio—. Tú no echarás de menos un poco de ese polvo caliente, Clavain, y verás el agujero que le abre a la Sombra Nocturna.

—Te agradezco tu ayuda, Escorpio. Y entiendo tus sentimientos hacia Skade después de lo que hizo. Pero te necesitamos aquí para supervisar el programa de armas.

—¿Y a ti no te necesitamos?

—Aquí se trata de Felka y de mí —había dicho Clavain. Escorpio le había puesto una mano en el brazo.

—Entonces acepta ayuda cuando te la ofrecen. No tengo por costumbre cooperar con la gente, Clavain, así que aprovecha este escaso despliegue de magnanimidad y cierra el puto pico.

Clavain se había encogido de hombros. No es que fuera muy optimista respecto a la misión, pero el entusiasmo que despertaba en Escorpio la perspectiva de una pelea era extrañamente contagioso.

Se había vuelto hacia Remontoire.

—Al parecer este se viene de excursión, Rem. ¿Seguro que quieres estar ahora en el equipo?

Remontoire había mirado al cerdo y luego se había vuelto de nuevo hacia Clavain.

—Nos las arreglaremos —había dicho.

Ahora que la misión había empezado, los dos se quedaron callados y dejaron que Clavain se concentrara en el asunto de volar. Hizo que el trasbordador saliera disparado de la Luz del Zodíaco y se dirigiera hacia la Sombra Nocturna, que permanecía a la deriva, mientras intentaba no pensar en lo rápido que se estaban moviendo en realidad. Las dos naves principales estaban cayendo por el espacio a solo un dos por ciento por debajo de la velocidad de la luz, pero todavía no había ninguna indicación visual fuerte de que estuvieran moviéndose tan rápido. Las estrellas habían cambiado tanto de posición como de color debido a los efectos relativos, pero todavía parecían perfectamente fijas e inmóviles, incluso con ese elevado factor tau. Si su trayectoria los hubiera llevado cerca de un cuerpo tan luminoso como una estrella, quizá la hubieran visto pasar por la noche, aplastada y alejada del estado esférico por la contracción de Lorentz-Fitzgerald. Pero incluso entonces no habría pasado a toda velocidad a menos que casi estuvieran rozando su atmósfera. Habría sido visible la llamarada de los gases de escape de otra nave que fuera de vuelta a Yellowstone, pero tenían el pasillo para ellos solos. Y aunque los cascos de ambas naves relucían bajo una luz casi infrarroja, calentados por la abrasión lenta y constante de hidrógeno interestelar y granos de polvo microscópicos, no era algo que la mente de Clavain pudiera procesar y convertir en una sensación visceral de velocidad. Era consciente de que las mismas colisiones también eran un problema para el trasbordador, aunque su corte transversal, mucho más pequeño, hacía que fueran menos probables. Pero con cada segundo que pasaba, los rayos cósmicos, incrementados de forma relativa por su movimiento, lo estaban consumiendo. Por eso había una coraza alrededor de la cubierta de vuelo.

El viaje a la Sombra Nocturna pasó rápido, quizá porque temía lo que se iba a encontrar al llegar. El trío se pasó inconsciente la mayor parte del vuelo para ahorrar la energía del traje; eran realistas y sabían que no había nada que pudieran hacer si Skade lanzaba un ataque.

Clavain y sus compañeros se despertaron al entrar dentro del campo visual de la tullida abrazadora lumínica.

Estaba oscura, por supuesto (estaban en el auténtico espacio interestelar), pero Clavain la veía porque la Luz del Zodíaco alumbraba su casco con uno de sus láseres ópticos. No podía distinguir todos los detalles que hubiera querido, pero veía lo suficiente para sentirse más que inquieto. Era el efecto de la luz de la luna sobre un edificio gótico, y no presagiaba nada bueno. El trasbordador lanzó una tracería de sombras móviles por la nave mayor, haciendo que pareciera que se movía y retorcía.

Las extrañas extensiones parecían incluso más raras de cerca. Su complejidad real no había sido aparente hasta entonces, ni tampoco se había percibido hasta qué punto el accidente las había enroscado y partido. Pero Skade había tenido una suerte notable, dado que el daño se había limitado en su mayor parte a la ahusada parte posterior de su nave. Los dos motores combinados, que sobresalían a ambos lados del casco con pinta de tórax, solo habían sufrido un daño superficial. Clavain acercó el trasbordador un poco más, convencido de que cualquier tipo de ataque se habría lanzado ya. Maniobró con toda delicadeza para meter la reducida nave entre las curvas y arcos que, como aguijones, descollaban del estropeado motor hiperluz.

—Estaba desesperada —les dijo a sus compañeros—. Tenía que saber que no había forma de que llegásemos a Resurgam antes que ella, pero eso a Skade no le bastaba. Quería llegar allí años antes que nosotros.

Escorpio dijo:

—Tenía los medios, Clavain. ¿Por qué te sorprende que los usara?

—Tiene razón en sorprenderse —interpuso Remontoire antes de que Clavain pudiera responder—. Skade era muy consciente de los riesgos que implicaba juguetear con la transición al estado cuatro. Negó cualquier interés en ella cuando se lo pregunté, pero tuve la impresión de que estaba mintiendo. Lo único que deben de haber revelado sus propios experimentos son los riesgos.

—Una cosa es segura —dijo Escorpio—: quería esas armas con todas sus fuerzas, Clavain. Para ella deben de significar muchísimo.

Clavain asintió.

—Pero en realidad no nos estamos enfrentando a Skade, creo. Estamos tratando con lo que fuera que le afectó en el
Cháteau
. La Mademoiselle quería las armas, y se limitó a plantar la idea en la mente de Skade.

—La Mademoiselle me interesa mucho —dijo Remontoire. Le habían contado algo de lo que había pasado en Ciudad Abismo—. Me hubiera gustado conocerla.

—Demasiado tarde —dijo Escorpio—. H tenía su cuerpo metido en una caja, ¿no te lo dijo Clavain?

—Tenía algo en una caja —dijo Remontoire malhumorado—. Pero es evidente que no la parte de ella que importaba. Esa parte alcanzó a Skade. Por lo que sabemos, ahora es Skade.

Clavain hizo deslizarse el trasbordador por el último par de hojas afiladas como tijeras y volvió a salir al espacio abierto. Ese lado de la Sombra Nocturna estaba negro como la boca de un lobo, salvo por donde los faros del trasbordador resaltaban los detalles. Clavain recorrió despacio el casco, observó que las armas antinave estaban todas almacenadas detrás de sus escotillas de junturas invisibles. Eso no significaba nada: solo hacía falta un instante para desplegarlas, pero no se podía negar que era tranquilizador ver que no apuntaban ya al trasbordador.

—¿Vosotros dos os manejáis bien por esta cosa? —dijo Escorpio.

—Por supuesto —dijo Remontoire—. Antes era nuestra nave. Tú también deberías reconocerla. Es la misma que te sacó del crucero de Maruska Chung.

—Lo único que recuerdo de eso es que intentaste que me cagara de miedo, Remontoire.

Con cierto alivio, Clavain se dio cuenta de que habían llegado a la cámara estanca que había estado buscando. Seguía sin haber señales de ninguna reacción por parte de la tullida nave: nada de luces ni indicaciones de que los sensores de proximidad estuvieran cobrando vida. Clavain los acercó al casco con fijaciones de punta epoxídica y contuvo el aliento mientras los pies de las fijaciones se adhirieron como ventosas a la ablativa armadura del casco. Pero no pasó nada.

—Esta es la parte más difícil —dijo Clavain—. Rem, quiero que te quedes aquí, en el trasbordador. Escorpio entra conmigo.

—¿Se me permite preguntar por qué?

—Sí, aunque esperaba que no lo hicieras. Escorpio tiene más experiencia en combate cuerpo a cuerpo que tú, casi más que yo. Pero la razón principal es que no confío en ti lo suficiente para tenerte dentro.

—Confiaste en mí para venir hasta aquí.

—Y estoy listo para confiar en que te quedarás sentado en el trasbordador hasta que nosotros salgamos. —Clavain comprobó la hora—. En treinta y cinco minutos estamos fuera del alcance de regreso. Espera media hora y luego vete. Ni un minuto más, aunque Escorpio y yo ya estemos saliendo por la cámara estanca.

—Hablas en serio, ¿verdad?

—Hemos calculado combustible suficiente para que podamos volver nosotros tres más Felka. Si vuelves solo, tendrás combustible de sobra, combustible que nos va a hacer muchísima falta más tarde. Es eso lo que te confío, Rem: esa responsabilidad.

—Pero no para ir a bordo —dijo Remontoire.

—No. No con Skade en esa nave. No puedo correr el riesgo de que vuelvas a desertar y te pongas de su lado. —Te equivocas, Clavain. —¿Ah, sí?

—Yo no deserté. Y tú tampoco. Fueron Skade y el resto los que cambiaron de bando, no nosotros.

—Venga —dijo Escorpio tirando del brazo de Clavain—. Ahora tenemos veintinueve minutos.

Los dos salvaron el espacio que los separaba de la Sombra Nocturna. Clavain hurgó por el borde de la cámara estanca hasta que encontró el hueco casi invisible que ocultaba los controles externos. Era apenas lo bastante ancho para alojar su mano enguantada. Percibió el conocido trío de interruptores manuales (diseño combinado estándar) y tiró de ellos para ponerlos en posición de abierto. Incluso si hubiera habido un corte de energía en toda la nave, las pilas de la cerradura habrían conservado energía suficiente para abrir la puerta durante un siglo. Incluso si eso fallaba, había un mecanismo manual al otro lado del borde.

La puerta se deslizó hacia un lado. Una iluminación roja como la sangre los deslumbró en la cámara interior. Los ojos de Clavain se habían acostumbrado demasiado a la oscuridad. Esperó a que se acomodaran y luego llevó a Escorpio a aquel espacio de proporciones generosas. Siguió al cerdo y luego selló y presurizó la cámara. Sus voluminosos trajes entrechocaban. Les llevó una eternidad.

Se abrió la puerta interna. El interior de la nave estaba bañado en la misma iluminación de emergencia de color rojo sangre. Pero al menos había energía. Eso significaba que también podría haber supervivientes.

Clavain estudió la lectura de datos del ambiente que aparecía en el campo de visión de la visera, luego desconectó el aire del traje y se la levantó. Estos torpes y viejos trajes, lo mejor que la Luz del Zodíaco había sido capaz de proporcionarles, disponían de aire y energía limitados y no le pareció que tuviera mucho sentido desperdiciar recursos. Le hizo un gesto a Escorpio para que hiciera lo mismo.

El cerdo susurró:

—¿Dónde estamos?

—En medio de la nave —dijo Clavain con tono normal—. Pero todo parece distinto bajo esta luz y sin gravedad. La nave no me parece tan conocida como había esperado. Ojalá supiera con cuántos tripulantes podríamos encontrarnos.

—¿Skade nunca dio ninguna indicación? —le siseó.

—No. Una nave como esta se podría manejar con unos cuantos expertos y nada más. Tampoco hace falta susurrar, Escorp. Si hay alguien para saber que estamos aquí, ya saben que estamos aquí.

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