El Arca de la Redención (91 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Arca de la Redención
7.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

También pensó en Galiana. Skade había supuesto que él nunca atacaría la nave una vez supiese o sospechase siquiera que estaba a bordo.

Y quizá había tenido razón.

Pero Felka lo había convencido de que debía hacerlo. Solo ella había tocado la mente de Galiana y había sentido la angustia de la presencia del lobo. Solo ella había sido capaz de transmitirle ese único y sencillo mensaje a Clavain.

Mátame.

Y eso había hecho.

Comenzó a sollozar al darse cuenta de verdad de lo que había hecho. Siempre había existido una diminuta posibilidad de que pudiera curarse. Suponía que jamás había asumido su ausencia porque esa diminuta posibilidad siempre había hecho posible negar el hecho de su muerte.

Pero ya no era posible tal consuelo.

Había matado lo que más amaba en el universo.

Clavain comenzó a sollozar, solo y en silencio.

Lo siento, lo siento, lo siento... La sintió aproximándose a la monstruosidad en la que se había convertido. A través de sentidos que no tenían análogo humano preciso, el capitán fue consciente de la roma presencia metálica del trasbordador de Volyova que se acercaba sin ruido. Ella no creía que su omnisciencia fuera total, lo sabía. En las muchas conversaciones de las que habían disfrutado había comprendido que ella todavía lo veía como un prisionero de la Nostalgia por el Infinito, aunque un prisionero que en cierto sentido se había fundido con el tejido de su prisión. Y sin embargo, Ilia había cartografiado y catalogado con toda diligencia los manojos de nervios de su nueva e inmensa anatomía, rastreando el modo en el que se conectaban e infiltraban en la vieja red cibernética de la nave. Tenía que ser muy consciente, de forma analítica, de que ya no tenía sentido distinguir entre la prisión y el prisionero. Pero ella parecía incapaz de realizar ese último salto mental, incapaz de verlo como algo que estaba dentro de la nave. Era, quizá, un reajuste demasiado violento de su antigua relación. No podía echarle la culpa de ese último fallo de la imaginación. Él mismo habría tenido graves dificultades con eso si hubiera sido al revés.

El capitán sintió que el trasbordador se introducía en su interior. Era una sensación indescriptible, la verdad: como si hubieran metido una piedra por su piel, sin causarle dolor, y la hubieran colocado en un pulcro agujero de su abdomen. Unos minutos después sintió una serie de temblores viscerales cuando el trasbordador se encajó y aseguró en su sitio.

Había vuelto.

El capitán prestó atención a su interior, fue precisa y abrumadoramente consciente de lo que estaba ocurriendo dentro de él. Su conciencia del universo externo, todo lo que había más allá de su casco, bajó un nivel de precedencia. Descendió por la escala, se concentró primero en un distrito de su cuerpo, luego en la maraña arterial de pasillos y tubos de servicio que recorrían ese distrito. Ilia Volyova era una única presencia corpuscular que se movía por un pasillo. Había otros seres vivos en su interior, como dentro de cualquier ser vivo. Hasta las células contenían organismos que en otro tiempo habían sido independientes. Tenía a las ratas: pequeñas presencias que se escabullían por todas partes. Pero su inteligencia era tenue y en última instancia hacían la voluntad de él, incapaces de sorprenderlo ni divertirlo. Las máquinas eran más aburridas, incluso. Volyova, por el contrario, era una presencia invasora, una célula extranjera a la que él podía matar, pero nunca controlar.

Y ahora le estaba hablando. Oía los sonidos, los recogía de las vibraciones que provocaba en el material del pasillo.

—¿Capitán? —Preguntó Ilia Volyova—. Soy yo. He vuelto de Resurgam.

Le respondió a través del tejido de la nave, su voz apenas era un susurro para sí.

—Me alegro de verte de nuevo, Ilia. Me he sentido un poco solo. ¿Cómo ha ido por el planeta?

—Preocupante —dijo ella.

—¿Preocupante, Ilia?

—Las cosas están llegando a un punto crítico. Khouri cree que puede controlarlo todo el tiempo suficiente para sacar a la mayoría de la superficie, pero yo no estoy muy convencida.

—¿Y Thorn? —preguntó el capitán con delicadeza. Le alegraba mucho que Volyova pareciese preocuparse más por lo que estaba pasando abajo, en Resurgam, que por el otro asunto. Quizá todavía no había observado la señal de láser que había llegado.

—Thorn quiere ser el salvador del pueblo; el hombre que los guíe a la tierra prometida.

—Y al parecer tú piensas que lo más adecuado es una acción más directa. —¿Ha estudiado el objeto últimamente, capitán?

Pues claro que lo había hecho. Todavía sentía una curiosidad morbosa, aunque solo fuera eso. Había contemplado a los inhibidores desmontar el gigante gaseoso con una facilidad ridícula, haciéndolo girar para que se partiera como el juguete de un niño. Había visto cómo nacían las densas sombras de nuevas máquinas en la nebulosa de materia liberada, componentes tan inmensos como mundos. Incrustados en la madeja reluciente de la nebulosa, se parecían a embriones vacilantes, a medio formar. Estaba claro que las máquinas pronto se unirían para montar algo más grande todavía. Era posible, quizá, adivinar el aspecto que tendría. El componente más grande eran unas fauces con forma de trompeta, de dos mil kilómetros de anchura y seis mil de profundidad. Las otras formas, juzgó el capitán, se conectarían a la parte de atrás de este gigantesco trabuco.

Era una única máquina, nada parecido a las extensas estructuras con forma de anillo que los inhibidores habían lanzado alrededor del gigante gaseoso. Una única estrella que podría mutilar una estrella, o eso creía Volyova. El capitán John Brannigan casi pensaba que merecía la pena permanecer vivo para ver lo que haría la máquina.

—Lo he estudiado —le dijo a Volyova.

—Ya casi está terminado, creo. En cuestión de meses, quizá, es posible que menos, estará listo. Por eso no podemos correr ningún riesgo. —¿Te refieres al alijo? Sintió la agitación de la mujer.

—Me dijo que se plantearía la posibilidad de permitirme usarlo, capitán. ¿Sigue siendo ese el caso?

La dejó sudar un poco antes de responder. Lo cierto es que no parecía saber lo de la señal de láser. Estaba seguro de que habría sido lo primero que habría pensado si la hubiera observado.

Le preguntó:

—¿Existe algún riesgo si utilizamos el alijo, Ilia, cuando hemos llegado tan lejos sin que nos ataquen?

—Hay incluso más riesgo en dejarlo y que luego sea demasiado tarde.

—Me imagino que Khouri y Thorn no se entusiasmaron demasiado con la idea de devolver el ataque si el éxodo se está realizando según el plan.

—Apenas han sacado a dos mil personas de la superficie, capitán, un uno por ciento del total. No es más que un gesto. Sí, las cosas se moverán más rápido una vez que el Gobierno se haga cargo de la operación. Pero también habrá mucho más malestar civil. Por eso tenemos que considerar un ataque preventivo contra los inhibidores.

—Atraeríamos su fuego con toda seguridad —señaló el capitán—. Sus armas me destruirían.

—Leñemos el alijo.

—No tiene ningún valor defensivo, Ilia.

—Bueno, he pensado en eso —dijo ella de mal humor—. Desplegaremos las armas a una distancia de varias horas luz de esta nave. Pueden colocarse solas en posición antes de que las activemos, igual que hicieron contra el artefacto de Hades.

No había necesidad de recordarle a Volyova que el ataque contra el artefacto de Hades no había ido precisamente a las mil maravillas. Pero, para ser justos con ella, no habían sido las armas en sí las que la habían decepcionado.

El capitán buscó otra objeción simbólica. No debía parecer demasiado dispuesto o ella comenzaría a sospechar.

—¿Y si las rastrearan hasta nosotros..., hasta mí?

—Para entonces habremos infligido un golpe decisivo. Si hay una respuesta, nos preocuparemos por ella entonces. —¿Y las armas que tenías en mente...?

—Detalles, capitán, detalles. Puede dejarme esa parte a mí. Todo lo que tiene que hacer es asignarme su control. —¿De las treinta y tres armas?

—No, eso no será necesario. Solo de las que he marcado. No tengo intención de lanzarlo todo contra los inhibidores. Como ha tenido usted la amabilidad de recordarme, quizá necesitemos algún arma más tarde, para enfrentarnos a una posible represalia.

—Lo has pensado todo muy bien, ¿no?

—Digamos que siempre ha habido planes de contingencia —respondió ella. Luego su tono de voz cambió y se hizo expectante—. Capitán, una última cosa.

El dudó antes de responder. Quizás ahí estaba. Iba a preguntarle por la señal de láser que no dejaba de rociarle el casco, la señal que no había estado muy dispuesto a hacerle notar.

—Continúa, Ilia —le dijo él acongojado.

—Supongo que no tendrá más de esos cigarrillos, ¿verdad?

30

Recorrió la cámara del alijo, la atravesó como una reina inspeccionando sus tropas. Estaban presentes treinta y tres armas, no había dos iguales. Había pasado buena parte de su vida adulta estudiándolas, junto con las otras siete que ahora estaban perdidas o destruidas. Y sin embargo, en todo ese tiempo no había adquirido más que una familiaridad pasajera con la mayor parte. Había probado muy pocas de ellas de alguna forma que mereciera la pena. De hecho, de las que más sabía era de las que se habían perdido. Algunas de las armas que quedaban, estaba segura de que ni siquiera se podrían probar sin desperdiciar la única oportunidad que existía de utilizarlas. Pero no todas eran así. La parte más complicada era distinguir entre las subclases en las que se dividían, catalogarlas según su alcance, capacidad de destrucción y el número de veces que se podían utilizar. Aunque siempre había ocultado su ignorancia a sus colegas, Volyova no tenía más que una idea muy básica sobre lo que eran capaces de hacer al menos la mitad de sus armas. Pero había trabajado mucho y con gran meticulosidad para adquirir siquiera esos insuficientes conocimientos.

Basándose en lo que había aprendido durante sus años de estudio, había tomado una decisión: sabía qué armas habría que desplegar contra la maquinaria inhibidora. Liberaría ocho de ellas y conservaría veinticinco a bordo de la Nostalgia por el Infinito. Eran armas de masa baja, así que se podían desplegar por el sistema con rapidez y discreción. Sus estudios también habían sugerido que ocho tenían un alcance suficiente para atacar el lugar que ocupaban los inhibidores, pero había muchas suposiciones en sus cálculos. Volyova odiaba las suposiciones. Y estaba incluso menos segura de que fueran capaces de hacer el daño suficiente para cambiar las cosas en el trabajo de los inhibidores. Pero estaba segura de una cosa: lo que sí iban a hacer era anunciar su presencia. Si la actividad humana del sistema había estado hasta ahora en el nivel de una mosca zumbona, irritante sin llegar a ser peligrosa, ella estaba a punto de subirlo al nivel del ataque de un enjambre de mosquitos.

Aplastad esto, hijos de puta, pensó.

Pasó al lado de cada una de las ocho armas, y frenaba la mochila de propulsión el tiempo suficiente para asegurarse de que no había cambiado nada desde su última inspección. Así era. Las armas colgaban en sus soportes blindados tal y como las había dejado. Tenían un aspecto tan maligno y siniestro como siempre, no habían hecho nada inesperado.

—Estas son las ocho que voy a necesitar, capitán —dijo.

—¿Solo esas ocho?

—Por ahora servirán. No debemos poner todos los pollos en el mismo huevo, o como se diga.

—Estoy seguro de que hay algo adecuado.

—Cuando yo lo diga, necesitaré que despliegue usted cada arma, de una en una. Puede hacerlo, ¿verdad?

—Cuando dices «desplegar», Ilia...

—Solo sáquelas de la nave. Fuera de usted, quiero decir —Se corrigió; había notado que el capitán tendía ahora a referirse a sí mismo y a la nave como si fueran la misma entidad. Volyova no quería hacer nada, por pequeño que fuese, que pudiera interferir con este repentino espíritu de cooperación—. Solo al exterior —continuó—. Luego, cuando estén fuera las ocho, haremos otra comprobación de los sistemas. Lo mantendremos a usted entre ellas y los inhibidores, solo para estar seguros. No me parece que nos estén monitorizando, pero será mejor apostar sobre seguro.

—No podría estar más de acuerdo, Ilia.

—Muy bien, entonces. Empezaremos con la vieja diecisiete, ¿le parece? —Qué sea el arma diecisiete, Ilia.

El movimiento fue repentino e inesperado. Había pasado tanto tiempo desde que cualquiera de las armas del alijo se había movido que ya se había olvidado de lo que era aquello. El soporte que sujetaba el arma comenzó a deslizarse por su rail de tal forma que la masa entera del obelisco del arma se movió sin ruido y con suavidad hacia un lado. Todo ocurría en silencio en la cámara del alijo, por supuesto, pero, no obstante, a Volyova le parecía que allí había un silencio más profundo, un silencio judicial, como el del lugar de una ejecución.

La red de raíles permitía que las armas del alijo llegaran a una cámara mucho más pequeña que se encontraba justo por debajo de la principal. Esta cámara menor tenía el tamaño suficiente para albergar el arma más grande, y había sido reconstruida a fondo con este propósito.

Volyova contempló al arma diecisiete desvanecerse en esa cámara y recordó su encuentro con la subpersona que controlaba el arma, «Diecisiete», la que le había mostrado preocupantes signos de libre albedrío y una marcada falta de respeto por la autoridad. No le cabía duda de que algo como Diecisiete existía en todas las armas. No tenía sentido preocuparse ahora por eso. Todo lo que podía hacer era esperar que el capitán y las armas continuaran haciendo lo que ella les pedía.

No tenía sentido preocuparse por ello, no. Pero sí que tenía un horrible presentimiento.

La puerta que conectaba ambas cámaras se cerró. Volyova cambió el alimentador del monitor de su traje de tal manera que se conectase con las cámaras y sensores externos, y ella pudiera observar el arma mientras surgía más allá del casco. Necesitaría unos cuantos minutos para llegar allí, pero en ese momento no tenía prisa.

Y sin embargo estaba ocurriendo algo más que inesperado. Su traje, a través de los monitores del casco, le decía que la nave estaba siendo bombardeada por un láser óptico.

La primera reacción de Volyova fue una aplastante sensación de fracaso. Al final, por la razón que fuese, había alertado a los inhibidores y había atraído su atención. Era como si la sola intención de desplegar las armas ya hubiera sido suficiente. El baño del láser debía de proceder de los barridos de sus sensores de largo alcance. Habían observado la presencia de la nave y la estaban buscando en la oscuridad.

Other books

Like a House on Fire by Cate Kennedy
All You Need Is Love by Emily Franklin
The Last Chamber by Dempsey, Ernest
Satisfaction by Marie Rochelle
Heart Breaths by Hendin, KK
The Atlantis Keystone by Caroline Väljemark
Playing for Keeps by Cherry Adair
Black Sparkle Romance by AMARA NICOLE OKOLO