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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (88 page)

BOOK: El bokor
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—Huye maldito como huiste hacia Cuba con la anciana y el médico, ve y escóndete en la selva —rugió Lilitu con los ojos encendidos como enormes brasas.

—Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque —volvió a responder Kennedy que parecía dispuesto a todo.

—Asesinaste al cardenal hijo de puta —dijo Lilitu entre carcajadas— todo para dejarte el hierro inservible.

—Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho; ofreced sacrificios legítimos y confiad en el Señor. Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» —dijo el sacerdote tratando de ignorar a la bestia que le recordaba su estancia en Cuba.

—Lo heriste de muerte y lo dejaste. ¡Asesino! —gritó Lilitu señalando con una garra al sacerdote.

—Calla maldita serpiente.

—Confió en ti y lo traicionaste. Le diste muerte porque quería robarte esa baratija.

—El sello te expulsará de las entrañas de esta mujer.

—En sus entrañas lo que hallarás es el fruto de la simiente de la Mano de los Muertos.

—Malditos sean tú y la Mano de los Muertos —gritó Kennedy mientras se tomaba la cabeza con ambas manos.

—¿Eres un cura sodomita al igual que Rulfo? —dijo la mujer con la voz de Jazmín.

—Bestia infernal te reprendo.

—No me reprendías cuando te acostabas conmigo, puerco infeliz.

—Callate maldita.

—Adam por favor —dijo Amanda con voz sollozante.

—No me quieras enredar en tus lazos, soy más fuerte que Barragán y Rulfo no soy un corrupto como Casas.

—Eres un pederasta igual a Casas ¿o te olvidas cómo mirabas a María?

Kennedy lanzó una bofetada que acertó en Amanda haciéndole sangrar la boca.

—Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino —dijo Kennedy continuando con la lectura.

—Ven a habitar conmigo, Adam —escuchó la voz insinuante de la mujer— aquí dentro están María y Aqueda, con la Mano de los Muertos podremos hacer una orgía que calme tus pasiones.

—En paz me acuesto y enseguida me duermo —dijo Kennedy y a continuación respondió. —Porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Te reprendo bestia infernal, no me arrastrarás al infierno…

Un nuevo relámpago iluminó la casa y el trueno ahogó la voz de Amanda que suplicaba. En la puerta, se dibujó una silueta inconfundible. El sacerdote se abalanzó contra el hombre que más odiaba, mientras lo escuchaba decir algunas palabras en creole.

—¿Tout bagay anfom? ¿Está todo bien?

Kennedy cargó con fuerza contra el vientre de Doc y lo hizo caer bajo la lluvia. Los hombres rodaron por el jardín cubriendo sus ropas de barro.

—Li ansent —gritó Doc sin que Kennedy lo escuchara.

Kennedy le acertó dos golpes en la cara, mientras el hombre se revolvía para quitarse de encima al sacerdote que parecía un toro de lidia.

Doc tomó una piedra y golpeó fuerte a Kennedy en la cabeza haciéndolo caer. Amanda aprovechó el momento, se levantó y salió corriendo hacia la oscuridad de la noche. Doc la siguió dejando a Kennedy bajo la lluvia.

***

Jean Renaud llegó a la casa de Amanda y se encontró con el sacerdote tirado en el jardín. Lo levantó y lo llevó con dificultad hasta la casa.

—¿Qué ha sucedido, padre?

—No lo sé —dijo Kennedy con su voz habitual— me duele la cabeza.

—Está usted sangrando —dijo Renaud pasándole una toalla por la frente. —¿Dónde está Amanda?

—No lo sé. No estaba aquí… Ni siquiera sé que hago aquí —dijo con un suspiro.

—Ha venido a cumplir su misión, padre. Ha venido a acabar con Lilitu y con Jazmín.

—He fracasado.

—No diga eso padre, usted es nuestra única esperanza.

—Le he fallado a todos.

—No es así. Ahora tenemos el sello. Es poderoso, con el podrá salvar a la mujer que ama.

—No le quitaré la vida.

—Entonces perderá su alma.

—No puedo, Jean.

—Yo le daré la fuerza, padre, debe acabar lo que inició.

—No hay forma, no puedo, la amo…

—Por ese amor debe hacerlo. Solo así salvará su alma inmortal o es que prefiere verla convertida en una bestia infernal para siempre.

—No. No deseo eso para ella.

—Entonces debe hacerlo. Debe acabar con esto para siempre.

—No sé como.

—Deje salir a quien puede.

—¿Qué dices?

—No lo detenga. Dentro de usted está el vengador que necesitamos.

—No sé de qué hablas.

—Déjelo salir, deje que su furia queme todo. Deje que arrase con Lilitu, con la Mano de los Muertos, con Duvalier…

—No soy un asesino…

—No. Es usted un vengador, un ángel del Señor que ha venido a purificarlo todo con fuego.

—¿Quién eres? —dijo Kennedy nuevamente con un cambio en su personalidad.

—Soy la voz de Dios que te manda acabar con toda la maldad.

—Heme aquí Señor.

—Quémalo todo como lo hizo Aqueda, ella escuchó mi voz.

—Haré lo que me mandes, Señor.

—Debes buscarlos y acabar con esto. Hacerlos arder en las llamas purificadoras, Adam.

—Acabar con todos…

—Así es, Acaba con todos.

Kennedy salió tambaleándose. Con la cabeza adolorida por el impacto de la piedra corrió en la misma dirección en que Doc y Amanda habían desaparecido.

Una hora más tarde la lluvia había amainado un poco y en el cielo ya no se divisaban los relámpagos ni se escuchaban los truenos romper el silencio de la noche. Kennedy llegó a la iglesia, de alguna manera sabía que encontraría allí a Amanda. Había traido consigo el sello para acabar con lo que había empezado. Abrió la puerta y encendió las luces. No se veía nada más que las imágenes ante las que los lugareños se arrodillaban todos los días sin saber si le rezaban a los santos católicos o a las divinidades de la Regla de Oshá. Kennedy respiraba agitadamente mientras caminaba por entre las bancas desiertas. Miró la imagen de la Virgen que lloraba ante el Mesías muerto a los pies de la cruz, luego el rostro crispado de Moisés mientras entregaba las tablas con los diez mandamientos que debía atender el pueblo de Dios.

—Sé que estás aquí, bestia infernal —dijo y el eco repitió sus palabras.

El silencio de la iglesia le permitia escuchar los latidos acelerados de su corazón.

—Sal Lilitu, estás en tierra santa. No puedes luchar contra un ángel de Dios.

Amanda intentó ocultarse y solo consiguió delatar su presencia.

—Sal. No te haré daño. Solo deseo salvar tu alma —dijo Kennedy volteándose hacia el sitio donde había escuchado el ruido.

—Aléjate de mí —dijo Amanda sollozando.

—¿Tienes miedo Lilitu?

—No soy Lilitu —dijo gritando— estás loco. Soy Amanda ¿recuerdas? Adam por favor…

—Calla bestia embustera. No lograrás engañarme.

—Hazlo por tu hijo.

—Mientes. Es el hijo de la Mano de los Muertos.

Amanda soltó un grito desgarrado y luego una maldición contra el sacerdote.

—¿Dónde estás? Sal Doc. También contigo debo ajustar cuentas.

—Marchate —dijo Amanda.

—Lo haré una vez cumpla mi misión.

—Usted está enfermo, padre —dijo Doc saliendo de detrás de una columna— debe visitar a un doctor.

—Yo curaré todos los males.

—Deje que yo le cure, padre —dijo Doc con una voz que hipnotizaba— su cabeza, sé lo que siente, puedo curarle con mi magia.

—Lo que deseas es embrujarme, maldito, como lo hiciste con el brebaje que me diste en tu casa.

—Era solo un té, padre, todo lo demás lo ha imaginado usted o ha sido fruto de las intrigas de mama Candau y Jean Renaud.

—Calla, no me envenenarás con tus palabras.

—Padre, estoy armado. Si quisiera podría matarlo ahora mismo.

—No tienes poder en tierra sagrada, venir a la iglesia fue un error.

—Padre, necesita ir a un hospital, deje que llame a una ambulancia y todo estará bien.

—No necesito un médico —dijo Kennedy avanzando hacia Doc que sacó el arma y apuntó al sacerdote. En ese momento, Jean Renaud apareció por la espalda y golpeó fuerte en la cabeza al hombre haciéndole perder el conocimiento, no sin antes accionar el arma que hirió a Amanda en el pecho.

—Ahora padre, acabe con todo esto —dijo señalando a Amanda.

Kennedy caminó decidido y tomó a Amanda que no pudo defenderse.

Adam y Jean cargaron a la mujer hasta el altar. Kennedy hizo una hoguera con algunos libros y puso de nuevo el sello en las llamas. Mientras, decía las oraciones del rito, esta vez en creole, Jean le respondía en un éxtasis que le hacía brillar los ojos con intensidad.

Unas sirenas de policía les anunciaron que quedaba poco tiempo. El disparo debió alertar a los vecinos y se habían apresurado a llamar a las autoridades.

—Hágalo ahora, padre —dijo Jean— alcanzándole el sello mientras el ruido de las sirenas se hacía cada vez más cercano.

Jean miró al sitio donde estaba Doc desmayado y no había nadie. Salió en su busca mientras Kennedy tomaba el sello que ardía al rojo vivo e invocaba a Dios para que le diera fuerzas en aquella tarea. Con los ojos llenos de lágrimas alzó el sello y lo apretó contra el pecho de la mujer que lanzó un grito desesperado. En ese momento dos policías golpeaban la puerta lateral de la iglesia. Kennedy miró a Amanda y por un momento recuperó la conciencia, la abrazó fuerte y sintió como la vida se escapaba de su cuerpo. Gritó desesperado y echó a correr hacia la luz del alba que comenzaba a iluminar Puerto Principe.

Capítulo LXIV

Bronson sabía que sería inútil ir al aeropuerto, solo lograría perder el tiempo que en ese momento era más valioso que el oro para su mujer y para su hijo. Llamó a Johnson por teléfono.

—Jenny McIntire me ha llamado por teléfono, no hay duda, Kennedy es nuestro hombre. ¿Hay rastros de él en la iglesia?

—Ninguno.

—Estoy seguro de que debe dirigirse a un lugar santo donde realizar sus brujerías.

—¿Por qué raptar a ambas mujeres?

—El infeliz cree poder regresar de la tuma a Jeremy para que sea su sucesor y a Jean Renaud a quien debe considerar una especie de lazarillo.

—El hombre está más loco de lo que pudimos pensar.

—Es mi culpa…

—Culparte no servirá de nada.

—Jenny McIntire tiene en su poder unas cartas. Está en la delegación. Estás apenas a unos metros de allí, revisa por si logras encontrar algo en ellas que nos den una luz.

—¿Tú que harás?

—Voy al apartamento de Kennedy.

—Ya estuve allí. No hay nada que pueda servirnos.

—El fetiche. Puede ser la clave de todo esto, se me ha ocurrido que si el hombre lo trajo de la isla debe representar algo importante. Además, dentro de la inmundicia de la habitación ocupaba un lugar preponderante.

—Puede que tengas razón. Te llamaré en cuanto sepa algo de las cartas.

Bronson aceleró a fondo con la sirena encendida alterando la paz que se vivía en las calles.

—Bien Adam, es momento de que realicemos el rito —dijo el hombre lanzando a Lucila al suelo, justo al lado de Natasha que estaba atada a un árbol, mientras el sacerdote parecía aturdido, fuera de este mundo.

—Quiero saber quién eres —dijo con un hilo de voz.

—¿No lo sabes?

—No.

—Entonces no eres quien pienso. Deja salir al otro.

—No.

—Vamos Adam, es preciso. No tenemos mucho tiempo.

—Primero dime quién eres.

—Lo sabrás en cuanto dejes salir al bokor.

—No haré nada, hasta saber qué hago aquí.

—Estamos aquí para volver a Jean de la tumba.

—Jean se ha ido…

—Así es, mi pobre Adam, se fue dejándote solo. Ahora ¿quién cuidará de ti? ¿Quién te dará tus medicinas? Debes hacerlo volver y conoces el rito. Estas mujeres deben ser sacrificadas como hiciste con mi madre.

—No conozco a tu madre.

—Por supuesto que si. ¿La recuerdas? Estabas enamorado de ella en Haití y ella te traicionó con mi padre.

—Tu padre…

—¿Lo recuerdas? Doc, la Mano de los Muertos.

—Lo recuerdo.

—Entonces recordarás a mi madre. Tu la mataste.

—Eres hijo de Amanda Strout.

—Así es Adam. La mujer que asesinaste porque decías que era un súcubo.

—¿Pero como pudiste…?

—¿Nacer? Los policías llegaron a tiempo. Amanda aún vivía cuando ingresaron a la iglesia y en el hospital lograron salvarme la vida mientras tu huias por la selva como un animal salvaje que es acorralado.

—¿Y qué buscas de mí?

—Quiero que pagues, Kennedy.

—Estuve en prisión.

—No es suficiente, quiero que te busquen como el animal que eres y que te enjaulen para siempre. Quiero que te conozcan como el vengador que decías ser cuando mataste a mi madre. Mi padre me lo contó todo. Antes de morir me dijo todo cuanto debía hacer para salvar tu alma y de paso convertirme en el bokor más poderoso.

—¿Salvar mi alma?

—Te liberaré de la carga Kennedy y tomaré los poderes que tienes. Pero antes debes decirme dónde está el sello, solo así podré salvarte del fuego eterno.

—No lo haré.

—Por supuesto que sí. Solo debes dejar salir al bokor que llevas dentro, el que te hizo traer hasta aquí a esta chica.

—No le haré daño.

—Necesitamos al niño que lleva dentro si quieres que Jean Renaud vuelva de la tumba para cuidarte. También necesitamos al hijo de esta mujer.

—No.

—Solo así recuperaremos a Lilitu.

—Estás loco.

—No Adam. Lilitu necesita regresar del mundo de las sombras al que la enviaste cuando le aplicaste el sello.

—Lilitu…

—Deja salir al bokor —dijo el hombre con un voz sibilante— con el podré recuperar a mi madre.

—Tu madre murió.

—La humana sí, pero quiero a la otra de vuelta.

Kennedy miró a las mujeres que temblaban de miedo. Su rostro era de duda, se adivinaba una lucha interna en aquel hombre.

—Ya hemos llegado muy lejos, Adam. Si no hacemos lo que debemos nos atraparán.

—Has sido tú.

—¿Yo? Ni siquiera puedes estar seguro de eso ¿No es verdad?

—No puedes saber si fuiste tú quien asesinó a esos hombres, empezando por Jean Renaud ¿no es así? Sabes lo que vives porque es lo mismo que le sucedió a tu madre. Se perdió en esa doble vida que llevaba y nunca pudo distinguir quién era realmente. Por eso estudiaste psiquiatría, por eso te hiciste sacerdote, pensabas que entendiendo la enfermedad podrías encontrar algún remedio para no acabar igual que ella o que si eso fracasaba, podrías salvar tu alma como sacerdote. Pietri no supo qué hacer y te envió a Haití para que en medio de aquel ambiente recuperaras la cordura o terminaras de volverte loco.

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