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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (81 page)

BOOK: El bokor
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—¿Y usted qué piensa?

—No puedo creer tal cosa.

—Sin embargo está aquí buscando el sello para salvar su alma ¿no es verdad?

—Supongo que sí. Antes de venir, Amanda y ese hombre, Doc… —dijo con la voz quebrantada.

—Entiendo.

—No creo que logre entenderlo, pero le agradezco su apoyo.

—Hay cosas que debe considerar y que pueden serle de utilidad en esta guerra que está empeñado en luchar. Si en verdad Amanda Strout es un súcubo, hará todo lo posible por tenerlo.

—Ya lo he escuchado.

—Y es posible que lo ataque con sueños o aparentes sueños, donde usted no podrá distinguir la realidad.

—Ya me ha sucedido.

Tendrá suficiente tiempo para pensar, padre Kennedy, el camino a Yerba es largo y las noches le servirán para buscar dentro de su alma qué es lo que debe hacer al volver a Haití.

—No sé siquiera si deseo volver.

—Volverá, padre Kennedy, es su destino.

Los hombres se despidieron y Adam sintió que José Ramón no le había dicho todo cuanto sabía respecto a Amanda y la Mano de los Muertos, también le había dejado la duda de si mama Candau le había contado todo cuanto sabía. Al salir de la catedral, la vieja y el doctor esperaban escondidos tras una columna.

—Se ha demorado usted —dijo el doctor.

—El hombre quería mostrarme algunas obras de arte relacionadas con la iglesia, cosas que consideró que como sacerdote encontraría de especial valor.

—No es preciso que nos dé explicaciones, padre —dijo mama Candau.

—Nos espera un viaje largo hasta ese pueblo, pregunté a un tipo de un taxi y nos puede llevar mañana temprano.

—Bien —dijo Kennedy— eso nos dará tiempo para arreglar las cosas y planear el viaje, debemos comprar algún equipo y no será fácil en las condiciones en que está la isla.

—Ya preví eso, el sujeto nos llevará con un familiar suyo que nos alquilará equipo para acampar y también nos ayudará a conseguir provisiones que en Yerba sería más difícil encontrar. Le he hablado de un viaje de cerca de dos semanas, que somos botánicos en busca de algunas especies que solo en esa zona existen. No ha sospechado nada.

—Aun así debemos tener cuidado, no sabemos los planes que puedan tener con nosotros los Castro y Duvalier si es que están aliados.

—Le di unos cuantos dólares y le ofrecí otro tanto si era discreto y eficiente.

—Me preocupa un poco la situación económica, mi condición de cura ya les puesde decir que no tengo dinero de sobra y creo que como médico en Puerto Principe usted tampoco lo tendrá.

—No como para presumir, pero he traido algunos ahorros que pueden sernos útiles.

—Entonces no hablemos más, ya buscaré la forma de compensarle su esfuerzo, por ahora vamos a nuestro hotel y tratemos de descansar un poco, si todo sale como esperamos será difícil encontrar una cama cómoda donde reposar.

—Mientras viajamos quizá mama Candau pueda decirnos cómo conoció a este hombre tan peculiar —dijo el doctor— aun resuenan en mis oídos el poema que tanto pareció conmoverle.

—Es un viejo agradable —dijo Kennedy— y mucho menos desconfiado de lo que esperábamos.

—Hablé con él por teléfono para explicarle nuestras intenciones, creo haberle dejado claro que no representamos un peligro ni mucho menos.

—Aun así esperaba otra cosa.

—¿Saben? —dijo Sebastian— esperaba ver a un hombre con un manto y…

—Me ha ocurrido lo mismo, la verdad es que el hombre es un cardenal aun sin la sotana.

—Les recuerdo que cuando estaba en España era un hombre poderoso, lo mismo que su familia, no se llega a Cardenal sin algo de dinero.

—Tiene razón mama Candau —dijo el doctor— quizá debimos pedirle un préstamo de dinero.

—¿A un Catalán? —rio mama Candau. —Les he dicho que era un hombre de cierta posición y tampoco se llega a tener dinero prestándole a una serie de aventureros como nosotros.

—¿Cómo creen que nos recibirán en Yerba? No conocemos a nadie allí y puede que hasta sean hostiles.

—No si nos conducimos con cuidado, la gente de esta isla es muy hospitalaria, lo que no me atrevería a anticipar es qué nos espera una vez nos adentremos en la selva.

—¿Cree que sea insalubre? Me han dicho que abundan las serpientes —dijo Daniels con el rostro preocupado.

—Quizá puedas ayudarnos con tus conocimientos de botánica —rio Kennedy sonoramente.

—Espero que conservemos el buen humor durante las próximas semanas.

Puerto Príncipe Haití, 1972

Casas no esperó mucho tras su salida del hospital y fue a visitar a Duvalier al palacio presidencial.

—Señor Duvalier —dijo tras una larga espera— las cosas se han complicado un poco.

—Estoy enterado de todo lo que pasó.

—Espero que comprenda que no fue algo que planeara, me refiero a mi enfermedad.

—No se preocupe Alcides, estoy seguro de que nuestra alianza aun está por dar sus mejores frutos.

—Estoy convencido de ello señor presidente, sin embargo, he visto a algunos tontons macoutes siguiéndome.

—Los voluntarios solo hacen su trabajo, es su deber cuidar a los buenos ciudadanos. Por cierto, ¿sabe usted lo que ha sucedido con su amigo, Barragán?

—No lo veo desde la reunión en casa de Kennedy.

—Se lo ha tragado la tierra.

—Quizá ese sujeto, Jean Renaud sepa algo.

—Lo tengo bien vigilado.

—Tampoco he vuelto a saber nada de la vieja, Kennedy y el doctor.

—No tiene que preocuparse por ellos, sé cada paso que dan.

—¿Un infiltrado?

—Pregunta usted demasiado Alcides.

—Solo quiero hacer bien mi trabajo.

—Entonces preocúpese de buscar a su amigo Barragán, si no estoy equivocado debe buscar la otra parte del tesoro que queremos.

—¿Se refiere al libro?

—Usted solo busque a Barragán y hágame saber cuando lo encuentre.

—¿Quiere que lo traiga aquí? Porque de ser así deberá darme usted algún respaldo.

—¿Le teme a Barragán?

—No tanto como le temo a usted, señor Presidente.

—Es usted un maldito lamesuelas —dijo Duvalier mientras reía a carcajadas. —Ahora márchase y no vuelva por aquí a no ser que traiga consigo algo importante.

—Como usted mande señor presidente.

Capítulo LVIII

Santiago, Cuba, tres meses después.

Mama Candau descansaba los pies en un riachuelo en medio de la selva mientras tomaba de una cantimplora militar, parte de algunos pertrechos que el cardenal les había hecho llegar a Yerba de Guinea y sin los cuales no habrían podido sobrevivir en aquellos cien días adentrados en una tierra inhóspita, plagada de mosquitos y serpientes venenosas. Atrás habían quedado los días en que los dos hombres rieron al ver a la anciana vestida a la usanza de los militares, con botas altas y pantalones de la armada. De alguna forma JR se las había ingeniado para que un coronel del ejército cubano los considerara científicos en busca de conocimientos sobre la zona y había conseguido que los escoltaran por el difícil territorio en que se adentraban sin saber bien hacia donde. Sebastian permanecía con ellos a pesar de que el mes que se había dado de tiempo había pasado hacía muchos días y no supo explicar por qué se mantenía en el grupo cuando bien pudo haberse regresado con los soldados hacía muchas semanas. Ahora solo viajaban cinco personas en el grupo: mama, Sebastian, Adam, un soldado llamado Alvaro al que todos llamaban «neco» y un baquiano de la zona, sin el cual se habrían perdido para siempre y al que llamaban gavilán.

—¿Esta fresca el agua, mama?

—Así es doctor, es un alivio para los pies el tenerlos en contacto con agua fresca.

—Es usted más fuerte de lo que pensé, este no es terreno para una mujer de su edad.

—Sabía a lo que venía cuando decidí acompañar al padre Kennedy, pero ¿Qué hay con usted? Hace mucho debió haberse cansado de esta aventura y regresado a Haití.

—No soy un hombre que deje de lado las cosas.

—Pero su familia y su trabajo lo demandan.

—Mi familia está bien, de hecho, está mejor que en Haití, creo que mi esposa piensa seriamente en quedarse para siempre en los Estados Unidos.

—¿Y eso qué le parece?

—Haití no es lugar para criar hijos.

—En eso tiene razón, ojalá yo tuviera la opción.

—¿Se marcharía de Haití?

—Lo haría por Nomoko, pero no es algo que pueda hacer, no hasta que muchas cosas cambien.

—Siento en su voz algo de preocupación, supongo que el niño…

—Estará bien con Jean, Nomoko no me preocupa, quizá me preocupa más Jean mismo, buscar el libro con Barragán no es tarea fácil y menos si Casas está del lado de Duvalier.

—No estarán en mayor peligro que nosotros.

—¿Cree usted que las serpientes de allá son menos peligrosas que estas víboras? —dijo señalando a un ofidio enredado en una rama que parecía arrastrarse hasta el río para beber de sus aguas.

—Supongo que no. Duvalier y la Mano de los Muertos son hombres que he aprendido a temer desde que he escuchado las historias que ustedes cuentan.

—El temor es un mecanismo de defensa que nos mantiene alertas.

—¿Qué hay de Kennedy? Parece no sentir temor.

—Lo tiene y probablemente más que nosotros, solo que el sacerdote es un tipo rudo y no es capaz de mostrar sus sentimientos. Sé que está preocupado por Amanda, lo he oído rezar por las noches.

—Ahora lo hace en Creole.

—Lo he escuchado.

—Parece ser que se siente más a gusto rezando en esa lengua.

Mama Candau se quedó mirando al sacerdote que hablaba con el baquiano a unos pasos de distancia.

—Adam está en una encrucijada mayor que la nuestra.

—Para él encontrar el sello parece una especie de cruzada por la fe.

—O por su alma.

—Soy reacio a pensar en ese sello como algo más que una reliquia por la que murió mi padre.

—Para Adam es mucho más, veo en él una ansiedad de la que solo el amor puede ser fuente.

—¿Está enamorado de Amanda Strout?

—Quizá más que eso.

—¿Qué podría ser mayor?

—Creo que esa mujer lo ha hechizado.

—Mama, es usted una mujer inteligente, no puedo creer que piense que Amanda es un súcubo o algo por el estilo, si Kennedy está en ese estado es simplemente porque Amanda es una mujer excepcional, no hay nada de mágico en eso.

—Quizá tenga usted razón y no haya más en ella que una belleza poco común.

—¿Cree usted que Amanda y la Mano de los Muertos…?

—Usted la conoce mejor que yo, era su amigo.

—Tendría que decir que es imposible imaginar a Amanda con un hombre así, aunque tampoco la veo seduciendo a un sacerdote.

—Lo prohibido es una fruta venenosa.

—Mama, creo que usted sabe algo que no nos ha querido decir respecto al futuro que nos aguarda al regreso a Haití.

—Eso dependerá de las condiciones en las que regresemos.

—Siempre enigmática.

—La vida es un enigma, doctor. Nada es tan claro como ustedes los científicos quisieran.

—Puede que tenga razón. Mire, Kennedy se acerca y parece traer buenas noticias.

—Dígame que esa sonrisa es lo que espero —dijo el doctor.

—He hablado con el guía, estamos más cerca de lo que pensábamos, si nos damos prisa puede ser que mañana al amanecer estemos con una idea más precisa de la ubicación de la aldea.

—No sabe cuanto me alegra oir eso. Han sido muchos días de andar sin sentido.

—Estamos cerca del fin, de hecho, Gavilán cree que nos han venido observando desde hace algunos días. No había querido decírnoslo para no preocuparnos, pero saben dónde estamos y por qué estamos aquí.

—¿También lo sabe Alvaro?

—Apenas lo necesario para nuestra seguridad.

—Aun no me fio de él —dijo Sebastian— es un soldado del régimen.

—Tampoco habría sido sencillo aventurarnos en esta zona sin alguien que manejara armas tal como nos lo dijeron en Yerba.

—Fueron muy amables.

—Creo que J. R tuvo algo que ver con esa amabilidad.

—Aun no entiendo cuál es su interés en ayudarnos.

—¿Desconfías del cardenal?

—Se ha gastado algunos miles de dólares.

—Sin los que no habríamos logrado llegar hasta aquí.

—En eso tienes razón, pero tú hablaste más con él que nosotros.

—¿Es eso lo que te preocupa?

Me gustaría saber qué te dijo y no esa basura de que hablaron de arte religioso.

—No dijo nada que fuera del interés tuyo o siquiera de mama Candau. En realidad —dijo bajando el tono— tenía que ver solo conmigo y la lucha que debo enfrentar al volver.

—Si te refieres a Amanda, te recuerdo que la considero mi amiga y no permitiré que le hagan daño.

—A no ser que te enteres de que en realidad mató a tu padre y al suyo.

—Eso es algo que no estoy dispuesto a creer.

—¿Y por eso has venido hasta aquí?

—Espero que Gavilán tenga razón y esto esté pronto a terminar.

—Dijo que estamos cerca del lugar que buscamos, pero si en realidad nos siguen, dudo que estemos prontos a terminar nada. De hecho, me preguntaba si no habremos actuado mal al venir hasta aquí y traer con nosotros a los hombres de Duvalier.

—Si es que son hombres de Duvalier.

—¿Te refieres a que pueden ser de los Castro?

—O del cardenal.

—¿Qué?

—No me digas que no lo has pensado, quizá ese hombre necesitaba de nuestros servicios para encontrar el sello y solo nos utiliza, eso explicaría el que haya sido tan dadivoso al actuar como mecenas de esta expedición, cada vez que hemos regresado a Yerba nos han esperado nuevas provisiones y equipo.

—Pudo financiar a cualquier otro, no nos necesitaba, realmente no hemos aportado nada que no sea el deseo de encontrarlo.

—¿Recuerdas sus palabras?

—¿A cuáles te refieres?

—Que solo encontraríamos el sello si el sello se dejaba encontrar. Quizá piensa que es un objeto misterioso que para encontrarlo es preciso ser puro de corazón y todas esas tonterías de las que hablaban en el Medioevo sobre el Santo Grial.

—No niego que suena lógico, pero era un cardenal, una persona instruida, no un hombre común.

—Creo que cuando lo dijo lo hizo en serio, este hombre cree que nosotros podemos encontrar algo que otros no podrían, aun cuando contaran con los recursos necesarios.

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