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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

El bosque de los corazones dormidos (26 page)

BOOK: El bosque de los corazones dormidos
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Comencé a leer…

Querido Álvaro:

Me juré a mí misma que esta verdad jamás saldría de mis labios. El amor que siento por mi familia, por mi hermana, ha sido hasta ahora la razón de mi silencio. Ya te lo dije un día, la felicidad de otras personas depende de ti y de mí, de nuestro sacrificio, y está por encima de la nuestra. Esta responsabilidad ha pesado siempre más que el amor que nos une. Los lazos de sangre son así.

No imaginas cuánto me ha costado mirar a mi hermana a la cara después de nuestra traición. Ya sabes lo unidas que hemos estado siempre… Y, sin embargo, no pude evitarlo. Ninguno de los dos pudo, ¿verdad? Por eso me fui a Barcelona.

¿Qué ha cambiado, entonces? Después de tres años, me he dado cuenta de que hay algo más fuerte que mi lealtad hacia mi familia; algo más fuerte incluso que nuestro amor…

Clara.

Mi hija. Nuestra hija.

Ella lo cambia todo.

Siento que nuestro amor dañe a otras personas, pero no puedo enterrarlo y seguir con mi vida como si jamás hubiera ocurrido. Nuestra hija ha ocurrido.

Lamento cada segundo que te he privado del milagro de su existencia. Clara es maravillosa. Tendrías que verla… ¡Es tan bonita! ¡Tan lista! Cuando miro sus manitas, sus ojos, su forma de moverse, de hablar… te veo a ti. Y me veo a mí. Ella es la confirmación de que lo nuestro fue algo hermoso. ¿Cómo podría un ángel ser fruto de un pecado?

Dejé de leer un instante. El papel temblaba entre mis dedos y las letras empezaron a juntarse unas con otras.

No pude reprimir el llanto.

Pasaron varios minutos antes de que pudiera seguir leyendo.

Amor mío, siento mucho habértelo ocultado. Hace un rato, cuando me has llamado para decirme que querías divorciarte, que mi hermana y tú no sois felices… he estado a punto de explicártelo todo. Pero me ha faltado valor y he preferido hacerlo por carta. Así me cuesta menos ordenar mi cabeza. Ya sabes que no funciona bien, que cae en el infierno de la locura con facilidad. ¡No quiero perderla nunca más, Álvaro! Y creo que a tu lado puedo conseguirlo. Dejaré que tú y tus abejitas cuidéis de mí. Solo te pido que esperes un poco hasta que encontremos la forma de decírselo a Ana. Si dices que las cosas no os van bien, lo entenderá, pero hay que hacerlo con delicadeza. Es más sensible de lo que parece.

Ten paciencia. Todo se arreglará y por fin estaremos los tres juntos. Para siempre…

Con todo mi amor,

tu Abejita

A la mañana siguiente, el temporal había arreciado solo en mi cabeza. Tras un sueño inquieto y plagado de pesadillas, amanecí con nubes negras en el alma.

Después de tantos años, por fin entendía la tragedia de mi familia. ¡Qué triste! Cada vez que pensaba en mi madre, un dolor intenso martilleaba en mis sienes. Podía entender lo culpable que debió de sentirse tras la muerte de su única hermana y cómo ese hecho había afectado a su débil salud. Podía entenderlo todo. Incluso la muerte de mi abuela, ávida tal vez por reunirse con sus hijas. Aunque ella siempre me había transmitido alegría y confianza en los sueños, su procesión iba por dentro. Lloré por ellas durante toda la noche. Por las tres. Mi madre, mi tía y mi abuela. Tres víctimas de una misma historia.

También lloré por mí, pero esta vez de amor profundo y agradecimiento hacia mi madre. En su carta decía cosas preciosas sobre mí; cosas que borraban la culpa que yo arrastraba desde su muerte. Yo no era la causante de su tristeza, de su locura… ¡Mi madre me quería!

Álvaro me despertaba sentimientos encontrados. Por un lado, era la causa, el detonante de todo. Si mi madre no se hubiera enamorado de él… Pero, por otro, no podía olvidar que también había sido su gran amor. Y algo más… El padre de su hija.

Mi padre.

Traté de recordarlo en los veranos de mi infancia, pero solo logré vislumbrar su sombra. No me venían escenas en las que mi madre y él hubieran protagonizado ningún momento remarcable. Para mí, siempre fue un extraño, un tío huraño y solitario que casi nunca estaba. O que, cuando lo hacía, despertaba en mi madre extrañas jaquecas.

Ahora entendía sus muecas de dolor cuando él andaba cerca.

Su indiferencia mutua no era más que una pose, una máscara para camuflar el dolor y la enorme tristeza que la presencia del otro les producía.

Mientras el corazón de mi padre se había ido durmiendo poco a poco hasta caer vencido por un sueño profundo, la cabeza de mi madre se había ido perdiendo de forma irremisible entre los abismos de la locura.

Y así habían transcurrido casi quince años, desde la muerte de mi tía hasta la de mi madre.

Me pregunté en qué momento habría decidido esconder aquellas cartas en el desván. Y si cuando me dio el colgante con la llavecita de su escritorio pensó que yo llegaría a ellas.

Sabía que sí. Mi madre pensaba que era lista. «Clara es maravillosa», había escrito en su carta.

Me llevé la mano al cuello y acaricié aquel amuleto antes de besarlo.

Pensé en lo extraño que se había vuelto mi mundo en tan solo unos meses.

Después salí al exterior y me llené los pulmones con el aire helado de la sierra. Me sentí feliz y triste al mismo tiempo.

Un sol de invierno brillaba con inusual intensidad. Quería correr hacia la cabaña del diablo, reunirme con mi amor, explicarle todo lo que me había sucedido desde que nos habíamos separado junto al río, hacía apenas veinticuatro horas.

En ese momento, una furgoneta negra se acercó al torreón por el camino de tierra. Cuatro hombres, vestidos de negro y con insignias de
National Geographic
, bajaron de ella y se aproximaron hacia mí. Parecían cortados por el mismo patrón. Todos ellos eran corpulentos y lucían el mismo corte de pelo, tan corto que les confería más aspecto de militar que de científico.

—Buenos días, Clara. Hemos venido a entrevistarte.

Aunque era el único que sonreía, la mirada de Robin me pareció tan fría y desconcertante como la tarde anterior.

La entrevista

M
e quedé un rato inmóvil, sin saber cómo reaccionar ante aquella inoportuna invasión. Estuve a punto de decirles que se marcharan, que era demasiado temprano para visitas o que tenía cosas más importantes que hacer… Sin embargo, aquellos hombres me intimidaban lo suficiente como para no contrariarlos.

Mis labios se despegaron finalmente para emitir una débil protesta.

—¿No podríamos dejarlo para otro momento…?

—¿Tienes algo que hacer? ¿Has quedado con alguien? —preguntó Robin de forma educada.

—No. Es solo que… no os esperaba ahora.

—¿Esperabas a otra persona?

Me sorprendió su insistencia. ¿Qué le hacía pensar que esperaba a alguien? ¿Tanto se notaba mi ansiedad? Lo cierto es que me moría de ganas por ver a Bosco.

—Pues… no —vacilé.

—Después del temporal de ayer, hemos decidido empezar por algo sencillo. El bosque está muy embarrado y no merece la pena adentrarse en esas condiciones.

—Está bien. Empecemos entonces. —Cuanto antes acabáramos con aquello, antes podría reunirme con mi guapo ermitaño.

Los otros hombres se acercaron un momento. Estrecharon mi mano con fuerza a modo de saludo y se presentaron. Ni siquiera en ese momento sonrieron. Solo retuve el nombre del más alto. Adam. Tenía los ojos tan negros como su ropa y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda de lado a lado. También parecía el de más de edad y, por la forma en la que se dirigía a los demás, el que estaba al mando. Mientras sus hombres sacaban el material de la furgoneta, él empezó a inspeccionar los alrededores de la Dehesa en busca de algunos planos.

Robin me pidió que me sentara junto al estanque, con el fondo verde y blanco de las montañas de pino albar nevadas.

—¿Qué me vais a preguntar?

—No hay guión. Puedes explicar tu experiencia, las cosas del bosque que más te han impresionado…

Me pareció extraño que no se hubieran preparado un breve cuestionario. Si ya me incomodaba tener que hablar delante de una cámara ante esos hombres tan serios, saber que tendría que improvisar toda la entrevista me hizo sentir todavía más insegura.

—¿Tengo que hacerlo en inglés?

—No, te subtitularemos.

Abrió un maletín y sacó una cajita con maquillaje en polvo. Me lo aplicó en la cara con tres brochazos y me colocó un micrófono en la solapa del anorak.

Robin tenía las mangas subidas. Me fijé en sus brazos musculosos y en el tatuaje que asomaba tímidamente varios centímetros por encima de su codo. Parecía una flor… Pero antes de que pudiera asegurarlo, me miró algo molesto y se bajó la manga para cubrirlo.

Los otros hombres tardaron unos minutos en colocar un par de focos exteriores y la cámara en un plano fijo frente a mí. Después comenzaron a revisar un pequeño aparato conectado con auriculares. Supuse que era el sonido.

Mientras esperábamos, Robin sacó una botella de cristal y dos vasitos. Enseguida reconocí aquella bebida de color rosa intenso: era pacharán. Llevaba la etiqueta de envasado de mi tío, por lo que deduje que la habrían comprado en el pueblo. El chico de negro suspiró antes de esbozar una sonrisa.

—¿Quieres un trago para calmar los nervios?

—¿Ahora? ¡No son ni las diez de la mañana!

—Te ayudará a relajarte… —La voz de Robin se esforzó en sonar persuasiva. Después apartó mi mano del anorak. Hacía un rato que jugueteaba inquieta con la cremallera, emitiendo un estridente ruidito.

Robin retuvo un instante mi mano entre la suya. Era una mano fuerte, como sus brazos, extraña para un estudiante de su edad. De no ser por su expresión fría, aquel muchacho no difería mucho del tipo de chicos que solían gustarle a Paula: fuertes y robustos, con pintas de gimnasta o incluso de militar. Robin tenía, además, unos rasgos duros y marcados que, sobre su tez marmórea, resaltaban aún más. Sonreí al intuir lo atractivo que le habría resultado a mi amiga.

—Quizá beba un poquito… —acepté confusa por mis pensamientos.

—Bébelo de un trago —sugirió mientras brindaba su vaso contra el mío—. Ya verás como le sacamos más jugo a la entrevista.

Sin saber muy bien por qué, le hice caso. Apuré la bebida de un sorbo sin saborearla siquiera. Su sabor me dejó un regusto amargo en la boca.

El efecto fue tan inmediato, que durante unos segundos tuve que esforzarme en centrar la cabeza.

—¿Estás bien, Clara?

Me pareció detectar una preocupación sincera en su voz.

Asentí, pero lo cierto es que me sentía extraña. Notaba la boca cada vez más seca y un calor repentino por todo el cuerpo. A pesar de eso, me sentía relajada.

El pilotito de la cámara se puso en rojo y Adam le hizo una señal a Robin para que empezara.

Respiré hondo esperando a que me diera paso.

—Explícanos cómo ha sido tu vida desde que llegaste a este bosque de pinares.

Los ojos grises de Robin brillaron de una forma extraña. Le devolví la mirada al tiempo que me esforzaba por pensar con claridad. Mientras buscaba las palabras, le vi impacientarse. Empezó a fruncir el ceño, frustrado por mi silencio.

Me costó un rato razonar de manera ordenada una respuesta. Aun así, me las arreglé para explicar mis primeras vivencias. Les hablé de lo hermoso que me había parecido el bosque a mi llegada, de lo mucho que me impresionaron los prados verdes, el río cristalino y los altísimos pinos… Después les expliqué cómo aquel paisaje me había despertado recuerdos de mi infancia, de mi madre…

Cuanto más hablaba, más cuenta me daba de que mis palabras eran cada vez más libres; habían dejado de pasar por el filtro de la prudencia y se detenían en detalles íntimos y familiares que poco podían importarles.

Después de varias preguntas en apariencia inocentes, sacaron la artillería pesada.

—Háblanos del viejo ermitaño del bosque.

El corazón me dio un vuelco.

—No sé… Él ya no vive… Quiero decir que… no conozco a ningún…

Me di cuenta de que aquella entrevista era una excusa para sonsacarme información. No sabía qué parte de la historia conocían y qué querían exactamente que yo les explicara, pero algo me decía que no me dejarían en paz hasta obtener de mí lo que andaban buscando.

Aquél fue mi último razonamiento lógico.

Sentí cómo la voluntad me abandonaba y me sumía en un estado soporífero de semiinconsciencia, como si una fuerte droga hubiera tomado el control de mi cuerpo y de mis respuestas. Intenté resistirme y contestar con evasivas… pero ya no estaba muy segura de lo que decía.

Sacudí la cabeza para despejarme.

Aunque la figura cercana de Robin se hacía cada vez más borrosa, sí podía, en cambio, enfocar a más distancia. Me fijé en los rostros complacientes de los otros hombres y en la forma en la que, por primera vez, sonreían.

Empecé a contestar sus preguntas de forma automática, casi sin respirar, sin controlar el torrente de información que salía de mis labios.

Mientras hablaba, algo en mi interior me gritaba que parara. ¿Qué hacía revelando todo aquello a esos extraños? Pero, sencillamente, no podía. No era dueña de mis palabras.

Hablaba como una autómata con pilas nuevas. Ni siquiera era muy consciente del sentido de lo que decía. Les hablé de mi vida en la Dehesa, del miedo de las primeras noches en el torreón, del fantasma que me protegía y del intruso que me asustaba. Les hablé de la leyenda de Rodrigoalbar, del viejo de barbas blancas, de su historia sobre la semilla de la eterna juventud…

Robin intercalaba mi monólogo con preguntas que Adam le indicaba en inglés y que yo contestaba obedientemente. Uno de los hombres tomaba notas en un cuaderno y reía entre dientes de vez en cuando.

Lo que ocurrió a continuación es un misterio para mí.

Mi mente se fundió en negro.

Un fuerte dolor de cabeza me acompañó en mi despertar. Estaba helada y bañada en vómito. Intenté ponerme en pie, pero mis rodillas se doblaron y una fuerte arcada me sacudió por dentro. Vomité hasta quedarme vacía y exhausta.

Me costó un rato recordar qué había sucedido. Cuando lo hice, no supe precisar cuánto tiempo había transcurrido desde que aquellos bestias me habían interrogado. El sol estaba en su punto más alto, era mediodía, por lo que llevaba casi dos horas sin conocimiento.

Tambaleándome y con un fuerte dolor abdominal, entré en casa y me lavé con agua fría. Necesitaba despejarme a toda costa y pensar con claridad.

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