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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El camino de fuego (7 page)

BOOK: El camino de fuego
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—¿Y vos podéis manejarlo sin que os lastime?

—En efecto.

—¿Y acaso no es ése el privilegio de los miembros del «Círculo de oro» de Abydos?

—¿De dónde, sacas semejantes ideas, Iker? Mis soldados temen la brujería, yo no. De modo que te interesas por Abydos…

—¡Es el centro espiritual de Egipto!

—Eso dicen.

—¡Me gustaría tanto conocerlo!

—¡Pues no vas en la dirección adecuada!

—Quién sabe. Hoy, mi camino pasa por Canaán.

Nesmontu entregó el cuchillo al hijo real.

—¿Y a ti no te quema la mano?

—No, más bien me dará energía.

—Desgraciadamente, no puedes llevártelo. Tras su interrogatorio, un terrorista va desnudo en la jaula y está más bien maltrecho. ¿Sigues decidido?

—Más que nunca.

—Si regresas vivo, te devolveré el arma.

—¿Cómo nos comunicaremos cuando haya descubierto la guarida del Anunciador?

—Por todos los medios imaginables, ninguno de ellos desprovisto de riesgos. Suponiendo que seas admitido en un clan cananeo, forzosamente éste será nómada. Deja en cada campamento un mensaje en escritura cifrada. Sólo yo podré leerlo, y se lo transmitiré a Sobek el Protector, que lo entregará a su majestad. Escribe sobre cualquier soporte: tronco de árbol, piedra, pedazo de tela… esperando que no te descubran y que la policía del desierto encuentre tu texto. Intenta comprar a un nómada y prométele una buena propina. Tal vez acuda a Siquem para informarme. Pero si das con un fiel del Anunciador, serás hombre muerto.

Iker se sintió desmoralizado.

—En resumen, nada es seguro.

—Nada, muchacho.

—Entonces, puedo tener éxito y fracasar al mismo tiempo, encontrar al Anunciador y no conseguir informaros.

—Afirmativo. ¿Sigues decidido a intentar lo imposible?

—Así es.

—Almorzaremos aquí, con la excusa de proseguir el interrogatorio. Luego no irás a la cárcel, sino directamente a la jaula. A partir de ese instante será imposible dar marcha atrás.

—General, ¿confiáis en Sobek el Protector?

Nesmontu dio un respingo.

—¡Como en mí mismo! ¿A qué viene esa pregunta?

—No me aprecia demasiado y…

—¡No quiero oír nada más! Sobek es la integridad personificada y se dejaría matar para salvar al rey. Es normal que desconfíe de ti. Con tus actos lo convencerás de que debe concederte su estima. Por lo que se refiere a las informaciones que tú y yo le transmitamos, no las revelará a nadie más que al faraón. Sobek detesta a los chanchulleros y a los halagadores de la corte, y tiene toda la razón.

Comieron una suculenta costilla de buey y bebieron un excepcional vino tinto, y entonces Iker fue consciente de su locura. Las incertidumbres y los imprevistos eran tantos que realmente no tenía posibilidad alguna de conseguirlo.

8

Colocada en un carro de madera tirado por dos bueyes, la jaula fue exhibida por todo Siquem. Iker, obligado a mantenerse de pie, se agarraba a los barrotes y miraba a los cananeos, espectadores de tan triste exposición. Algunos hematomas, hábilmente pintados, maculaban el cuerpo del joven y demostraban la intensidad de la sesión de tortura. No había tenido lugar ninguna redada de la policía en los barrios sensibles, por lo que el infeliz no había hablado.

Los militares encargados de aquella demostración no se daban prisa. Cada habitante debía ser consciente de la suerte que les estaba reservada a los terroristas.

—Ese pobre muchacho no ha conocido aún lo peor —murmuró un anciano—. Ahora lo mandarán a trabajos forzados. No resistirá mucho tiempo.

Un pesado silencio acompañaba el paso de la jaula. A algunos les habría gustado atacar el convoy y liberar al prisionero, pero nadie se arriesgó a ello, por miedo a una terrible represión.

Iker esperaba una señal prometedora de una acción eventual, un simple gesto o una mirada significativa.

Pero nada.

Abrumados por la impotencia, los espectadores permanecían inertes.

Al finalizar el periplo, el condenado tuvo derecho a un poco de agua y a una torta endurecida.

Luego, los soldados salieron de Siquem y se dirigieron hacia el norte.

Los dos partidarios del Anunciador no estaban de acuerdo sobre la conducta que debían seguir con respecto a Iker.

—Las órdenes son las órdenes —recordó el nervioso—. Debemos matar a ese espía.

—¿Por qué correr tantos riesgos? —se rebeló el rubiales—. ¡Los egipcios lo harán por nosotros!

—Hay cosas que tú no sabes.

—¡Pues habla!

—El Anunciador me ha revelado que ese tal Iker está conchabado con los egipcios.

—¡No puede ser!

—Según las informaciones procedentes de Menfis, no cabe duda. Iker sería, incluso, un hijo real mandado por Sesostris para infiltrarse entre nosotros.

—Pero ¡si ha sido torturado y metido en la jaula!

—Espejismos, cosa de Nesmontu. Así, la población cree que Iker es un mártir al servicio de nuestra causa.

Aterrado, el rubiales no mostró su estado de ánimo. Era el único agente de Nesmontu infiltrado en un clan cananeo, nunca había visto al Anunciador, y se preguntaba
m
no se trataría de un bulo. El terrorismo, en cambio, no era una ilusión. El rubiales transmitiría muy pronto al general hacer ciertas informaciones que evitarían atentados y permitirían hacer numerosos arrestos.

De momento, tenía que cumplir una misión que no esperaba. Y lo que acababa de saber complicaba singularmente su tarea.

—No pienses en atacar ese convoy —le dijo al nervioso—. ¡Sólo somos dos!

—No vigilarán permanentemente la jaula, puesto que el falso prisionero espera nuestra intervención. Cuando acampen, al caer la noche, lo liberaremos.

El rubiales corría el riesgo de que sospecharan de él, por lo que no podía oponerse a una orden del Anunciador. ¿Cómo resolver aquel insoluble problema? O participaba en el asesinato de un compatriota y un aliado, hijo real por añadidura, o lo salvaba y reducía a la nada meses de esfuerzo. Pues le sería imposible regresar al clan al que había traicionado.

Al crepúsculo, el convoy se detuvo junto a un bosquecillo. Los soldados dejaron la jaula al pie de un tamarisco y cenaron, charlando y bromeando animadamente. Luego se durmieron protegidos por un centinela, que se amodorró en seguida.

—Ya ves —observó el nervioso—, nos dejan actuar.

—¿No estarán tendiéndonos una trampa? —se preocupó el rubiales.

—De ningún modo, todo sucede como el Anunciador había previsto, él no se equivoca nunca.

—¿Y si elimináramos primero a los soldados? —propuso el rubiales, esperando que el intento de asalto concluyera con su precipitada huida. Luego habría que encontrar un medio para avisar a Iker de que lo habían denunciado y debía renunciar a su plan.

—De ningún modo —replicó el nervioso—. Fingen que no ven nada. Liberemos al egipcio.

El rubiales tomó una decisión: tras la liberación del hijo real, acabaría con el nervioso y revelaría su verdadera identidad. Su misión, como la de Iker, quedaría abortada. Pero, al menos, sobrevivirían.

Aquella reclusión era agotadora, pero el escriba aguantaba, recordando las palabras de los sabios y pensando en Isis. A veces, incluso sentía ganas de reír: si la muchacha lo hubiera visto en ese estado, ¿qué habría pensado de su declaración de amor?

Y luego regresaba el miedo, insidioso, obsesivo.

¿Intervendrían los terroristas, y de qué modo? ¿Cometerían una matanza?

Pudrirse en aquella jaula le ponía los nervios de punta. No conseguía dormir profundamente, y era sensible al menor ruido.

Dos hombres se arrastraban hacia él.

El centinela roncaba.

Los terroristas se levantaron. Con el índice en los labios, ordenaron a Iker que guardara silencio. Luego cortaron las gruesas cuerdas que sujetaban los troncos de madera.

¡El hijo real podía salir, por fin, de su prisión!

El nervioso no desconfiaba de su compañero. Cuando el prisionero, temblando, se disponía a salir de la jaula, el rubiales retrocedió y se colocó detrás del nervioso.

Pero al blandir el cuchillo para clavarlo en la espalda del terrorista, un atroz fuego le devoró la nuca.

El dolor fue tan violento que abrió la boca sin poder gritar. Soltó el arma y cayó de rodillas. Casi de inmediato, la misma hoja lo degolló.

Trece-Años mataba rápido y bien.

—Esa basura era un traidor a sueldo de Nesmontu —le dijo al nervioso, petrificado—. Yo soy un discípulo del Anunciador.

—¿Eres tú el chiquillo que se apoderó, solo, de una caravana?

—Yo soy, pero no soy un chiquillo. Llévate el cadáver de ese traidor y vámonos de aquí.

—¿Por qué cargar con esa carroña?

—Ya te lo contaré.

Los tres hombres se alejaron rápidamente.

Cuando consideraron que ya estaban seguros, recuperaron el aliento.

Iker, agotado, se tendió en el suelo y cerró los ojos, incapaz de resistir el sueño. Tenía que dormir, aunque sólo fuese una hora. Privado de energía, no tenía fuerzas para luchar.

—Será fácil —declaró el nervioso, librándose de su fardo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Trece-Años.

El nervioso llevó aparte al muchacho.

—Tengo órdenes.

—¿Cuáles?

—Tú déjame hacer a mí.

—Pero ¡me gustaría saberlo!

—Escucha, pequeño, te das muchos aires, pero el Anunciador es nuestro jefe supremo.

—En eso estamos de acuerdo.

—Has acabado con un traidor, yo acabaré con otro.

—Quieres decir…

—Ese egipcio no es un prisionero de verdad, sino un fiel del faraón. Está fingiendo para inspirarnos confianza. Por fortuna, estamos bien informados. Sólo lo hemos liberado de su jaula para morir. Ahora duerme, por lo que no ofrecerá resistencia alguna.

El nervioso se acercó a Iker y se arrodilló.

Cuando se disponía a atravesarle el corazón, la punta de un cuchillo se hundió violentamente en sus lomos. La lengua salió de su boca como una serpiente que se irguiera, sus miembros se pusieron rígidos y el terrorista se derrumbó al lado del egipcio.

—El Anunciador es nuestro jefe supremo —confirmó Trece-Años— y me ha ordenado que salvara a Iker.

Los primeros rayos del sol naciente despertaron al hijo real.

Molido, se levantó penosamente. Vio primero a un chiquillo que masticaba tocino; luego, dos cadáveres, uno de ellos atrozmente desfigurado. En vez de rostro tenía una papilla sanguinolenta.

Aunque no tuviera casi nada que vomitar, el estómago de Iker se revolvió.

—¿Qué ha ocurrido?

—El rubiales era un espía del general Nesmontu. Hace más de un año que pertenecía a un clan cananeo, pero lo desenmascaramos. Por eso he acabado con él.

Iker se estremeció.

—¿Y el otro?

—Un buen ejecutor, pero limitado. Tenía la intención de acabar contigo.

—¿Y tú… tú me has salvado?

—Cumplo órdenes. Me llamo Trece-Años, pues siempre tendré la edad de mi primera hazaña. Soy un fiel discípulo del Anunciador, y tengo el honor de llevar a cabo misiones delicadas y confidenciales.

—¿Sabes… sabes quién soy?

—Te llamas Iker, eres hijo real de Sesostris, a quien pensabas asesinar. Como temías ser detenido, querías unirte a las filas de los cananeos rebeldes.

—¿Y estás dispuesto a ayudarme?

—Te llevaré a mi clan. Lucharás con nosotros contra el opresor.

Iker no creía lo que estaba oyendo. Era un primer paso, pero muy alentador.

—¿Por qué has desfigurado a ese infeliz?

—Necesitábamos su cadáver. Míralo bien: tiene la misma talla que tú, la misma musculatura, el mismo tipo de pelo. La única diferencia era el rostro, por eso lo he desfigurado. Y no he olvidado tus dos cicatrices: una en el hombro y la otra en el pecho. Cuando los soldados egipcios encuentren sus despojos y los del rubiales, sabrán que sus dos agentes han sido eliminados.

Iker dio un respingo.

—¿Acaso me tomas por un espía?

—Mi clan te transformará en un resistente cananeo. El hijo real Iker ha sido aniquilado, comienza tu nueva existencia. Estarás por completo al servicio de la causa.

Iker se sentía capaz de librarse de aquel chiquillo y regresar a Siquem. Pero la sádica sonrisa de Trece-Años lo dejó petrificado. De pronto, una veintena de cananeos armados con puñales y lanzas salieron de ninguna parte y rodearon a su presa.

Los soldados del cuartel principal de Siquem contemplaban, paralizados, los dos cadáveres que yacían en el suelo del patio.

Acostumbrado a los peores espectáculos, el general Nesmontu, sin embargo, estaba conmovido. Quería mucho al rubiales, valeroso voluntario, a punto de recoger los frutos de un trabajo a largo plazo. Sin duda había cometido una fatal imprudencia. Infiltrarse entre los terroristas cananeos parecía decididamente imposible, y la presencia del segundo cadáver reforzaba aquel lamentable fracaso.

¿Cómo podía ser alguien tan cruel para mutilar así a un ser humano, aunque se tratara de un enemigo? El torturado ya no tenía rostro, pero era fácil establecer su identidad.

Con el estómago revuelto, un oficial cubrió los despojos con una sábana blanca.

—¿Qué ordenáis, general?

—Detened a todos los sospechosos de Siquem, multiplicad las patrullas por el campo. En cuanto a esos dos valientes, que sean sumariamente momificados y repatriados luego a Menfis.

—Conocía bien al rubiales —dijo el oficial, deshecho—,Pero ¿quién es el otro?

—Un muchacho excepcional también.

Nesmontu regresó lentamente a su despacho para redactar el mensaje que anunciaba al faraón Sesostris la trágica muerte del hijo real Iker.

9

—No, no estáis enferma.

—Pero bueno, doctor —protestó la esposa de Medes—, ¡me encuentro mal!

Pequeño, flaco y provisto de un pesado saco de cuero, Gua había abandonado a regañadientes su provincia. Convertido en uno de los médicos más famosos de Menfis, severo con sus enfermos, a quienes reprochaba su modo de vida y su alimentación, aceptaba sin embargo cuidarlos y obtenía buenos resultados que nutrían su reputación.

—Sufrís por un abuso de cuerpos grasos. Si no dejáis de absorberlos por la mañana, a mediodía y por la noche, vuestro hígado quedará atascado. Maat reside allí, por lo que seréis presa de vértigos y malestar.

—Dadme medicamentos, doctor, píldoras y bálsamos.

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